David Cronenberg y el colapso corporal
Un artista que incuba órganos corporales monstruosos para sus performances se ve involucrado en el conflicto contra una secta que asesina evolucionistas radicales
POR JORGE AYALA BLANCO
En Crímenes del futuro (Crimes of the Future, Canadá-Grecia- RU-Francia, 2022), reconstituyente opus 23 del truenacocos autor total canadiense de culto universal de regreso al cine de horror y ciencia ficción a sus 79 años David Cronenberg (tras un peligroso periplo violento-metajunguiano que pasa por Promesas peligrosas 07 y Un método peligroso 11), el carcomido artista de performance quirúrgico biomecánico Saul Tenser (Viggo Mortensen decadente) vive prácticamente para su arte novedoso en un poscontaminación-poscambio climático futuro indeterminado donde el dolor físico ha desaparecido y la cirugía es el nuevo sexo, incubando en una cama-capullo los monstruosos órganos corporales generados por un sistema de evolución avanzada que le serán extirpados en vivo y en directo por la devota socia que le practica sexo oral en su interior Caprice (Léa Seydoux indómita), pero al acudir a una obligatoria revisión gubernamental catalogadora de órganos inéditos conoce a la fanática admiradora burocrática bierotizada Timlin (Kristen Stewart) que lo orilla a conocer colegas suyos (un performancero con veinte orejas por todo el cuerpo y labios cosidos, un doctor que le instala un cierre de cremallera en el vientre, una egregia automutiladora con bisturí) y pretende seducirlo sin éxito (“No soy bueno para el sexo a la antigüita”), al tiempo que el inerme Saul es también contactado por el afrodetective Cope (Welket Bungué) que le pide infiltrar a una subversiva secta asesina de evolucionistas radicales, tanto como a un grupo de éstos que lo impele a él y a Caprice (luciendo ahora órganos cosméticos de adorno en la frente) a practicar la autopsia in vitro de un niño de ocho años que era primero en su especie devoradora de productos sintéticos como el plástico, por lo cual su propia madre lo asesinó, rellenando su estómago mutante con burlonas sorpresas orgánicas, tal como fatalmente lo comprueba un aterrado Saul, quien, sometido al efecto dominó de un exterminio anticriminal en serie, será también víctima letal de un provocado y ominoso colapso corporal.
El colapso corporal se presenta como el más antiglorioso, lerdo y abusivo thriller de horror anticipatorio, a la vuelta de la esquina portuaria con barco volcado, para mostrar un futuro distópico meramente orgánico y visceral donde nada es lo que solía ser ni siquiera en la ciencia ficción más pesimista de los clásicos del subgénero (Huxley, Orwell, Golding, Asimov, Burgess, Ballard), un nunca terminal mundo futuro que se halla dominado por la generación de inútiles órganos abominables apenas curiosos, un anhedónico mundo futuro donde ya no existen ni el placer sexual ni la culpa pero sí el castigo criminal, un compacto mundo futuro habitado en exclusiva por mutantes seres desechables nutridos en casa dentro de una crisálida-caparazón de insecto colgante del techo y encantadores aunque temidos niños comeplástico de entrada exterminables por su propia madre mediante la almohada del Amour de Haneke (12) sin remordimiento alguno, un desastrado mundo futuro en el abandono de sí mismo cuya única dimensión científica-biotecnológica se concentra en la mera clasificación burocrática por una oficina RPO (Registro Nacional de Órganos), un predestinado mundo futuro cuyos especímenes privilegiados se movilizan bajo cierta simbólica túnica mortuoria pospestífera muerte neomedieval según la danza macabra bergmaniana de El séptimo sello (56), para mejor servir al insólito y emético performance-show clínico de órganos extirpados para contemplación jubilar de ojos sólo así empáticos dentro de la convulsiva pasividad absoluta, un crepuscular mundo futuro volcado hacia una sequedad de imágenes antiespejismos lumínicos a lo Blade Runner (Scott 82), un residual mundo futuro reducido a su mínima expresión por la fotografía fuliginosa de Douglas Koch y una devastada música del otrora grandilocuente Howard Shore y un montaje de Christopher Donaldson concebido para propiciar la sensación de una estancada avidez elíptica en trance epiléptico.
El colapso corporal se consuma entonces como un verdadero y valedero Festival Cronenberg que incluye tanto la conspicua sublimación testamentaria como la irrisoria autoparodia deliberada, allí donde se resuelven y trascienden y asfixian la primaria plaga de los Parásitos asesinos (75) y los bichos genitalmente introducidos en la tina del baño de Rabia (77), los niños sin ombligo concebidos por ser Los engendros del diablo (79), las cabezas explosivas de Telépatas-mentes destructoras (81), las asunciones mediáticas vueltas subcutáneas de Videodrome (83), las carnales transferencias zoológicas insertadas en La mosca (86), la barbarie quirúrgica-ginecológica sostenida por la otredad gemela de los inseparables Dead Ringers (88), los narcoaccesos desquiciados de Almuerzo desnudo (91), la lujuria de los orgásmico-mutiladores choques automovilísticos a propósito de Crash-Extraños placeres (96), la virtualidad cual mortífera confabulación sustitutiva de eXistenZ (99), la figura subyacente del ciborg fílmico funestamente medrando por aquí o por allá, y la enternecida contemplación del propio cadáver-lastre en el minicinta-gag La muerte de David Cronenberg (21), todo ello sometido ahora a un autoirrisorio capricho inhumano, en el anticlímax constante y la sorpresa arbitraria, entre el delirio preapocalíptico y el discurso acerca del cuerpo escindido e infestado por metamorfosis sucesivas, rumbo a esta sexualidad quirúrgica de todos tan temida.
Y el colapso corporal permite finalmente que el devoto de su arte extremo Saul se arrellane en su ya inútil silla con tentáculos alimentadores para solicitarle a su fiel Caprice una tableta de chocolate plástico envenenado, sonríe a la cámara de anillo dando gracias a la vida cual sacrificada Lillian Gish en El lirio roto (Griffith 1919) antes de morir, y fallece derramando una lágrima de felicidad, en pleno éxtasis unificador del placer y el dolor más recónditos.
FOTO: Léa Seydoux y Viggo Mortensen protagonizan este filme que condensa la trayectoria de Cronenberg.
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