¿Cómo descubrí la isla de Salsipuedes?
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Compositor de óperas celebradas mundialmente, Daniel Catán (1949-2011) creó un universo en el que dejó plasmada su pasión para crear territorios míticos. A continuación, presentamos su testimonio, hasta ahora inédito, en el que narra el origen de la ópera Salsipuedes: su historia familiar en la que confluye una gran variedad de ritmos y armonías, desde el Medio Oriente hasta el Caribe, escenario de esta celebrada ópera, estrenada hace unas semanas en México en el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario
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Presentación
Como arpista, como graduada en procuración de fondos, como gestora cultural, como compañera del compositor, como crítica musical, como mujer plena, la enorme tarea que impone la promoción y puesta en escena de la obra operística de Daniel Catán (1949-2011), no se entiende sin Andrea Puente, la amorosa amiga que hace unos días, en el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, vio culminada una etapa más en tan ardua labor. Se trata del estreno en América Latina de Salsipuedes (2004) con la Orquesta Sinfónica Mexiquense, bajo la dirección de Rodrigo Macías. El libreto conjuga a dos grandes de la literatura, Eliseo Alberto y Francisco Hinojosa.
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En ese año de 2004, en la antesala del estreno mundial de Salsipuedes, con la Ópera de Houston, Daniel Catán escribió el texto que presentamos en este Confabulario. Sin embargo, sus palabras no se publicaron. La querida Andrea Puente nos las obsequia para darle voz a Daniel.
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Muchos y buenos años compartí complicidades con el maestro Catán. En enero de 1997, al estar en Santiago de Chile como agregado cultural de la Embajada de México, Daniel me mandó una carta vía fax. De su misiva fechada el 8 de enero, recobro estas palabras: “He pensado en un nuevo proyecto, pues tengo otro encargo para una ópera nueva. Y mis divagaciones mentales por el planeta me han estado llevando una y otra vez a ese país maravilloso que ahora estás conociendo. Sí, estoy pensando en una historia en Chile, en el sur, en esas regiones extrañas que están pobladas de islas y glaciares. ¿Estoy loco? Tal vez, pero no creo que se me vaya a curar la locura muy fácilmente”.
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En efecto, Daniel fue un hombre alocadamente genial para construir sus óperas. En el texto que nos brinda Andrea Puente, el autor pinta ese temperamento alocado por la vida, por la música, por Salsipuedes, Cuba.
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El creador de otras piezas operísticas como Florencia en el Amazonas y Il Postino viajó a Santiago. Lo recuerdo en nuestro andar por la comuna de Providencia. Y se fue a ese periplo por el sur chileno, con sus islas y glaciares. No escribió una ópera sobre ese mundo austral, pero alimentó su locura creativa.
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Abrazo, Andrea. Te abrazamos, Daniel.
Eduardo Cruz Vázquez
POR DANIEL CATÁN
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Imaginemos a principios del siglo XX, un hombre joven y su nueva esposa en un muelle europeo a punto de iniciar el viaje a América y así empezar su futuro. El viaje les tomará muchísimos meses, tanto que un poco antes de la llegada a Cuba, la joven esposa está a punto de dar a luz a su único hijo. El trayecto fue tan largo y tan cansado que la bella muchacha muere durante el parto. Ese niño, después un adulto, siempre recordará y sentirá con orgullo su venida a este mundo bajo el sol tropical y la isla legendaria de música caribeña plagada de ritmos y melodías exóticas y cadenciosas.
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Mientras escribo la historia del nacimiento de mi padre en Cuba, me percato de cuánta influencia ha tenido en mi vida y cuánto me ha inspirado a través de los años, llenándome de pasión por los barcos y los viajes, así como también mi fascinación por los lugares míticos, en donde todo puede suceder e historias fantásticas ocurren. En realidad nunca he dejado de soñar y pensar en ellos. Por ejemplo Manaos en donde mi ópera Florencia en el Amazonas se inspira en estos lugares mágicos, al igual que Salsipuedes.
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Sin duda, mi música ha estado influenciada más que nada por la música y los músicos cubanos. Durante los años cuarenta y los cincuenta se dio el fenómeno de la diáspora musical cubana. Músicos cubanos emigraron a México y Nueva York y la música cubana se volvió muy popular. Los salones de baile estaban a reventar y los conjuntos cubanos llenaban el ambiente con melodías y ritmos gloriosos. No era raro ver a Dizzy Gillespie en el salón Grand Palladium de la calle 53 en Nueva York, tocando congas al ritmo caribeño, así como a Tito Puente tocando los bongós, Chano Pozo tocando las campanas y Rapindey y Benny Moré entonando una melodía. En México estos mismos conjuntos solían visitar el Salón México.
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Como no todo el mundo podía ir a bailar en estos salones, la radio y los discos de acetato resolvieron el problema poblando los hogares y los lugares de trabajo con esta música que intoxicaba los sentidos. Era casi imposible escapar de esta influencia musical tan bella y enloquecedora proveniente de Cuba.
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Los tiempos cambiaron y mi interés por esa música quedó atrás. Lo que me interesó durante los años siguientes fue el piano, después la música orquestal y finalmente la ópera. Tuve suerte, crecí en México y el interés por la ópera en mi país fue muy grande.
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Me propuse aprender a componer, me aproveché de las circunstancias. Un pariente lejano vivía en Inglaterra e hice hasta lo imposible por irme a vivir allá. Esto es lo que yo creo que fue mi motor, mudarme a Inglaterra a toda costa era lo que yo quería. Es difícil saber qué es lo que nos mueve, la vida trabaja de maneras misteriosas.
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Fui a la universidad en Inglaterra y estudié un sinfín de obras de los compositores más geniales. Finalmente empecé a componer piezas que al principio reflejaban todo lo que había aprendido yo de ellos y como todo compositor, me preguntaba: “¿Cómo voy a adquirir una voz propia?”
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¿Cómo es que un compositor o cualquier artista adquieren su voz individual?
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No por un proceso de adición, donde los elementos se van sumando y amalgamando poco a poco en una totalidad. Cuando alguien quiere descubrir su propia manera de construir, es decir su individualidad en el proceso creativo, frecuentemente los resultados se perciben como forzados, inventados y parecería que se oculta más que revelar la voz propia. Pienso que, en este sentido, la voz del compositor no es una excepción.
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He llegado a la conclusión de que esto pasa con la simple acción de dejarlo suceder de dejarlo fluir.
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Déjenme explicarme.
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Cada compositor tiene una voz única y que lo distingue de los demás, pero frecuentemente esa voz se suprime durante el periodo de formación, aprender a componer requiere mucha imitación. Con el paso del tiempo lo que uno aprendió tiene que ser dirigido para recobrar la voz original, que para ese entonces parece haberse alejado a un lugar muy remoto y casi es imposible de reconocerse. Uno tiene que alejarse para poder regresar al principio del viaje, al punto de partida original, al sitio del embarque. Y es el viaje de regreso lo que ilumina el camino del futuro, en cierto sentido uno tiene que ser otro para realmente convertirse en uno mismo. En el camino se van dejando capas, se va cambiando de piel. Si la salida es un proceso de acumulación, el viaje de regreso es uno de destilación.
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En síntesis, después de haber invertido doce años de mi vida en Inglaterra, exactamente la mitad de mi vida, a mi regreso me subí a un barco que me trajo al continente americano, en donde iba a encontrar mi futuro buscando mi pasado, mis raíces.
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Salsipuedes, me estaba esperando, pero yo todavía no sabía cómo se llamaba ni dónde estaba, lo único que sabía es que estaba buscando mi voz propia como compositor al igual que mi abuelo vine a buscar mi futuro en este continente, América.
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Alguien en Europa tuvo la muy mala idea de declarar la guerra a otro y eso no le sentó nada bien a mi abuelo. Él era un joven lleno de sueños, un muchacho práctico que veía ese tipo declaraciones sospechosas. Probablemente ni siquiera entendía qué estaba pasando realmente y nadie concentrado en su propia vida podía medir tales acciones y las repercusiones. Era mucho más interesante y útil percibir las consecuencias que aquella guerra iba tener en la vida de gente común y corriente, y de cómo iba a deshacer la vida feliz de la gente.
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Esas vidas iban a ser destruidas por la vanidad y la codicia de una sola persona. Desgraciadamente para todos esta es la historia del siglo XX y que se acabó viendo como una mala pasada, como una broma horrenda y de mal gusto. Vean a mi abuelo, trató de fincar su futuro en otra parte lejos de su tierra, se fue feliz en un barco a realizar sus sueños con su bella esposa a punto de darle un hijo, iniciar una nueva vida con su propia familia y con un poquito de suerte, hasta conocer a sus nietos. En 1915 se embarcó desde Estambul para llegar a una isla caribeña, y nueve meses después tocó Cuba. Por supuesto que este viaje lo hicieron grandes exploradores, desde Cristóbal Colón descubriendo la ruta al Nuevo Mundo y todos los que lo siguieron: soñadores, aventureros, navegantes etc. Los barcos provenientes de Europa, Oriente Medio y África hacían parada de rigor en Cuba, tres grandes culturas convergieron y se mezclaron en la diminuta isla, era Babel de nuevo.
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Además de traer consigo sus lengua, sus costumbres, su comida, su religión, trajeron algo más maravilloso: su música, este fue el elemento salvador, el redentor. Las armonías europeas, los cantos del Medio Oriente con sus melismas y los ritmos africanos se mezclaban produciendo una receta musical ¿quizá caótica? A lo mejor, pero el resultado fue una música fresca, original, compleja; nuevas combinaciones rítmico-musicales surgieron de esta combinación que nacía, teniendo como el centro esencial la danza y el ritmo.
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El Caribe fue la olla de mezclas de todo el mundo el verdadero crisol de muchas culturas del Nuevo Mundo. El resultado musical fue extraordinario. La música proveniente de la isla irradiaba hacia todas las direcciones del globo terráqueo a todo el continente americano, al norte al sur, a Europa también.
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Todo esto no me lo había ni imaginado ni pensado cuando emprendí mi viaje de regreso al continente americano. Pero mi exaltación no podía ser mayor.
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Ahhh… ¡Llegar a la isla de Manhattan! El puro nombre me daba escalofríos. No había palmeras ni cocos, pero una isla es una isla, de otra manera cómo podríamos explicarnos. ¿Cuantos grandes músicos caribeños acabaron en Manhattan? Fue allí donde volví a reconectar con esta música tan rítmica y sensual que yo había conocido tantos años atrás, mi reencuentro fue meramente accidental.
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Ese día fui a una pista de patinaje sobre ruedas, el lugar parecía una reliquia del pasado, un espacio enorme con piso de madera como un salón de baile de antaño, como lámpara tenía un esfera de espejitos. Los patinadores se iluminaban con estos rayitos de luz haciendo piruetas y todo tipo de figuras bajo un ritmo suave con extraordinarios ritmos y una melodía cadenciosa: ¡era mi música! La música que pobló mi infancia: música cubana y caribeña sin igual.
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Volteé la cabeza para localizar al pianista que tocaba esta gloriosa música desde un piano desvencijado. A lo mejor el músico era el último sobreviviente de un conjunto musical del salón Palladium y tuvo que buscar otros sitios en donde pudiera seguir haciendo su música. El pianista era un virtuoso de ritmos como el montuno, el tumbao que me hizo sentir los rayos cálidos de su isla y la brisa del mar. Esta experiencia me sacudió hasta los huesos. Primero me bajó un aire de nostalgia insoportable pero se transformó en una pista, en el eslabón perdido, el hilo conductor que todos necesitamos en algún punto de nuestra vida y que nos saque de nuestros laberintos. Seguí el hilo hasta dar con lo que me esperaba en la otra orilla de ritmos, danzas, cantos y aires caribeños.
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FOTO: Daniel Catán fue el primer compositor de ópera mexicano en presentar su obra en Estados Unidos con La hija de Rappacini, en 1989. Entre sus méritos está el haber llevado óperas en español a algunos de los principales escenarios internacionales./ Brett Coomer/Houston Grand Opera
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