¿La final, o el final del Angélica Morales?
La mala gestión del Concurso Nacional de Piano pone en tela de juicio su calidad en ediciones siguientes
POR LÁZARO AZAR
De las diez ediciones celebradas de 1995 a la fecha del Concurso Nacional de Piano Angélica Morales, ninguna había sido tan polémica como la que culminó este viernes 30 de septiembre en el Palacio de Bellas Artes, recinto al que, como nunca antes, ¡vaya que fue complicado ingresar! Previendo los desmanes que generarían en días cercanos los manifestantes por Ayotzinapa, las feministas y el 2 de octubre, su perímetro fue protegido con vallas y solamente había un muy discreto acceso sobre la calle Ángela Peralta, a escasos metros de la Avenida Hidalgo, pero eso fue lo de menos.
La sección Crimen y castigo de este diario, las redes sociales y otros medios pormenorizaron la pésima organización a cargo del INBAL y la Coordinación Nacional de Música y Ópera, consignando el estado de abandono en que se encuentra el plantel de la Escuela Superior de Música donde se realizaron las etapas previas, la falta de apoyo a los concursantes foráneos para que pudieran contar con un instrumento en donde estudiar, la nula promoción y ausencia de un calendario detallado del evento, así como la inexistente transmisión de las primeras rondas, requisito obligado actualmente para cualquier certamen serio, que no pretende hacer “enjuagues en lo oscurito”.
Si eso puso en entredicho la labor del jurado, otro tache mayúsculo fue la sustitución a última hora del jurado internacional previsto. Se entiende que por razones de salud se prescindiera de Jorge Luis Prats, a quien sus médicos no autorizaron viajar a la Ciudad de México debido a una reciente operación cardíaca, pero de eso a traer a Iliana Morales —cuyo paso por este país bastó para darla a conocer hace años—, sí que son ganas de insultar a los miembros nacionales del jurado: se la pasó tomándose selfies en lugar de atender aquello para lo que fue invitada. ¿Habrá sido por ella que, entre tantos descuidos patentes en el programa de mano, se omitió la semblanza de quienes conformaban el jurado, pues optaron por aplicar la de aquella canción de Bronco que dice “que no quede huella, que no, que no…”?
Ni Guadalupe Parrondo, ni Manuel de la Flor, Fernando García Torres o Rodolfo Ritter merecen semejante ninguneo, y eso sin contar que no hubo texto contextualizando quién fue Angélica Morales, ni sobre la historia y trascendencia del concurso. Eso sí, dilapidaron nueve páginas con las mismas notas copypasteadas de siempre. Concediendo que quienes estuvieron a cargo “supieran”, podría pensar que dicha omisión fue para no citar a los ganadores previos, considerando que ha habido al menos un par de ediciones del concurso en que los premios debieron declararse desiertos, por la falta de nivel en los contendientes que llegaron a la final.
No deja de ser cuestionable la razón que me han dado varios jurados de por qué se dieron tan inmerecidos estímulos: temen que, de no otorgarse, Yamaha retire su patrocinio. Por muy japonesa que sea la marca, poco favor le hace a su nombre el verse asociado con semejantes karatekas del teclado; menos le honra el permitir que su instrumento estrella deje tan mala impresión como ahora. Cualquier persona que tenga un piano en casa, sabe cuántas horas le lleva a un afinador dejarlo en óptimo estado, pues… ¿qué creen? Aun sabiendo que después de un traslado, un piano requiere una revisión más acuciosa, al técnico de Yamaha no le dieron más que una hora previa al concierto para medio ajustarlo, sin la posibilidad de darle siquiera “una pasadita” a la mitad del evento, cuando ya estaba más desafinado y guango que mis naylons y eso, ¡es mucho decir!
A escasos días de la final y aduciendo razones que nadie tomó por ciertas, se informó que, cual festivalito escolar, los finalistas tocarían solamente el primer movimiento de los conciertos que habían preparado. Pretendiendo paliar el descontento, Lucina Jiménez, directora del INBAL, anunció que invitarían a los cuatro afortunados a tocar en la próxima temporada de la Chafónica y pidió un aplauso para sus atrilistas. Como buena funcionaria, Lucina ha tenido que hacerse de la vista gorda infinidad de veces, como esta noche, que el personal de sala prescindió de sus uniformes y se presentó en ropa de calle como protesta porque —al igual que los músicos— hace dos años que no reciben sus vales para vestuario, pero, de eso a hacerse la sorda, ya es el colmo del cinismo.
Más que premio, tocar con la Chafónica parece castigo: si hubo algo para salir corriendo, no fue el piano que se fue desafinando, sino el acompañamiento que brindó la orquesta a los contendientes. ¡Cuántas pifias cometieron! A su favor, abona saber que tan mediocre desempeño fue compartido con José Guadalupe Flores, el director invitado. Su desconocimiento de las obras resultó evidente de tan erráticas que dio las entradas, pero, lo peor, fue cuán groseramente pretendió cambiar la interpretación de los concursantes.
Seré breve en cuanto a ellos. Con el Op. 21 de Chopin, Jesús Enrique García demostró tener el mejor sonido de todos. Sin embargo, pesó más su juventud e inexperiencia: sus frases no fluían con la debida libertad. Pecó de cuadrado. Le sucedió el gran favorito del público, Vladimir Petrov, quien acabó en segundo lugar con el Op. 30 de Rachmaninov. Fue —y por mucho— el más maduro y seguro de los cuatro, pero, también, el que menos arriesgó. Le ganó la mesura y eso, obró en su contra.
En tercer término, Jorge Abinadi Martínez tocó el Op. 16 de Prokofiev. De haber habido transmisiones y poder consultarse las fases previas, nadie dudaría que, además de ser quien mostró tener más temperamento, sus interpretaciones de Bach en la primera ronda y de La Valse de Ravel y las Variaciones Corelli de Rachmaninov en la segunda, fueron decisivas para que obtuviera el primer lugar. A diferencia de Petrov, que no necesitaba participar siquiera para hacer carrera, él si necesita de este escaparate para darse a conocer. Ojalá lo aproveche.
Finalmente, Martha Bárbara Prado se mostró muy segura con el Op. 22 de Saint-Saëns, pero lo menos que requiere un concierto del que tanto se ha dicho que “inicia con Bach y termina con Offenbach” es ponerle más melcocha. Eso y sus movimientos innecesarios, la relegaron al tercer lugar.
Si impera la inteligencia en el 2024, y en tres años puede volver a realizarse el concurso, espero que los nuevos responsables lo lleven a cabo con la seriedad que se merece, porque, como dijo mi queridísimo Carlitos Carmona ante tanta ineptitud, “¡no pudieron lopezobradorizarlo más!”
FOTO: El pianista Aarón Abinadi Martínez Hernández, de 28 años, originario de Coahuila, fue el ganador del primer lugar en esta décima edición/ INBAL
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