Contra la ansiedad del consumo: Antonio Muñoz Molina habla sobre su libro “Volver a dónde”
Volver a dónde es el resultado de un acto memorístico surgido en pandemia, etapa que permitió al autor hacer un balance de los ritmos insanos en la vida moderna
POR LAURA VENTURA
LA NACIÓN/ GDA
SEGOVIA, España. Una tarde, durante el confinamiento, descubrió que, aparentemente sin motivo, habían nacido tres plantas de tomates en el balcón de su casa. “Fue hace nada, y es como si hiciera mucho tiempo. Ayer mismo, de pronto, es nunca jamás”, escribe Antonio Muñoz Molina (España, 1956) en su último libro, Volver a dónde (Seix Barral), un diario sobre la pandemia, un viaje a su infancia y a la historia de sus padres, y también una reflexión sobre la fragilidad humana y la belleza que puede emerger en la vida cotidiana si vivimos sin vértigo.
Muñoz Molina es un voraz lector y un generoso sibarita de textos ajenos, que embellece con su resumen y crítica. Es domingo por la mañana y, en medio del Hay Festival Segovia, habla de los últimos libros que ha leído. Quizá esta atención y respeto se deba a sus años de docencia en la Universidad de Nueva York, donde enseñaba escritura creativa. También en esta ciudad ejerció como director del Instituto Cervantes.
Miembro de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón de la letra “u”, de “Úbeda”, su ciudad natal, tiene una mirada crítica sobre la realidad en la que vive, perspectiva y análisis que traduce a sus artículos de opinión. Novelista prolífico, publicó su primera novela en 1986, Beatus ille, y luego fue el turno de El invierno en Lisboa (Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa). Su novela Beltenebros fue llevada al cine por Pilar Miró y más tarde Plenilunio también correría esta misma suerte. El jinete polaco, una de sus novelas más celebradas, obtuvo el Premio Nacional de Literatura y el Premio Planeta.
Entre sus novela más premiadas están Nada del otro mundo, En ausencia de Blanca, Ventanas de Manhattan y Tus pasos en la escalera. Además, en 2013 Muñoz Molina fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. El escritor habla con una serenidad que abruma y con la felicidad propia de un hombre enamorado de su mujer, la también escritora Elvira Lindo.
La pandemia y el confinamiento nos brindaron una oportunidad para repensar nuestra vida. Pero ¿aprendimos algo como especie?
Creo que ha habido una gran oportunidad de aprender. En términos científicos se secuenció rápido el genoma del virus mediante un esfuerzo internacional y se desarrollaron las vacunas. A mí me emocionaba, cuando empezaron a ponerse las vacunas, el esfuerzo organizativo tan extraordinario, ver a una gran cantidad de gente colaborando. Veía la mezcla de la tecnología y de la cordialidad humana. Me pasa lo mismo cuando voy a votar y veo el esfuerzo de la mesa electoral. Luego la política es una cosa turbia, como sabemos, pero es el acto democrático el que me emociona. También creo que aprendimos que se puede vivir con menos. Se puede aprender, si se quiere. Pero eso depende de cada caso.
Piensa que, parafraseando esa idea que al comienzo de la pandemia se repetía con ilusión, ¿hemos salido mejores?
En esa afirmación había un deseo legítimo. ¿Qué cosa más noble que sentirnos mejores o más solidarios? Yo siento que he aprendido. En España hemos aprendido qué importante es tener un sistema de salud pública bien financiado y organizado. Hemos salido mejor en algunas cosas y en otras es desolador ver que continúa la sinrazón y la mezquindad, pero esa es la condición humana.
La pandemia y el confinamiento han puesto algo de relieve, algo que estaba bajo nuestra alfombra: la salud mental. La pandemia dejó como resabio algunos problemas psicológicos en un sector de la población. ¿Siempre estuvo en peligro o es el vértigo y las exigencias de nuestro tiempo aquello que ubican este tipo de síntomas en primer plano?
No puedo responderte sobre este tema como lo haría un historiador. Pero de lo que sí me doy cuenta es de que hay un sistema económico basado en la ansiedad: necesito tener más, consumir más, tener el próximo teléfono. Y a esta situación está la ansiedad añadida de las redes sociales. Todas las sabidurías del mundo, transversales, dicen que una vida feliz es la que no depende de la ansiedad ni del consumo, pero el sistema capitalista en el que vivimos parece que funciona sobre estas ideas. Eso destruye la salud mental de las personas y también el planeta. El otro día vi un documental espeluznante sobre la ciudad de Acra, en Ghana, donde está el mayor basurero de residuos tecnológicos de África. Ahí van todos los teléfonos móviles desahuciados. Ves montañas y montañas donde vive la gente, como una cordillera. Ese es el resultado de este sistema que hace infinitamente infelices a las personas. La falta de muchas posibilidades no te hace infeliz. Uno no necesita mucho. Los deseos y los caprichos son ilimitados, pero las necesidades son limitadas y se satisfacen enseguida. Uno tiene sed, bebe agua y llega un momento en el que no quiere más. Pero eso no pasa con los objetos y el consumo.
Usted contó haber padecido depresión. ¿Qué es la depresión? No le pregunto en términos psiquiátricos, sino desde su perspectiva como escritor.
Es la desaparición de la expectativa. Para mí se resume en un deseo que siente el que está deprimido profundamente, que es el de no despertar.
Le realizó una entrevista pública en el Hay Festival al historiador británico Antony Beevor. Allí destacaba la fragilidad de nuestra condición. El virus, la guerra en Ucrania, los gobiernos autoritarios y la lista sigue. ¿Somos más conscientes ahora de esta fragilidad?
Hay una cosa muy curiosa, en la que coinciden la ciencia, supuestamente despojada de ideología, y la religión cristiana. Según la Biblia, Dios crea el mundo y pone en su cima al hombre. Luego llega la teoría de la evolución de Darwin, una teoría científica, pero que tiene una derivación que coincide con el Génesis. Hay una evolución de la vida, pero siempre, en la cima de la vida está el hombre varón. Tenemos la arrogancia de lo humano, pero nosotros somos muy frágiles y estamos sometidos a fuerzas que no controlamos. El nacer te determina de una manera. Cuando ves un niño o una niña pronto se advierte un carácter que va a ser, a grandes rasgos, invariable en su vida. El campo de la autonomía humana es muy limitado. A mí, una cosa que me afectó mucho fue estar en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Esa quiebra repentina y radical de una normalidad que todos damos por supuesta. De pronto ocurre algo y ya no sabes si va a salir agua del grifo. Mi mujer estaba muy asustada y quería marcharse. Yo quería quedarme allí y no moverme. Cada uno reacciona de distintos modos ante el miedo.
Cuenta en su libro que durante el confinamiento leyó una biografía de Hitler, de Volker Ullrich. ¿Hay émulos de Hitler en la actualidad? Me refiero a quienes gobiernan fanatizando a las masas, haciendo uso de la propaganda, construyendo enemigos, hoy potenciados además con el poder de las redes sociales.
El caso de Hitler es muy particular porque se mezclan circunstancias muy extremas y una personalidad también particular y al mismo tiempo mediocre…
Dice mediocre. ¿Por qué tendemos a pensar que el mal tiene inteligencia?
Debemos tener mucho cuidado en no idealizar al malvado. Son personas bastante mediocres. Beevor usó muchas veces la palabra resentimiento. Lo interesante es la observación minuciosa de lo cotidiano. Hay personas que en otras circunstancias habrían tenido otra vida, haciendo sufrir a quienes tuvieran cerca. Tú ves una serie de azares, de irresponsabilidades y te das cuenta de que una persona concreta es un catalizador de muchísimas cosas. Lo que es pavoroso es cómo esto se repite de otra forma, cómo personas mediocres que en realidad no tienen objetivamente ningún atractivo seducen y desatan situaciones horribles. Lo hemos visto en dos personajes que son muy parecidos, por ejemplo, Benito Mussolini y Donald Trump, con ese narcisismo masculino. Ahí ves cómo un tipo narcisista, delirante y mediocre puede desatar procesos irreversibles.
¿La crisis global de la democracia tiene que ver con la crisis de líderes o los ciudadanos de países democráticos hemos subestimado su valor y ahora nos arrepentimos?
Creo que hay un proceso de crecimiento de la desigualdad. En los Estados Unidos, por ejemplo, el atractivo absurdo de Donald Trump es sobre gente pobre, que se ha quedado fuera del sistema económico. Hombres blancos y también mujeres que han perdido cualquier expectativa de trabajo, que no tienen ayudas sociales, que no tienen sanidad. Curiosamente, esas deficiencias favorecen a quienes las hicieron posible.
Muchos intelectuales y analistas no descartan que regrese Trump.
Yo tampoco. Creo que conozco bastante bien el país y tenemos que ver qué pasa ahora en las elecciones de noviembre.
Ha sido muy crítico con la clase política española, que se ha habituado a la confrontación y a la que usted describe en ocasiones como proclive a desplegar actos de matonismo. ¿Los discursos moderados han quedado en el pasado? ¿Por qué el concepto de centro político está cada vez más lejos?
Creo que tenemos que distinguir, por ahora, entre el ciudadano medio y su representación política. Yo creo que la sociedad española es más tolerante y más civilizada que la política española. Cuando yo empezaba a ir a Estados Unidos, hace ya mucho tiempo, una cosa que me llamaba la atención era que había una concordia mayor que la que había en España. Eso ha ido cambiando; es decir, el mundo demócrata y el mundo republicano se han ido convirtiendo en esferas completamente separadas entre sí y hostiles. La violencia verbal de los discursos es aterradora. Otra vez aparece la idea de Beevor sobre el resentimiento.
También se refiere al gamberrismo (según el Diccionario de la Lengua Española, gamberro es “aquel que comete actos incívicos para producir molestias o perjuicios a otras personas, especialmente en la vía pública”). Pienso en una expresión equivalente…
El hooliganismo. Es el hacer daño. Creo que también las redes sociales lo acentúan bastante, pero también antes de las redes sociales había eso. Los ciudadanos tendríamos que tener la obligación de no dejarnos contaminar por los violentos.
¿Asistimos con el gamberrismo al surgimiento de la llamada antipolítica?
Es muy peligroso. Pero es que hay una propensión muy grave en las personas, y es algo que tenemos que aceptar, a la irracionalidad. Acabo de leer un libro muy interesante, Saving Freud, de Andrew Nagorski, la historia de cómo consiguieron sacar a Freud de Viena en octubre de 1938 cuando ya Austria se había unido a Alemania. Freud sabía lo que era la irracionalidad humana y lo curioso es el modo en el que se engañaba a sí mismo para pensar que nada era tan grave. Era un hombre mayor, tenía 80 años, tenía un cáncer de mandíbula y seguía fumando. Hasta muy tarde, Freud se negaba a pensar que estaba en peligro. Si alguien tan inteligente y tan experto en lo oscuro de la mente humana no ve eso…
Estamos hablando de la historia y usted señala un concepto muy interesante que muchos padecemos: el narcisismo del presente. ¿Me lo podría explicar?
Es como el narcisismo del yo, como un nacionalismo del tiempo. Es la condescendencia hacia el pasado, como si en el pasado las personas hubiesen sido más tontas o más groseras. Eso te lleva a no querer saber nada del pasado porque piensas que la gente era inferior.
“Tendremos que aceptar de una vez por todas, con todas las consecuencias, que la literatura de verdad puede existir al margen de la moda y de la actualidad, y de la celebridad pública, al margen de todos los indicadores oficiales, o académicos, o comerciales”, escribe en su libro. ¿Siente usted, a pesar de toda su trayectoria, esta presión del medio como un personaje público?
No siento presión, porque yo he escrito siempre lo que he querido y nunca me han presionado, para nada. A lo que me refería es que la literatura, con muchísima frecuencia, queda en la oscuridad, y que la moda en la literatura es tan poderosa como en muchas otras cosas. Antes pensábamos que a la larga lo bueno permanece y que el tiempo hace una selección. Pero hay mucha literatura que no llega a ser conocida o que es desdeñada. Lo que nos parece universal, muchas veces lo es porque se beneficia de una moda o de corrientes universales y no porque sea bueno.
¿Cómo imagina que será el futuro? ¿Cómo imagina que será la vida adulta de su nieta Leonor?
No lo puedo imaginar. Hay algo que los seres humanos no sabemos hacer de ninguna manera y es imaginar el futuro. Creo que todos los futuros imaginados que ves en el cine son disparatados. Siempre pienso que el mundo de después de la muerte de uno tiene que ser terrorífico si uno pudiera volver. Hay una cosa muy bonita que dice Luis Buñuel al final de sus memorias. Él no cree en la vida eterna y a él le gustaría salir cada año de la tumba para ir a comprar el periódico. Me gustaría que fuese un mundo habitable y respirable para mi nieta. Me despierta curiosidad por solidaridad con ella y con la gente de su generación. Ojalá su vida sea feliz y saludable y no apocalíptica.
FOTO: Antonio Muñoz Molina recibió este año, por su trayectoria, el Premio José Luis Sampedro de Getafe Negro./ EFE/Kiko Huesca
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