¿Cómo vemos lo que pensamos?

Jul 18 • Reflexiones • 5121 Views • No hay comentarios en ¿Cómo vemos lo que pensamos?

POR ALBERTO MANGUEL

 

 

En los próximos días  llegará a las mesas de novedades el nuevo libro de ensayos de

Alberto Manguel: Curiosidad. Una historia natural. Publicada bajo el sello Almadía

en coedición con la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, se trata de

una colección de preguntas que tiene como eje bibliográfico La Divina Comedia de

Dante Alighieri. El libro aparecerá simultáneamente en Brasil, Francia, Inglaterra,

España, Alemania, Italia, Corea, Portugal, Rusia, Turquía y México. A manera de

adelanto, publicamos la introducción del capítulo IV.

 

 

Alberto Manguel

 

Hasta bien entrada la adolescencia, yo no tenía conciencia del concepto de

traducción. Fui educado en dos idiomas, inglés y alemán, y en mi infancia el pasaje

de uno al otro no equivalía a transmitir el mismo significado en otro idioma, sino

que era, sencillamente, otra forma de dirigirme a mi interlocutor, dependiendo de

con quién estuviera hablando. El mismo cuento de los hermanos Grimm leído en

mis dos idiomas se convertía en dos cuentos distintos: la versión alemana, impresa

en gruesos caracteres góticos e ilustrada con lóbregas acuarelas, me contaba uno; la

versión en inglés, con letras grandes y nítidas, acompañadas de grabados en blanco y

negro, me contaba otro. Era evidente que no eran el mismo cuento puesto que se

veían  distintos en el libro.

 

 

Hasta que, finalmente, descubrí que el texto cambiante seguía siendo, en

esencia, el mismo. O, más bien, que un mismo texto podía adquirir identidades

diferentes en lenguas diferentes, un proceso en el que cada elemento era descartado

y reemplazado por otra cosa: el vocabulario, la sintaxis, la gramática, el tono, así

como las características culturales, históricas y emocionales. En De vulgari

eloquentia, “En torno a la lengua común”, un tratado lingüístico escrito en latín pero

que defiende el uso del habla endémica, Dante enumera las partes constitutivas del

lenguaje que se reemplazan cuando se pasa de un idioma a otro: “En primer lugar, el

elemento musical; en segundo lugar, la disposición de cada parte en relación con las

otras; en tercer lugar, el número de versos y sílabas”.1

 

 

¿Pero cómo hacen estas identidades en continua mutación para seguir siendo

una sola identidad? ¿Qué me permite decir que diferentes traducciones de los

cuentos de los hermanos Grimm o de Las mil y una noches o de la Divina comedia

son, de hecho, el mismo libro? Un antiguo acertijo filosófico pregunta si una

persona a quien le reemplazaron todas las partes de su cuerpo con órganos y

miembros artificiales sigue siendo la misma persona. ¿En cuál de nuestros miembros

se encuentra nuestra identidad?

 

 

¿En cuál de los elementos de un poema se encuentra el poema? Para mí ese

era el misterio principal: si un texto literario consiste en todas las cosas distintas que

nos permiten llamarlo los cuentos de los hermanos Grimm o Las mil y una noches,

¿qué queda cuando cada una de esas cosas se reemplaza por otra? ¿Una traducción

es un disfraz que le permite al texto conversar con los que están fuera de su círculo,

como el traje que usaba el califa Harún al-Rashid para mezclarse con la plebe? ¿O es

una usurpación, como la perpetrada por la criada en el cuento de Falada o el caballo

prodigioso, quien ocupa el lugar de su ama y, sin merecerlo, se casa con el príncipe?

¿Qué grado de identidad original puede adjudicarse a una traducción?

 

 

Cada forma de escritura es, en cierto sentido, una traducción de palabras

pensadas o habladas a una representación visible y concreta. Cuando escribí mis

primeras palabras en inglés, con sus redondeadas enes y emes, o en alemán, con sus

enes y emes mayúsculas puntiagudas como olas, cobré conciencia de que un texto

no sólo cambiaba al pasar de un vocabulario a otro, sino también de una

materialización a otra distinta. Cuando, en un cuento de Kipling, leí sobre una carta

de amor enviada en forma de bulto lleno de objetos para ser descifrado por el ser

amado, en el que cada objeto representaba una palabra o un grupo de palabras, me di

cuenta de que mis garabatos no eran el único método de dar a las palabras una

entidad material. Aquí aparecía otro, hecho de piedras, flores y cosas semejantes.

 

 

Me pregunté si habría más métodos. ¿Era posible que las palabras, la

representación de nuestros pensamientos, se hicieran presentes y visibles de otras

maneras?

 
1. Dante Alighieri, De vulgari eloquentia, introducción, traducción y notas de Vittorio

Coletti, Garzanti, Milán, 1991, p. 25. Para la versión en castellano se consultó la traducción

de Jorge Sanguinetti en www.servisur.com/cultural/dante/index.htm.

(N. del T.)

 
*FOTO: Ilustración de la Divina comedia de Dante Alighieri realizada por Sandro Botticelli en el siglo XV./Especial.

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