Cuarón-Rohrwacher y el femideseo navideño; crítica a “Le pupille”

Mar 11 • destacamos, Miradas, Pantallas • 3123 Views • No hay comentarios en Cuarón-Rohrwacher y el femideseo navideño; crítica a “Le pupille”

 

Este filme seráfico, que conjuga la apreciación de ambos cineastas, otorga una fábula tan transgresora como angélica, donde vemos destellos de un universo prodigioso neofelliniano. Esta cinta está nominada a los Oscar por Mejor Cortometraje, y destaca Alfonso Cuarón en la producción

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Le pupille (ídem, Italia-EU, 2022), delicado mediometraje de la localista cineasta toscana ya de culto a los 40 años Alice Rohrwacher (largos previos: Checosamanca 06, Cuerpo celestial 11, Las maravillas 15, Lazzaro feliz 18, Futura 21), con guion suyo basado en una carta de Elsa Morante a Goffredo Fofi y decisiva producción del mexicano Alfonso Cuarón (Roma 18) para la plataforma Disney+, la tierna huerfanita de carilla redonda Serafina (Melissa Falasconi con lívida finura) mira con tristona envidia melancólica la partida de Olga (Olivia Ascari) la única compañerita dotada de algún familiar para celebrar la Navidad fuera de un orfanato religioso católico italiano durante la Segunda Guerra Mundial, y pronto sufre como ninguna de las internas una doble discriminación, la de sus congéneres, que la relegan por chiquita ingenuota, y la ejercida por la severa madre superiora Fioralba (la hermana mayor de la realizadora Alba Rohrwacher), quien encabronadamente la califica de “mala”, cuando la reacia Serafina se rehúsa a que le laven la lengua para olvidar la letra de una canción radial que todas las niñas cantaron, memorizaron y bailaron alocadamente, menos ella, y cuando la pequeña se niega a renunciar, por sacrificio manipuladoramente inducido, al trozo que le tocaba de un suculento pastel navideño, cierta sopa inglesa preparada en busca de oraciones de las huerfanitas por cierta señora rica enamorada (Valeria Bruni Tedeschi), porque Serafina ya no se asume como “buena”, al igual que sus manipulables compañeritas, sino como “mala”, lo que provoca una furiosa catástrofe moral en la monja directora ante el manjar partido y ya imposible de serle obsequiado al obispo en pos de dádivas monetarias, por lo que mejor se le regala desdeñosamente y en vez de la monacal paga al jefe de una cuadrilla de explotados deshollinadores Goffredo (Luciano Vergaro), como culminación de ese agrio festejo sacro que ha sido debidamente saboteado por un naciente y contradictorio femideseo navideño.

 

El femideseo navideño cautiva y arrebata visual y emotivamente de inmediato, como una especie de miniatura magnífica que por desgracia habrá de concluir muy pronto, tras apenas haber desplegado las minucias absorbentes de su carisma pleno, dentro de lo que podría denominarse un universo prodigioso neofelliniano, al que ya pertenecían todas las anteriores fábulas poderosamente regionalistas de la realizadora, un mundo en estado de gracia, con encanto particular, irrepetible, casi innominable, y enormes paralelismos entre los desmanes de la tiránica contrariada Madre Superiora Fioralba y el autoritario padre granjero aislador de su familia rural en Las maravillas, o entre esa diminuta rebelde instintiva Serafina, aprendiz precoz de la pasmada saltimbanqui sometida sublime Gelsomina de La calle (Fellini 54), con ecos del dizque bobo bienaventurado titular de Lazzaro feliz que a su vez ya era una expansión al absurdo triunfante del Loco inmaterial del citado film del primer Fellini.

 

El femideseo navideño se sitúa sin dificultad en las exactas antípodas sutiles de cualquier rollazo beato-demagógico ilustrado con arrasantes escenas épicas conmovedoras como las del también feminista anticonfesional Ellas hablan de Sarah Polley (22), porque en esta joyita lírica todo es etéreo, consagración minimalista e inminencia informulable, con ideas poético-estructurales como los créditos e intermedios y comentarios cantados por un cándido coro helénico antiguos que integran aglomeradas las 17 chicuelas presentes (“La Navidad es un misterio insondable”), poético-literarias como esas palabras profanadoras por dionisiacas instantáneas que pueden borrarse de la mente gracias al recio lavado de la lengua y la medieval creencia de que los rezos comprados con regalos pueden salvar a los familiares que combaten en los radiofónicamente idealizados frentes de batalla o hacer que el amante infiel retorne a los brazos de su enamorada madura, poéticas ilusorrománticas como el colosal pastel rojo concitador de oraciones que deben traer de regreso al amante infiel porque el platillo ha sido preparado con 70 huevos en una coyuntura histórica de extrema escasez y automortificación, poético-dulceblasfemas que reducen a la religión a los extremos de la arbitrariedad coercitiva y al pensamiento mágico sin nada en medio, y poético-plasticistas como ese maravilloso navideño Árbol de la Vida creado con los alados cuerpos angelicales y cuernos musicales de las niñas a modo de ínfimo conato de burlesca pastorela buñueliana (porque aún La ilusión viaja en tranvía 53).

 

El femideseo navideño controla así mucho mejor el espontáneo e indigente fellinismo junguiano femenino desatado de los primeros juguetes filosóficos o ilusionistas feéricos de Rohrwacher, diseminando escenas tan geniales e irresistibles como la caída de Serafina que cambia la estación radiofónica y desata el desinhibidor baile intempestivo de las niñas, o el abalanzamiento vitalmente subversivo de las chavas sobre el pedazo de pastel rescatado por la chiquitirrina satanizada, por añadidura con elaboradísima fotografía inconsútil de Hélène Louvart que rebosa de imágenes-estampitas en suaves tintes artificiales, una depurada ambientación de época fascista-bélica (la misma visionaria gótica del Pinocho de Del Toro 22), una música satírica de Cleaning Women muy bien coordinada con la jubilosa tonadilla advenediza del olvidado anónimo crooner estadounidense que contagia a las niñas danzarinas, y una edición de Carlota Cristiani amalgamadora de fragmentos dispares hasta convertirlos en episodios, rapsodias o stanzas.

 

Y el femideseo navideño exige clamorosa y repetidamente una moraleja de fábula clásica a tanta insinuada transgresión insidiosamente anarquista y libertaria, que no puede ser otra que la por fin cantada cínica e irónicamente al unísono por el coro súbito y milagroso de las niñas con su mayor sorna (“El destino obra de formas misteriosas”).

 

FOTO: Le pupille se encuentra en la plataforma de streaming Disney+. Crédito de imagen: Especial

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