Compañía Nacional de Danza: a la deriva y en caída libre
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La reciente presentación de La bella durmiente del bosque en el Palacio de Bellas Artes deja clara la crisis que vive esta compañía, que ni asume riesgos artísticos y sólo apuesta a una versión edulcorada al estilo de Walt Disney
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POR JUAN HERNÁNDEZ
La Compañía Nacional de Danza cierra ciclo, en la administración saliente, con una demostración del hondo deterioro artístico. Recién presentó La bella durmiente del bosque, versión coreográfica de Mario Galizzi, estrenada en el Teatro Colón de Buenos Aires, Argentina, en 1990. Una versión que no le hace justicia a la original de Marius Petipa (Marsella, 1818-Gurzuf, 1910), coreógrafo francés, quien vivió en la Rusia imperial del siglo XIX, para convertirse en la figura máxima del ballet romántico, con obras como El lago de los cisnes, Don Quijote, Paquita, La bayadera y el célebre decembrino El cascanueces, entre otras.
La visión de Petipa y sus aportaciones al arte del ballet están fuera de toda discusión. Reflejan la época que le tocó vivir y se adhiere a tradiciones que en las artes y, en particular en el ballet, se habían desarrollado en Francia, Italia y, desde luego, Rusia. Es un referente en la historia del ballet mundial. Sus obras son parte del patrimonio artístico de la humanidad, aún cuando su visión, en relación con los dramas del ser humano, estén rebasadas por la contemporaneidad.
Lo preocupante es la situación artística de la Compañía Nacional de Danza, que en los días recientes ha exhibido el grave deterioro de su proyecto, con la puesta en escena de La bella durmiente del bosque. La variación coreográfica de Mario Galizzi resulta aún más conservadora que la original de Petipa. No asume riesgos artísticos y se apega, de manera complaciente, a la idea que Disney diseñó para la cinematografía, de las historias del francés Charles Perrault (1628-1703), autor también de Pulgarcito, La cenicienta, El gato con botas y Barba azul, entre otros.
Ataviada de conservadurismo, la Compañía Nacional de Danza presentó una versión pueril de la conocida historia de la princesa que es hechizada en su bautismo por un hada perversa. La maldición dice que al cumplir 16 años de edad, Aurora se pinchará el dedo y dormirá por un siglo. El hechizo será aliviado por un hada de buenos sentimientos, quien consigue que la maldición sea revertida cuando la princesa reciba el beso del amor verdadero. Su salvador es un príncipe, con quien se casa para ser felices por siempre.
Una historia conocida, que busca presentar la dualidad del bien y el mal. La versión de Mario Galizzi deja pasar la oportunidad de desentrañar la esencia de aquellos valores, a partir de una mirada que actualice el drama. El creador realiza una puesta en escena, desgajada en lugares comunes, con una candidez que trivializa las posibilidades inconmensurable de la danza como lenguaje.
Esta visión somnífera de La bella durmiente del bosque, regresa al Teatro de Bellas Artes, luego de 25 años de no ser representada en el recinto. Un regreso bochornoso, no sólo por el conservadurismo de la puesta en escena, sino por su ejecución: bailarines desconcentrados, fuera del tiempo musical, sin control sobre su eje a la hora de girar y, al parecer, no muy contentos de llevar a escena la obra de su ex director artístico.
Este espectáculo de la decadencia de la Compañía Nacional de Danza debería ser, en el contexto de la transición gubernamental, un llamado de atención para la reestructuración definitiva de la agrupación; toda vez que la sociedad mexicana gasta recursos considerables en su manutención. Deberán darse pasos firmes para su rescate, dotarla de autonomía artística y permitirle hacerse de nuevas maneras de abordar el hecho escénico, en beneficio de los artistas y del público.
Llama la atención también que los bailarines egresados de las escuelas de danza del INBA deban emigrar del país, para desarrollar sus talentos, mientras la Compañía Nacional de Danza está huérfana de primeras figuras, es decir, de bailarines virtuosos técnicamente y también capaces de adentrarse en la profundidad de la creación escénica, para contar historias pertinentes.
Agustina Galizzi, como Aurora, no tiene el nivel artístico que una primera bailarina de la compañía de ballet más importante del país. Su interpretación está lejos de llenar las expectativas que se esperan de una figura que está en la parte más alta de la estructura de una compañía como la Compañía Nacional de Danza. Desangelada, fuera de tiempo, la intérprete cumple con la asignación sin el menor entusiasmo.
En suma, La bella durmiente del bosque es el espectáculo de la decadencia de la Compañía Nacional de Danza, del desgaste y deterioro artístico, resultado de varias administraciones que no han atinado a dotarla de proyecto artístico de largo plazo. La consecuencia: una agrupación a la deriva y en caída libre.
FOTO: La bella durmiente del bosque, versión coreográfica de Mario Galizzi, basada en la original de Marius Petipa, con la Compañía Nacional de Danza, con la Orquesta del teatro de Bellas Artes y la participación del director concertador Sylvain Gasançon, se presentó el 21, 23 y 25 de octubre y ofrece una última función en el Palacio de Bellas Artes, el 28 de este mes, a las 17 horas.