Contra el fascismo
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De visita en México para presentar su nuevo libro, el filósofo holandés habla sobre los nuevos brotes fascistas —con apariencia de populistas— que están surgiendo en el mundo. Apoyándose en los clásicos de la filosofía y la literatura, el director del Instituto Nexus advierte que nuestras democracias están en crisis y que nuestras sociedades padecen una profunda crisis cultural. Habrá que comenzar por nombrar las cosas por su nombre, dice, y por devolverle a la palabra cultura su sentido original
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POR GERARDO LAMMERS
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Cuenta Rob Riemen (Holanda, 1962) en Para combatir esta era (Taurus, 2017) que en 1940, en plena guerra mundial, Thomas Mann, quien ya había escapado de la Alemania nazi, fue a Los Ángeles a dar una conferencia. “Déjenme decirles la verdad”, advirtió el autor de La montaña mágica a la concurrencia. “Si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”.
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“El fascismo”, escribe Riemen citando una declaración de Camus y Mann fechada en 1947, “es un fenómeno político que no ha desaparecido con el fin de la guerra y que pervive como la politización de la mentalidad del rencoroso hombre-masa. Es una forma de política empleada por los demagogos, cuyo único móvil es la ejecución y ampliación de su poder, para lo cual explotarán el resentimiento, señalarán chivos expiatorios, incitarán al odio, esconderán un vacío intelectual debajo de eslóganes e insultos estridentes, y convertirán el oportunismo político en una forma de arte con su populismo”.
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De visita en la Ciudad de México, y acompañado de su esposa Eveline, confiesa que no sólo vino a presentar su libro. “Hemos descubierto qué gran cultura es la mexicana, no teníamos idea. Esta extraña ciudad, mezcla de tráfico vehicular con los más bellos y viejos edificios. La música linda de los restaurantes. En nuestra experiencia México es un lugar muy europeo”.
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Director del Instituto Nexus, con sede en Breda, Holanda, foro independiente fundado en 1994 para fomentar el debate filosófico y cultural y la reflexión intelectual, Riemen es un filósofo que cree que el fascismo en un virus que debemos mantener a raya y que la sabiduría contenida en las humanidades —y no la ciencia ni la tecnología— es el único conocimiento que puede aportar una verdadera comprensión del corazón humano, antídoto contra esta enfermedad que nunca se podrá erradicar por completo.
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Su libro es, además de una diatriba (“las élites del poder son, en sí mismas, la crisis”), una invitación para leer y releer a los clásicos de la filosofía y la literatura (de Platón y Sócrates a Spinoza, Kierkegaard y Nietzsche; de Shakespeare a Dostoievski, Tolstói, Kafka, Musil y Mann, entre otros, sin dejar de lado a poetas como Rilke, Celan y Valéry) e incluso un viaje en la búsqueda de la princesa Europa y su ideal de civilización.
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“Estoy muy contento y sorprendido por el interés que este libro ha suscitado. Me parece que México se está convirtiendo en un lugar muy interesante para el futuro del humanismo europeo. Aquí ustedes tienen que encontrar el balance, el equilibrio”, comenta Riemen, refiriéndose a la hostilidad del gobierno de Trump hacia México y al vacío que se vive en Europa.
“No me sorprendería si aquí se produjera un renacimiento cultural intelectual”, dice Riemen, sentado en la cafetería de la librería Rosario Castellanos, donde tiene lugar esta entrevista.
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Cuando se habla de fascismo normalmente se piensa en Hitler y Mussolini. Sin embargo, ¿cómo debemos entender el fascismo hoy en día?
Bueno, no debemos olvidar a Franco. Ni a Pinochet y Videla, para hablar de fascistas clásicos de este continente. Es muy importante entender las razones por las cuales la gente no quiere aceptar oír sobre el regreso del fascismo, y por las cuales prefiere llamarlo populismo —sin saber bien a bien lo que esto quiere decir—. Si hablamos de Hitler y Mussolini pensaremos en esos monstruos que fueron responsables de cosas terribles en la historia de la humanidad, ¿no es así? Pero si vamos un poco más atrás nos daremos cuenta que Hitler fue durante mucho tiempo un político muy respetado, anfitrión de los Juegos Olímpicos; que Mussolini fue aplaudido en Estados Unidos; y que el fascismo, incluso en Inglaterra y en otras partes, fue un fenómeno aceptado. La mayoría de Francia fue fascista. También España. Y no debemos olvidar el hecho de que millones y millones y millones de personas no les temían ni a Hitler ni a Mussolini ni a Franco. Literalmente el fascismo era un fenómeno muy popular. Tampoco debemos de olvidar que en Alemania Hitler llegó al poder a través de un proceso democrático. Debemos entonces revisar la historia. Cuando hablo del retorno del fascismo no me estoy refiriendo al retorno del nazismo, que es algo diferente. El fascismo que describo es esta enfermedad política, inherente al cuerpo político de la democracia de masas. Fue por esto que Camus y Mann ya en 1947 decían que no cometiéramos el error de creer que el fascismo había desaparecido. Por eso cito al comienzo de mi libro la obra de Camus [La peste]. Pueden pasar los años, pero la peste puede regresar. Y es lo que estamos viviendo ahora.
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En su libro cita a Ortega y Gasset, que escribió sobre la sociedad de masas. Algo que creo que hemos olvidado, y usted lo advierte en su libro, es que vivimos una democracia de masas, que en realidad no es democracia.
Una verdad evidente para todos es que las cosas que de verdad importan en la vida nunca están dadas de por sí. Si alguien te ama y tú amas a esa persona, no puedes garantizar que ese amor durará para siempre. Si eres una persona saludable, no puedes dar por hecho que estarás sano para el resto de tu vida. El amor, la amistad, la salud no están dados de por sí. Hay que cuidarlos, hay que protegerlos, hay que trabajar por éstos. Lo mismo puede decirse de la libertad y la democracia. Que ahora vivamos en democracia no quiere decir que la tendremos siempre. Que ahora seamos libres no quiere decir que siempre lo seremos. Estamos tratando con el mundo de los valores espirituales y éstos requieren de una protección y un entendimiento constante. Ser libres, que es de lo que Sócrates y Spinoza hablaron, implica responsabilidades. Somos responsables de nuestra propia vida, de nuestras decisiones y es nuestra obligación hacer de nuestras vidas lo mejor que podamos y tratar de ser buenos seres humanos. No es fácil. Igual con la democracia. La democracia, como lo refiere Platón en La República, puede suicidarse. Cuando la gente comienza a malentender la libertad, cuando se empiezan a tomar licencias e indulgencias, puede venir una tiranía. Cuando un líder pretende decirnos lo que tenemos que hacer. Cuando aparece la figura del caudillo. Esto es lo opuesto a la democracia. La democracia es una cosa importante y a la vez difícil. Es maravillosa y hermosa la idea de que todos debemos ser libres, de que todos tenemos derechos a vivir con dignidad. ¿Y qué debemos esperar del Estado? Protección, seguridad, salud, que no haya pobreza; un fondo para los que no tienen trabajo. Porque tenemos el derecho a existir. Ésta es la esencia del bien común, de nosotros como sociedad. Creamos nuestra propia vida enfocándonos y basándonos en principios morales. Es un esfuerzo continuo. Ortega y Gasset fue uno de los primeros en describir, junto con Hermann Broch y otros, la paradoja de la democracia: que preferimos ser felices a ser libres, como queda claro en las obras de Dostoievski. Ésta es mi descripción de lo kitsch en la sociedad: todo mundo quiere ser feliz, todo tiene que ser bonito, cool, fácil, sexy, olvidándonos de los fundamentos. En vez de que vivamos los valores morales y espirituales, vivimos la vida de los deseos. En la sociedad de masas donde las personas ya no son seres humanos, la sociedad está guiada por deseos, miedos, odios, sufrimientos. Más emociones, más juegos, más entretenimiento. Pero ahora la sociedad está siendo golpeada por la crisis: no podemos tener todas estas cosas; no podemos tener un auto nuevo o lo que sea. Entonces nos encontramos con comentarios como: “esa gente se está robando mi trabajo”, “¿quiénes son esas personas y qué están haciendo aquí?”, “alguien es responsable de mi propia miseria”. Entonces llega un nuevo líder, un nuevo mesías, y nos dice: “Eso que te está pasando está ocasionado por todas esas personas, esos judíos, esos mexicanos, esos negros. Hay que darles una patada y regresarlos al lugar de donde vinieron y todo volverá a estar bien”. Es lo que está pasando en Rusia, Hungría, Estados Unidos y en todas partes. Éste es el proceso que siempre concluye en una sociedad fascista. Así que lo primero que tenemos que hacer es luchar contra esa negación de que no hay fascismo, sino sólo populismo. Contra eso de que: “Bueno, ok, no es algo placentero pero es relativo, a quién le importa”. Tenemos que reconocer el hecho de que no estamos viviendo en democracia. Claro que la clase política no quiere que oigamos esto, ¿verdad? Porque ellos tienen posiciones, privilegios.
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¿No estamos viviendo en democracia?
Vivimos en una democracia de masas, pero los poderes reales de propaganda, los comerciales, los financieros, son los verdaderos poderes. Y la clase política maniobra para tener una cierta posición para beneficiarse. De aquí es donde proviene la corrupción. Tenemos que regresar a nuestra democracia. Sólo entonces podremos detener el fascismo.
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Hace varios años que en México se habla, más que sobre fascismo, de los peligros del populismo. ¿Cuál es la diferencia entre fascismo y populismo?
Primero que nada, sí hay una diferencia. No puedo hablar de la sociedad mexicana porque no la conozco. Pero sé lo que está pasando en Estados Unidos. Bernie Sanders y Donald Trump fueron llamados “populistas”. Diría que Trump es un fascista y Sanders, sí, tiene algo de populista: es muy carismático y supo cómo presentar sus ideas. Olvidemos a Hillary Clinton y centrémonos en este tipo de populismo. Tenemos que entender que en democracia la política es un arte. ¿Roosevelt y Churchill fueron santos? No. ¿Cometieron errores graves? Sí. Pero supieron cómo maniobrar y lograr que las cosas se hicieran. Mi problema con los políticos populistas es que mucho de su atractivo está ligado a que se presentan como mesías, como nuevos redentores. Así es como Chávez se presentó a sí mismo. Lo mismo Maduro y Castro. Se hicieron pasar por figuras religiosas. Por favor, mantengamos separada la política de la religión, ya que si no lo hacemos estaremos suscribiendo siempre un desastre. Miremos muchas de nuestras revoluciones. La política no es una religión y no hay lugar para mesías. En el cristianismo Jesús no persiguió un fin político. “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, dijo. Cuando el populista se presenta como el nuevo redentor estamos ante un mentiroso. La gente honesta, que usa sus propias capacidades para buscar el bien común, se da cuenta de la complejidad, de los diferentes intereses que existen. En las democracias hay discusión y paso a paso se avanza en la consecución de una mejor sociedad, creando las instituciones que la democracia necesita para proteger el estado de derecho.
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¿Entonces la diferencia entre fascismo y populismo es muy tenue?
El fascismo no tiene agenda. Los fascistas usan el populismo para tener a las masas detrás de ellos. En la cultura fascista alguien como Trump sólo está interesado en proteger sus propios intereses y nada más. Mientras que el populista aún tiene alguna idea: quiere hacer que la sociedad vaya hacia delante, pero guarda en ello una mentira.
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¿Califica Donald Trump como un fascista según sus parámetros?
Sí. Él cuenta con todas las características. Se presenta a sí mismo como alguien que no forma parte del mundo de la política y nos va a salvar; apela a los peores instintos de la gente: explota el odio. Es el mayor mentiroso profesional de los tiempos recientes. El arte de mentir es esencial en toda forma de fascismo. Él necesita de chivos expiatorios. No tiene ideas sobre Estados Unidos. Representa el fenómeno del “gran macho”. Los peores fascistas en la Casa Blanca, el fascista judío y el fascista católico están allí: Stephen Miller y Steve Bannon. Ellos son las mentes maestras. Alguien como Trump está manejado por, diría, un deseo fascista, pero él no tiene ideas propias. “Nosotros te damos las ideas, Donald, para satisfacer tus deseos”, parecen decirle Miller y Bannon. “Para hacerte más rico, para hacerte más poderoso”. Su agenda es totalmente fascista.
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En México pasa un fenómeno curioso: desde hace algunos años algunos partidos políticos acusan de populista a un candidato de la izquierda, siendo que éstos, los que lo atacan, buscan de igual manera el poder por el poder mismo, lo que, de acuerdo a su libro, los calificaría a ellos también como populistas. ¿Ha notado usted este fenómeno?
Ocurre lo mismo en Holanda. Antes que Trump, en Holanda apareció Geert Wilders, un fascista clásico. La clase política holandesa lo señala como un populista. “Y si nosotros decimos que él es un populista, eso quiere decir que nosotros no lo somos”. Todos estos políticos de nuestros días son populistas. Todos. Miremos al Partido Demócrata en los Estados Unidos. Miremos al Senado. Nadie de ellos tiene ideas. Desafortunadamente nuestras democracias se han convertido en instrumentos para gente extremadamente mediocre. No leen libros. No pueden escribirlos. Y debido a ciertas maniobras se convierten en presidentes, ministros o lo que sea. No son necesariamente malas personas, pero se trata, sí, de gente muy mediocre. Ven las noticias de la televisión, leen una página o dos del periódico, pero nunca ningún suplemento, de manera que no leerán esta entrevista, y actúan siguiendo el criterio de cómo pueden mantener su posición de poder. Ésta es una vieja historia. Hermann Broch escribió sobre esto en Los sonámbulos: cómo llegamos a un mundo en donde los valores han declinado, en el cual cada grupo sólo está interesado en su propio beneficio. No hay una responsabilidad común.
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“¿Por qué la democracia social está desapareciendo casi en todas partes? Porque la izquierda ha abandonado sus ideas. Estúpidamente, la izquierda abrazó el posmodernismo. La clase política y el mundo académico están desprovistos de ideas. Los académicos en la actualidad sólo están pensando, a lo mucho, en hacer notas de pie de página. Tenemos un gran vacío y el deseo de formar parte de algo, de no sentirnos solos. Lo opuesto de la democracia, basada en el principio de que somos seres humanos críticos.
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Riemen dice que se sabe un truco para probar el valor real de una persona: quitarle el título con que ésta se presenta.}
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“Nelson Mandela no necesitó el título de presidente para ser un gran hombre. Ni Mahatma Gandhi no necesitó de ninguna posición política. ¿Qué quedaría de todas estas gentes si les quitáramos su título? Nada, porque no tendrían nada qué decir. ¿Podemos culparlos? No realmente, porque nosotros creamos esta sociedad que no está interesada en la gente con carácter. La gente con carácter constituye una amenaza porque es demasiado crítica. No habrá muchos de éstos en las universidades, ni en los medios. Amamos estar rodeados por gente mediocre”.
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En oposición al fascismo, usted propone el rescate del proyecto humanista europeo. ¿Considera que como occidentales que nos decimos los mexicanos, los latinoamericanos, deberíamos sentirnos también europeos, considerando que el proyecto europeo es resultado de la herencia de las tradiciones judeocristiana y grecolatina?
Sí, claro. Pero esto no tiene que ver con una posición eurocentrista (…). El humanismo europeo tiene fuertes raíces religiosas, pero trata acerca del hombre. La noción entera de democracia proviene del humanismo europeo.
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Riemen, que estudió Teología en la universidad holandesa de Tilburg, dedica un momento a hablar de la gran contribución del judaísmo y el cristianismo al progreso moral de la humanidad: reconocernos iguales. Y a continuación hace un repaso histórico que pasa por la Edad Media, las repúblicas italianas, Maquiavelo, Locke, hasta llegar a las revoluciones del siglo XX.
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“Y hemos llegado a la conclusión de que nuestro mejor modelo es el modelo democrático. Usemos este modelo. El comunismo se ha ido. Pero de nuevo: ahora sabemos cuán frágil es este modelo. Porque olvidamos cuidar los fundamentos. Es por eso que hace 23 años comencé el Instituto Nexus, desde donde contribuimos a transmitir las ideas de Camus, de Mann y de todas estas personas que han explicado desde la perspectiva humanista qué está pasando y hacia dónde tenemos que mirar para continuar viviendo en un mundo moral civilizado”.
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En su libro usa términos y conceptos inusuales hoy en día, incluso para libros sobre filosofía. Habla de espíritu, metafísica, alma. Todo para recuperar el sentido original de la palabra cultura. ¿Puede hablarnos de la necesidad de recuperar esas palabras?
Estoy usando palabras que se volvieron poco comunes, tienes razón, lo que habla de cuán aislada se ha tornado la cultura occidental, pero puedo asegurarte que en otras culturas, como las indígenas o las africanas, éstas han sido siempre las palabras más comunes. Estas palabras se encuentran olvidadas porque, de acuerdo al mundo intelectual, sólo pueden ser usadas en un contexto religioso. Los curas dicen estas cosas, pero si tú eres un occidental liberal… Esto tiene que ver con el colapso del liberalismo. Hemos sido lo suficientemente estúpidos para entregar estas palabras a los conservadores. A la derecha. Y ellos saben cómo hacer mal uso de ellas. También tiene que ver con que nuestra llamada clase intelectual es infernalmente estúpida. Y muy hipócrita. Lo que explica por qué mucha gente no está interesada en leer libros sobre estos conceptos porque les resultan completamente inentendibles. Pero, ¿de dónde viene la cultura? Proviene de una frase de Cicerón: cultura animi philosophia est. El cultivo del alma. Esto es la filosofía. Pero preferimos hablar sobre información, data, economía del conocimiento… Alma y cultura están siendo reemplazadas por palabras de moda y filosofía académica. El significado real de la palabra cultura es normativo: memoria de lo que debemos ser. George Steiner dice que la cultura trata sobre cómo ser mejores. Y estas palabras nos recuerdan que tenemos conciencia de lo que somos. Tú les puedes decir a tus padres que los amas y la palabra amor te recordará si esto es una mentira o no. Nietzsche advirtió que las palabras podrían perder su significado. Octavio Paz escribió bellamente en El laberinto de la soledad que no podemos crear sentido sin el lenguaje. Y ésta es la razón por la que el lenguaje poético es tan importante: es la fuente principal para crear significado. Pero nadie está escribiendo poesía ya y me temo que muy pocos están leyendo a Octavio Paz. Nos encontramos en el nihilismo intelectual. La única cosa con la que la izquierda está tratando, y es algo que me enfurece, son las cosas que tienen valor político: la politización de la mente. Tienes que estar en la izquierda, y si no lo estás eres un hereje. Se trata de un malentendido sobre lo que es el ser humano. Y como consecuencia, un malentendido de lo que es la sociedad. En un robot no hay alma, pero cuando leemos a Shakespeare y oímos a Beethoven o a Bach, podemos percibir el alma y el espíritu. Es algo muy simple, pero nos lavan el cerebro. Por eso me parece importante devolverle a las palabras su sentido original.
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En México nuestra sociedad está desamparada por sus élites. Me gustaría que hable sobre las consecuencias de que políticos, empresarios, medios de comunicación y universidades, que forman parte de las élites que usted menciona en su libro, no estén cumpliendo satisfactoriamente con su trabajo.
Bueno, noblesse oblige [nobleza obliga]. Cuando tienes una posición privilegiada tienes también responsabilidades que se tienen que tomar por el bien común. Esto es lo que distingue a los hombres y mujeres de estado de los políticos promedio. Los hombres y mujeres de estado, son personas que van más allá del interés privado, del partido. Si estás en el mundo de la educación, sí, claro, hay que procurar que la gente desarrolle habilidades, pero entendiendo lo que supone debe ser y hacer una universidad. Lo mismo en el mundo de los medios de comunicación: ¿quieres ser parte del comité de propaganda como en tiempos de la Unión Soviética o en la Alemania de Hitler o quieres decir la verdad? De manera que lo que se está perdiendo es el sentido de responsabilidad. En general las clases privilegiadas suelen abandonar a la gente. No están haciendo lo que se supone que deben hacer. Tolstoi abordó este fenómeno, que no es nuevo, en Anna Karenina. Las clases privilegiadas viven en sus palacios, rodeados de riqueza, belleza, teniendo demasiado de todo, sin tener contacto con el mundo real. No sé cómo están las cosas organizadas en este país, pero si no hay una obligación de hacer el servicio militar, por qué no dedicar uno o dos años de tu vida, antes de ir a la universidad, a trabajo civil. No me importa qué, pero date cuenta de qué se trata de la vida. Ya basta del estúpido Facebook y todos estos juegos. Confrontémonos con la vida. Sólo así experimentaremos un sentido de justicia. En Nobleza de espíritu, otro de mis libros, escribí que muchos intelectuales justifican los atentados del 11 de septiembre ignorando que murió gente inocente, mientras que gente que nunca ha leído un libro, reconoce en estos hechos un acto de maldad.
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Riemen hace una pausa.
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“Sí, estamos en una librería y es maravilloso estar en un librería, pero leer libros no es suficiente. Tener una buena cuenta bancaria tampoco. Ni ocupar una posición de poder. Sería maravilloso enviar a toda la clase política a un sabático de seis meses para que entren en contacto con las partes más pobres de un país. Pidámosle al presidente que se vaya por dos años. Y veamos qué pasa. Dejémosle que salga de su castillo. Lo mismo al señor Slim. Es una sugerencia, ¿verdad? Démosles esa opción”.
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A lo largo de Para combatir esta era, el lector se encuentra con referencias a la filosofía y a la literatura. ¿Quiso usted escribir un libro que fuera una invitación a la lectura o a la relectura de los clásicos, teniendo en mente la interpretación del mundo contemporáneo?
Si después de leer mi libro la gente regresa a las librerías por alguno de los libros que menciono, sería el más grande cumplido. Debemos de proteger por todos los medios nuestra cultura de los libros y con esto no me estoy refiriendo a la cultura de bestsellers de Amazon. Somos limitados y necesitamos guías. Estamos constantemente necesitando maestros. Y estos libros son nuestros maestros. Podemos acudir a ellos en el momento en que queramos y discutir con esas novelas, con esos autores, nuestras preocupaciones, nuestras preguntas, nuestras frustraciones. Los libros son la mejor forma de tener una conversación que puede continuarse con los amigos.
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“La educación es el corazón de la democracia”, escribió Thomas Mann, según cita en su libro. Pero, ¿cuál es la educación que puede sacarnos del atolladero como sociedad?
La palabra educación ha sido secuestrada por la noción de que se trata de transmitir una serie de habilidades para hacer dinero, para funcionar en el mundo comercial o en la burocracia. No queremos dedicar tiempo para ir a la ópera, ver una buena película o ir a una librería. Thomas Mann se refirió a la educación de la que hablaron Sócrates, Spinoza y Kant. Sócrates es el padrino de esta idea: sabía que no se puede ir por la vida sin tener una aproximación al sentido de la vida misma, sin tener un entendimiento de lo que pasa en uno mismo y en el mundo. Y para eso se necesita de la filosofía: para tener un conocimiento del bien, de la belleza y de la verdad. En otras palabras, se debe de tener una idea de la dignidad de la vida. Imagina que en la hora de tu muerte te preguntaras qué hiciste de tu vida, qué quedó después de todo. Esta historia la cuenta Tolstói en La muerte de Iván Ilich. Para encontrar el sentido, el entendimiento, la educación debe elevarnos de este mundo para reconocer lo que es verdadero. Y para esto tenemos la historia, la poesía, la literatura, la música, el arte, la filosofía, la teología y todo lo que antes se nombraba como las humanidades. Y ésta es la razón por la cual debemos protegerlas más que nunca.
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FOTO: El filósofo holandés, quien también es autor de Nobleza de espíritu, hace unos días, en el centro de la Ciudad de México. Al fondo, los Guardianes, de Xavier Mascaró, en Plaza Seminario, a un costado de la Catedral Metropolitana./Germán Espinoza/EL UNIVERSAL