David Lowery: ahora soy sólo un hombre
POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRASA diferencia de la maquinaria hollywoodense, que salvo contadas excepciones acusa un desgaste narrativo palpable en la gran cantidad de remakes y secuelas mediocres o directamente malas que produce de un buen tiempo a la fecha, el cine independiente generado en Estados Unidos goza de estupenda salud. Un termómetro confiable para confirmarlo es el Festival de Sundance, que desde su fundación en 1983 por iniciativa de Robert Redford ha hecho de Park City, Utah, un imán que cada año atrae durante las dos últimas semanas de enero a lo mejor de las nuevas propuestas fílmicas generadas a nivel mundial lejos de los intereses comerciales. En la pasada edición de este festival, que celebró tres décadas de vigorosa vida, se estrenó Ain’t Them Bodies Saints (2013), primera incursión de David Lowery en el largometraje, que obtuvo la nominación al Gran Premio del Jurado y el reconocimiento a la mejor fotografía —a cargo de Bradford Young— en el rubro de drama estadounidense. Oriundo de Texas, la zona donde se desarrolla la trama ambientada en los años setenta —el tinte nostálgico colorea toda la cinta—, Lowery ya había probado su destreza como editor en numerosas películas ajenas y como director y guionista en un puñado de cortometrajes propios entre los que destaca Pioneer (2011), que también fue parte de la selección oficial de Sundance y resultó ganador en tres festivales de cine independiente. Esa destreza aumenta con Ain’t Them Bodies Saints, no en balde considerado uno de los debuts más prometedores de 2013, que evoca lo mismo a Terrence Malick y Cormac McCarthy —extraordinarios cartógrafos del territorio texano— que dos filmes de altos vuelos elegiacos: Maria’s Lovers (1984), de Andréi Konchalovski, y The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford (2007), de Andrew Dominik. No es casualidad que dos actores centrales de estos filmes (Keith Carradine y Casey Affleck, respectivamente) se reúnan ahora bajo las órdenes de Lowery.
Desde un principio resulta evidente que la influencia con mayor peso en Ain’t Them Bodies Saints corresponde a Terrence Malick, sobre todo si se piensa en la pareja de amantes criminales de Badlands (1973). Tal pareja se desdobla en Bob Muldoon (Affleck) y Ruth Guthrie (Rooney Mara, notable), los jóvenes enamorados que son separados luego de un tiroteo del que sale herido Patrick Wheeler (Ben Foster), el policía que constituye el tercer vértice de un triángulo definido en esencia por la añoranza y la soledad. A este trío se añade el viejo Skerritt (un espléndido Carradine), que asume el papel de protector de Ruth y su pequeña hija, nacida mientras Bob se halla en prisión. La fuga de Bob, ávido por cumplir sus funciones de marido y padre, contribuye a tensar una historia de melancólica transparencia a la que le preocupa profundizar no en dispositivos policiacos sino en los diversos mecanismos de la espera y el deseo postergado, la pasión amorosa y el tiempo perdido y ya irrecuperable. “Antes solía ser el diablo. Ahora soy sólo un hombre”, confiesa Bob al amigo que le da cobijo después de huir de la cárcel, y en sus palabras vibra el ansia por lograr que el presente contenga o cuando menos desvíe la corriente del pasado. Pero esa corriente es inflexible, y los personajes de Ain’t Them Bodies Saints lo saben y terminan siendo obligados a admitirlo a costa de sus anhelos. Bajo los cielos amplios de Texas, en exteriores donde la luz se demora para revelar algo que se escapará sin remedio o en interiores tenuemente iluminados que recuerdan la pintura umbría de Georges de La Tour, David Lowery compone un bello réquiem por la fugacidad de los cuerpos que se encuentran y desencuentran.
*Fotografía: Still de la película Ain’t them bodies saints./Especial.