Contra el desmantelamiento del SNCA
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Esta es una reflexión acerca de las polémicas del Fonca en la nueva administración de la Secretaría de Cultura /
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POR EDUARDO HURTADO /
El Sistema Nacional de Creadores de Arte ha sido, desde su fundación, un blanco de cuestionamientos, recelos y acusaciones. Entre sus detractores más hostiles destaca un número importante de artistas que no han logrado nunca obtener un apoyo, a pesar de haberlo solicitado de forma reiterada y de cumplir con el perfil que las convocatorias demandan. Otros actores también dejan ver un disgusto radical: críticos de arte, académicos, periodistas y, hay que decirlo, aspirantes cuyas posibilidades de recibir un estímulo son escasas, cuando no nulas, por carecer de los requisitos indispensables. Entre los señalamientos más comunes contra la institución hay dos estrechamente vinculados: que se ha convertido en patrona de unos cuantos creadores, y que esos pocos empeñan su libertad para conseguir los favores del Ogro.
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Estos y otros reclamos, acompañados de prejuicios muy extendidos (como aquel que coloca el arte en el rubro de los hobbies y a los artistas en el de “sujetos sin trabajo”), han pasado a formar parte del discurso de la burocracia cultural de la 4ta Transformación, que se obstina en desmontar las instituciones creadas en las últimas décadas por las comunidades artística y científica. Para hacer que el Estado mexicano reconociera su obligación de apoyar estos sectores sin condicionar su autonomía, varias generaciones de intelectuales, hombres de ciencia y artistas, lograron articular un discurso razonable y sólido. El Fonca (un fondo de apoyo a la cultura y las artes con cobertura nacional, del que dependen el SNCA y una gran diversidad de programas), el Fonart, el Sistema Nacional de Investigadores y el Conacyt son ejemplos de este esfuerzo. En realidad, el gobierno dejado ver desde temprano el propósito de renunciar a su deber de fomentar y difundir todas las expresiones de la cultura, bajo una excusa inaceptable: que “las prioridades son otras”. Desde su peculiar perspectiva, es más urgente entregar dinero a los jóvenes de forma indiscriminada que invertir en arte y ciencia, es decir, en educación.
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El SNCA no ha sido impecable. En sus tres décadas de existencia ha registrado casos flagrantes de inequidad y falta de ética. De cara al futuro inmediato, la institución enfrenta dos grandes retos: lograr que los estímulos alcancen a un número mayor y más diverso de creadores, y diseñar mecanismos para que las obras de los artistas beneficiados lleguen a más personas en todo el país. Esta última labor no depende, en lo esencial, de los creadores: le corresponde al Estado hacer más extensivos y eficientes los programas de difusión. Ningún artista está obligado a crear para compensar carencias y rezagos de grupos específicos. Los apoyos del Estado no pueden ni deben condicionarse a postulados tan probadamente contrarios al libre ejercicio del arte como “impacto social”, o “asequible para las comunidades”. La retribución social del artista está, antes que nada, en sus obras. Colaborar o no en proyectos con determinado enfoque social es decisión de cada creador. No es propio de gobiernos democráticos condicionar sus obligaciones con requerimientos de este tipo.
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Posibilitar que más artistas tengan acceso a los beneficios del SNCA es una tarea inaplazable. No hay que olvidar, sin embargo, que el objetivo de este sistema no es formar creadores: para cumplir con este fin existen otros programas. La función central del SNCA es apoyar a los artistas con una trayectoria sólida, por lo que está obligado a evaluar a los solicitantes a través de los más altos parámetros de calidad. Es cierto: no siempre los beneficiarios responden al perfil trazado en las convocatorias. Es preciso, entonces, ajustar los métodos de selección existentes para evitar que esto ocurra. No obstante, rebajar la exigencia de calidad para quienes solicitan un estímulo desvirtuaría uno de los objetivos medulares de la institución: que quienes reciben los apoyos estén probadamente capacitados para legarle a la sociedad obras del más alto nivel.
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El SNCA opera a través de convocatorias abiertas. Para obtener un apoyo hace falta aportar evidencias de una trayectoria destacada y sostenida. Desde hace varios años, los responsables de valorar las propuestas son creadores de la misma disciplina y especialidad que los solicitantes (los novelistas evalúan a los novelistas, los arquitectos a los arquitectos, etcétera). Son los pares de quienes se postulan los que determinan a quiénes se otorgan los estímulos. Los jurados se nombran mediante un procedimiento de insaculación y se renuevan anualmente. En cada grupo dictaminador intervienen tres creadores, lo que amplía el abanico de criterios implicados en las decisiones colegiadas.
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Para sostener que el SNCA es una especie de cofradía hace falta desconocer su estructura. Por la institución han pasado varios cientos de creadores de todas las disciplinas. En su seno han coincidido artistas con ideas estéticas diversas, a menudo antagónicas. Contra lo que algún funcionario sostuvo hace poco de forma injuriosa, el sistema elige a sus miembros sin distinción de género, preferencia sexual, posición política, raza o clase social.
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Es cierto, en cambio, que en el Fonca no han faltado los expertos en pedir y obtener estímulos de diferentes programas, hasta hacer de esta actividad un modus vivendi. Es necesario que la institución establezca reglas precisas para erradicar a los profesionales de las becas. Pero es falso que existan beneficiarios permanentes en el SNCA. Este organismo entrega estímulos por tres años, transcurridos los cuales el creador está obligado a esperar dos, antes de poder solicitar su reingreso. Además, el reingreso no se otorga de manera automática: el postulante debe volver a presentar su documentación completa, acompañada de un nuevo proyecto, cuyo dictamen se pone en manos de un jurado obligatoriamente distinto al que evaluó al creador en convocatorias previas.
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En cuanto a los rendimientos objetivos del SNCA, se puede afirmar, con base en números concretos (y más allá de la consideración que pueda brindarse a los “valores intangibles”, tan ponderados hoy en día), que son satisfactorios. Para probarlo bastaría hacer el inventario de novelas, cuadros, coreografías, piezas teatrales, series fotográficas, documentales, etcétera, realizados con sus apoyos. “Esta obra se hizo con un apoyo del SNCA”: la leyenda tiene una lectura que algunos prefieren ignorar: “Esta obra se llevó a cabo gracias al apoyo de los mexicanos.” Entre las creaciones realizadas gracias a este sistema, muchas se han ganado la preferencia de la gente, no solo por su valor estético sino por su actitud rebelde ante toda forma de imposición y su crítica, explícita o implícita, de gobiernos, iglesias, medios de comunicación y otros poderes. Los creadores saben que los estímulos no provienen, en sentido estricto, ni del Estado ni de sus burocracias, sino de la sociedad. El SNCA no condiciona la independencia de los artistas. Por el contrario: contar con el mayor tiempo posible para dedicarse a un oficio representa, para cualquier creador, la más preciada de las libertades, sobre todo en países donde las alternativas de trabajo para los artistas suelen ser restringidas y casi siempre ajenas al ejercicio de su vocación.
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En el campo económico, lo saben incluso los especialistas más pragmáticos, el arte juega un papel relevante. El desarrollo de las actividades artísticas, en buena medida alentado por el SNCA, ha contribuido a mejorar de manera sensible la imagen de nuestra nación en el extranjero. Aunque desde luego no excluye las realidades más dolorosas y oscuras, esa imagen actúa como contrapeso de la visión negativa que, hoy por hoy, gravita sobre un país secuestrado por el crimen y el narcotráfico.
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La estructura del Sistema Nacional de Creadores de Arte tiene mucho que ver con sus mayores logros. Se trata, como se ha visto, de una composición bipartita: por un lado, la burocracia responsable de las operaciones administrativas; por otro, los creadores que, además de llevar a cabo sus proyectos y ofrecer por todo el país cursos, talleres y conferencias para cubrir, sin ningún pago, sus obligaciones de retribución social, cumplen con la tarea de participar en la selección de nuevos integrantes. Ser miembro del sistema conlleva el deber de llevar a cabo varios trabajos. Ninguno se hace a cambio de 100 pesos la hora. Todos tienen una repercusión necesaria y positiva en la sociedad. Por lo demás, y este es un logro digno de admiración, los funcionarios no tienen voto en los procesos de otorgamiento de los estímulos, lo que minimiza la posibilidad de que las burocracias en turno hagan un uso faccioso de los programas.
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En cuanto a las tareas de retribución que asume el artista al firmar un contrato con el SNCA, consisten esencialmente en impartir un número preestablecido de horas de talleres, cursos, conferencias y charlas en diferentes lugares del país. Es un acierto que sean precisamente los creadores con mayor trayectoria y reconocimiento quienes hablen, frente a públicos muy diversos y ante artistas que empiezan a formarse, del oficio que los ocupa. Su aportación no puede compararse con la enseñanza de nociones teóricas, inevitablemente sesgadas, que el gobierno actual quiere poner en manos de brigadas de “gestores” con un costo varias veces millonario. Brigadas que, dicho en plata, estarán compuestas por personas formadas en oficinas de gobierno y que, a juzgar por el discurso de los funcionarios responsables de diseñar y anunciar este programa, llevarán a las comunidades una visión del arte unívoca y simplista. El riesgo de la idea es evidente: el uso del arte como herramienta de propaganda.
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El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, especialmente a través del Sistema Nacional de Creadores, tiene la oportunidad de darle un sentido distinto al proyecto, necesario y admirable, de llevar el arte y la cultura a cada rincón del territorio nacional. Fonca y SNCA pueden, si lo que de verdad les importa es llevar ideas y obras a la gente, ampliar la estructura existente y organizar una auténtica empresa de difusión. Podría formarse, con menos recursos que los presupuestados para retribuir a gestores y voluntarios, aunque no a cambio de limosnas, un órgano que reúna a los creadores del país, miembros o no del SNCA y del Programa Jóvenes Creadores, para que sean ellos quienes, de manera libre y organizada, con propuestas surgidas de la experiencia viva, compartan una visión diversa y dinámica de su labor, ajena a cualquier doctrina oficial. Desde luego, a cambio de una paga digna, que tome en cuenta el largo proceso de aprendizaje y las muchas horas de trabajo que todo creador invierte para merecer ese nombre.
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El verdadero artista, se suele afirmar, hará su obra con o sin estímulos. ¿Cómo responder a este pronunciamiento que, teniendo un fondo de verdad, utilizan de manera tendenciosa algunos funcionarios, enemigos de los apoyos y amigos de las dádivas y los tratos clientelares? Crear es, para el poeta, el músico, el escultor, el actor o el cineasta, una necesidad a la que no es posible renunciar. Para satisfacerla, muchos han recurrido al mecenazgo de los poderosos del momento: reyes, condes, comerciantes, políticos y empresarios. Otros se han visto obligados a ejercer los más diversos trabajos y así, a salto de mata, han llevado a cabo una obra. Al final, muchos han recibido el homenaje póstumo de quienes los ignoraron en vida. En México, durante los últimos años, estímulos como los que otorga el SNCA han abierto para miles de artistas la posibilidad de crear (cosa que, en efecto, habrían hecho de todas formas, contra viento y marea) en condiciones menos arduas y más decorosas.
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La 4ta Transformación anuncia una “refundación” del Fonca y el Sistema Nacional de Creadores de Arte, que la burocracia en turno no ha sabido o, peor aún, no ha querido describir con claridad. Si se le hinca el diente al nebuloso discurso utilizado, se puede concluir que el verdadero designio es el desmantelamiento. Para justificarlo, la gran mayoría de los funcionarios encargados de llevarlo a cabo hablan de injusticia, discriminación y abusos. En su afán de darle algún sustento a las acusaciones presentan datos distorsionados o abiertamente falsos. Y lo peor: en un intento impúdico de criminalizar a cientos de creadores, altos mandos de la Secretaría de Cultura y el Fonca han insistido en exhibir como malhechores a los beneficiarios de unos estímulos que el Estado tiene la obligación de entregar. Las declaraciones de Edgar San Juan, el impresentable subsecretario de Desarrollo Cultural, delatan su idea militante y sectaria del arte y los creadores. Esto lo descalifica como interlocutor. Reclamar su renuncia es, me parece, un deber moral de la comunidad cultural.
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Los nuevos responsables de administrar el Fonca no se han dado tiempo para realizar un análisis detenido y objetivo de la institución, mucho menos para presentar ante la comunidad a la que en teoría sirven un diagnóstico y un plan de trabajo. Las consultas que se han puesto en marcha estos días no han conseguido incorporar a un número representativo de creadores a la discusión y la toma de decisiones. Es evidente, en cambio, la presencia de personeros que se hacen pasar por artistas para presentar “planes de acción” que la Secretaría de Cultura y el Fonca ya han decidido imponer, y que los funcionarios que presiden las mesas anotan como aportaciones colectivas. De antemano, estas supuestas consultas no tienen la menor posibilidad de arrojar un resultado confiable, porque no hay un proyecto real y estructurado a debatir. En los hechos, ninguno de los principales actores del sector cultura ha planteado una postura institucional a las inquietudes y demandas de los creadores del país. Lo que sí han dejado ver, más por torpeza que por vocación de claridad, es la intención de poner en marcha un método que le abriría las puertas a un uso clientelar del Fonca, en especial del SNCA: el otorgamiento discrecional de apoyos cuyo monto y temporalidad estaría en manos de la burocracia.
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El SNCA no requiere una refundación: necesita, eso sí, darle cabida a más creadores mediante formas de evaluación que contemplen, por encima de cualquier otro criterio, la calidad de la obra de cada postulante. Pero hay algo más que la institución debe exigir con urgencia: un presupuesto que tenga en cuenta la importancia del arte en la construcción de una sociedad sana, y que permita incrementar el número de estímulos. Mientras la asignación de recursos destinados a la cultura tenga un valor secundario para el gobierno en turno, la verdadera democratización del SNCA será imposible.
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FOTO: Presentación del grupo Seña y Verbo-Teatro para sordos, de la obra De color pájaro en 2010. Esta compañía ha sido apoyada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. /Archivo EL UNIVERSAL
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