Cuatro compositores mexicanos

Sep 27 • destacamos, Miradas, Música, principales • 6634 Views • No hay comentarios en Cuatro compositores mexicanos

 

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

Al hablar de la variedad de orquestas sinfónicas que conviven en la Ciudad de México, se llega a la emblemática Filarmónica con grandes coincidencias que unen hasta las voces más confrontadas: sus constantes crisis internas y de rumbo, a pesar de su fuerte e inmarcesible identidad, la calidad sostenida por sus legendarios integrantes hasta en los tiempos más difíciles, y también el elogio a una vocación, existente desde sus inicios, para la música mexicana.

 

No es poca cosa. Con visión o por coincidencia de intereses, se está desarrollando una escritura sinfónica que sin oportunidades de escucha seguiría tan endeble como el género operístico, tan poco cercano a nuestros compositores; y no por decisión de ellos.

 

Aunque el pretexto fuera septiembre, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México se vistió de una originalidad poco vista en las carteleras de otros grupos para su más reciente programa, el del sábado 20 con repetición el 21, en su sede del Centro Cultural Ollin Yoliztli, dirigido por su titular José Areán: en él, presentó dos incisos de nuestro más alto sinfonismo, el poema Tierra de Temporal de Moncayo y la suite de Redes de Revueltas, que arroparon dos obras concluidas por sus compositores en el último año, la segunda audición del Concierto voltaje para timbales y orquesta de Gabriela Ortiz y el estreno mundial de la pieza Amanece de Antonio Juan-Marcos.

 

Si por un lado puede hablarse con entusiasmo de las grandes coincidencias en el juicio de valor sobre estas cuatro obras —en el caso de las formales, su estructura; en todas, un atractivo manejo del color y riqueza en la orquestación; y, en las que intervinieron solistas, agudeza en el tino con que se usa la maquinaria orquestal de frente y en conjunto con su solista—, por otro, hay que decir que los resultados de la ejecución fueron más bien dispares.

 

Para pocos es noticia que actualmente este ensamble vive una más de sus crisis, aunque esta no es administrativa ni parece estar enfrentando a los atriles con la oficina, como ha sucedido constantemente. Pero, por tersa, la actual es más profunda: se trata del desánimo que existe en el ensamble y que no se manifiesta panfletariamente sino, tristemente, sobre su escenario.

 

No es aventurado decirlo, así suena. Más allá de las pifias, de la desigualdad en las entradas de la sección de maderas, de lo gritado que se escucha la de metales e incluso de descubrir el descuidado nivel de músicos respetados como la flautista Judith Johanson o el oboísta Edward Spencer en el corno inglés, lo penoso en la lectura escuchada a la Tierra de Temporal fue el desánimo.

 

Si bien no es una obra brillante en el sentido colorístico de otras piezas de Moncayo, no estuvieron presentes ni la fibra que estremece en el inicio, ni el sentido festivo en los pasajes centrales. Inexistente fue la dirección para las cuerdas, que tocaron con la ligereza de un día de campo lo que con tanta fuerza desgarradora describiera dancísticamente Guillermo Arriaga para dar vida a su coreografía Zapata con esta música.

 

El Concierto voltaje, dedicado a la timbalista de esta orquesta, Gabriela Jiménez, animó un poco más. Escrito por Ortiz para Jiménez, quien lo estrenó hace un año con la Sinfónica de Minería, Concierto voltaje es una pieza enérgica en la que se encuentran, evidentemente, las características del estilo visual tan personal de Jiménez (perdón la banalidad, pero nunca de más en la literatura para percusión) pero también una paleta de virtuosismo sonoro que, con mucha madurez y nunca de manera superficial, ha plasmado la compositora en este gran clímax de lo que ha sido su camino por la escritura para percusión.

 

En otras palabras, es un gran compendio de las búsquedas y descubrimientos en el mundo infinito de posibilidades sonoras que ha sabido abrevar, por paradójico que suene, en el más limitado de las instrumentos de esa familia. No evidenciaré los problemas orquestales de la ejecución porque no fueron tantos y porque el homenaje de Ortiz a Jiménez debe resumirse con la frase de ella misma: “¡A México le hacía falta un Concierto para Gabriela Jiménez!” Y qué buen concierto, en el sentido más amplio y tradicional de la forma.

 

El estreno de Antonio Juan-Marcos (1979) fue un gran descubrimiento: el del florecimiento de nuestros compositores académicos para escribir música vocal. Cada vez son menos las excepciones a este mundo que, con la tradición poética que tenemos, debería tener mejores ejemplos de transcripción poema-partitura. Su Amanece tiene origen en el poema “Árbol adentro” de Paz, del libro homónimo, y, aunque me parece que no es la textualidad de la palabra el centro de su poema sinfónico sino sus imágenes, no resultan indiferentes el tránsito al pentagrama ni el canto del contratenor brasileño Rodrigo Ferreira.

 

Explico: el milagro de la transcripción surge no cuando el cantante puede pronunciar un idioma lejano, sino cuando el compositor se lo permite. En este caso, lo hace a través de una escritura orgánica y lírica, clara y transparente.

 

Instrumentalmente, hay en Amanece elementos muy mexicanos, el uso de ciertas percusiones y la cita a una melodía de los Voladores de Papantla, pero no es ahí donde radica la mexicanidad de la partitura, sino en la seductora manera en que se ha transformado cada verso de Paz en ideas sonoras que forman un gran episodio orquestal.

 

El concierto concluyó con la suite de Redes, la conocida partitura que Revueltas escribió para la película homónima de 1934. Gozó en esta ocasión de una enérgica y vasta pronunciación que, con la memoria reciente del Tierra de temporal con que inició el concierto, no me hace pensar sino en un descortés desprecio por esa, la partitura de Moncayo.

 

*Fotografía: La obra Amanece, de Antonio Juan-Marcos (de lentes, al centro), fue estrenada el fin de semana pasada por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México / ABRIL CABRERA A.-CORTESÍA SECRETARÍA DE CULTURAL DEL D. F.

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