Conjeturas sobre el cielo dividido
POR JAVIER GARCÍA-GALIANO
Autor de La silla de Karpov (2012)
En 1961, refiere Frederick Kempe en Berlín 1961, diversas empresas de la República Democrática Alemana se dedicaron a comprar alambre de púas a diferentes empresas de Gran Bretaña y de la República Federal de Alemania, las cuales les concedieron grandes descuentos por el ingente volumen de sus pedidos. La noche del sábado 12 al 13 de agosto de ese año, ese alambre de púas sirvió para cercar los 155 kilómetros de circunferencia de Berlín Occidental; como lo había anunciado Vladimir Ilich Lenin, “los capitalistas nos venderán la cuerda con la que los ahorcaremos”.
A veces, una palabra importa una amenaza. En aquel tiempo, la palabra Grenzgänger, el que cruza los límites, se volvió común para designar a aquellos que trabajaban en Berlín Occidental, donde los salarios resultaban mejor remunerados, y vivían en Berlín Oriental, donde la renta, los alimentos y eso que llaman “la vida” eran más baratos. Muchos alemanes del este, además, decidían consuetudinariamente abandonar la utopía socialista para mudarse a Alemania Occidental.
Walter Ulbricht, el dirigente que fundó la República Democrática Alemana, había estado en el frente de Stalingrado escribiendo y lanzando panfletos para intentar desmoralizar a los soldados alemanes; era bajo de estatura, mantenía una actitud rígida y tenía la voz aguda. “No había sido un tipo muy apreciado en su juventud y eso no mejoró con los años”, confesó alguna vez su amigo de toda la vida, Kurt Hager —combatiente comunista que se convirtió en el principal ideólogo del SED, el Partido Socialista Unificado de Alemania, al que algunos denominaban Partido Socialista Único de Alemania—: “era incapaz de entender un chiste”.
Según Kempe, “para Ulbricht, la lección que había que extraer de la Segunda Guerra Mundial (que había pasado fundamentalmente exiliado en Moscú) era que los alemanes se habían vuelto fascistas a la menor oportunidad. Ulbricht estaba decidido a no permitir que sus compatriotas volvieran a gozar de semejante libre albedrío, y por ello los obligaba a desenvolverse entre las inflexibles barreras protectoras de su sistema de represión, encauzado por una policía secreta mucho más sofisticada que la Gestapo de Hitler. Su objetivo vital había sido primero la creación y luego la salvación de un estado comunista de 17 millones de almas”.
Aunque en su mensaje de Año Nuevo de 1961 había perorado sobre el triunfo del socialismo, había alabado las colectivizaciones agrícolas y se había jactado de haber impulsado el crecimiento de Alemania del Este, incrementando su prestigio en el mundo, el miércoles 4 de enero, en la Grosses Haus, la Gran Casa, cuartel general del SED, se mesó la barba de candado para sostener ante los líderes del partido socialista que “Berlín Occidental está experimentando un boom de crecimiento. Los salarios de sus trabajadores y empleados han crecido más que los nuestros. Han sabido crear unas condiciones de vida más favorables y han reconstruido ya la mayor parte de la ciudad, mientras que la reconstrucción en nuestra parte sigue estancada”. El resultado, dijo, es que Berlín Occidental estaba absorbiendo la población de Berlín Oriental y que los alemanes del este con mayor talento se iban a estudiar a universidades de Berlín Occidental y a ver películas de Hollywood en los cines.
Ulbricht consideraba que el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov, era un hombre ideológicamente inconstante, intelectualmente inferior y personalmente débil. En cartas, en conversaciones arduas, en intrigas, en reuniones de la internacional socialista, Ulbricht insistió en la necesidad de detener el tráfico de Grenzgänger y refugiados a Occidente, que perjudicaba a la economía de la RDA, y persistió en la maquinación que había repensado largamente para impedirlo: la construcción de un muro que rodeara Berlín Occidental.
Las circunstancias parecieron propicias en el verano. Luego de reunirse en junio, dos días en Viena con el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy —que le confesó muy poco después al periodista escocés de The New York Times, James Scotty Reston: “Ha sido la peor experiencia de mi vida; me ha destrozado”—, Jrushchov se preparaba para el XXII congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y se detuvo en la cuestión alemana. A principios de agosto, en una reunión del Pacto de Varsovia, le preguntó a los líderes reunidos: “¿Qué implicaría la liquidación de la RDA? ¿Quieren tener al Ejército de Alemania Federal ante sus fronteras?” Estudió con detenimiento la proposición de Walter Ulbricht. El jueves 3 de agosto, se reunió con él en Moscú y le preguntó por el momento que consideraba oportuno para actuar. “Hágalo cuando quiera”, le dijo Jrushchov a Ulbricht, “podemos hacerlo en cualquier momento”. Ulbricht sugirió la noche del sábado al domingo 13 de agosto. “Jrushchov”, escribió Kempe, “comentó que el 13 se consideraba un número de mala suerte en Occidente y bromeó diciendo que ‘para nosotros y para todo el bloque socialista sería ciertamente un día de mucha suerte’.
“Jrushchov, el constructor del metro de Moscú, pidió conocer más a fondo los detalles logísticos de la operación. ¿Cómo pensaba actuar Ulbricht en las calles que había visto en el mapa detallado, en las que había edificios que daban por un lado a Berlín Este y el otro a Berlín Oeste.
“‘En las casas que tienen salida a Berlín Occidental, tapiaremos las salidas’, dijo Ulbricht. ‘En otros lugares, levantaremos barreras de alambre de púas. El alambre ya está preparado. La operación puede llevarse a cabo con gran rapidez’”.
La Operación Rosa, como se llamó secretamente la construcción del Muro de Berlín, no sólo se convirtió en un símbolo y marcó el devenir cotidiano de millones de personas, sino que ha deparado historias de intrigas políticas, redentores policiales, vigilantes obsesivos, sospechosos, delatores, encarcelamientos, organizaciones subrepticias, redes de espionaje, sabotajes, fugas riesgosas, que en ocasiones siniestras terminaban en la muerte en la frontera, y ha sugerido novelas y filmes cuya trama ha sido propiciada por ese complejo e incitante universo.
En los libros de Uwe Johnson, señalaba Hans Mayer, “faltan canallas, intrigantes, espías de película. Sus protagonistas son alemanes medios. Pero ellos son los que hacen que todo sea posible, en lo malo como en lo bueno, según el momento y la constelación. Por eso no se permiten más que instantáneas y conjeturas en torno suyo”. A ello atribuía que no pocos lectores de sus obras cerraran el libro, al pasar la última página, “con una vaga sensación de insatisfacción y desencanto. No es que se sientan estafados, pero sí irritados sin un motivo verdadero. Uno no puede fiarse de los personajes de Johnson. Lo que pasa es que la mayoría de los lectores no lo saben”.
Gerd Sommer recordaba que “en el otoño de 1956 nos trajo Tochen Ziem a casa, en Düsseldorf, a un atleta rubio que parecía venir de Islandia y procedía de Pomerania: era Uwe Johnson, un genio, estudiante en Leipzig con Mayer y Bloch. El joven con el acrocéfalo rebelde se aferraba a su pipa, trataba de atrapar tenazmente cada fragmento que se lanzaba en el debate, a sus 21 años había leído una gran cantidad de filosofía… Aventuraba tesis pertinaces, más tarde escribió una carta incomprensible y desapareció. Luego oímos que había hecho su examen y que no pudo alcanzar ninguna clase de trabajo en las instituciones culturales de la RDA, ni como lector ni como redactor. Le resultaba a la gente demasiado testarudo, un temperamento difícil, que no estaba hecho para permanecer sentado durante ocho horas en un despacho o en una oficina”.
Suele creerse que la única obsesión de Uwe Johnson es la Alemania dividida, las diferencias entre los alemanes del este y los del oeste, la manera en la cual se ven unos a otros y a sí mismos, el Muro de Berlín. Sin embargo, sus obras resultan conjeturales, como sus personajes, con los cuales el escritor a veces platica y, como, por ejemplo, Mutmassungen über Jakob (Conjeturas sobre Jakob) están hechos de diálogos, de monólogos ajenos, de recuerdos vagos, de certezas e incertidumbres. Quizá por eso sus personajes pueden parecer imprecisos como su memoria, que puede proceder de la lectura de The New York Times, como en Jahrestage (Días del año).
En ocasiones, también recurre a la narración tradicional, como en Zwei Ansichten (Dos miradas), en la que, según lo han escrito Ursula Heinze y Ramón Lorenzo, el punto de contacto entre los dos protagonistas, una enfermera de Berlín Oriental y un fotógrafo de Alemania Occidental, es el Muro de Berlín; “es lo que ambas esferas tienen en común, pero también lo que los separa. Las dos perspectivas no forman una historia única: quedan separadas, se ignoran y sólo convergen al final por el muro, por el pasado común, por la relación de los dos personajes y el posible futuro común”.
Hans Mayer advertía que era suficiente con sólo mencionar el nombre de Uwe Johnson “para que no pocas veces la conversación de lectores y críticos degenere en polémica. En seguida se forman los bandos que rehuyen todo compromiso. Los unos —entre ellos muchos escritores de la generación anterior y autores de un estilo literario convencional— lo tienen por falto de talento y por producto de managers. Otros ven en él a uno de los escritores más serios y originales del presente”.
Luego de deplorar la antinovela, en su conferencia “Situación actual de la novela contemporánea”, con la ironía certera que acostumbraba, ese lector compulsivo y sagaz que era Juan Rulfo aludía a El tercer libro sobre Achim: “Uwe Johnson, el más joven de los actuales escritores alemanes, es del mismo tipo que Grass, un poco cargado hacia la antinovela. Su obra se desarrolla en un velódromo: es la historia de unos corredores ciclistas y en toda la novela se está viendo cómo corren en el velódromo y el lector se pregunta: ‘¿A qué horas terminarán de correr?’ Y termina el libro y creo que todavía siguen corriendo. Uwe Johnson no se arriesga a escribir otra obra; sin embargo, no obstante su pesadez, la poesía de Johnson al describir el mundo de las personas que están en el velódromo es muy interesante”.
También Christa Wolf se detuvo obsesivamente en las historias reiteradamente cotidianas, pero únicas y dilacerantes, que se derivaron de la creación de dos estados alemanes, ideológica y políticamente contrarios. Tampoco renunció a la tentación de una trama amorosa ocurrida en un país dividido: Der geteilte Himmel (El cielo dividido). Pero sus libros representaban también el reflejo íntimo de la historia de Alemania desde los últimos años del terror nacionalsocialista. La suya intenta ser una crónica de las minucias, de lo aparentemente irrelevante, de la llamada gente común, y en ella se confunden la memoria, los hechos, los pensamientos rutinarios y la ficción. Confesaba profesar “horror al olvido, que, como he observado, se lleva consigo sobre todo la vida cotidiana, que tanto aprecio. ¿Adónde? A eso, al olvido. Una y otra vez me veo (y me veré) confrontada con ese inquietante fenómeno. Yo quise escribir para combatir esa incontenible pérdida de existencia”.
Inexorablemente, Christa Wolf se convirtió en un personaje de Christa Wolf. En Kindheitsmuster (Modelo de infancia) sus remembranzas parecen el principio del relato. No sólo por el nombre puede sospecharse que la protagonista de Nachdenken über Christa T. (Meditación sobre Christa T.), una elucubración acerca del individuo y la sociedad, es Christa Wolf. Su libro, Ein Tag im Jahr (Un día del año), escrito durante 43 años, se conforma del registro minucioso de un día de su vida, el 27 de septiembre de cada año, desde 1960 hasta 2000.
Ese personaje era asimismo un personaje de los periódicos, de los debates públicos, de eso a lo que le dicen “política”. En 1949 se afilió al SED, con el que se mantuvo crítica, pero fiel y del que abjuró en junio de 1989, poco antes del final del Muro, cuando confesó su esperanza de un nuevo comienzo del socialismo. En enero de 1993, el periódico Berliner Zeitung reveló que la “IM [Informelle Mitarbeiterin, colaboradora informal] Margarete” de la Stasi, la implacablemente dominante policía secreta de Alemania Oriental, era Christa Wolf. Creo recordar que, hacia 1992, el semanario Die Zeit publicó un artículo acerca de los nombres cifrados que elegían los informantes de la Stasi; se inclinaban por los de Hamlet, Ofelia, Fausto, Sigfrido; Christa Wolf eligió un nombre común.
* Fotografía: La escritora Christa Wolf abordó la condición de la Alemania dividida / EFE
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