¿Cómo vemos lo que pensamos?
POR ALBERTO MANGUEL
En los próximos días llegará a las mesas de novedades el nuevo libro de ensayos de
Alberto Manguel: Curiosidad. Una historia natural. Publicada bajo el sello Almadía
en coedición con la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, se trata de
una colección de preguntas que tiene como eje bibliográfico La Divina Comedia de
Dante Alighieri. El libro aparecerá simultáneamente en Brasil, Francia, Inglaterra,
España, Alemania, Italia, Corea, Portugal, Rusia, Turquía y México. A manera de
adelanto, publicamos la introducción del capítulo IV.
Alberto Manguel
Hasta bien entrada la adolescencia, yo no tenía conciencia del concepto de
traducción. Fui educado en dos idiomas, inglés y alemán, y en mi infancia el pasaje
de uno al otro no equivalía a transmitir el mismo significado en otro idioma, sino
que era, sencillamente, otra forma de dirigirme a mi interlocutor, dependiendo de
con quién estuviera hablando. El mismo cuento de los hermanos Grimm leído en
mis dos idiomas se convertía en dos cuentos distintos: la versión alemana, impresa
en gruesos caracteres góticos e ilustrada con lóbregas acuarelas, me contaba uno; la
versión en inglés, con letras grandes y nítidas, acompañadas de grabados en blanco y
negro, me contaba otro. Era evidente que no eran el mismo cuento puesto que se
veían distintos en el libro.
Hasta que, finalmente, descubrí que el texto cambiante seguía siendo, en
esencia, el mismo. O, más bien, que un mismo texto podía adquirir identidades
diferentes en lenguas diferentes, un proceso en el que cada elemento era descartado
y reemplazado por otra cosa: el vocabulario, la sintaxis, la gramática, el tono, así
como las características culturales, históricas y emocionales. En De vulgari
eloquentia, “En torno a la lengua común”, un tratado lingüístico escrito en latín pero
que defiende el uso del habla endémica, Dante enumera las partes constitutivas del
lenguaje que se reemplazan cuando se pasa de un idioma a otro: “En primer lugar, el
elemento musical; en segundo lugar, la disposición de cada parte en relación con las
otras; en tercer lugar, el número de versos y sílabas”.1
¿Pero cómo hacen estas identidades en continua mutación para seguir siendo
una sola identidad? ¿Qué me permite decir que diferentes traducciones de los
cuentos de los hermanos Grimm o de Las mil y una noches o de la Divina comedia
son, de hecho, el mismo libro? Un antiguo acertijo filosófico pregunta si una
persona a quien le reemplazaron todas las partes de su cuerpo con órganos y
miembros artificiales sigue siendo la misma persona. ¿En cuál de nuestros miembros
se encuentra nuestra identidad?
¿En cuál de los elementos de un poema se encuentra el poema? Para mí ese
era el misterio principal: si un texto literario consiste en todas las cosas distintas que
nos permiten llamarlo los cuentos de los hermanos Grimm o Las mil y una noches,
¿qué queda cuando cada una de esas cosas se reemplaza por otra? ¿Una traducción
es un disfraz que le permite al texto conversar con los que están fuera de su círculo,
como el traje que usaba el califa Harún al-Rashid para mezclarse con la plebe? ¿O es
una usurpación, como la perpetrada por la criada en el cuento de Falada o el caballo
prodigioso, quien ocupa el lugar de su ama y, sin merecerlo, se casa con el príncipe?
¿Qué grado de identidad original puede adjudicarse a una traducción?
Cada forma de escritura es, en cierto sentido, una traducción de palabras
pensadas o habladas a una representación visible y concreta. Cuando escribí mis
primeras palabras en inglés, con sus redondeadas enes y emes, o en alemán, con sus
enes y emes mayúsculas puntiagudas como olas, cobré conciencia de que un texto
no sólo cambiaba al pasar de un vocabulario a otro, sino también de una
materialización a otra distinta. Cuando, en un cuento de Kipling, leí sobre una carta
de amor enviada en forma de bulto lleno de objetos para ser descifrado por el ser
amado, en el que cada objeto representaba una palabra o un grupo de palabras, me di
cuenta de que mis garabatos no eran el único método de dar a las palabras una
entidad material. Aquí aparecía otro, hecho de piedras, flores y cosas semejantes.
Me pregunté si habría más métodos. ¿Era posible que las palabras, la
representación de nuestros pensamientos, se hicieran presentes y visibles de otras
maneras?
1. Dante Alighieri, De vulgari eloquentia, introducción, traducción y notas de Vittorio
Coletti, Garzanti, Milán, 1991, p. 25. Para la versión en castellano se consultó la traducción
de Jorge Sanguinetti en www.servisur.com/cultural/dante/index.htm.
(N. del T.)
*FOTO: Ilustración de la Divina comedia de Dante Alighieri realizada por Sandro Botticelli en el siglo XV./Especial.
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