Cormac McCarthy, apuntes para el salvajismo

Jun 17 • destacamos, principales, Reflexiones • 1728 Views • No hay comentarios en Cormac McCarthy, apuntes para el salvajismo

 

El autor de All the Pretty Horses era un hombre aislado que sólo anhelaba escribir. Falleció en su domicilio el 13 de junio en Santa Fe, Nuevo México. Sus novelas son fundamentales en la literatura estadounidense: su narrativa, habitada por el asesinato, el incesto y la locura, nos aproxima a cómo esa nación se concibió desde la amoralidad y nos enfrenta con la falsa idea del ser humano que pretende vivir en armonía. Es tiempo de revisitar su obra

 

POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
La primera obra de McCarthy que tuve en mis manos fue Blood Meridian. No entendí nada, la leí en 1987 cuando recién cumplí 10 años. La vida del “niño” que pronto se torna “adolescente”, que vaga por las laderas del sur de Estados Unidos y el norte de México era lo que llamaba mi atención; el periplo, ahora del “hombre”, por San Diego y Los Ángeles (ciudades que yo entendía) me hacían querer razonar sobre ese universo literario que no sabía nombrar. Lo sentía cercano. Regresé a la novela 20 años más tarde para redescubrir a Judge Holden, personaje heredero de Heráclito, dialéctica pura de la maldad que bastante comparte con Anton Chigurh.

 

Reparo en Blood Meridian porque, al igual que Vida y época de Michael K., de J.M. Coetzee, ambas en la primera página plantean el nacimiento, partida e inicio del destino del personaje. La capacidad de síntesis de los autores te sitia; los cortes cinematográficos te trasladan hacia un mundo donde reinan el caos y la inocencia abrumadora de los personajes: el “niño”-“Michael K”.

 

De la obra de Cormac McCarthy (1933-2023) me interesan la violencia y la esperanza representadas; él no podría haber escrito No Country for Old Men, All the Pretty Horses, además de Child of God e Outer Dark, si el anhelo no fuera un punto de inflexión para generar la progresión de las historias. El estadounidense no formaba parte, Dios gracias, de este momento histórico discursivo en el que los creadores temen por la salud mental del lector u espectador: a como dé lugar necesitan mandarlos satisfechos y con una sonrisa al éter, no quieren lastimar el espíritu del que lee o ve la obra; craso error, hacer eso es faltar a la naturaleza propia de la creación.

 

“Creo que la noción de que la especie se puede mejorar de alguna manera, que todos pueden vivir en armonía, es una idea realmente peligrosa”, dijo el autor al New York Times a principio de los años 90. Esta declaración es el fundamento del corpus de McCarthy, ¿quién en su sano juicio cree poder vivir en armonía?

 

Un pasado de monstruos

 

Cada etapa en la vida de un escritor es de ajustes. No es inusual que los jóvenes narradores, cuando comienzan a escribir, al intentar desconocerse, apelan únicamente a la ficción para construir sus mundos que, en la mayoría de los casos, son huecos y sin vida. Acaso el primer gran trabajo de un aspirante a escritor sea intentar conocerse y hacer las paces con la historia familiar o con aquellas anécdotas que nos marcan desde las familias; hay que negociar con nuestros demonios que, exorcizados, nos entregan la gracia del estilo. McCarthy con The Orchard Keeper, Outer Dark y Child of God da a conocer sus tratados morales donde la figura de Dios es una sombra que todo lo juzga. En esas tres primeras obras, el asesinato, el incesto y la locura son los pilares narrativos, las bases de una moralidad dialéctica.

 

En las tres novelas existe un halo de inocencia que provoca la desgracia de los personajes, esto es: actúan desde el instinto sin pensar en las consecuencias inmediatas. The Orchard Keeper es la exploración del vínculo entre el padre y el hijo —tema por demás explorado en la literatura universal—, con un asesinato de por medio y una trama de enredo. Outer Dark luce una postura acerca del pecado como motor dramático; están presentes el incesto y la ceguera, metáforas de la soledad campirana habitada por Culla, Rinthy y Tinker (la consciencia moral). Child of God nos descubre a Lester Ballard; sin ánimo de profeta, este personaje fue el antecedente de Judge Holden y de Anton Chigurh. Ballard es un animal salvaje, amoral, aislado de la sociedad que, como una bestia, únicamente desea satisfacer sus más pedestres necesidades. Intuyo aquí un grito del propio McCarthy, ese hombre aislado de todo que únicamente deseaba escribir.

 

Autosacramental

 

Cornelius Suttree/Cormac McCarthy no hay otra forma de decirlo. Si bien Suttree, publicada en 1979, no fue un éxito de ventas, sí fue tomada como una obra fundamental de la literatura estadounidense de la posguerra vietnamita. No porque la obra en sí misma hiciera alusión al conflicto bélico —nada más alejado que eso—, sino porque la novela plantea cuestionamientos existenciales. Hoy que McCarthy ha muerto, el comadreo literario se sitúa en la excentricidad del autor que logró solventar sus gastos cotidianos gracias a las becas literarias. No es secreto que sus mujeres, todas, exceptuando la última, hablaron en algún momento de la precariedad en la que vivió cada una al lado del autor.

 

Suttree es un hombre que lo abandona todo, su forma de vida, el amor de la familia; es un personaje extranjero en un mundo —conectado con el progreso— del cual no quiere formar parte. Así, se abandona a la mendicidad viviendo de la naturaleza generosa que le permite comer la pesca del día o los frutos que caen de los árboles. Para quienes siguen la biografía de McCarthy, es claro que esta novela no es más que el exorcismo del espíritu del autor. Al igual que Suttree, McCarthy no logra mantener una relación estable con las mujeres. Suttree no es más que un peregrino en un mundo que rechaza la libertad y todo lo encorseta. Es la primera obra donde el autor abiertamente rechaza el sistema capitalista, lo que se venía anunciando desde la escritura de The Gardener’s Son (1976). Para el autor, el progreso forma parte de la pérdida no sólo de la libertad inmediata sino que acota la moral y superpone diferentes reglas éticas que anulan el salvajismo de la humanidad.

 

Así, The Orchard Keeper, Outer Dark y Child of God son la antesala moral que da cabida a Suttree en la literatura estadounidense del fin de siglo. McCarthy se negaba a escribir de un presente industrializado, de ahí su necesidad de girar hacia la tierra baldía y las fronteras salvajes. Su escritura sobre Estados Unidos trataba acerca de cómo esa nación se concibió desde la amoralidad hasta las formas más sofisticadas del control. Contrario a Philip Roth y el viaje siempre urbano de Nathan Zuckerman que hablaba de las normas del sistema sobre el hombre, McCarthy en su obra apela a un tiempo paralelo de seres que rechazan los valores que los hacen hombres o mujeres frente a la sociedad.

 

Blood Meridian/
No Country for Old Men

 

Cuando me refiero a la dialéctica en la obra literaria de McCarthy, me apego a la defición más básica en el razonamiento de Heráclito: las cosas del “mundo” se suman unas a otras y generan nuevos caos. Dicho de otra forma, la guerra que tanto menciona Heráclito la podemos definir como el posicionamiento de las pasiones. Siempre una pasión dominará a otra, y con eso generamos otra más, una dialéctica, pues, alejándonos de Hegel… Judge Holden declara en varias ocasiones a lo largo de Blood Meridian que la guerra siempre ha estado presente, mucho antes de la existencia del hombre. Podemos estar a de acuerdo con esta aseveración no sólo del juez sino de McCarthy. La guerra no es sino la representación del caos cósmico que también es Dios en la representación del universo.

 

Blood Meridian habla de formación de un niño en hombre, de la relación de la inocencia con el salvajismo, de la muerte como un paso común que debemos dar para habitar el infinito como la materia del universo. El dios del meridiano es el dios de la muerte representado como el caos y por tanto la guerra. Holden no rechaza a Dios sino que lo transforma en un mito novedoso que exculpa el asesinato. Eso es lo encantador de este personaje: que educar al “joven” le otorga la libertad absoluta para disfrutar de la violencia y el crimen porque Dios es amor en la violencia. El demonio no existe en las obras de McCarthy; es un Dios mítico a la griega, alejado del judeocristianismo.

 

Lee más sobre Cormac McCarthy, sembrador de una prosa visceral

 

El título de la obra de Cormac McCarthy, No Country for Old Men, fue traducido por Luis Murillo Fort como “No es país para viejos”, aunque me parece que debió ser “No es tierra para viejos”, ya que la obra misma, a través de la voz de Ed Tom Bell, alguacil al borde de la jubilación y personaje clave, reflexiona acerca de cómo la violencia que existe en esa región apartada del paraíso cristiano habría sido inimaginable para los viejos alguaciles de inicios del siglo XX. Esos que no llegaron a desenfundar su revólver cuando ejercieron como representantes de la Ley, en el agreste rincón infernal fronterizo dominado por el narcotráfico de finales de los años 70.

 

La novela de McCarthy reflexiona acerca del “deber” en sus múltiples facetas. El deber criminal, de justicia y supervivencia. La acción de la obra se detona cuando el veterano de Vietnam Llewelyn Moss recupera un maletín con dinero de una negociación fallida entre mafiosos texanos y coahuilenses. La situación se complica cuando entra en escena el sicario Anton Chigurh, que tiene como deber recuperar el maletín a expensas de la vida de quienes interfieran con su objetivo, sin odio y sin revanchismo… él tan sólo cumple con la tarea de recuperar un maletín. Podríamos aseverar que es un criminal equilibrado: el punto medio entre el bien y el mal que, por supuesto, ama el combate. Al verse frente a la muerte, en más de una ocasión las víctimas de la novela declaran: “no tienes que hacer esto”, para luego ser abatidas, pues no debe quedar rastro de los involucrados en la tragedia.

 

Anton Chigurh y Llewelyn Moss son el retrato de la naturaleza del pueblo al que vale la pena analizar. Moss es un tipo común y corriente que vive en una casa rodante y que, al ver la oportunidad de hacerse del dinero que yace al lado de cuerpos en descomposición, no duda en tomarlo por el bienestar que le otorgará. A éste, la guerra no le hizo justicia y debe buscar todas las posibilidades para subsistir. Chigurh no entiende de romanticismos; es coherente con su objetivo y deber: recuperar el dinero y asesinar a quien lo tenga. Su lid pragmática es honorable. Ni uno ni otro polemizan para hacer de su condición un martirio; accionan y con esa tarea nos permiten comprender los motivos que impulsan la progresión de ambos en la historia. No hay mentiras, orgullos malentendidos, ni deseos ocultos, sino objetivos que te permiten validar las trayectorias de ambos sin paternalismos. Bell, el alguacil, es la conciencia que nos invita a reflexionar cómo las pasiones humanas lo destruyen todo… y en la política aún más.

 

Ballard, Holden y Chigurh son la representación de la libertad del espíritu humano. McCarthy el viejo sabía que la violencia retratada en sus personajes brindaría a sus lectores ese instante de felicidad que solamente se disfruta en la soledad donde únicamente nosotros conocemos nuestros secretos.

 

Un apocalípsis anunciado

 

The Road, la penúltima novela de McCarthy, y una de sus obras más populares, narra un mundo devastado por la tecnología y desencuentros políticos de la humanidad. A decir verdad, no sabemos realmente qué ocasionó el cataclismo pero el mundo como lo conocemos está habitado ahora por caníbales y pendencieros que luchan por sobrevivir. Pienso, con toda honestidad, que del mundo de McCarthy quizás esta sea la obra menos fuerte. El autor retoma, como en su primera novela, la relación padre e hijo para desarrollar un drama que se torna solipsista. Ambos van en búsqueda de una “luz”, un paraíso donde descansar; no obstante, en determinado momento el viaje se agota. Sin embargo, la novela va más allá de esta crítica somera, una postura frente al capitalismo y el proceder del presente. Una vez que la tecnología lo conquiste todo, una vez que la política lo aniquile todo, volveremos al salvajismo, a pelear por sobrevivir en una espacio que, como el eterno retorno, se volverá a conqusitar por la técnica misma.

 

Gracias, Cormac, por tu gran obra, gracias por darle sentido a la miseria humana en los álbores del siglo XXI, cuando se está prohibido ya el solipsismo y donde la humanidad pretende vivir en armonía.

 

 

FOTO: Esta fotografía de Cormac McCarthy fue la contraportada de la primera edición de la novela Child of God de 1973. Crédito de imagen: David Styles, retocada por Blz 2049

« »