Contra la literatura mundial
Clásicos y comerciales
POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Si por “literatura mundial” se entiende el negocio editorial de la novela escrita en inglés (porque ellos rara vez traducen) y los monopolios internacionales de la edición que lejos de globalizar a los autores, los encierran en sus países bajo la cárcel de una franquicia (olvidada, por la crisis, la fantasía de la triangulación española), estoy en contra de la literatura mundial con su higiénica uniformidad en la oferta, globalizada al estilo de Starbucks. Pero los “profeteóricos”, como los llama Guillermo Sheridan, siempre salen más churriguerescos, de lo que uno, antigualla decimonónica, sospecha.
La profesora Emily Apter, de New York University, tiene las credenciales precisas para caerme mal: es discípula y editora del siniestro e impenitente filósofo maoísta francés, Alain Badiou y devota del brujo Jacques Derrida, el logicida que inficionó con sus falacias al sistema universitario estadounidense. Pero como me eduqué leyendo a Jorge Cuesta, sigo su consejo y me suministro regularmente dosis de antipatía para fortalecer mis defensas o poner a prueba mis ideas.
Supongo que por ser, además, postcolonialista, es decir, doctrinaria de la teoría (racismo invertido) que divide el campo literario (así dicen) en dos: el Mero Mero, donde están los involuntarios inmortales de allá y sus agentes imperialistas (Shakespeare & Company) y sus víctimas mal liberadas del colonialismo político en el Tercer Mundo, Apter estaría de acuerdo con las primeras líneas de este artículo. Pero no, ella tiene algo más, en cuanto a la literatura mundial, contra lo cual prevenirnos. En Against World Literature. On the politics of Untranslatability (Verso, 2013) defiende el misterio heideggeriano de lo Intraducible, el refugio al que las literaturas postcoloniales y algunas en decadencia eterna (como la francesa) deben correr para no ser cazadas por la globalización. El origen de su idea de lo Intraducible es, empero, interesante. Apter coordinó la edición de una paradoja, la traducción al inglés del Vocabularie européen des philosophies: Dictionnarie des intraduisibles (2004), magna empresa filosófica a cargo de Barbara Cassin, reseñado en el Times Literary Supplement del 30 de enero de 2015, por si alguien quiere informarse y mandarlo comprar por 99 euros.
En Against World Literature, casi todo lo que a Apter le gusta es intraducible, pues se apoya en el jueguito muy propio de la mente confusa de Derrida de que nada es traducible y… a la vez todo lo es, frase que en él, como en Barthes, exhibe una penosa falta de rigor intelectual, tal cual lo denuncia el finado Simon Leys, en un artículo sobre los problemas de la traducción, publicado en Letras Libres a principios de 2016.
Compárese la prosa directa y honrada de Leys, sinólogo y traductor de novelas de aventuras marítimas, con el conglomerado de papers de Apter y tómese partido. La poco traducible es desde luego ella, pero no porque su pensamiento sea complejo, sino porque escribe mal. Su público no es el “lector común” (aquel dignificado por Virginia Woolf) sino sus propios estudiantes, obligados a entenderla y acaso ya amaestrados del todo.
El menú de lo Intraducible, según Apter, incluye desde luego la denuncia de Goethe pero también del político palestino y profe gringo Edward Said, a quienes, con el debido respeto, la autora acusa de derramar, mediante el concepto humanista de “literatura mundial”, la estandarización eurocentrista del canon. Políticamente, ella milita con Said y consigna entre lo Intraducible la ocultación de lo palestino bajo la ocupación israelí. Pero para Apter, Goethe, el venerable Erich Auerbach y el políticamente correctísimo Said, son personajes de la vieja escuela, creyentes ingenuos en que el público occidental puede y debe entender todo. Apter no se mete con Marx, pues ya quedó demostrado por Jérôme David que la “literatura mundial” pregonada en el Manifiesto comunista no era otra cosa que el flujo mediático del conocimiento. Internet, digamos, sería para Marx el culmen de la literatura mundial.
No, insiste Apter, hay que resguardar zonas vedadas para que la identidad originaria se preserve, como la del escritor marroquí Abdelfattah Kilito (1945), quien sostiene que sus propias obras en árabe, como el Corán mismo, son por prescripción teológica, intraducibles. Como es natural, los franceses, por esa osadía lo han premiado reiteradamente. Menos interesantes son los meandros de la traducción de Simone de Beauvoir al inglés (la novia de Sartre fue una figura de primera fila pero su francés es bastante accesible, por no decir escolar), lo cual permite a Apter arremeter contra las debilidades misóginas del feminismo francés, que admite (menos mal) la seducción, siempre y cuando, la iniciativa la tome –con toda claridad– la dama.
No todo en Against World Literature es, desde luego, desdeñable. La autora es políglota y en su vademécum de palabras y conceptos de difícil traducción, se aprenden no pocas curiosidades. Por ejemplo, había yo olvidado por completo (pues debí retenerlo al leer Después de Babel, de Steiner, en traducción de Castañón) que la primera traductora de Madame Bovary al inglés fue Eleonor Marx, la hija de Karl. Su trabajo, a finales del XIX, es defectuoso, pero la traducción sigue en el mercado y no sólo eso: Paul de Man, el antisemita belga que se ocultó en la academia gringa, manoseó para Norton el trabajo de aquella infortunada suicida.
Lo Intraducible es el misterio colonial tercermundista, lo pintoresco. (Por fortuna, del español, a Apter sólo le interesa el cuento de Borges sobre Averroes en El Aleph). A los poderosos, dice Apter, les produce paranoia que haya lenguas y libros reticentes a integrarse, doblegados mediante la traducción, a la anglósfera. Por ello quieren una literatura sin falsos amigos, donde el rompecabezas sea fácil de armar para quienes nos dominan (Apter, entre ellos, desde NYU). Lo Traducible es aquello que conviene al sistema–mundo dominado por la blanquitud (como decía Bolívar Echeverría) pero al fin y al cabo, Apter concluye razonablemente su alegato conviniendo en que la literatura mundial es el conglomerado de los cánones nacionales. Que sería bonito recuperar el viejo sueño telqueliano (digo yo) de una democrática literatura colectiva obra anónima, sin dueño, de la tribu (dice ella). Así con los profeteóricos. Tanto rezar para regresar al Padre Nuestro, como decía Vasconcelos.
*FOTO: Emily Apter: Against World Literature. On the politics of Untranslatability, Londres, Verso, 2013/ Especial.
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