De la elocuencia musical al griterío
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Algunas de las presentaciones más memorables de este año, a cargo de las orquestas sinfónicas que conviven en la Ciudad de México, fueron un alivio ante la dolorosa experiencia del 19 de septiembre
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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De los altibajos emocionales que representan el año que termina, dos sucesos quedarán en mi memoria como la pauta para recordarlo, en el mismo nivel sensorial: por supuesto uno es el vacío que por semanas seguí sintiendo tras el 19 de septiembre; para ése, la Orquesta Filarmónica de la UNAM comenzó a aliviarme el sábado 30: la vehemencia con que José Guadalupe Flores ofreció la Séptima sinfonía de Beethoven representó si no el mejor concierto que hubiera escuchado, sí el más emotivo, el que me devolvía la energía para continuar.
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De la otra cima emocional a la que llegué quizá no me recupere nunca, y no quiero hacerlo: el mejor concierto del año lo escuché en la misma Sala Nezahualcóyotl con la Orquesta Sinfónica de Minería el 20 de agosto, cuando acompañaron a Agustin Hadelich, el violinista más poético de la actualidad, el Concierto para violín de Alban Berg; la madurez que ha alcanzado, el significado que le encuentra a cada nota, cómo la comunica.
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Como inciso, esa obra fue insuperable dentro de la programación orquestal que escuché, pero como recital, el del Cuarteto Penderecki en el Festival de Morelia apenas en noviembre pasado, fue la mejor sesión de cámara. No sólo es la convicción con que hablan juntos, fue su energía, la claridad, la personalidad en cada uno de los estilos que abordaron (esa noche tocaron a Bernal Jiménez, Mozart, Grieg y Schafer).
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Fue otro cuarteto, el Danish String Quartet, el que este año ofreció el mejor disco. Desde hace tiempo que venía convenciéndome de que son uno de los mejores cuartetos jóvenes: no sólo era la elocuencia con que los cuatro instrumentos mezclan su voz en una sola, también me fascinaba su personalidad sonora tan particular, tan escandinava en su concepción de color. Su nuevo disco, Last leaf, es una delicia auditiva: se tomaron la libertad, se dieron su recreo, y arreglaron ellos mismos una docena de canciones y danzas folklóricas nórdicas; supera cualquier expectativa artística, tanto por el compromiso musical interpretativo como por la labor arreglística formal.
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Y ya que empecé este banal y profundamente subjetivo recuento con lo mejor, hubo dos presencias mexicanas en el exterior que creo merecen mención especial: como colectivo, el grupo de compositores jóvenes a quienes la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles comisionó y estrenó obra en su festival dedicado a la Ciudad de México, su presencia ahí los consolida y les da un empujón invaluable en sus carreras internacionales (Alejandro Castaños, Edgar Guzmán, Iván Naranjo, Diana Syrse, Juan Felipe Waller). La otra es individual: el clarinetista Sócrates Villegas logró el año de prueba y se convirtió en el primer músico mexicano en pertenecer a una orquesta de la A-list, la de Filadelfia. Juntos, son mis personas del año.
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Las tres orquestas sinfónicas que conviven en la Ciudad de México destacaron también, localmente, por su programación: creer en los músicos al confiarles repertorios vanguardistas (la Sinfónica Nacional se lució al acompañar el Concierto para clarinete de Corigliano a Michael Collins), innovando e incluyéndolos (bravo por la temporada de conciertos de cámara de la Filarmónica de la Ciudad en la que su titular convive de tú a tú con sus atrilistas), ayuda siempre a la salud institucional, aunque los resultados no resulten los mejores: la OFUNAM podría tener un mejor director, la Filarmónica no haberse escondido tras el temblor y la Sinfónica no fiarse siempre de sus solistas.
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Con sus asegunes, ninguna de ellas ofreció el peor concierto del año, aunque un par de acompañamientos estuvieron a dos notas falsas de llegar a la lista. De este apartado se encargaron en Morelia: dos días después de escuchar al extraordinario Penderecki, no entiendo cómo sobreviví la sesión de la Wiener Kammersymphonie, un ensamble entre lo amateur y lo estudiantil, vacío en lo artístico como débil en lo sonoro. Una verdadera sorpresa que se hubiera colado en la programación.
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Como sorpresiva fue también la programación más débil de cuantas ediciones del Festival Cervantino se han realizado. Los platos fuertes nacionales brindaron lo que se esperaba de ellos: pero los podemos escuchar cada semana; y los internacionales, los poquísimos que hubo, quedaron a deber. Lo que ya no causó ninguna sorpresa es la inestabilidad de la Ópera de Bellas Artes: cancelaciones, su débil organización, errores de comunicación –internos y externos–, pleitos entre directivos, la mediocridad permeante. No podemos decir que estemos cada vez peor, porque ya ni nos acordamos de cuando estábamos mejor.
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También hubo un peor disco y éste vino de una de las artistas más aclamadas de los últimos tiempos. Anne-Sophie Mutter ya había dado muestra, precisamente en nuestro país, de cómo la música de cámara puede salir mal cuando dos músicos no se entienden: como en Morelia en el 2010 junto a Yuri Bashmet y Lynn Harrell, en su nuevo disco dedicado al quinteto La Trucha, de Schubert, cae en el principal pecado de los malos cameristas, y que es también el peor de los males de la actualidad: cinco músicos tocando cinco “idiomas” diferentes, donde a nadie le interesa escuchar, entender al otro. Además de la disparidad de estilos, la velocidad rapidísima que toman y el griterío de todos encima de todos, vuelve todo incomprensible.
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Imposible no concluir citando el tema del año: el boom de escándalos de abusos sexuales llegó a la música clásica. A lo malo, que es descubrir cada día más figuras que de una u otra forma confiaron de su situación para acosar o abusar, viene el aprendizaje: no se trata de una cacería de brujas, no es esperar treinta años porque sí, es porque hace treinta años los críticos habían defendido a los depredadores; es, en palabras de nuestra Salma, porque las víctimas ahora pueden hablar. Quizá el tren parezca exagerado, pero es una válvula de escape necesaria que hará que la denuncia se vuelva normal, para que el abuso deje de serlo.
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FOTO: El mejor concierto del año lo dio la Orquesta Sinfónica de Minería con el violinsita Agustin Hadelich. / Especial
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