LAC: la tragedia contemporánea a escena
Con lenguaje propio y un discurso sólido, Les Ballets de Montecarlo —compañía dirigida por J. C. Maillot, artista contemporáneo de inspiración renacentista—, fue uno de los platos fuertes de la más reciente edición del FIC
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POR JUAN HERNÁNDEZ
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La compañía Les Ballets de Montecarlo, dirigida por el francés Jean-Christophe Maillot (Tours, 1969), es una agrupación de excepción. Goza de personalidad, propuesta artística única y va de la mano de un coreógrafo que ve en la danza un proceso de esclarecimiento de las emociones, para darles forma y hacerlas presentes en la escena. En ese sentido, Maillot va a contracorriente del devenir convencional del ballet, cuando decide sumar obra artística a los bienes del mundo, descifrando hondos misterios sobre la naturaleza humana.
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Hace unos días, la compañía presentó LAC, basada en El lago de los cisnes, según dice el programa del XLVI Festival Internacional Cervantino (FIC). Impreciso sería pensar la obra de Maillot como versión de una obra clásica. Desde luego que el creador fija la mirada en aquella pieza de repertorio; sin embargo, el resultado es una obra nueva, profundamente actual en términos de estructura, interpretación y, desde luego, en el sentido de la utilización de la potencia musical.
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LAC es la puesta en vida de una tragedia contemporánea. Los bailarines estudian sus emociones, cosa que se dice rápido, pero exige riesgo, disposición y entrenamiento para ir más allá de la forma. El intérprete busca la textura de sus emociones y les da uno o muchos colores, sonidos y la fuerza del signo que permite una expresión que se proyecta en diferentes direcciones. De ahí que la puesta en escena resulte impecable y tome su lugar en la dimensión a la que toda obra artística aspira: la humana.
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A Les Ballets de Montecarlo le hemos visto varias veces en México. Entre sus obras están aquellas que dan una vuelta de tuerca a las historias de Romeo y Julieta o La Cenicienta. Desde entonces y por la trayectoria que se le conoce, se le ha encasillado como una compañía que hace versiones de obras de repertorio del ballet. Una apreciación poco justa.
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Si el análisis se limita a la enunciación de ese cliché, perdería la oportunidad de adentrarse en una materia de gran complejidad; es decir, desvelar el ofrecimiento de una manera distinta de aproximarse al hecho escénico, del entendimiento de la danza como experiencia humana, cuyo lenguaje nos permite echar luz sobre los enigmas del espíritu —aunque todo aquello espiritual esté hoy en día en devaluada circunstancia— y penetrar la piel de la forma, para encontrarnos con aquella sustancia que conmociona al espectador, colocado de frente a sus deseos (sin la valoración de lo bueno o lo malo, sino como pulsiones vitales), miedos (necesarios para la supervivencia), así como conductas y pensamientos ocultos.
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Haciendo a un lado la idea de la bondad y la maldad, como dos opciones de vida, la obra de Maillot ofrece coloraturas que van de lo luminoso a los sitios más oscuros del alma humana. Amén de encontrar en la tragedia, la única manera de entender el destino de la existencia humana.
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Maillot construye un lenguaje y da unidad al discurso, a partir de su experiencia. Él mismo ha sido bailarín, músico y pensador de amplio bagaje intelectual. Sabe lo que quiere y cómo pedirlo a sus colaboradores. De esta manera, ha creado piezas artísticas que logran lo imposible: colocar las historias de hadas, magos y hechizos, en un terreno de verdad. Las hace humanas porque recurre al mito, a través del cual se ha buscado una explicación a todo aquello que nos resulta inexplicable, en todas las épocas de la civilización.
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Maillot es un artista contemporáneo de inspiración renacentista. Estudió piano alrededor de 15 años y tiene una comprensión de las artes mayores, en busca de la perfección. Ese conocimiento lo ha convertido en un artífice sobresaliente.
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De ahí la exquisitez sobria de la escenografía, el vestuario y el relieve de los cuerpos. La música en LAC es vida y emoción pura. La musicalidad es propia de la experiencia de la danza, que en su efímera existencia potencia la energía en el presente.
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Cuando hablamos de energía, no sólo nos referimos al cliché de una vida luminosa, sino a la experiencia humana que también experimenta en el dolor, en la idea de la finitud, de la imposibilidad del amor y de la oscuridad, sentido de existencia.
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Qué lejos está LAC de los cuentos de hadas, de producciones edulcoradas o de representaciones que, sin mayor riesgo, ocupan un lugar en la historia del arte, como repertorio tradicional —diríamos intocable— del ballet.
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Les Ballet de Montecarlo viene a recordarnos que las obras clásicas lo son en la medida de su maleabilidad, porque resisten el paso del tiempo, la adaptación a nuevas maneras de interpretación y de representación.
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En esa medida, en la propuesta de Maillot, no hay lugar para la complacencia. El coreógrafo se posiciona como un artista que, quizá sin saberlo aún, crea obras destinadas a ser clásicas —en el sentido amplio de la palabra—, cuya materia será resistente al paso del tiempo, porque las ha llenado de eternidad, esa dimensión a la que aspiran los artistas al buscar materiales resistentes (como claramente vemos en las pinturas renacentistas).
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El coreógrafo encuentra esa sustancia en la profunda dimensión metafísica del alma, en donde se apilan los misterios para ser desentrañados una y otra vez, como elementos de eso que hemos llamado condición humana.
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FOTO: Les Ballets de Monte Carlo, de Jean-Christophe Maillot, se presentó en el Auditorio del Estado de Guanajuato los días 11, 12 y 13 de octubre./ Claudia Reyes Ruiz/ FIC.