Cuevas después de Cuevas
POR MARISOL RODRÍGUEZ
I
No pretendo ningún liderato juvenil ni trato de reclutar rebeldes con que atacar el infecto bastión de Bellas Artes. Me conformo con decir lo que siento que es, sin lugar a dudas, el mismo sentir de otros individuos de mi generación, tanto en el arte como en diferentes actividades intelectuales. Si mis declaraciones pueden ahora, o más tarde, servir de algo a los nuevos creadores, me sentiré satisfecho de haber cumplido con un deber (disponible en http://icaadocs.mfah.org/).
En “La cortina de nopal”, texto publicado en el suplemento cultural del periódico Novedades en 1951, José Luis Cuevas narra la “fábula” de Juan, un personaje de ficción construido a la figura de los que pululan alrededor de la cultura mexicana, la asfixian, la amedrentan ante la pasividad o la cobardía de quienes no se atreven a rebatir. A lo largo de la historia Juan pasa de ser un estudiante de artes curioso por las vanguardias europeas a un “camarada” más del “Frente Nacional de Artes Plásticas” que, disfrazado de obrero y tras sendos bigotes zapatescos, pinta lo mismo figuras masivas y corpulentas que flacas y emaciadas mientras por ello reciba unos cuantos tostones.
La inconformidad de Cuevas es absoluta. Está dirigida a los funcionarios ignorantes y corruptos que le borraron alma y talento a tantos Juanes antes que él. El Coronelazo, como llama a Siqueiros, Diego Rivera, Leopoldo Méndez y algunos artistas del Frente son los primeros en una lista que repasaría como francotirador en este texto y muchos otros del mismo periodo que rebosan la energía de un veinteañero exitoso que no teme a nada ni a nadie pues sus triunfos al margen de un sistema que desprecia son innegables. Sus triunfos, además, han evidenciado tantos fracasos a su alrededor que no puede más que subirse a un pedestal y señalarlos desde arriba mientras ríe con sorna, disparando ironías en vez de balas. Así se lee ese Cuevas de 20 años, triunfal, atemporal.
II
El padre cede a la insolente juventud de su hijo menor que reclama en vida su herencia. Al obtenerla, la desperdicia en tierras lejanas y pronto se encuentra desvalido y hambriento, envidiando a los cerdos que comen bajo su cuidado. Decide entonces volver al hogar paterno. Avergonzado y arrepentido, ensaya camino a casa las disculpas que dirá al llegar. Se sabe indigno pero regresa no como hijo, sino como sirviente.
Su padre, creyéndolo muerto, lo ve a la distancia y acelera una celebración por su regreso. Cuando finalmente aparece, no ha terminado su disculpa cuando el padre ya lo besa y ordena: “Poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta”. El padre misericordioso representa a Dios en la parábola del hijo pródigo, tercera y última parte del ciclo de redención del Nuevo Testamento.
En 1979, después de un “autoexilio” de tres años en Francia, José Luis Cuevas regresa a la ciudad de México para inaugurar la muestra El regreso de otro hijo pródigo en el Museo de Arte Moderno.
El No-Grupo, formado a finales de los años setenta, activo hasta 1983 e integrado entonces por Maris Bustamante, Melquíades Herrera, Alfredo Núñez y Rubén Valencia, encuentra en esta muestra y su desconcertante (y/o profundamente perverso) título la síntesis de su Goliat: un sistema solemne, supuestamente dadivoso y arbitrario. El montaje de momentos plásticos (o performance) que el grupo preparó para la ocasión se tituló Atentado al hijo pródigo e incluyó la distribución de ¡auténtico sudor de José Luis Cuevas! quien paradójicamente ya para entonces se encontraba cómodo con el título de “Maestro” y quien en 1988 escribió sin rastro de picardía: “Dentro de Latinoamérica fui un precursor y en los Estados Unidos mi actitud era comparada a la que en el cine asumía James Dean o en la música popular Elvis Presley”.
La acción del No-Grupo, lejos de ser una afrenta al “Maestro”, fue un desafío a la representación pública del artista moderno. Atentado al hijo pródigo fue uno de varios montajes en los que José Luis Cuevas participó con el No-Grupo. Si lo hizo para subrayar el absurdo de su tardío reconocimiento (y la forma en que este se dio), como un modo de heredar su potencia crítica y satírica, o como una divertida distracción sin demasiada repercusión inmediata, es incierto, dada la inconsistencia que caracteriza los siguientes años del Maestro de entonces 48. (En http://pias.arts-history.mx/entrada.php?id=365 puede escucharse en su totalidad “El día en que las obras de arte en los museos tuvieron que ser incineradas…”, hilarante radionovela del No-Grupo en la que participa Cuevas como él mismo.
En palabras de Maris Bustamante: “Allá por el año de 1979, Rubén Valencia, con base en una idea que tenía desde hacía tiempo, escribió un guión de arte-ficción con Melquíades Herrera, para realizar una producción independiente radiofónica, que criticara la gran cantidad de obra inactiva y sin vigencia histórica guardada en los museos de arte en todo el mundo”. En la historia estas obras son incineradas en el MoMA de Nueva York. Ahí se encuentra Fernando Gamboa, quien se niega a revelar los nombres de los artistas mexicanos cuyas obras serán destruidas en hornos. Se filtra el nombre de Cuevas y los reporteros van a la búsqueda de una declaración).
III
Basura afortunada fue parte del programa expositivo de la Celda Contemporánea en el año 2004 y consistió en el rescate, a través de distintos proyectos impresos, del papel sobrante de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Joaquín Segura (México, 1980) participó con un póster impreso en papel económico en que se ve amplificada una credencial de afiliación al INSEN (Instituto Nacional de la Senectud): JOSÉ LUIS CUEVAS 26/02/1934. A la derecha, Cuevas sonríe con el mentón ligeramente alzado y la sonrisa perfecta, el look de un refinado septuagenario. No se puede decir de Segura lo que Cuevas sostenía sobre El Coronelazo: que no lo atacaba a él, sino a su personaje, pues a sus setenta y tantos años, Cuevas había logrado desaparecer cualquier distinción que existiera entre los dos. Joaquín Segura se rebela contra el símbolo, el personaje y la persona.
En 1966, Mathias Goeritz escribió: “José Luis Cuevas ha llegado a un individualismo de tal extremo que logró universalizar su ‘yo’. En un acto de exaltación continua ha hecho y está haciendo que cada una de sus obras se convierta en grito YO — YO — YO — YO, como Rembrandt — YO de Beethoven — YO Dostoievski — YO loco — YO animal — YO carnicero — YO (sic) amanto — YO rebelde — YO Beatle — YO harto — YO solo — YO en ti — YO en todo el mundo — YO en la luna — YO sol — YO ayer — YO hoy — YO eterno — YO”.
La admiración de Goeritz es un vestigio casi inexplicable para la generación de Segura que no ve en Cuevas al líder de la Ruptura, vanguardista, cabecilla del franco disenso en las artes del país y sátiro del sistema oficial. Desde hace generaciones se percibe a Cuevas más como un megalómano que como un buen artista, más recientemente en las portadas de revistas de chismes, dando “exclusivas” de sus 15 bodas con su nueva esposa (ejem, la directora de su museo), o tomándose fotos kitsch como cualquier otro turista depredador alrededor del mundo. Sobre el Museo José Luis Cuevas, Santiago Espinoza de los Monteros comentó a Reforma el 26 de junio de 2013: “Recibe dinero del INBA sin informar en qué se gasta un recurso cercano a los 2 millones de pesos anuales… Sostener un recinto museístico propiedad del GDF con un Consejo que no sesiona hace más de 10 años llama, por lo menos, a suspicacia”. Su YO devino retrato deformado de su Juan. Sus últimas obras, ahora coloreadas por su esposa en una dudosa colaboración “amorosa”, acumulan polvo en las salas de su museo.
Epílogo
El 16 de enero de este año, Fritzia Irizar (Culiacán, 1977) inauguró la muestra Obliteraciones (1939-2014) en la Sala de Arte Público Siqueiros. La fecha en el título se refiere al año en que Siqueiros inició el mural Retrato de la burguesía, al interior del extinto Sindicato Mexicano de Electricistas. En una acción para intervenir la fachada del recinto, Irizar realizó un registro fotográfico de los cuatro paneles del mural en el SME y los reprodujo a escala 1:1 para después triturarlos hasta convertirlos en confeti y dispararlos contra la SAPS con cañones papirotécnicos, transformados entonces, según el boletín de prensa, “en un mosaico ilegible que hace alusión al dicho: ‘Al pueblo, pan y circo’”.
“Al pueblo pan y circo” es uno de los corolarios favoritos de las diatribas contra la Escuela Mexicana de Pintura de Cuevas durante los años cincuenta. Pero aunque bien habría podido, el performance de Irizar no lo alude en nada, ni al mural efímero que sobre un billboard el “Maestro” creó en tres horas en la esquina de Londres y Génova de la Zona Rosa un 8 de junio de 1967 para desmitificar a, precisamente, Siqueiros. Si Cuevas se dirigía al Coronelazo desde el escepticismo y el desprecio, Irizar lo hace desde el reconocimiento y el análisis, en una relación dialéctica entre la historia y el presente agonizante del país.
A sus 80 u 83 años, la obra plástica de Cuevas es irrelevante. Ha trabajado arduamente durante décadas para que sea así. El vigor y el espíritu insurrecto que sedujo a Goeritz y a tantos otros en los años sesenta son el gran legado de un artista que supeditó su arte a un personaje que hoy esta más cercano a una telenovela que a una novela de Dostoievski. Salud en este aniversario por la lucidez de “La cortina de nopal” y la libertad de tener hoy cada vez más caminos que la otrora única ruta.
*Fotografía. Obra de Joaquín Segura presentada en la exposición “Basura afortunada”, que tuvo lugar en la Celda Contemporánea de la Universidad del Clautro de Sor Juana en 2004
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