Dante y Marcel
Hay cinco referencias en cuatro de los siete tomos de En busca del tiempo perdido hay referencias directas que Marcel Proust hizo a la Divina comedia de Dante Alighieri, detalles que comprueban la admiración del francés por el poeta toscano y su naturaleza común en cuanto peregrinos irreductibles a los sentidos
POR MARCO PERILLI
a David Huerta
Un hombre vive algo muy extraño, luego lo recuerda y lo relata.
Esta sinopsis lapidaria puede aplicar a la Divina comedia y a En busca del tiempo perdido. Son varios los puntos de contacto entre dos obras alejadas por seis siglos y unidas por su clase y magnitud.
Los autores, Dante Alighieri y Marcel Proust, colocan a sus personajes en el mundo liminar del más allá o de la memoria, y ellos, frente al milagro —la visión de Dios para uno, la reviviscencia del pasado para el otro—, llegan al fin de la experiencia para volver a recorrerla a través del recuerdo y la escritura. En pocas palabras, tenemos a dos personajes que cesan de serlo para convertirse en narradores que lo relatan todo en primera persona. La Comedia y En busca del tiempo perdido presuponen el desdoblarse de su autor en narrador y personaje, que siempre coinciden con él pero nunca entre ellos. El Dante que actúa en el poema de Dante no coexiste, en el tiempo, con el Dante que lo narra; el Marcel que hila sus propias remembranzas no se funde con el protagonista de los hechos. Yo cuento las cosas que he vivido, pero mientras las vivía era otro y ahora que las cuento ya no soy aquel: ésta podría ser, en síntesis, la clave narrativa. Clave no exclusiva, cierto, mas precipua para ambos por el sesgo peculiar que las acopla.
Dante y Proust ocuparon catorce años para escribir sus obras magnas. A falta de pruebas decisivas, la hipótesis más acreditada es que Dante comenzó la Comedia en 1307 y terminó poco antes de morir, en 1321. Los primeros apuntes de En busca del tiempo perdido remontan a 1908 y Proust terminó la redacción, aunque no alcanzó a revisarla, poco antes de su muerte, en 1922. “Infierno” y “Purgatorio” circularon en vida de Dante, el “Paraíso” se difundió más tarde; los últimos tres tomos del ciclo proustiano —que comprende siete libros y 3 mil páginas— fueron póstumos también. Uno y otro conocieron la deriva del exilio: literal y forzado para Dante, autoimpuesto y casero para Proust, que se encerró en su cuarto forrado de corcho para aislarse del mundanal ruido, alimentándose durante los últimos años de café y croissants.
En una carta fechada 1906, Proust confiaba al amigo Antoine Bibesco: “Desde el momento en que (…) por primera vez he dirigido mi mirada hacia el interior, hacia mi propio pensamiento, (…) cien personajes de novela, miles de ideas me piden que les done un cuerpo como esas sombras que en la Odisea piden a Ulises que les deje beber un poco de sangre para llevarlas a la vida y que el héroe repele con su espada”. ¿No es ésta la idea seminal de la Recherche como una Nekya, la evocación de los difuntos a través del ritual de la reminiscencia, un viaje al más allá del tiempo en busca de su revelación? Dante y Marcel son peregrinos en un mundo irreductible a los sentidos, que se manifiesta en virtud de su propia trascendencia. El milagro de la magdalena remojada en una taza de te, que suscita el estupor de Marcel ante la repentina, espontánea y rotunda epifanía del pasado, absorbe al lector en la ola etérea, y sin embargo orgánica y real, de la visión. Marcel se pregunta:
¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades?
Por el camino de Swann
Para que surja el fenómeno es necesario abandonarse al encuentro con el yo velado, agazapado en la memoria y deseoso de salir a la menor provocación, o en espera del estímulo propicio; Marcel intuye que la señal hay que buscarla dentro y que la vida eterna pulsa siempre y solamente al unísono con nuestra identidad: “Esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo.” El acto eucarístico de la comunión con el pasado a través de un aroma familiar cobra sentido, y eficacia, por su naturaleza introspectiva, ya que el personaje no comulga con un cuerpo extraño, sino consigo mismo: el más allá del tiempo perdido lo encuentra en su interior, vivo y fértil, ansioso de unirse al presente y de invadirlo. Es un estado hipnótico, una suspensión de la consciencia para alcanzar su plenitud, cuya osadía es el talento de asentir a su camino. El duermevela, ya en la primera página del libro, suelta la mente hacia una zona franca de inusitada libertad. Por su parte, el peregrino en la selva oscura, al inicio del poema, y frente a Dios, al final, encara un trance onírico donde el sueño es apocalipsis, eso es, revelación.
En la novela de Proust hay cinco referencias a Dante, distribuidas en cuatro de los siete libros:
Y así aquel nenúfar, parecido también a uno de los infelices cuyo singular tormento, repetido indefinidamente por toda la eternidad, excitaba la curiosidad de Dante, que hubiera querido oírle contar al mismo paciente los detalles y la causa del suplicio, pero que no podía porque Virgilio se marchaba a grandes zancadas y tenía que alcanzarlo, como me pasaba a mí con mis padres.
Por el camino de Swann
En fin, la vida que se hacía en casa de los Verdurin, la que él denominaba antes “verdadera vida”, le parecía ahora la peor oída imaginable, y aquel ambiente el más abyecto de todos. “Verdaderamente, no puede darse nada más bajo en la escala social: es el último círculo dantesco (…).”
Por el camino de Swann
Al mismo tiempo, unos señores que, aunque muy poco versados probablemente en el arte de “recibir”, llevaban el título de “encargados de recepción” me lanzaban severamente la mirada de Minos, de Eaco y de Radamanto, mirada en la que se hundía mi alma desamparada como en desconocido abismo donde no tenía protección posible; más lejos, detrás de unos cristales, veíase a la gente sentada en un salón de lectura para cuya descripción me hubiera sido menester pedir a Dante, ya los colores con que pinta el Paraíso, ya los del Infierno, según pensara yo en la dicha de los elegidos que tenían derecho a entrar allí a leer con toda tranquilidad o en el terror que me causaría mi abuela si ella, tan despreocupada por este género de impresiones, me mandaba entrar en aquel salón.
A la sombra de las muchachas en flor
La Ristori ha venido aquí una vez, la trajo la duquesa de Aosta para que dijese un canto del Infierno, de Dante. Ahí sí que es incomparable.
El mundo de Guermantes
Está convencido de que en todas las civilizaciones guerreras la mujer tenía un papel humillado y bajo. No se atreven a contestarle que las “damas” de los caballeros de la Edad Media y la Beatriz de Dante estaban quizá en un trono tan elevado como las heroínas de monsieur Becque.
El tiempo recobrado
El carácter de las citas es distinto y variado: desde la comparación entre una flor y los tormentos de los reos, al infierno como espejo de la jerarquía social; del recurso a la paleta dantesca como índice del genio descriptivo a la pura circunstancia anecdótica o a la crítica erudita. Además, en la primera y la tercera referencia oímos hablar al narrador, en los otros casos se trata de la voz de un personaje conversando. Y si la sombra de Dante se diluye en guiño culto, herramienta estilística o incluso cháchara mundana, lo mismo no ocurre con Cervantes y Shakespeare, por ejemplo, cuyos nombres no aparecen, aunque se menciona a don Quijote (una vez, en Sodoma y Gomorra) y a Hamlet (dos veces, en Sodoma y Gomorra y en La fugitiva). En la novela de Proust, aventura y drama, o parodia y folletín, quedan afuera: el accidente radica en un desliz verbal, en el íntimo vía crucis de los celos o en un frívolo entusiasmo que activa “las intermitencias del corazón”. La escala de grises, con su promiscuo capital de resonancias, es el tesoro que seduce a Proust, su mayor inversionista; es una epopeya a la sordina, sin gritos ni disparos.
Dostoievski, autor citado con frecuencia (once veces, en tres libros), es objeto de conversación entre Marcel y Albertine, su novia, que declara: “Todas las novelas suyas que yo conozco se podrían titular Historia de un crimen. Es una obsesión, no es natural que hable siempre de eso.” Y Marcel contesta:
Desde luego, como todo el mundo, conoció el pecado, en una forma o en otra, y probablemente en una forma que las leyes prohíben. En este sentido debía de ser un poco criminal, como sus héroes, que, por lo demás, no lo son del todo, pues se les condena con circunstancias atenuantes. Y quizá no valía la pena de que fuera criminal. (…) De todos modos reconozco que en Dostoievski esta preocupación del asesinato tiene algo de extraordinario y me lo hace muy extraño.
La prisionera
La polifonía introspectiva del novelista ruso apunta en Proust al soliloquio de un yo lejano de los hechos, donde cada voz y cada timbre afina un orden diferente de armonía, conforme al criterio dantesco y a sus diálogos fugaces, ora con las almas doloridas, ora con los símbolos gloriosos: notas tenues, que soplan vida eterna en la mente que las graba.
Dante y Marcel. El nombre Dante aparece una sola vez en la Comedia, en el canto XXX del Purgatorio y es la primera palabra pronunciada por Beatriz. En Proust el nombre Marcel aparece en un dos ocasiones, pronunciado por Albertine, en La prisionera:
Al recuperar la palabra, decía: “Mi” o “mi querido”, seguidos uno y otro de mi nombre de pila, lo que, dando al narrador el mismo nombre que al autor de este libro hubiera sido: “Mi Marcel”, “mi querido Marcel”. Desde entonces yo no permitía ya que, en familia, una pariente me dijera “querido”, quitando así el valor de ser únicas a las palabras deliciosas que me decía Albertine.
“Mi queridísimo Marcel, llegaré un poco después que ese ciclista al que le quisiera quitar la bicicleta para estar más pronto a tu lado. ¿Cómo puedes creer que pudiera enfadarme y que haya algo más divertido para mí que estar contigo? Sería estupendo salir los dos, y más estupendo todavía no salir nunca más que juntos. ¡Qué cosas se te ocurren! ¡Qué Marcel! ¡Qué Marcel! Tuya, toda tuya, Albertine.”
En la primera ocasión el narrador recuerda las palabras de Albertine al despertar y presta su nombre al personaje con lírica malicia: la pareja autor-narrador sustituye al binomio narrador-personaje, de tal forma que el autor viene a ser al narrador lo que éste es al personaje. Todos aluden al mismo individuo, todos son Marcel y su recíproca distancia le da nervio y calidez a la novela.
En la segunda ocasión —80 páginas después— se trata de un recado que Albertine le hace llegar a Marcel por interpuesta persona. La mención es gregaria, no aporta testimonios ni arroja opacidad.
El cotejo de los manuscritos, de las capas de apuntes y variantes que han nutrido la Recherche, demuestra que el nombre fue agregado en una etapa tardía, a indicar la voluntad de establecer un vínculo directo entre autor, narrador y personaje; al mismo tiempo, la inserción eleva una atalaya que impulsa el acto de rememorar y delata una mirada omnívora y su puesta en escena.
El dato estadístico acerca una vez más la novela de Proust al poema de Dante: Dante aparece en el canto 64 (de 100) y Marcel en la página 63 del quinto tomo (de siete). Si quisiéramos medir la posición con un cálculo preciso, Dante aparece en un lugar que abarca el 64% del poema y Marcel en un lugar que abarca el 68% de la novela, con base en el cómputo de los folios en la edición canónica de La Pléiade. El dato, en sí, es ocioso; destaca la correspondencia en la irrupción del nombre, pronunciado por la mujer amada y luego omiso. La firma del autor, delegada al personaje más próximo al protagonista (Beatriz es el nombre más frecuente en la Comedia y Albertine es el nombre más frecuente en la Recherche), en un lugar muy avanzado de la obra, establece un paralelo entre voz y materia, entre autor, narrador y personaje, entre Marcel y Dante y… el lector: no descendencia de un modelo, mas adhesión común a una búsqueda privada y colectiva que alberga en el yo el campo de batalla de una consciencia plena y devota a lo insondable.
Nota: Las citas se refieren a la edición de Alianza editorial de En busca del tiempo perdido. Las traducciones son de Pedro Salinas (Por el camino de Swann y A la sombra de las muchachas en flor), Pedro Salinas y José María Quiroga Plà (El mundo de Guermantes), Consuelo Berges (Sodoma y Gomorra, La prisionera y El tiempo recobrado).
FOTO: La barca de Dante, de Eugène Delacroix (1822)/ Museo de Louvre
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