Cuando el libre albedrío es una simple ilusión: B.F. Skinner, predicador del conductismo

Jun 18 • Reflexiones • 1522 Views • No hay comentarios en Cuando el libre albedrío es una simple ilusión: B.F. Skinner, predicador del conductismo

 

Para el psicólogo B.F. Skinner, todos nuestros actos estarían basados en una serie de comportamientos que en el pasado habrían sido o no recompensados, de los cuales no somos conscientes

 

POR RAÚL ROJAS 
En 1938, un joven psicólogo norteamericano publicó un libro que marcaría el inicio de una nueva época. Se trata de El comportamiento de los organismos: un análisis experimental. Ese especialista de 34 años era Burrhus Frederic Skinner (o bien, simplemente B.F. Skinner), quien se propuso investigar el comportamiento animal desde una perspectiva experimental. La idea clave del libro es que el comportamiento de los organismos puede ser explicado como una cadena de reflejos semiinconscientes, cuya recompensa futura es estimada por el animal antes de actuar. Aunque el llamado “behaviorismo” o “conductismo” ya había surgido años antes con los experimentos de Pávlov y los trabajos de John B. Watson, es Skinner quien formula un programa mucho más ambicioso, basado en acuciosos experimentos con animales de laboratorio, para poder demostrar el mantra del conductismo: “todo comportamiento es reflejo”. Con ese programa radical, Skinner entró en confrontación directa con otras escuelas, como los freudianos, que estudian el comportamiento humano desde la perspectiva de la interacción de lo consciente con lo subconsciente. Con sus escritos, Skinner se convirtió en el santo patrón del conductismo. Aún recuerdo quién me acercó primero a este autor: un compañero de la universidad que cambió de las matemáticas a la psicología, y para quien no había mayor enemigo teórico que B.F.S. (ya que él era freudiano). La conversación con él giraba siempre en torno a las últimas escaramuzas en la Facultad de Psicología. Y es que Skinner negaba la posibilidad del libre albedrío, el cual sería una ilusión. Para el psicólogo norteamericano hacemos lo que hacemos porque en el pasado ciertos comportamientos fueron recompensados y otros no. No nos percatamos, por ejemplo, de hasta qué punto los medios o la publicidad nos manipulan.

 

La terminología que Skinner utiliza para delinear su modelo es hoy en día ampliamente utilizada en la biología para planear experimentos con insectos o con ratas de laboratorio. Lo primero que hace Skinner en El comportamiento es explicar el sistema conceptual que va a utilizar y lista los reflejos que va a estudiar experimentalmente. Critica a los psicólogos y filósofos que quieren explicar el comportamiento refiriéndose a “estados mentales” inobservables directamente. En última instancia, dice, todas esas explicaciones reducen el comportamiento a la actividad invisible de una especie de homúnculo alojado en el cerebro, como ya había hecho Descartes. Para Skinner “comportamiento es lo que el organismo hace”, es decir, es lo que podemos observar que sucede al estar situado el animal en la naturaleza. Lamenta que hasta entonces se haya considerado casi imposible explicar el comportamiento por estar fuera del alcance del análisis experimental, pero eso es precisamente lo que Skinner quiere remediar.

 

Comencemos con un ejemplo. A las abejas se les puede condicionar para que extiendan la trompa cuando se les presenta un color o un olor. La abeja es rociada con un aerosol de algún compuesto químico y el biólogo le toca la trompa con un algodoncito impregnado de solución azucarada. Después de pocas repeticiones, la abeja ya demanda la recompensa extendiendo su probóscide cada vez que percibe el aroma del compuesto. Ese es un reflejo adquirido. El estímulo es el olor y la respuesta es la extensión de la trompa. Los insectos son los campeones en cuanto a combinar reflejos simples para producir comportamientos aparentemente muy complicados. Una cucaracha, por ejemplo, extiende la pata delantera para correr, y, si ésta choca con una piedrita, la levanta inmediatamente para tratar de pasarla sobre el obstáculo. Es un reflejo anidado en los ganglios de neuronas en sus patas, no en el cerebro. Lo mismo ocurre con el reflejo que poseemos los humanos cuando tropezamos y extendemos automáticamente la otra pierna para no caer. Ese reflejo se procesa en la columna vertebral antes de que estemos conscientes de estar trastabillando. La velocidad de la respuesta neural es esencial, para poder evitar caer.

 

El modelo que Skinner propone en su libro es relativamente simple. Cada organismo está sujeto a multitud de impresiones sensoriales. Algunas de ellas son estímulos que desencadenan un cierto comportamiento mientras que otros modos de actuar del organismo son “espontáneos” y no requieren explicación. Pero pueden conducir a lo que Skinner llama “condicionamiento operante”.

 

Skinner divide los reflejos de los organismos en dos grandes grupos, los reflejos estáticos y los reflejos dinámicos. Los primeros están sujetos a cinco leyes:

 

1) La ley del umbral: un estímulo tiene que exceder un umbral de intensidad para provocar una acción. Si, por ejemplo, la abeja recibe una solución de azúcar muy diluida no se molestará en extender la probóscide.

 

2) La ley de la latencia: entre el estímulo y la respuesta hay una diferencia temporal, la latencia o retraso.

 

3) La ley de la magnitud de respuesta: la respuesta es proporcional a la intensidad del estímulo.

 

4) La ley de la persistencia: un comportamiento puede mantenerse un tiempo después de percibido el estímulo.

 

5) La ley de la agregación temporal: la repetición rápida de un estímulo equivale a un estímulo mayor, igual a la suma de los estímulos repetidos.

 

Por otra parte, los reflejos dinámicos se refieren a la potencia misma del reflejo, que es independiente de la intensidad del estímulo, aunque pueda haber sinergia. Los reflejos dinámicos están sujetos a cuatro leyes:

 

1) La ley de la fase refractaria: después de ser evocados, algunos reflejos quedan “inactivos” y hay que esperar un tiempo para que se puedan desencadenar otra vez.

 

2) La ley de la fatiga: un reflejo provocado repetidamente declina en intensidad con el tiempo.

 

3) La ley de la facilitación: un reflejo puede ser desencadenado por un segundo estímulo que, por sí solo, no provoca la respuesta. Por ejemplo, la abeja mencionada arriba podía haber sido entrenada a demandar azúcar. Si el olor presentado es débil, la respuesta se puede reforzar iluminando con algún color los ojos de la abeja, con luz de baja intensidad. Hasta ese momento el color no había producido el reflejo, pero el olor y el color combinados lo pueden lograr.

 

4) La ley de la inhibición: la fuerza de un reflejo puede ser disminuida si el estímulo se combina con otro que nunca produce el reflejo. Es como si el primer estímulo fuera rebajado por el estímulo que ha demostrado, una y otra vez, no significar nada.

 

Hasta aquí, yo creo que un lector moderno, acostumbrado a leer sobre comportamiento animal o a ver documentales sobre animales, no estará mayormente sorprendido. Pero esto era 1938, recordemos, y lo realmente radical en Skinner es que para él todo el comportamiento animal se puede explicar como series de reflejos. Por eso formula la ley del encadenamiento: la respuesta de un reflejo puede producir el estímulo para otro reflejo. Y la ley de la inducción: los reflejos a lo largo de una cadena de reflejos pueden ser reforzados por la recompensa obtenida al final de la cadena. En la robótica moderna se utilizan esas dos leyes para programar robots que aprenden a interactuar con el entorno. Al método se le llama “aprendizaje reforzado” y las leyes de reflejos mencionadas arriba pueden ser integradas en un robot para facilitar su programación.

 

Skinner dice que él no quiere simplemente repetir los experimentos de Pávlov, con perros que salivaban al recibir comida escuchando una campana. Ya después salivaban automáticamente al escuchar la campana. Skinner propone más bien experimentos dirigidos a verificar cada una de las leyes postuladas desde el primer capítulo y para eso construyó en su laboratorio lo que hasta hoy es llamada una “caja de Skinner”. Para sus experimentos el psicólogo utilizó ratas y adentro del contenedor de laboratorio había una palanca que los roedores podían accionar, además de diversos dispositivos para poder emitir luz o sonido. El experimentador puede observar desde afuera el comportamiento de la rata.

 

Un experimento de “condicionamiento operante” sería el siguiente: la rata se mueve en la caja, explorando espontáneamente, pero al activar una palanca recibe un pellet de comida por un orificio que lo descarga en el suelo de la caja. Rápidamente la rata aprende a obtener comida al accionar la palanca. Algo que era un comportamiento que no es un reflejo (activar la palanca), y que no produce normalmente ningún efecto en el animal, se puede entonces relacionar con la recompensa que se recibe en cada repetición del experimento. Ese es el “condicionamiento de operaciones”. Para Skinner eso es lo que explica las conductas de los organismos, aunque muchas veces no sea posible entender como la recompensa se transmite a lo largo de la cadena de reflejos.

 

Algo que Skinner postula en su libro es lo que él llama la “reserva de reflejos”. La idea es que para desencadenar un reflejo se necesita una “reserva” (digamos de energía) que se agota al producirse el reflejo. Los reflejos innatos son tan importantes que recargan la reserva de inmediato. Los reflejos adquiridos no siempre lo hacen y además se puede lograr que su reserva “se vacíe”. Es decir, un reflejo adquirido en el laboratorio se puede extinguir si se dan las condiciones experimentales propicias. Por ejemplo, la rata que aprendió a oprimir la palanca en la caja de Skinner pierde el interés si no obtiene la recompensa después de oprimir la palanca varias veces.

 

En cada capítulo de El comportamiento, Skinner experimenta con diversas maneras de reforzar o bien de extinguir un reflejo. Por ejemplo, cuando transcurre un tiempo aleatorio entre oprimir la palanca y obtener la recompensa, se requiere de más repeticiones del experimento para condicionar a la rata. Por otra parte, si se entrena a una rata y después se extingue el reflejo, se le puede reactivar más rápidamente, volviendo a ofrecer un pellet, que en la situación inicial. Otro ejemplo: si la rata tiene que oprimir la palanca un número aleatorio de veces para obtener su recompensa, la extinción es más difícil. La rata sin recompensa simplemente no sabe si debe seguir oprimiendo la palanca o bien perder la esperanza. Es lo que hacen los casinos: las maquinitas de monedas nos dan recompensas aleatorias, de diversos montos, después de un número variable de repeticiones, para mantener así al tahúr pegado a la máquina: ahora no gané, pero seguro en la siguiente ronda.

 

Skinner tuvo mucho éxito con El comportamiento. En los años subsecuentes siguió publicando extensamente, por ejemplo, su novela Walden II, de 1948, que consiste en una utopía social estructurada alrededor del conductismo. En esa sociedad utópica todos actúan por motivación propia y una élite, los “planeadores”, sólo configuran el entorno para que cada uno actué de la manera correcta, siguiendo la idea de Skinner de que se puede inducir el comportamiento a través de los estímulos externos apropiados. Es una sociedad sin democracia, porque no se necesita (como en todas las utopías soñadas por científicos). Walden II es una sociedad autoorganizada.

 

Los textos de Skinner tuvieron gran influencia sobre teorías del aprendizaje en la escuela, especialmente a través de lo que se llama “instrucción programada”. El alumno recibe una pequeña recompensa cada vez que resuelve un problema, aunque sólo sea saber que el resultado es correcto. Sin embargo, su libro Más allá de la libertad y la dignidad hizo chocar al psicólogo con muchos filósofos. Ya habíamos mencionado que Skinner no creía en el libre albedrío y por eso tampoco en una moral autónoma de las personas. Más bien, pensaba Skinner, a los ciudadanos hay que guiarlos para que escojan las decisiones adecuadas y se comporten de manera moral. Hay que intervenir desde el principio de la cadena de comportamientos para que la persona haga lo correcto al final. Sería algo así como lo que logró con sus ratas de laboratorio en laberintos: si les ponemos paredes para configurar un corredor de conducta, lo van a seguir. No extraña que el lingüista de izquierda Noam Chomsky haya criticado ese libro y otros más, argumentando que los resultados adquiridos con ratas de laboratorio de ninguna manera podían ser extrapolados a seres humanos. Es más, para Chomsky, Skinner no poseía una verdadera ciencia del comportamiento. La concepción conductista sería muy mecánica, quizás apropiada para estudiar insectos o programar robots, pero no para explicar la riqueza de lo propiamente humano.

 

En su película Naranja Mecánica, Stanley Kubrick nos muestra a Alex, un violento asocial que es reeducado utilizando un laboratorio como el de la caja de Skinner. Ya reintegrado a la sociedad, Alex ya no es violento ni puede soportar la violencia, pero es menos libre que sus compañeros de antaño, que ahora son agresivos policías. Es el triunfo del conductismo que logra aniquilar el libre albedrío transformando a Alex en sujeto moral.

 

FOTO: Skinner repitió su experimento de la caja con palomas, a las cuales mantuvo en tres cuartas partes de su peso para que siempre tuvieran hambre/ The Harvard Brain Tour, Harvard University

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