David Zonana y la fábula antiheroica

Oct 7 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 8188 Views • No hay comentarios en David Zonana y la fábula antiheroica

 

Heroico, un filme de tinte semidocumental que aborda ritos de iniciación de reclutas que aprenden a hacerse soldados y a normalizar la violación de derechos propios y ajenos. Fábula moral anticastrense

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Heroico (México-Suecia, 2023), detonante film 2 como autor total del exproductor ejecutivo capitalino de 34 años David Zonana (tras Mano de obra 19), el atildado joven mestizo pelón de 18 años Luis (Santiago Sandoval Carbajal) ingresa al Heroico Colegio Militar como aspirante a cadete para seguir los pasos de su padre ausente y deseando un seguro militar para su diabética madre parlante del náhuatl (Mónica del Carmen), es interrogado y revisado hasta en el ano para hacerse digno de recibir un riguroso discurso acerca de su privilegio de poder devenir mucho más que un soldado raso y sobre las severas e inflexibles disciplinas que deberá cumplir y los reverenciales silencios por guardar en filas y hasta en el comedor común, al lado de otros novicios llamados potros por lo pendejos que son los caballos al nacer e intentar ponerse en pie sobre sus frágiles patitas, y de inmediato, al tiempo que como todos sus compañeros se hace acreedor de hostilidades y vejaciones por parte de sus homólogos de años superiores tiende lazos de amistad con otros miembros de su pelotón, como el estudiante con gafas astutamente estoico por ser hijo de un oficial Ratón (Carlos Gerardo García) y como el moreno parsimonioso Mario (Esteban Caicedo) que por su condición netamente indígena es elegido por sus sádicos superiores para ensañarse gratuitamente con él en los duros entrenamientos colectivos y en los humillantes castigos individuales en escarmiento de todos “para hacerse hombres”, si bien, por el contario, nuestro agraciado potro Luis se rebela como un tirador magnífico y deviene para sorpresa suya en protegido del privadamente mimoso oficial Sierra (Fernando Cuautle) y en calidad de tal se le obliga a participar en las hamponescas incursiones nocturnas o intimidatorios “trabajitos para dar un susto” que realizan gozosos golpeadores de otras compañías colegiales en antros rojizos o en domicilios particulares so pretexto de obsequiar flores, pero la hostilización en contra del infeliz indígena Mario llega a más al ser secuestrado en su dormitorio y desaparecido cierta noche, lo que remueve un instinto de ética y justicia en el privilegiado aparentemente envilecido Luis, atreviéndose a denunciar valerosamente el hecho, fracasar y envilecerse, mientras el relato se bifurca en la ambigüedad total: por un lado, Luis se asume como alumno ideal del colegio hasta su triunfal graduación solemne cual cadete ejemplar al servicio de la patria, y por el otro lado, el joven se rebela instintivamente contra sus compinches en el operativo nocturno al grado de exterminar a toda su patrulla a balazos, como culminación de una bien cursada fábula antiheroica.

 

La fábula antiheroica se construye como un objeto fílmico ficcional demostrativo a través de una narratividad de traza sólo descriptiva-expositiva e imparcial, un relato naturalista en apariencia objetiva y semidocumental-observacional a base de planos sintéticos en ocasiones virtuosísticos con escapes súbitos a otros órdenes expositivos gracias a la imbricación de distanciadas secuencias hiperrealistas y secuencias semifantásticas o postsurrealistas buñuelianas, al dejarse cruzar por impresionantes visiones onírico-simbólicas que nunca se sabe a ciencia cierta cuándo empiezan y dónde terminan pese al uso sistemático de cortes hacia largas pantallas en negro y retorno a la rutina bárbara de los entrenamientos, ni podrá saberse quién delira, a quién pertenecen específicamente esas alucinaciones, al héroe-pivote de la ficción, a la ficción misma o al excedido cineasta manipulador en una pieza de arte insano por excelencia (diría Deleuze en Crítica y clínica).

 

La fábula antiheroica se convierte rápidamente en una defensa e ilustración del mejor método para lograr la formación ideal del soldado de élite perfecto mediante el abuso sistemático, un remordido encomio a la brutalidad enseñoreada e ineluctable, una cruzada moral que se pretende política y devastadora, un memorial crimiufano ostentado como “basado en hechos reales” pero con aspiraciones emuladoras de La ciudad y los perros del peruano Mario Vargas Llosa con esa dicotomía Esclavo/Jaguar tras la desaparición del escarnecido amigo indígena Mario (¿Vargas Llosa?), un acta de acusación, un cuestionamiento ejemplar y acerbo de los rituales extremos de la virilidad racista y homosexual-reprimida e instintiva y sublimada, un reservorio de virulentos depredadores en potencia formativa o en acto cínico e impune en favor del respeto a los derechos humanos de la patria sacrosanta aunque promoviendo y amparando violaciones a esos mismos derechos en concreto (“Quiero que sepan que esto no es por ustedes, es por el bien de México”), una elucubración amarillista a partir de misteriosos rituales de iniciación que en realidad se ignoran, un accesible manual para la fabricación del más conspicuo y patriótico torturador castrense perfecto, una entronización del autoodio como medida y ofertorio de todas las cosas (esa mimética paliza al sobrinito que manifiesta su deseo de estudiar para militar cual meta del periplo exterior/interior y escena cumbre del áspero film), en suma, una aleve denuncia-exabrupto moralino duro y a la cara del Colegio Militar ya despojado de lo Heroico, a la formación-mentalidad-educación castrense y al Ejército Mexicano como institución.

 

Y la fábula antiheroica culmina, después de la visceral matanza de su propio pelotón, con el asaltante disparando en contra del espectador, recurriendo al pionero y emblemático inserto aleatorio (al principio, al final o a la mitad) de El gran robo del tren (1904) del escocés estadounidense Edwin S. Porter, un célebre plano que para el teórico didáctico Simon Bordwell significa el arranque histórico de la posibilidad del Estilo en el cine y para el mexicano Zonana significa la contundente desembocadura de un no-discurso polarizante por encima de sus arcaísmos sentimentalistas tan bien ocultos y sordos cuan imposibles de superar.

 

 

 

FOTO: La cinta fue filmada en el Centro Ceremonial Otomí y recrea al Heroico Colegio Militar. Crédito de imagen: Especial

« »