Crítica desde la nostalgia: Danubio Torres Fierro

Jul 17 • Conexiones, destacamos, principales • 3348 Views • No hay comentarios en Crítica desde la nostalgia: Danubio Torres Fierro

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Fin de ciclo. Testamentos literarios no sólo es una colección de textos críticos realizados a lo largo de 40 años, también es un memorial en el cual se observan fragmentos de la historia de Latinoamérica a través de los escritores sobre los cuales el autor ha reflexionado

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POR SOFÍA MARAVILLA
Danubio Torres Fierro (Uruguay, 1947) lleva cerca de cuatro décadas de su vida dedicadas a la literatura. Se concibe a sí mismo, por antonomasia, como un crítico, pero, ciertamente, también es muy consciente de que ha fungido muchas veces como un personaje, observador e interrogante desde su trinchera literaria, en la vida de aquellos sobre los que escribe, los poetas y narradores, las grandes efigies de la literatura latinoamericana del siglo XX que tan bien conoció y sobre la que ahora piensa, a distancia, desde la nostalgia.

 

En entrevista, Danubio Torres Fierro profundiza sobre su reciente colección ensayística y memorial Fin de ciclo. Testamentos literarios (Taurus, 2021), actualmente disponible en México sólo en e-book. Como su nombre lo indica, este libro es un legado al porvenir no sólo de la literatura latinoamericana, sino también universal, una obra que ennoblece a la memoria, tanto la del propio autor, que nos comparte, a través de la crítica literaria, fragmentos de su historia, como a la memoria de aquellos que en sus escrituras heredan al lector no sólo el mundo imaginado por sus emociones y pasiones, sino que también transmiten una memoria histórica. En sus obras se filtran las realidades sociales y políticas de las cuales participaron e interpretaron mediante de sus letras, pues como dice el crítico uruguayo, los escritores son “arcanos patrios”.

 

Pero los testamentos literarios reunidos por Torres Fierro son también paradójicos, puesto que el crítico hace énfasis en la ruptura de la tradición que caracteriza a cada nueva generación (en este caso literaria), y, en ese mismo sentido, es que presenta al público esta herencia de críticas nostálgicas y nos habla de ese mundo que fue suyo y que poco a poco ha comenzado a desvanecerse, aunque para la posteridad queden nombres tan significativos como el de Ida Vitale en Uruguay (con quien Torres Fierro compartió la “experiencia de México” como compatriotas en tierra extranjera), Carlos Barral en España, como testimonio del posfranquismo, Guillermo Cabrera Infante desde el exilio en Europa y, en el caso de México, el escritor Octavio Paz, con quien trabajó, como secretario de redacción en la revista Plural.

 

Describe este Fin de ciclo como una memoria personal, que es compartida y, por lo tanto, que se vuelve plural. ¿Por qué surgió la idea de reunir esta colección de testamentos literarios?

 

Como lo dice el título del libro, y en ese sentido es muy explícito, pensé, al ver el conjunto de los textos y al repasarlos de manera unitaria, que ahí había un clima común, que había una atmósfera que permeaba prácticamente a todos, que eran representativos de algo que en este momento asoma un poco como una cancelación de una época, y por eso los reuní, y por eso digo que es una memoria, porque descubrí que a lo largo de una vida de 40 años dedicada a la crítica literaria o bien a asuntos culturales vinculados a la crítica literaria y a revistas y suplementos, pues había ahí, primero que aparecía en filigrana, alguien que era el propio crítico, o sea, yo mismo, como una figura continuada y dominante, y después que esa persona que soy y no soy yo, se convertía en un personaje, y entonces ahí es cuando aparecen los testamentos.

 

¿Qué autores considera usted que nos han legado memorias importantes?

 

A mí particularmente me gustan mucho los franceses, por ejemplo, el conde de Saint-Simon, sus memorias de la época de los Luises, en Francia, me parece que son un monumento de la literatura; ahí puedes ver, en ese libro de Saint-Simon, que aparece el resplandor de un mundo, pero a la vez, el canto de cisne de ese mundo. Todas las memorias tienen algo de eso, de recuperación exaltada de un momento, y al mismo tiempo la melancolía de algo que se está diluyendo. En ese sentido, las memorias del Cardenal de Retz (Jean-François Paul de Gondi) también me gustan mucho; eso por un lado, y después hay otro venero que es mucho más contemporáneo, que es el de los memorialistas españoles, Carlos Barral, que fue un poeta muy importante, pero también un memorialista cuyos libros nos ayudan a trazar un panorama de la España de la posguerra y del posfranquismo, y también el libro de memorias de Jaime Gil de Biedma, que fue muy importante en su momento; por otro lado, las memorias de Victoria Ocampo en la Argentina me parece que son un ejemplo.

 

¿Quién cree usted que no escribió memorias y, sin embargo, hicieron falta?

 

Hay muchas formas de memoria. Yo creo que en muchas novelas la memoria se inmiscuye y tiene una parte fundamental; el caso que me viene ahora a la memoria es el del escritor Guillermo Cabrera Infante, que toda su obra es, de alguna forma, una recreación de la memoria, y no sólo eso, sino que es una contramemoria ante la memoria oficial de los cubanos y que algunos han querido imponer, y entonces por eso también en las memorias hay otro dato fundamental que es la nostalgia; yo creo que, en buena medida, la literatura es nostalgia, y creo también que la memoria es nostalgia.

 

En su libro usted habla de múltiples personajes literarios, con diversos contextos cada uno de ellos; particularmente describe a la Generación del 45 como “empeñada en la condena ideológica del país y en su entierro político”. ¿Qué legado dejaron sus integrantes?

 

Fue una época muy peculiar de Uruguay. La generación del 45 es una generación uruguaya inventada, por cierto, por alguien que, aparece en mi libro, y que es Emir Rodríguez Monegal que fue, junto con Ángel Rama, uno de los dos críticos más importantes del Uruguay. Ahí lo que pasó fue que, enfrentados a una época política muy crispada, donde jugaba mucho el papel de un Uruguay pequeño, en medio de dos gigantes como la Argentina y el Brasil, y la viabilidad de ese Uruguay tan pequeño y tan estrecho, y yo creo que ellos se enfrentaron ahí a una duda casi existencial acerca de la viabilidad del país. Ahora, hay que decir que, más allá de ese gran revisionismo histórico que practicó la generación del 45, fue también una generación de ánimos creadores muy altos; la representante viva de eso es Ida Vitale, y, sobre todo, la poesía uruguaya en la acera de las mujeres, ha sido un venero maravilloso. Ida Vitale no surge de la nada, ella es hija y nieta de un elenco de poetas uruguayas formidables: Maria Eugenia Vaz Ferreira, Luisa Luisi, Juana de Ibarbourou… en fin, son muchísimas. Es un gran linaje de la literatura uruguaya, no todas ellas pertenecientes a la generación del 45, algunas anteriores.

 

Hablando sobre literatura uruguaya, sobre Juan Carlos Onetti dice que “encarna el poder de intuición y de síntesis que caracteriza al verdadero artista” y que, además, “supo vaticinar el destino de su país”. ¿Cree que esta suerte de saber, llamémosle profético, es propio de todo escritor, o que es más bien un buen escritor el que llega a tener implicaciones en el destino de un pueblo?

 

Yo creo que en el escritor se descubre lo que está encubierto, se revela lo que está escondido, se tienen unas intuiciones que van más allá de lo que se ve en la mera realidad. Ahí, en la entrevista a Elizabeth Bishop, ella cita una frase que es importante en ese sentido, pues dice que los poetas son como arcanos nacionales, porque en ellos se permite ver el mundo real y el mundo no tan real, el mundo subterráneo.

 

En este año se cumplen 50 años de Las Venas Abiertas de América Latina, a quien hace una critica fuerte en su libro. ¿Usted cree que tiene vigencia?

 

Bueno, es un libro, como lo digo y reconozco, muy importante; de pronto ahí nuestro amigo Eduardo (Galeano) saltó a la fama. Es un libro de un momento muy político e ideológico, muy preciso, de América Latina, y yo creo que Galeano captó la importancia de ese momento e hizo un análisis. También es un libro que ha fomentado, por desgracia, muchos equívocos, porque es muy en blanco y negro; en definitiva, es un libro que, con ser inteligente, es de una inteligencia que no acaba de satisfacernos, es una inteligencia un poco distorsionada. Yo diría que ya está superado, porque el mundo ha cambiado mucho. Las venas abiertas de América Latina puede ser leído una especie de testimonio de un determinado momento de América Latina, de nuestra historia, y de ahí el lector debe sacar sus propias conclusiones, no seguir las conclusiones de Galeano.

 

Hablando de estos momentos políticos que han surgido en América Latina, usted dedica un texto al movimiento del 68, que primero surgió en Europa y luego se reprodujo en América Latina. ¿Cree que actualmente es posible hablar de movimientos políticos que han surgido en América Latina?

 

Yo creo que sí. América Latina tiene una historia muy compleja y complicada, de movimientos que le son propios. Algunos tienen raíces afuera, vienen, o están inspirados en el interior, y otros son propios de nuestra región. No olvidemos que esta es una región de mestizajes, pero el mestizaje no se da sólo entre las razas, sino también en las propias ideas de esa gente, y son ideas por lo general mestizas.

 

Usted comenta que Laberinto de la soledad salió cuando el PRI se consolidaba, y el texto que usted anexa es del aniversario 50 del Laberinto. Ahora que estamos a 70 años de distancia, ¿cree usted que atravesamos una nueva consolidación en la política mexicana?

 

No sabría decirlo, es temprano para hablar de algo así. Si usted se refiere concretamente, a la Cuarta Transformación, tres años es nada históricamente hablando. Habrá que esperar para ver a dónde vamos.

 

En cuanto a su vigencia, siempre hay algo en Paz que salva a sus libros que es la visión poética, la visión mística, y eso está por encima de las coyunturas del ayer y del hoy.

 

Escribe que las literaturas del siglo XX “han estado marcadas por el demonio de las ideologías”. ¿Cuál cree que es el demonio que persigue actualmente a las literaturas?

 

Más que el demonio de la literatura, a mí lo que me interesa es que estamos en un momento de esos que se repiten, con cierta dosis de fuerza apocalíptica donde uno cree que se termina algo, donde uno cree que, si no está siendo testigo del fin de la historia, al menos sí es testigo del fin de una historia. Todos, de una manera o de otra, a cierta altura de la vida tendemos a pensar eso, y aquí sí parece que somos testimonios de algo así.

 

FOTO: El crítico de literatura Danubio Torres Fierro, autor de Fin de ciclo. Testamentos literarios/ Crédito: Germán Espinosa, El Universal

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