De luto, el teatro campesino e indígena
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El 2 de febrero falleció María Alicia Martínez Medrano, fundadora del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, con el que llevó las herramientas expresivas de esta disciplina a las comunidades mayas
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POR JUAN HERNÁNDEZ
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En la década de los 80, con el apoyo de Julieta Campos, la aguerrida e incómoda (para muchos) María Alicia Martínez Medrano, fundó el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, en Tabasco. Un atrevimiento por demás irreconciliable con el mainstream de la cultura, no siempre dispuesto a reconocer la presencia de las comunidades originarias de México.
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María Alicia Martínez Medrano falleció el 2 de febrero, en Mérida, Yucatán. Murió como siempre quiso: entre los indígenas y los trabajadores de la tierra, a quienes ella les mostró la herramienta expresiva del teatro. A su paso, dejó varias generaciones de enamorados de este quehacer artístico: maestros, actores y directores, quienes han continuado el esfuerzo de la fundadora de aquel primer laboratorio de teatro entre los campesinos de México.
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Alumna de Virgilio Mariel y Seki Sano, trabajó con método de Stanislavski, el de la vivencia de la emoción pura. Toda una excentricidad, que a la directora le funcionó para llamar la atención, no siempre para bien, de la comunidad intelectual del país.
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Más allá de las simpatías o antipatías que provocó la propuesta, así como la personalidad adusta de la directora y dramaturga, es innegable la aportación que realizó para empoderar, por medio de la experiencia teatral, a los indígenas, de diferentes etnias, de Tabasco y Yucatán, principalmente.
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Muy recordada es su puesta en escena Bodas de sangre, de Federico García Lorca, adaptada a la realidad, usos, costumbres y lengua de los nativos tabasqueños. La admiración de la maestra por el dramaturgo y poeta granadino era conocida; pero el trabajo de la directora no se limitó a la difusión de la obra del enorme vate español. En ese proyecto leído por muchos como una excentricidad, vio la luz, en el seno de las culturas originarias de México, los textos clásicos. Adaptados, desde luego, a los escenarios naturales, y enmarcados, en su caso, en las tragedias de los pueblos del México profundo.
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Quizá no siempre se entendió del todo la dimensión del fenómeno cultural que, con el brazo armado del teatro, levantó en el sur del país la polémica maestra.
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O bien padeció la incomprensión de los funcionarios culturales o, en el caso contrario, la admiración desmedida y acrítica de quienes, en una actitud paternalista, asumieron como “sublime” que los indígenas del país hicieran teatro.
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Más allá del poder atractivo que lo exótico ejerce sobre los seres humanos, al reconocer la otredad como extrañeza absoluta, la expresión en la selva tabasqueña y luego en la agreste pero viva tierra blanca de la península yucateca, en donde aún superviven los mayas del siglo XXI, el fenómeno del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena toma relevancia en su contexto específico. Aunque varios de sus montajes fueran adaptaciones de textos occidentales, el sentido específico de la experiencia, radicaba en la inflexión del entorno en el que se desarrollaban las puestas en escena.
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Huelga decir que en este caso la escena estaba muy lejos de cumplir con los criterios del teatro occidental convencional, pues se desarrollaba desde una posición en el mundo que muy poco tenía que ver con lo edificios teatrales, la mecánica y el artificio del quehacer teatral predominante.
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Mal haríamos si pensáramos en ese quehacer —el de los campesinos e indígenas posicionándose en el mundo por medio el teatro—, si aplicáramos los mismos parámetros y criterios con los que analizamos la escena premiada con becas por las instituciones o las que se montan en los recintos convencionales de la escena en México. Y no porque se trate de un asunto menor, sino porque es, ni más ni menos, que otra cosa.
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Contra todo, y a pesar de su personalidad, postura artística, así como personal, María Alicia Martínez Medrano convocó a cientos de personas de la comunidades originarias de México a participar, sin renunciar a su identidad, a la experiencia viva del teatro, como una herramienta que religa el tejido social. En la fractura histórica, en la marginalidad social, en el apartamiento de la participación política, allende las fronteras de lo bonito y de las urbes en proceso acelerado de la globalización cultural, se encontraba el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena.
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Recordamos en los años 90 haber asistido a la selva tabasqueña, en donde se presentó Las aves, de Aristófanes, en aquella lengua ancestral de los indígenas mexicanos, incomprensible para los visitantes, quienes buscaban un lugar bajo las ceibas y se espantaban los moscos, mientras veían los follajes iluminados, en donde de pronto, como pájaros o jaguares, aparecían los personajes, que no eran ni griegos, ni occidentales, pero sí americanos; con una voz y sensibilidad propia, ocupando un lugar en el mundo, que no les sería arrebatado.
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María Alicia Martínez Medrano, una vez que se le retiró el apoyo en Tabasco, se fue a vivir entre los mayas, a Yucatán; allá continuó con su labor, hasta que murió, a principios de febrero, tal y como siempre quiso: “entre los indígenas de México”. Descanse en paz.
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Foto: María Alicia Martínez Medrano (Obregón, Sonora, 1937-Mérida, Yucatán, 2018), fundó el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena (LTCI) en 1983, con el apoyo de Julieta Campos, entonces directora del DIF Tabasco. Trabajó en las comunidades Oxolotán, Tacotalpa, Nacajuca, Los Pájaros, Jonuta, Balancán y Tenosique. Con Bodas de Sangre, el LTCI se presentó en el Festival Latino de Nueva York, en 1985;, en el Festival Iberoamericano de Teatro en Cádiz, y en Madrid, en 1987. También hizo representaciones de El árbol y La dama Boba, de Elena Garro; La tragedia del jaguar, creación comunitaria; así como De mayas y venados, Nome olvides y X´ocen, de su autoría, entre otras. / INBA / CITRU. Archivo Fotográfico General/
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