Daniels y el otro yo escatológico
POR JORGE AYALA BLANCO
En Un cadáver para sobrevivir (Swiss Army Man, EU, 2016), macabro debut como autores totales de los TVserialistas Dan Kwan y Daniel Scheinert bajo el seudónimo conjunto de Daniels (cortos previos siempre en mancuerna: La boda de mi mejor amigo/El sudor de mi mejor amigo 11, Posibilia 14, Pelota interesante 14), multipremiado en festivales especializados en cine fantástico (Sitges et al.), el ingenuo e hirsutamente monstrificado náufrago adolescente de tupida estúpida barba pelirroja en una diminuta isla en el Océano Pacífico perdida Hank (Paul Dano pronto transformista) se encuentra precedido por los mensajes desesperados que ha conseguido lanzar en barquitos hechos con cualesquiera envases (“Auxilio”/“Estoy aburrido”/“No quiero morir solo”), ha decidido colgarse desde la cima de un acantilado con la postrer cuerda a su alcance, que se revienta, y pensando en volver a intentarlo, divisa sobre la playa el cuerpo del náufrago ya cadáver Manny (Daniel Radcliffe prolongando su búsqueda de heteróclitos personajes mórbidos para sacudirse su encasillamiento como eterno niño mago de Harry Potter), a punto de ser arrastrado de nuevo por el oleaje, lleno de estertores y temblorina, pero esperanzadoramente abordable por los locochones monólogos del solitario locuaz (“¿Estás bien? Por favor no estés muerto”) y, detectándolo aún pedorro (“Eso fue algo muy cómico”), le habla, le ruega ser su guía y se trepa en él para navegar, como si fuera una lancha salvavidas, hacia otra isla, para continuar a su lado rumbo a la idealizada aldea donde acaso lo aguardaría algún feroz padre humillador, ya por tierra, arrastrando a Manny y cargándolo a cuestas o cual bebé gigante, logrando que el vencido cadáver, así tratado, se recupere tras resguardarse con él de la tormenta en una cueva, parloteándole sin cesar y consiguiendo que le responda, reanimándolo al explicarle por el accidentado camino de cosas de la vida de acuerdo con su particular visión de tímido sexual enamorado de la intocable linda pasajera topada a diario en el autobús Sarah (Mary Elizabeth Winstead), advirtiéndole reactivas erecciones masturbatorias bajo el pantalón y motivándole él mismo sensualmente luego de afeitarse y usar peluca e improvisados atuendos femeninos, prosiguiendo por inmersiones accidentales al río caudaloso desde un puente de troncos o desplomándose por una cuesta de barro cagado, haciéndole creer que es suyo el celular con la foto de su adorada Sarah ya al semirresucitado deseante transferida en lo erótico, hasta llegar prácticamente a rastras a la idílica casita de la bella mujer, apenas custodiada por la tierna hijita Crissie (Antonia Ribero) que llamará a un policía (Timothy Eulich), al papi ojete de Hank (Richard Gross) y a la periodista carroñera (Marika Casteel) para atestiguar el retorno del hijo pródigo, pero al enterarse éste de que su amigote difunto será enterrado por la municipalidad en una fosa sin nombre, eso le provoca una última revuelta moral que llevará al límite doliente su otro yo escatológico.
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El otro yo escatológico engloba, con crispado ánimo minimalista de superarlas, a todas las magnas robinsonadas fílmicas que la precedieron, sean la sarcástica robinsonada antiliteraria de Las aventuras de Robinson Crusoe de Buñuel (52), la robinsonada extraterrestre con changuito y aliens en el westernista Death Valley de Robinson Crusoe en Marte (Haskin 64), la robinsonada como alegórica genealogía caucásica de Robinsonada o mi abuelo inglés (Djordjadze 86), la robinsonada existencial del canturreante Náufrago (Zemeckis 00), la robinsonada sideral del spielbergiano robotito metaE.T. de Wall*E (Stanton 08), o la robinsonada cienciaficcional estallada de Luna: 1095 días (Jones 09), pero a diferencia de ellas el bicéfalo Daniels consuma una tanática robinsonada homoerótica medio inmadura sexual algo impetuosa que es en verdad una lectura límite del aislamiento, un delirio escénico posbeckettiano y la afirmación de la vida hasta en la muerte (y de la muerte hasta en la vida), un cruel sucedáneo de la soledad carente del aborigen Viernes e inventándoselo en un cadáver mutante y milusos.
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El otro yo escatológico se articula como original objeto irreductiblemente mórbido sobre una palidez del cadáver reviviente que contagia con su lividez y su cabeza insostenible al relato en su conjunto, una caprichosa trama-caja de sorpresas con golpes tanto altos (ese vómito de Manny convertido en fuente de agua potable) como bajos (ese repentino ataque de la osa del Revenant: el renacido de Iñárritu 15), una fotografía anémica de Larkin Seiple, una pulverizadora y taimada edición agolpadoramente posvideoclipera de Matthew Hannem que mediante jump-cuts y delirio de elipsis internas ambiciona una equivalencia óptica con las dimensiones infinitas de la conciencia y sus estados alterados, una impertinente y música popera de Andy Hull y Robert McDowell que constituye un perfecto reflejo exteriorizado del espacio interior del héroe, la sublime escena del beso de Hank y Manny (¿o sólo era el protagonista desdoblado?) en el sueño húmedo de una profundidad fluvial cual homenaje gay a L’Atalante de Vigo (34) y una visión totalizadora de la experiencia humana, extendida a la imaginación y los recuerdos más el onirismo vivido.
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Y el otro yo escatológico redefine la noción de escatología en los dos sentidos extremos del término, en un sentido fisiológico-material como un cadáver que echa pedos sin parar (por acumulación de gases en descomposición o cual manifestación del alma restante, según aclara el héroe objetivamente vivo) para caer entre otras cosas en un pantano de mierda, y en un sentido filosófico-religioso a través de un cadáver que acomete con éxito la doctrinal apropiación de los fines últimos de la humanidad, tanto la finitud como la finalidad de la vida, su muerte y su juicio final y su resurrección inmediata aunque transmutada, una tangible posibilidad de crear la salvación en vez de esperarla.
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FOTO: Protagonizada por Paul Dano y Daniel Radcliffe, Un cadáver para sobrevivir se exhibe en salas comerciales.