Cultura vs. barbarie, último round

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En su más reciente libro y como buen médico, Juan Ramón de la Fuente ausculta el cuerpo de la sociedad y ensaya un diagnóstico. Propone reinventar la política, apelar al debate y demostrarle a la sociedad que la cultura puede y debe enfrentar la barbarie

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POR LEONARDO TARIFEÑO

Si algo sobra en la realidad política y social de México y el mundo son razones para el desencanto. No hay que ser un nihilista para advertir que los principales rasgos de la época son desoladores, y da la sensación de que al enumerarlos siempre aparece alguno peor que el anterior. Para hablar sólo de nuestro país, está claro que la profundización de la desigualdad se complementa con la escandalosa indiferencia de la clase dirigente. La democracia no ha cumplido sus promesas, la corrupción permea todos los rincones del sistema político y la violencia impone sus leyes de sangre y dolor justo, allí donde el Estado decide cerrar los ojos por omisión, ineficiencia o lisa y llana complicidad con el crimen organizado. El horizonte se adivina cada día más oscuro y para encontrar las salidas posibles se necesita un gran esfuerzo de optimismo e imaginación, que tal vez buena parte de la sociedad ya no tiene ganas de hacer. Con ese panorama a la vista, la pregunta inevitable, dolorosa y abismal es: ¿y ahora qué?

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Esa pregunta ronda todas las conversaciones políticas del presente y construye La sociedad dolida, el muy necesario libro con el que Juan Ramón de la Fuente, como buen médico y psiquiatra, ausculta el cuerpo de la sociedad, detecta los males, ensaya un diagnóstico y muestra los distintos caminos que podrían conducir a la cura. Convencido de que “la ignorancia se extiende como la más peligrosa de las enfermedades y origina a todas las demás”, el autor apuesta al conocimiento y la racionalidad para desarticular los peligros que amenazan la buena salud social. El populismo, la intolerancia, la deshumanización, los vínculos inmediatos entre pobreza y enfermedad, la mentira institucionalizada y la estafa ideológica de “un régimen que ha sistematizado la miseria y la ignorancia, y sólo está pendiente de la gente cuando llegan las elecciones” resultan, en estas páginas, algunos de los virus más peligrosos. En ciertos casos, la dolencia ya está en curso. En otros, podría desatarse en cualquier momento. Y para todos ellos, la propuesta del autor consiste en reinventar la política, apelar al debate y demostrarle a la sociedad que la cultura puede y debe enfrentar a la barbarie.

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“Parece que hemos aceptado –escribe el ex rector de la UNAM- que lo político es necesariamente violento porque está sustentado sobre el principio de exclusión. Y hoy, lejos de reconocer las diferencias, esa exclusión se ha vuelto más honda y es lo que caracteriza a esta época”. Bajo la influencia de Giovanni Sartori y Zygmunt Bauman, De la Fuente reivindica la posibilidad de “forjar nuevos consensos, más flexibles e incluyentes” que deriven en la construcción de un espacio social apto para el intercambio de ideas que definen a toda democracia. En esa línea, los textos de La sociedad dolida podrían verse como los distintos capítulos de una nueva agenda social, el mapa que debería guiar la reconstrucción urgente de un lugar de encuentro y reconciliación de las diferencias, en el que las “voces estridentes” no hagan callar a quienes piensen distinto. Su reclamo es sensible y pertinente; lo que cabe preguntarse es si el actual deterioro del sistema político, el esperable desapego social a las instituciones y la brutal degradación económica que padecen los que menos tienen permiten reinstaurar, como exige el autor, los mecanismos de disenso y entendimiento que mueven las ruedas de la democracia. A la pregunta “y ahora, ¿qué?” se le suma esta otra, quizás, más dramática aún: ¿es posible cambiar?

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Por lo que sugiere La sociedad dolida, el cambio es posible en la medida que la cultura, la ciencia y la razón política se conviertan en los pilares de esa voluntad transformadora. “La presencia de la enfermedad, escribió Schopenhauer, significa que la voluntad misma está enferma –recuerda el autor–. Lo que es un hecho es que, en la remisión de algunas enfermedades, la parte sana de la voluntad juega un papel importante”. Las dolencias no se curan porque uno quiera, pero si uno no desea curarse jamás va a estar sano. En una sociedad castigada por tragedias como las de Ayotzinapa, el impacto de los últimos temblores y el abrumador desinterés con el que la política abandona a los ciudadanos, parece previsible que a la indiferencia de los dirigentes se le responda con la indiferencia popular. Pero ese diálogo quebrado, solamente interrumpido por la descalificación o el agravio, no conjura ninguna incertidumbre. “La retórica sólo puede combatirse con ideas, con el análisis riguroso de la realidad y con nuevos programas que activen mecanismos sociales de inclusión eficaces y transparentes”, señala el autor. Si el desastre es tal que ya no quedan ni rastros de un espacio de reflexión, debate y enriquecimiento de la democracia, lo que conviene no es terminar de destruirlo, sino volver a levantarlo. Recordar que sólo se cura el que ya no quiere seguir enfermo. Fortalecer la parte sana de la voluntad social.

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La sociedad dolida contrasta con cierto pesimismo de la época por su tono propositivo y sereno, de franca confianza en el salto evolutivo que la democracia podría dar si el conjunto de la sociedad se atreve a reinventar la política. “Hay que aprovechar mejor los espacios que ofrece nuestra democracia para disentir, debatir, para defender ideas y para esgrimir razones pero sin amenazas, sin tanta especulación, sin agraviar al otro solo porque no se lo conoce”, pide el autor. Quizás los dos mejores ejemplos de esa apuesta que ensaya De la Fuente sean su análisis de las raíces del populismo y los argumentos con los que defiende su muy clara posición ante el consumo de drogas. En el primer caso, plantea una hipótesis osada y sensata a la vez. Apunta que, durante la Guerra Fría, el mayor riesgo de la democracia liberal era la amenaza marxista; luego, caído el Muro de Berlín, el peligro encarnó en el terrorismo islámico, autor del atentado en las Torres Gemelas de Nueva York. ¿Y ahora? Pues hoy el principal opositor al espíritu tolerante de una “sociedad abierta” sería ni más ni menos que el “ciudadano rabioso”, con la indignación a flor de piel, justamente enojado por la malversación de las promesas democráticas y transformado en una bomba de tiempo cuyo estallido desemboca en las opciones demagógicas legitimadas en el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, la victoria del Brexit en Reino Unido y hasta las movilizaciones populares que desbancaron al gobierno de Dilma Rousseff en Brasil. La furia y el resentimiento acumulado son entendibles, pero fomentan el odio y arrasan con los consensos. ¿Así se reconstruye una sociedad? Para De la Fuente, no. “Frente al ciudadano furioso, yo no veo más que al ciudadano democrático: más culto, más libre, con más derechos y más informado que nunca antes en la historia –subraya– (…). Debe encontrar la forma para volver a ganar en las urnas sin demagogia, honrando su pensamiento crítico y recreando un proyecto colectivo de ideales, capaz de cohesionar a una sociedad furiosa, agraviada, polarizada, pero no irreconciliable”.

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La expresión de una racionalidad lúcida y moderada, opuesta a “la política de las emociones”, se vislumbra en el apoyo del autor al “matrimonio igualitario” y, sobre todo, en su visión medicinal y política del consumo de ciertas drogas. Como médico, dice De la Fuente, él está lejos de posicionarse a favor de que alguien fume marihuana. “Pero no puedo aceptar que quien lo haga sea tratado como delincuente, por la sencilla razón de que consumirla, hasta donde entiendo, no constituye delito alguno”, remata. Su formación científica lo hace pensar de una manera; la racionalidad política que propone y alienta le permite ver el costado social del mismo problema, que se enfrenta a su visión médica pero no la neutraliza. “Entre regular y prohibir –concluye-, me quedo con lo primero. Prohibir no resuelve, criminaliza al usuario, propicia la actividad delictiva, la corrupción, el lavado de dinero y la asociación del consumo de marihuana con drogas más nocivas. Regular, en cambio, favorece el enfoque de la salud pública: es mejor la prevención, el tratamiento y la rehabilitación en lugar de la cárcel para los usuarios”.

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Con este libro trascendente y oportuno, De la Fuente le ofrece a la sociedad mexicana una brújula valiosa, un llamado a no terminar de perderse sólo porque no haya luz en el camino. En ese rumbo alerta sobre los nexos entre violencia social y salud mental, revisa las razones económicas de la obesidad, indaga en las causas de la protesta popular y recuerda que, así como las estructuras edilicias de las zonas sísmicas deben estar preparadas para cuando vuelva a temblar, las estructuras políticas deben modificarse ante los distintos retos que propone una época en la que “el malestar ciudadano” ha llegado a un punto límite. Al empezar el libro menciona que a veces siente que México va “por detrás de los tiempos”; a su manera, La sociedad dolida insta al país a ser contemporáneo de sí mismo y dejar atrás los fracasos del pasado antes de que ahoguen el presente. El lado crucial de ese pedido es el rol central y decisivo que le otorga a la cultura, quizás el segmento más despreciado por una clase gobernante que durante décadas ha pasado de largo ante las múltiples posibilidades de inserción social, desarrollo y crecimiento que la educación y el conocimiento pueden brindar. Ex secretario de Salud y doctor honoris causa en diecinueve universidades, no debería extrañar que De la Fuente crea que la cultura es capaz de unir al país y sanar muchas de sus tantas heridas. “Ahí está latente la conciencia crítica que requerimos para discernir y la conciencia ética que necesitamos para recuperar la confianza en nuestras instituciones y en nuestras leyes –advierte–. Es en el ámbito educativo donde puede surgir el proyecto que cierre la brecha que hoy separa a la política de la cultura, para crear una verdadera cultura política”.

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Si algo sobra en la realidad política y social de México y el mundo son razones para el desencanto. Una de las más tristes indica que la cultura no puede hacerle frente a la barbarie, simplemente porque la violencia y la pobreza matan y la educación es un proceso que requiere tiempo, paciencia y un apoyo sostenido. Lo más probable es que la cultura por sí sola no logre ganar ese combate; no menos cierto es que, como recuerda el autor, la ignorancia es el mayor de todos los males y la fuente de las peores enfermedades enquistadas en el corazón del país. La sociedad dolida no asegura que la alianza de la educación, la cultura y la ciencia podría revertir por sí sola la inercia de miseria, engaño y crimen que avanza sin que nadie se atreva a detenerla. Pero sí estimula y anima a crear una nueva razón política, ilustrada e incluyente, que le dé motivos a la sociedad a creer en el cambio. La cura para la enfermedad, diría el médico De la Fuente, está a la mano. Y aunque pueda doler o tardar en hacer efecto, hoy quizás no haya más alternativas que creer en ella.

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Foto Archivo El Universal

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