Cuando habla la servidumbre
La autora de Limpia se suma a lista de novelas chilenas que tratan la relación entre clases de ese país, al igual que José Donoso y Diamela Eltit
POR ALEJANDRO BADILLO
Al leer Limpia, la nueva novela de la autora chilena Alia Trabucco, me vino a la mente un libro que publicó el año pasado editorial Periférica en España y que no fue comentado en nuestro país: Nunca delante de los criados. Retrato fiel de la vida arriba y debajo de Victor Frank. La obra es una recopilación de las experiencias del personal doméstico durante el siglo XIX e inicios del XX en Gran Bretaña. A partir de anuncios publicados en el Daily Telegraph, el autor recibió una gran cantidad de cartas que, en conjunto, formaban una voz hasta entonces silenciada: los trabajadores (en su mayor parte mujeres) que sirvieron en las casas de la nobleza y de la alta burguesía hasta que el estilo de vida de la élite inglesa cambió con la llegada del capitalismo industrial. Las cartas —escritas por mayordomos, doncellas, sirvientas, entre otras ocupaciones— eran autoría de personal retirado e, incluso, familiares de criados y criadas que ya habían fallecido, pero que transmitieron sus experiencias por escrito a su descendencia. La constante en todos los documentos que después formarían parte del libro, es la dura vida de la servidumbre, una vida que, en muchos aspectos, era una esclavitud de facto. Esta narrativa extraída de la realidad es, por supuesto, inexistente o convertida en una amable escenografía para películas, series y novelas enfocadas en la nobleza.
Alia Trabucco usa la voz de una trabajadora doméstica de la actualidad para mostrar que, en varios aspectos, la relación entre amo y sirviente no ha cambiado mucho. Contada en primera persona, a través de la voz de Estela García —la sirvienta que trabaja en una gran casa—, leemos un largo flashback que desemboca en la muerte de la hija de la familia y que funciona, de muchas maneras, como una confesión. Desde un escenario que no se precisa —más allá de saber que está en la capital de Chile— la mujer narra cómo llegó con la familia que la empleó y su experiencia en el día a día. Alrededor —como una especie de ruido de fondo amenazante— aparecen las noticias de los disturbios en las calles de Santiago. Trabucco parte de lo oral, pero el discurso que construye no es ingenuo. Estela se convierte en una narradora que usa la digresión como recurso para describir su vida y la élite que se apodera de sus días. Como sucede con una cámara que registra la intimidad de una familia, la empleada doméstica se convierte en un ser invisible que sólo adquiere materialidad cuando comete un error o cuando recibe una orden. La autora tiene talento para el detalle y, sobre todo, en mezclar tiempos y puntos de vista. Limitada por su condición de subalterna, la criada sólo puede imaginar aquello que no le dicen sus patrones o prolongar en la memoria algunas confesiones, como la infidelidad del padre de familia, sin que ella pueda despojarse del papel pasivo que le corresponde.
Hay varios puntos problemáticos en Limpia si consideramos las referencias a interpretar. En primer lugar, tenemos la caracterización de Estela. Si atendemos algunas entrevistas que le han hecho a Trabucco, un elemento central de su texto son las diferencias de clase normalizadas en medio de un escenario de desigualdad rampante que podría ser el caso chileno o el de cualquier país latinoamericano. El hecho de que la protagonista se enfrasque en un mundo interior o que, por ejemplo, se dirija constantemente a un interlocutor que aparenta ser un jurado, la acerca al estereotipo de la mujer cercana a la locura que ha perdido, por completo, su capacidad de transformar la realidad. Es cierto: la complejidad de su narración le otorga cierto poder, pero siempre la encontramos recluida en su propia celda, como si tuviera la obsesión de convencerse de que aún está con nosotros y que tiene validez lo que dice.
Hay virtudes, por supuesto, en Limpia: destaco la pericia técnica para hilar una narración que no pierde el interés a pesar de que sepamos, a grandes rasgos, el final. Hay, también, un retrato vívido del mundo interior de Estela. A pesar de cierto lugar común en la descripción de la familia rica que emplea a la muchacha de provincia, no se recurre a la violencia o al sometimiento explícito que convertiría, a los amos, en villanos de película. La normalidad con la que se asume las diferencias de clases es la misma que vemos en el trato cotidiano entre patrones y empleados. No corre la misma suerte el retrato de las clases populares que aparecen como solemos verlas en los noticieros: quemando llantas en las calles o protagonistas de actos violentos que apenas tienen justificación en la trama, como cuando —en el clímax de la novela— hay un asalto a mano armada en la casa de los patrones. Por otro lado, la familia de Estela —su madre— tiende a la idealización que, por supuesto, puede partir de buenas intenciones, pero que encuadra al personaje en un terreno dominado por la ingenuidad.
Limpia, al igual que otras obras de la autora, se suma a las novelas chilenas que tratan la relación entre clases en ese país. Pienso, por ejemplo, en José Donoso, con su retrato decadente de la alta burguesía, o Diamela Eltit que echa mano de una alegoría descarnada para narrar la visión de los de abajo —sus luchas— y el mundo lejano de la élite que sólo los toma en cuenta para controlarlos o reprimirlos. El paso del tiempo, como suele suceder, será el filtro que permita nuevas lecturas a los libros de Trabucco más allá de la coyuntura social que vivimos.
FOTO: El escritor chileno José Donoso, autor de El obsceno pájaro de la noche, quien abordó el tema del trabajo doméstico en su obra. Crédito de imagen: Elisa Cabot
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