Cosecha de mujeres: El vacío y la rasgadura, reseña de “Cuando las mujeres fueron pájaros”, de Terry Tempest Williams
Cuando las mujeres fueron pájaros, de la estadounidense Terry Tempest Williams, es un libro que reflexiona en torno a la escritura en la vida de las mujeres, a partir de la herencia que recibiera la autora: los diarios de su madre con las páginas en blanco
POR ETHEL KRAUZE
“‘Te voy a dejar todos mis cuadernos’, dijo mirando hacia la ventana cerrada mientras yo seguía sobándole la espalda. ‘Pero prométeme que no vas a verlos hasta que me haya ido’.
Le di mi palabra. Luego me dijo dónde estaban. Yo no sabía que mi madre escribía diarios.
Murió una semana después. Esa noche hubo luna llena con un halo de cristales de hielo.
Durante la siguiente luna llena yo estaba sola en la casa de la familia. Sentía que Mamá aparecería en cualquier momento. Su ausencia se convirtió en su presencia. Era el momento adecuado de leer los diarios. Estaban exactamente donde dijo que estarían. Tres estantes de hermosos cuadernos forrados en tela: algunos florales, algunos en estampado Paisley, otros en colores sólidos. Todos los lomos perfectamente alineados con el borde de los estantes. Abrí el primer cuaderno. Estaba vacío. Abrí el segundo cuaderno. Estaba vacío. Abrí el tercer. También estaba vacío, como el cuarto, el quinto, el sexto -estante tras estante tras estante, todos los cuadernos de mi madre estaban en blanco.”
Leo este párrafo del libro que tengo entre las manos y entro en una espiral de la que no he salido. No es una novela. El terror es real, el legado de una madre a su hija es una biblioteca de páginas en blanco. Un silencio de siglos bordado en la historia de las mujeres.
Había pedido con mucho entusiasmo este libro cuyo título me pareció una invitación irresistible: Cuando las mujeres fueron pájaros de la estadunidense Terry Tempest Williams (California, 1955), hermosamente traducido por Isabel Zapata para Ediciones Antílope. No imaginé que me llevaría a sumergirme en aguas profundas, con los ojos bien abiertos, dentro de un submarino que busca respuestas en el fondo del océano. ¿Quién, sino, las mujeres que escriben, son capaces de descifrar los mensajes de las antecesoras? Durante todo el paginario, esta hija escritora sabe que su madre “quería que fueran leídos” sus diarios, y se pregunta “¿ahora cómo los leo?”. He subrayado tantas líneas, párrafos, páginas enteras, que no podría seguir citando, porque el libro entero es la revelación del drama, el drama de todo lo que hemos perdido en el silencio heredado de las mujeres, generación tras generación.
No es que no lo supiéramos, pero lo hemos mantenido a un lado, como si no fuera de vital importancia para el mundo. Esta obra nos pone de frente, sin posibilidad de escapatoria, el puñetazo de la realidad.
Mientras las mujeres no se apropien de la escritura como uno de los Derechos Humanos, uno de los fundamentales, porque es la escritura la herramienta con la cual se nombra el mundo, propio y ajeno; y al nombrarlo, se construye; y al construirlo, se vuelve huella, permanencia, Historia, ninguna transformación social ni política será fehaciente.
¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que las mujeres se lancen a escribir y llenen páginas con las que este mundo podrá ser contemplado con entera luz? Dice nuestra autora sobre los diarios su madre “a través de los años siguió comprando uno tras otro, pero simplemente no pudo escribir en ninguno de ellos sin dejar de ser honesta consigo misma. Los diarios de mi madre son su sombra. Contienen su profundidad y su rechazo a dejarse conocer (…) Si mi madre hubiera escrito la verdad sobre su vida, creía y temía hacerlo a expensas de alguien más. No quería lastimar a aquellos que amaba en caso de que sus diarios fueran leídos”. Y remata: a pesar de que nos crían con la esperanza de que nuestros diarios serán leídos en el futuro, “el futuro era un lujo que Mamá nunca tuvo”.
¿Cuántos papeles escritos han desaparecido en el fuego por mano de sus propias autoras? ¿Cuántos han sido reducidos a trizas y arrojados a la basura, antes de que alguien más llegara a leerlos cuando ellas ya no estén para resguardarlos bajo toneladas de llaves secretas?
A las hijas de ahora les queda el trance de desenterrar esos vacíos y volverlos legibles de alguna manera, a fuerza de imaginación, de rabia, de estupor, de un repaso exhaustivo y desasosegante de los gestos, los ademanes, los suspiros de las madres, en un diálogo de una sola voz. Terry Tempest Williams se dio a la tarea de narrar, en cincuenta y cuatro variaciones, correspondientes a los capítulos de su obra, este intrincado viaje por el vacío ensordecedor de los diarios de su madre.
¿Por qué ha sido tan difícil el camino? ¿por qué nos guardan las madres tantos secretos, como si no tuviéramos que cargarlos a cuesta durante toda nuestra vida? Es fácil responder diciendo que protegen a otros, que protegen a los propios hijos. La realidad es la imposibilidad de ser quienes son en un mundo en el cual las mujeres no tienen un lugar, un nombre, una “escritura” propia; es decir, no son dueñas de su historia.
Unas a otras tendremos que convocarnos, invitarnos a leernos y a escribirnos, a convertirnos en mujeres públicas en el mejor de los términos, a llenar de sentido los diarios vacíos de nuestras antecesoras, a legar a nuestras hijas un camino trazado por el que puedan crecer con libertad.
Mi madre, un poco antes de morir, me confesó que rompería las páginas que se había puesto a escribir como diario del presente. Le supliqué que no lo hiciera, apelé a mi condición de escritora, le lloré… “Sería horrible que ustedes leyeran eso…” Lo hizo, hizo pedazos gran parte de su vida, con eso me hizo también a mí pedazos, como si su vida no fuera también parte de la mía. La rasgadura de los diarios de mi madre no me abandona. Nada puede ser más horrible que lo que imagino a través de esa fisura.
FOTO: Portada del libro Cuando las mujeres fueron pájaros/ Crédito de foto: Editorial Antílope
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