Lo visible e invisible: la contaminación que nos aqueja
/
La contingencia ambiental que afectó a la Ciudad de México hace unas semanas, nos lleva a revisar el pensamiento de Paul Virilio, crítico de la tecnología y el urbanismo
/
POR SANDRA SÁNCHEZ
Claustrofobia. Siento claustrofobia. Desde mi ventana veo una nata espesa de humo que obstruye la vista de la construcción más cercana. Reviso los lugares a los que puedo huir, Guanajuato,
Toluca y Pachuca tienen niveles parecidos de contaminación. La madrugada del 15 de mayo de 2019 no pegué el ojo imaginando mil formas de escapar; era imposible. Ni tenía dinero para hacerlo, ni quería abandonar la Ciudad de México. Sentí una profunda tristeza muy particular. El asma, los ojos infectados y el cansancio hicieron pequeños estragos en la psique de millones de mujeres, hombres, niñas y niños que habitan esta gran metrópoli.
Poco a poco el humo se fue disipando. Una semana después, mientras buscaba libros en Aeromoto, una biblioteca pública especializada en arte contemporáneo en la colonia Juárez, escuché decir a un amigo que cuando en Barcelona se declaraba contingencia ambiental, en la Ciudad de México estábamos en condiciones “normales”. Al parecer las escalas de medición no son las mismas. Su comentario me dio vértigo y fui incapaz de googlear si lo que decía era verdad o era parte de las fake news que toda crisis trae consigo. La comparación entre la contaminación ambiental de las dos ciudades rondó por mi cabeza como lo hace un trauma; la imagen aparecía una y otra vez en los momentos menos esperados. Somos una especie condenada al fracaso histórico casi por convicción propia: vivir de lo contaminado por necesidad.
Al pasar de los días entendí que el humo tenía una cualidad particular: lo podía ver. Mis ojos se habían desestabilizado al no poder mirar el horizonte. El humo lo tapaba todo alterando mi percepción. En medio de la crisis, mi novio recordó un poema que recitó de niño y con el cual casi gana un concurso estatal. Perdió porque repitió dos veces un verso: “muerte a los contaminadores”. No recuerda el nombre del poema ni el nombre del autor, pero tiene muy presente la frase que lo alejó de la presea. La anécdota me hizo pensar en la imposibilidad que tenemos para incorporar la información. Desde niños sabemos que llegamos a un mundo contaminado, pero esa realidad parece ajena a nuestra cotidianidad.
Las noticias, los científicos, los artistas, las organizaciones no gubernamentales y el propio gobierno nos informan la grave situación ambiental que vivimos, nos invitan a reciclar, a usar menos el carro, incluso, a no consumir lo que no necesitamos; sin embargo, es difícil vivenciar la información. El humo fue una situación excepcional porque la información llegó a nuestros cuerpos, nos obstruyó la vista, nos produjo infecciones y ahí cambió la cosa. Dejó de ser “la contaminación” para convertirse en “nuestra contaminación”.
En el libro Ojos abatidos. La denigración de la visión en el pensamiento francés del siglo XX (Akal, 2007), Martin Jay hace un recorrido en el que explica cómo el ojo se convirtió en el portador de la verdad. A mí me gusta pensar en Juan Gabriel: “lo que se, ve no se juzga”. En nuestra época, la vista es un órgano privilegiado sobre los demás, el método científico tiene como principio fundamental la observación. No se trata aquí de subir el ojo al cadalso, sino de preguntarnos qué podemos hacer ante problemas que existen, pero que aparentemente son invisibles hasta que nos tocan de cerca.
Invisible
El filósofo Salvador Gallardo Cabrera dictó este semestre, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, un curso dedicado al pensamiento de Ernst Jünger y Paul Virilio, titulado “Del armazón técnico planetario a la colonización de lo vivo”. Me encontré con Gallardo Cabrera para entrevistarlo sobre la crisis ambiental que vivimos, ya que Virilio (quien falleció en septiembre del año pasado) es reconocido por su labor intelectual frente a temas tecnológicos, ecológicos y espaciales.
Ante el lugar común que dicta que la filosofía es una actividad inútil –es común que el estado negocie constantemente si la materia se debe impartir o no en bachilleratos–, Salvador Gallardo Cabrera explica que los conceptos (materia con la que trabaja el filósofo) nos permiten ver cosas que parecen invisibles o que no están ahí. “Los conceptos que alguna vez sirvieron para explicar cómo funcionaba el mundo en el siglo XIX han perdido vigencia, los conceptos que necesitamos ahora parten de una serie de problemas distintos. Se requiere la creación de nuevos conceptos para pensar las cosas”, explica.
Gallardo dice que para comenzar a pensar el problema de la contaminación tenemos que tener en cuenta los cambios que se han dado en nuestra relación con la naturaleza. “Un filósofo como Michel Serres crea un concepto y dice ‘necesitamos un nuevo contrato natural‘. Hasta el siglo XIX la naturaleza era mucho más potente que todos los hombres reunidos, los hombres vivían tratando de ganarle la batalla a la naturaleza, como en la filosofía de René Descartes. Eso cambió con la revolución industrial y el hombre se convirtió en equipotente de la naturaleza. Se ha desbalanceado ese equilibrio fugaz; ahora el hombre somete completamente a la naturaleza”, enfatiza.
El contrato social, planteado por Jean-Jacques Rousseau, tiene que dar paso a un contrato natural. ¿Cómo generamos un nuevo equilibrio ahora que hemos contaminado la atmósfera y los mares? Gallardo Cabrera propone pensar en nuevos modos de vida que contengan los excesos a los cuales estamos acostumbrados y que no siempre son visibles inmediatamente. No podemos mirar el daño atmosférico, pero sabemos que existe.
Paul Virilio, contemporáneo de Michel Serres, destapa otro tipo de contaminación que parecía oculta o inexistente. Virilio se da cuenta de que las tecnologías han estrechado las distancias de las escalas naturales, es decir, de nuestros cuerpos en relación con el exterior. Por ejemplo, ya no es necesario movernos para consumir, con un clic puedes hacer que te traigan el supermercado o una variedad amplia de productos a la casa; con otro clic abres el portal de noticias, ya no tienes que caminar al puesto de periódicos.
“Para Virilio no sólo nos encontramos ante la contaminación del ambiente, también vivimos una polución gris: la polución de las distancias, de las escalas naturales. Ahí la filosofía abre un camino inédito. Virilio se da cuenta de que la interactividad de las teletecnologías es angosta y cierra el mundo. Suprimir las distancias en el mundo nos está matando de otra manera. Se quebró el equilibrio entre los cuerpos y la velocidad, ahora la velocidad va por un lado y por otro van las trayectorias de los cuerpos. Lo vemos en nuestros modos ensimismados de trabajar con los teléfonos celulares, las tabletas, etc. Los problemas tienen que ver con miles de millones de niños que no encuentran espacio en el mundo y viven ensimismados en sus aparatos tecnológicos. Eso es un modo de contaminación que nadie había visto”, explica Gallardo.
El filósofo mexicano dice que Virilio puede llegar a esas ideas porque hace una propuesta distinta a partir de elementos comunes: la instantaneidad de la tecnología supone acabar con los espacios y con la distancia. El poeta René Char ya lo había anunciado: “suprimir la distancia, mata”. Virilio toma las palabras del poeta para acompañar sus propias propuestas. En este contacto se hace evidente el modo en que trabaja la filosofía contemporánea; su quehacer ha abandonado el sueño romántico que revela el mundo, dando paso a un trabajo interdisciplinar que sirve para comprender las cosas del mundo (tanto las visibles como las invisibles).
Las preguntas de la filosofía abren un espacio que no está cartografiado, dice Gallardo. Añade que además de la polución gris, Virilio trabajó otros conceptos como el mundo forcluido, “con las teletecnologías el mundo se cierra y la velocidad ocurre en el interior de los cuerpos”, explica.
Cada concepto está conectado con otros y propicia la producción de neologismos que dan cuenta de las circunstancias en las que nos encontramos. “Los conceptos surgen en una especie de ambiente conceptual y generan redes de relaciones entre ellos. Me parece que el signo de un gran filósofo es que sus conceptos generan estas redes de relaciones”, puntualiza.
La polución gris y el mundo forcluido conviven con un concepto más, la intraestructura. “Virilio quiere decir con ello que estamos trabajando en la intraestructura del cuerpo humano, a partir de afianzadores como las pastillas del mundo farmacéutico que funcionan en nosotros como disparadores de conductas. Estamos trabajando ya dentro de los cuerpos a grandes velocidades. Vivimos sometidos a los aparatos, a sus horarios, a sus relaciones, a la instantaneidad que cada vez nos norma más. Otro ejemplo: el cambio de los horarios, el horario de verano, no es otra cosa que el ajuste de nuestras vidas a un sol bursátil”, argumenta Gallardo Cabrera.
Así como no podemos ver a simple vista si nuestros alimentos o nuestra agua están contaminados, tampoco podemos darnos cuenta de toda la contaminación que producen las nuevas tecnologías. Los conceptos presentados en este texto apenas introducen al pensamiento de un escritor tan importante en este campo como Paul Virilio, la invitación es visitar directamente su pensamiento. Existen traducciones al español como El arte del motor: aceleración y realidad virtual (Manantial,1996) o El cibermundo, la política de lo peor: entrevista con Philippe Petit (Cátedra,1997). También podemos encontrar las reflexiones de Gallardo Cabrera en publicaciones como Sobre la tierra no hay medida (Libros del Umbral,2008) y en La mudanza de los poderes. De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control (ALDVS,2011).
No me gustaría que este texto se leyera como un manual o un escrito moral. Aquí no hay regaños, hay urgencia. Miro por la ventana y parece que la contaminación ha disminuido, puedo ver la Torre Latinoamericana marcando las horas sin ningún problema. Sin embargo, que la contaminación no se vea no significa que no esté ahí. Que nuestros celulares nos permitan maravillas para comunicarnos no significa que no tengan efectos nocivos (la luz que emanan quita el sueño, por ejemplo). Cada uno vive su vida como mejor puede, en este texto no hay una demanda de regulación, sólo una invitación a ver con otros sentidos y a palpar con el entendimiento los diferentes tipos de contaminación que existen. La agencia que cada quien quiera asumir frente al problema se debate en la intimidad de las reflexiones propias.
ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega
« El Sinaia y el humor: 80 años del exilio en México Fenomenología de la mentira »