Colm Bairéad y el secreto efectivo

Sep 2 • destacamos, Miradas, Pantallas • 2236 Views • No hay comentarios en Colm Bairéad y el secreto efectivo

 

El documentalista irlandés se estrena con La niña callada, una cinta que narra la efímera pero intensa relación de una pequeña y sus padres adoptivos: el refugio y la desilusión

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En La niña callada (An Cailín Cluín/ The Quiet Girl, Irlanda, 2022), delicada ópera prima ficcional del documentalista y TVserialista dublinense de 42 años Colm Bairéad (documentales largos: Encontrando huellas: una mirada retrospectiva a Mise Eire 12, Frank O’Connor: entre dos corrientes 16), con guion suyo basado en el relato literario Foster de Claire Keegan, la ensimismada niña rural de nueve años Caít (Catherine Clinch congelante con sus ojos celestes) vegeta aislada en su hogar congestionado y en la escuela rechazante porque ha crecido en autorrepresivo silencio y sus impulsos vitales aplastados por la inafectiva precariedad de una familia granjera donde el bestializado padre Athair (Michael Patric) no cesa de hacerle hijos a la nulificada madre Mathair (Kate Nic Chonaonaigh), pero un venturoso día estival, para desahogar el nacimiento de otro hermanito, es depositada temporalmente, con apenas lo que lleva puesto, en la lejana granja de dos envejecientes tíos también lejanos, la afable semiabandonada madura Eibhlin Kinsella (Carrie Crowley enjuta) que, identificándose de inmediato con el callado autoabandono de la niña la recibe amorosamente como una hija putativa, la viste con guanga ropa vieja de varón (aunque luego se le comprarán atuendos femeninos en la ciudad) y le comparte el agua cristalina de un pozo muy peligroso por su fondo lodoso, y el reacio granjero vetusto Seán (Andrew Bennett) que tarda mucho más en sensibilizarse para aceptar lúdicamente a la nueva compañía, el tiempo fluye ahora con fervor relacional y, si bien a raíz de un velorio cierta vecina chismosa (Carolyn Bracken) le revela a la chavita que el hijo púber de los tíos Kinsella murió ahogado en el pozo, ella va a propiciar su solitaria caída en él, tras enterarse de que su forzada vacación ha concluido y debe ser llevada de regreso con sus verdaderos progenitores y de retorno a la escuela tan temida, aunque sólo se causa un resfriado, sin poder evitar el drama de la separación del recién descubierto mundo emocional que colmaba con creces su existencia, perentoriamente dominada por un secreto efectivo.

 

El secreto efectivo se construye en un principio sobre la descarnada figura paralizante de la niña y se desarrolla sobre su asombrosa efigie reanimándose paulatinamente, en la Irlanda con retraso histórico y férreas tradiciones religiosas y patriarcales de 1981, pero siempre en espacios amenazados por el vacío cual espejos reflejantes de la oquedad existencial y el agujero mental en que se agita la niña callada con la mayor quietud (fotografía con sensitivo toque femenino de Kate McCullough), sean espacios en los interiores de la casa paterna hundida en la pobreza campesina o en la mediana opulencia de los inmensos corrales de la estancia adoptiva donde la palpitante Caít se extravía para angustia y toma de conciencia sentimental del en apariencia insensible Seán, esa infante retraída y retráctil cuya aislacionista torpeza escolar le hace derramarse encima un receptáculo con leche y cuya necesidad emotiva le hace robarse una simple galleta en la cocina ajena.

 

El secreto efectivo simula así haberse estructurado sobre asedio o casi la amenaza de los campos vacíos, sean los interiores de las granjas o las ráfagas de resplandores solares en los trayectos de ida y vuelta entre las estancias o la irrellenable amplitud de los melancólicos espacios naturales abiertos en las landas y en la costa reflexiva, pero muy pronto la hábil y fundamental edición de John Murphy se apodera determinantemente de la forma fílmica, creando trozos de poesía líricos gracias al apoyo de la música subrepticiamente categórica de Stephen Rennicks, como el cepillado del cabello de la chavita receptiva por la añorante madre adoptiva que se corea en voz off con un conteo de recorridos del cepillo, que van del 45 a más del 100, y por dislocados vaivenes temporales que, andando el relato, de repente ya no requerirán de ese conducto para convertir las felices imágenes del íntimo-ínfimo tiempo vivido en paradigmas que habrán de acompañar la experiencia vivida de la transformada Caít en y compartida corriente de empatía sensible e imparable.

 

El secreto efectivo combate al interior de una auténtica metafísica del secreto y su estrategia revivificante, ese abominable secreto que la transitoria madre adoptiva considera inexistente en sus dominios y de tal modo se le expone con orgullo ufano a la pequeña silenciosa que aún no controla esfínteres por ser víctima de los secretos de sus padres, el secreto que no sólo es signo de vergüenza lastrante sino asimismo de trauma inconsciente no superado, el cálido secreto como la energía que libera a la chava a instancias del efímero padre adoptivo al inventar el ritual de correr cada vez más rápido en pos de las cartas en el buzón, el triste secreto como un fardo que soportar o vencer y quitarse de encima, el secreto crucial que se afirma como lo único capaz de enfrentar y derrotar al baldío afectivo, cual antisentimentalista estrategia narrativa inapelable.

 

Y el secreto efectivo culmina con su más desgarradora e intensa secuencia magistralmente púdica, que ha arrancado con un avasallador plano cenital del arribo del aparatoso auto amarillo de la pareja Kinsella a la granja odiada, donde la niña de la secreta tensión soporta otra vez enmudecida e inmóvil el adiós de sus efímeros padres adoptivos mientras la cámara dulcemente la envuelve con un indagador giro semicircular, el vehículo se aleja, pero de repente la chava se entrega liberadoramente a una veloz carrera como si fuera en pos de algún buzón inasequible, alcanza al viejo Seán que abre la puerta de la cerca distante y, mientras que apenas logra atisbarse a la vieja Eibhlin gimiendo ovillada dentro del auto, Caít se le arroja a los fornidos brazos para susurrarle dos pausados “Papito”, porque sólo él podría salvarla del padre biológico que, con amarga furia, ya corre para recuperar a su hija prescindible.

 

 

 

FOTO: La niña callada fue nominada a Mejor Película Extranjera en los Oscar 2022. Crédito de imagen: Especial

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