El último juglar del Bordo
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El Bordo, periódico referente en la frontera bajacaliforniana, cerrará su versión impresa. Pepe Nacho Tello, voceador septuagenario que nació gritando noticias, se prepara para su última jornada, aunque desde hace tiempo no vende un carajo
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POR DANIEL SALINAS BASAVE
Y quise sonreír dentro de mí, pero no pude: era un oficio viejo, sustituido por sucesivas tecnologías. No un animal en extinción sino extinguido. Es decir, en cierto modo, yo ya no existía.
Federico Campbell, La clave Morse
Sólo hasta el momento de alzar en su mano izquierda la edición final El Bordo, Tello tiene la intuición —o acaso sea la certidumbre— del arribo inminente de su hora fatal. Esta mañana, a sus 74 años de edad, será la última de su carrera como voceador lo que equivale a decir que será la última de su existencia entera, pues Tello no sabe —o al menos no recuerda— lo que es pasar un día sin un periódico en la mano. Lo que sigue a partir de este día (si es que algo todavía puede seguir), bien podría ser considerado el resto de su vida o el comienzo de algo extraño e indefinido que acaso se parezca a vivir, aunque él —en cualquier caso— lo ignora.
Tello jamás se planteó seriamente la posibilidad del retiro. Se imaginó paralítico y casi ciego como acabó su madre y llegó a concebir la idea de ir entrenando a un chalán morrito que le cargara los bultos y alzara las ediciones del día, pero jamás le pasó por la cabeza la posibilidad de ver la extinción definitiva del producto que le ha garantizado el sustento desde su nacimiento. En sus pesadillas el retiro llegaba forzado por la artritis, los desmayos repentinos, la vista nublada, pero ni en la peor alucinación de fiebre concibió un mundo sin periódicos para vender. Alguna vez, al pensar en su propia muerte, imaginó las portadas de los diarios en las manos del voceador jovencito que lo sustituiría en el crucero más codiciado de Tijuana. Se preguntó si alguien se tomaría la molestia de pagar una esquela, si los datos aparecerían correctos en su obituario, pero jamás concibió la idea de que los periódicos —todos los periódicos de papel de la ciudad y poblaciones aledañas— estarían muertos antes que él. Cuando su madre falleció, hace poco más de una década, los diarios del día llevaron un par de esquelas y una brevísima nota: “Muere madrina de los voceadores”.
La muerte de su madre no fue motivo para que Tello dejara ese día de ocupar su codiciado sitio en el mundo. Del sepelio se salió a las cuatro de la mañana para llegar puntual a recibir los paquetes en el crucero y empezar la venta. Lo que por única vez cambió fue su cara. Aquel día Tello no se pintó los cachetes ni se colocó la narizota roja. Por su ausencia brillaron los descomunales sombreros y el saco azul chillante. Esa mañana Tello fue tan sólo un señorcito maduro de tez morena y rostro tristísimo vendiendo periódicos en cuyas páginas interiores había dos insignificantes esquelas dedicadas a su madre. Agotó los ejemplares poco antes del mediodía y sólo entonces regresó a la funeraria para hacerse cargo del modestísimo entierro.
El Bordo es el último diario impreso que circula en la región fronteriza de Baja California y California. El número final que este día Tello sostiene en su mano izquierda representa la total extinción de las noticias en papel. A partir de mañana no habrá un solo periódico del día circulando en Tijuana, San Diego, Rosarito, Tecate o Ensenada. El voceador podrá seguir parado en su crucero contando chistes, pero a partir de mañana no tendrá nada para vender, aunque en realidad desde un tiempo casi no vende un carajo.
En los últimos años comprar un diario impreso se transformó en un acto de caridad.
En el siglo XXI el voceador se parece cada vez más al pordiosero, a los mil y un especímenes de crucero urbano que venden chicles, limpian parabrisas o piden cooperación para inciertas causas fantasiosas o simplemente extienden la mano sin ofrecer ni prometer nada a cambio. Nunca fue el caso de Tello. Hasta hoy, último día en sus más de seis décadas y media como voceador, Tello jamás ha suplicado a nadie que le compre un periódico.
Pepe Nacho vivió para vender periódicos desde que tuvo uso de razón. También supo que su destino no sería ser un voceador cualquiera, un efímero periodiquero del montón. A su manera Pepe Nacho Tello se las arregló para ir construyendo desde chiquito a su personaje. A su madre, Agustina —rostro hierático de quien lleva la voz de mando—, no le hacía gracia que a su hijo le diera por vestirse de payasito a la hora de salir a vender periódicos.
Todavía en la adolescencia Pepe Nacho no había pasado de ser el hijo loquito de Agustina, pero al rayar la veintena era ya conocido como Tello, el periodiquero de los chistes y los mil sombreros. Sea por manda, cábala o costumbre, comprar el periódico con Pepe Nacho se volvió una tradición. Para sorpresa y beneplácito de su madre, el voceador de alma cirquera se hizo de su cartera de clientes, señores que sólo con él compraban su periódico. Además de contar chistes, Pepe Nacho guardaba ejemplares atrasados y suplementos especiales destinados a sus no pocos clientes que iban y venían del otro lado de la frontera y trabajaban buena parte de la semana para algún patrón californiano. Tello cumplía con improvisar chistes nuevos cada mañana y variar los sombreros. Al principio eran tres o cuatro, pero con el tiempo fueron decenas, acaso más de un centenar. De la nada sus clientes le empezaron a regalar sombreros. Algunos eran viles gorritos desechables, pero al menos siete u ocho eran portentos carnavalescos. Un multicolor gorro de bufón con una veintena de cascabeles, una cachucha con descomunales cuernos de alce, otra con tenazas de langosta y hasta un yelmo de caballero andante. Había no pocos sombreros de mago conejero, además de los de vaquero y charro. Tenía gorras oficiales de policía tijuanense y piloto aviador de Fuerza Aérea estadounidense e incluso un sombrero cordobés. El saquito azul chillante y la nariz siempre roja no variaban nunca, pero los sombreros eran distintos cada día. Podía darse el lujo de no repetir un sombrero en cinco meses de trabajo, aunque por supuesto había algunos favoritos que le traían suerte y otros que eran el equivalente a su indumentaria de gala.
Pronto Tello fue un punto de referencia, una postal típica de Tijuana. Su madre tronaba los chicharrones entre el gremio papelero y era respetada entre quienes ejercían el oficio, pero la figura identificada y conocida en toda la ciudad empezó a ser el voceador de los mil sombreros. Completan el cuadro sus juguetes, que suelen acompañarlo en el crucero. Junto con los periódicos que carga en un carrito de supermercado, Pepe Nacho coloca unos veinte monos de peluche. Raídos ositos descosidos y muñecas mancas que acomoda en círculo sobre el pavimento rodeando el montón de papeles.
En la cuartería que tiene por madriguera, Tello guarda algunas de las portadas que su madre alzó siendo una jovencita. La del bombardeo de Pearl Harbor la vendió Agustina cuando Pepe Nacho era ya un óvulo fecundado en su vientre, aunque tardaría todavía algunos meses en reparar en su embarazo. La de la bomba sobre Nagasaki y la posterior rendición japonesa la alzó en brazos Agustina cuando Pepe estaba por cumplir tres años. Aun sin saber leer y con apenas vagos conceptos de lo que ocurría más allá de Tijuana, Agustina intuyó que en esos ejemplares tan deseados y vendidos había algo que coqueteaba con lo eterno y por ello los guardó.
Pepe Nacho estaba por cumplir 15 años cuando alzó el papel donde se veía la foto de un ángel de piedra derrumbado sobre el pavimento, al parecer una estatua famosa despedazada a más de 3 mil kilómetros de distancia por un terremoto que sacudió esa lejana y difusa capital que ni Tello ni su madre visitaron nunca. La primera portada apoteótica de su vida la vendió con 21 años recién cumplidos, en noviembre de 1963, cuando su colección de gorras y sombreros empezaba a ser respetable. La bala que mató a Kennedy regaló a Tello su primera mañana de real abundancia, la primera jornada de su vida en que las ediciones del día fueron reimpresas una y otra vez sin que dejara de venderse. Hasta entrada la noche seguía Tello vendiendo papeles.
Las portadas desfilan por su vida como modelos en pasarela, como enjambre de bichos de efímera existencia, mariposas matutinas condenadas a morir al caer la tarde. El periodo de vida de la princesa noticia es cada vez más insignificante. Cuando apenas lleva unas horas en la calle se le considera ya demasiado vieja. La masa requiere información nueva. Esa bestia devoradora llamada opinión pública exige carne fresca. Cuando cae la tarde el periódico comprado en la mañana es estorbo sobre la mesa y al anochecer ha ido a dar a la basura o es alfombra de canario y gorrito de albañil. El único purgatorio posible para la noticia es el reino de la polilla en una vieja hemeroteca.
Hubo un tiempo, hace no mucho, en que comprar el periódico formaba parte de los rituales de vida diaria. Aún con la radio y la tele, no poca gente se enteraba de una noticia al momento en que la veía publicada en un papel. Había una suerte de embrujo en la contemplación de un hombre alzando una hoja en donde se leería un nuevo capítulo en la historia del día a día. El voceador, heredero del juglar medieval y el pregonero, el portador de un relato que no pocas veces tendría influencia directa en nuestras vidas.
Hoy, en el último día de su vida como voceador, Tello ha optado por el gorro de juglar con cascabeles. Por un momento estuvo a punto de elegir el de langosta o el de alce, pero le bastó ver a los tres formados sobre la vieja mesa de lámina para saber que el de juglar sería el elegido y con él sobre la cabeza se dio a la tarea de cumplir el ritual matutino, ese sí inalterado desde hace demasiados años, quizá desde que empezó a ayudar a su madre a cargar bultos de papeles.
Con la muerte de El Bordo se extingue oficialmente el oficio de voceador en la región fronteriza de California y Baja California. Los pocos que todavía quedan saldrán este día a vender el último ejemplar del último periódico sobreviviente. Después todo quedará en un “quién sabe” o un “Dios dirá”.
Lo que era un rumor se confirmó hace tres días. El último ejemplar de El Bordo circulará el martes 31 de diciembre. A partir de entonces continuará como portal de internet, aunque con menos de la sexta parte del personal. Para los reporteros y fotógrafos más jóvenes quedará la opción de mantenerse a flote en la red pero para los voceadores no hay mañana. El gremio que Agustina Caporal empezó a regentear en 1941 se extingue con el papel.
Cuando ni siquiera un presagio del alba por venir se asoma por la ventana, Tello se pinta los cachetes. El color rojo se fragmenta entre los surcos de su morena piel de ciruela pasa y las grietas del espejito cuarteado sobre la puerta de la letrina, el mismo en donde se ha mirado siempre a la misma hora y en idénticas circunstancias. Afuera lo aguarda el callejón de tierra en tinieblas con sus respectivos teporochos y amanecidos. Empujando su carrito de supermercado cargado con los viejos osos de peluche, camina hasta la calle Segunda y de ahí poco más de medio kilómetro hasta el crucero con Avenida Internacional. Sobrevienen instantes de quietud y frío afilado. Mientras aguarda la llegada acomoda sus peluches sobre la banqueta.
Exactamente a las 5:44 llegan los repartidores. Ellos, al igual que él, se quedarán sin empleo a partir de mañana.
Su último vestigio de optimismo es que acaso por ser el último ejemplar de la historia pueda haber una atípica venta elevada. El juglar del Bordo ya no vende noticias; vende un vil pedazo de nostalgia que frente al imperio digital es un jodido estorbo. El comprador de reliquias es improbable, aunque acaso no se descarte a ese espontáneo con delirios de profeta que al verlo con su narizota roja, sus cachetes mal pintados y su sombrero bufonesco, repare —por libre asociación de un par de segundos— en el ya no tan lejano día en que narrará a sus nietos la historia de esos jurásicos ayeres, cuando el acontecer del mundo yacía en anacrónicos papelajos que dejaban las manos negras. ¿Te imaginas? Papeles, puros pinches papeles estorbosos que hacían bulto y polvo. Acaso ese último comprador le narrará a sus nietos un relato de lejanos tiempos (¡imagínate semejante prehistoria!) cuando había gente que vendía noticias, tipos que copaban las esquinas y los cruceros para ofrecerte hojas donde con tinta sobre puerco papel se narraba el acontecer el mundo.
Cada conductor y cada tripulante de los automóviles que frente a él pasan yace inmerso en un mundito digital. Las pantallas en sus manos escupen las últimas noticias mientras Tello levanta su periódico. El sol de la mañana se va acercando a su punto más alto. Las horas de su último día como voceador se agotan. Tello no pierde el entusiasmo, aunque la tarde está cayendo y ha vendido apenas 17 de los cien periódicos que tiene el montón junto a sus osos de peluche. El tráfico vespertino avanza a vuelta de rueda. Rostros de hartazgo y fastidio buscan un exorcismo en su pantallita. Tello sigue en su puesto, pero la luz del día se va extinguiendo. Antes de una hora la oscuridad cubrirá la Avenida Internacional, pero Tello posterga el momento en que recogerá por última vez sus osos de peluche y los ejemplares sobrantes. El brazo en alto, el cuerpecito rechoncho y los pliegues cónicos del gorro son una alargada sombra sobre el pavimento. Pronto se diluirán en la oscuridad. A esta hora empiezan a destellar las luces de la barda fronteriza. Tello baja el periódico y lo deja caer sobre la calle. Después se arranca la roja nariz y arroja el gorro de juglar dentro de la rueda de peluches que parecen jugar rondas sobre la banqueta. Su primera noche sin mañana ha caído sobre la frontera.
ILUSTRACIÓN: Iván Vargas