Sinville
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La poeta, narradora y ensayista canadiense Cora Siré dedica este poema a la ciudad de Montreal, donde reside: en estas líneas, sus puentes, el Río San Lorenzo, los antiguos pobladores y sus habitantes que en tres distintas lenguas descubren a diario a esta “mujer de dos millones de nombres”
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POR CORA SIRÉ
Traducción de Marina Porcelli
Cada puente cuenta una historia.
Empieza con un rumor acústico
el segmento de una ola de sonido distante
se prepara para contrabandear almas.
Escuchar palpitaciones que fluctúan
como repique de cuerdas de acero
un lapso poderoso a través del río
¡llega a la isla
cruza
llega a casa!
¿Cuántas veces me animé
a subir a esta montaña rusa,
antes con peaje (pero gratis por ahora),
a esta viga acordonada de acero?
Al volver de los campamentos de Vermont
cuando aún creía en esos árboles de chupetines
o de los pueblos, cantones aptos para el esquí
campos cercados y con puestos de blé d’Inde
al enfocar los antiguos puntos de acceso y rutas secundarias
obturadas por la suma creciente de árboles caídos de los emprendimientos
para levantar shoppings suburbanos con negocios de comida chatarra
levantados sobre los viaductos de concreto refortalecido
sigo derecho, y entonces no distingo el nivel del suelo
hasta que de hecho estoy en la delgada rampa seis
vehículos atascados, motocicletas y megatón
camiones, todos nosotros que desembocamos en este
puente con tensores
en una carrera metálica y furiosa.
***
Una vez choqué mi auto en ese puente
fue tan fácil como si Goliat aplastara una lata de coca
entonces la memoria empalma con terror
un montaje mental de los desastres posibles
cosas arrojadas al espacio
morir por ahogo
o choques frontales en los cruces del este.
En ese rugir de velocidad
llantas que giran sobre el asfalto,
clicks rítmicos en los tensores equidistantes
en la carpeta de concreto
una historia contada con latidos.
Soy transportada hacia
la cima
de mi vértigo.
Sólo las canoas son tan inteligentes
Digamos una travesía al alba
y la ventana abierta
gee-awk, gee-awk
el puente demora tu música de fondo.
Gaviotas tus capitanes de St. Laurent
navegan río arriba desde el Tadoussac
donde las aguas frescas se arremolinan
dentro de la boca abierta del mar.
Los pájaros se elevan del camino pisoteado
y de los viaductos para escarbar
la isla habitada
por 8000 años.
***
como avalancha de agua blanca
que surge de los postes a mitad del río
entonces mi nanosegundo tenso
en la cima del puente Champlain
gotea con calma
como hundir un remo con dulzura
un goteo en la ondulante historia atávica.
Cuando Jacques Cartier llega a la orilla
2 de octubre, 1535
encuentra un pueblo defendido
con el nombre del lago y del embalse del castor
Hochelaga, hogar de los Iroqués.
Siete décadas después
un Samuel llega
y no encuentra vestigio de ese pueblo
su gente migró o murió
por enfermedades infecciosas importadas
y entonces comienza
el continuo genocidio.
Los Kanien’kehá:ka nombran la isla
Tiohtià:ke
y su nombre es tan viejo como el río
su autopista poderosa
mutilada para siempre por el cruce de la franja de mar
que inundó a desposeídos
fue tallada por los hombres
que requieren canales que conectan
grandes lagos y rápidos rocosos para el paso.
Sólo las canoas son tan inteligentes
para deslizarse, cargar y pasear.
***
Mujer de dos millones de nombres
Su historia contada en remolinos de agua
la espuma de vergüenza engrasada por los derrames
y las refinerías, entrecruzadas, por temporadas,
con las sirenas sonando de cruceros y barcos con conteiners.
Si es de noche, su cosmos de neón hace señales
luces que se burlan en el río
y más allá
un rascacielos, centinela humilde,
custodia la cima del Mont Royal
su cruz acordonada de acero que declara
Dios está con nosotros
en un tono barítono
desmiente la falta completa de certidumbre
requerida para un acto de fe
de esta magnitud, por una isla
que se dice, desde hace tan poco, monoteísta.
Y si es de día, veo su renacimiento
sagrado con su caparazón verde
con una delgada cruz alada puesta arriba
que va en busca de aire sobre los árboles de maple
y sobre el paisaje urbano, el cliché de Twain,
100 campanarios recortados contra viviendas que se agachan
erigidas en una especie de “prosperidad pasada”
hogares para inmigrantes, refugiados, hijos de colonizados
bonjour hello hola
antiguas nuevas vidas atareadamente vividas.
***
Mira, me autoforcé en el umbral
de nuestro cruce de mecano, mira
y directo hacia ella
la mujer de los dos millones de nombres.
Escucho sin querer sus discusiones encervezadas
sobre Montcalm, Wolfe, Harper y PKP
y cuando escucho con más atención, más allá de las máquinas tragamonedas
ka-chíng, ka-chíng, noticias luminosas en el cartel, resultados de hockey,
opinólogos en Tout le monde en parle,
escucho los poetas cantar.
Di Michele dit Brossard dit Dorion
canta Starnino canta Sarah canta Queyras.
Soy la luna completa y no-menguante de este metro
polis de nieve, dice di Michele,
je me tiens infiniment aérienne
avant les questions non loin des rivages
dit Brossard.
Et Dorion, nous descendons,
comme descend le jour, ou le fleuve.
Dice Sarah,
las cosas extrañas florecen
en Laurier Street
a lo que Starnino agrega,
deja tu atontamiento de muchas revoluciones por minuto.
Dice Queyras,
si no vinieron a la ciudad en canoa, pueden irse al carajo.
Un ocupante con capa de cuero
y encaje, ella tiene un pasado oscuro
el alma de la fiesta, no es tímida
al abrazar, una euforia compartida
brutalmente fría cuando le conviene
me cautiva con una fuerza que me arrastra
hacia mi casa, y me hace parpadear con sensualidad
frente a su cara arrugada
y decirle al oído,
te amo tanto, Sinville.
FOTO: Vista general de la ciudad de Montreal, Canadá. / Luis Cortés/EL UNIVERSAL