De sargento de segunda a primer actor de México: una de las últimas entrevistas de Ignacio López Tarso
El artista que interpretó protagónicos como Macario (1960) o El hombre de papel (1963) recuerda las vicisitudes que lo llevaron a convertirse en estrella de la escena. El primer actor recibió un homenaje póstumo en Bellas Artes el pasado 12 de marzo tras su fallecimiento a los 98 años
POR URIEL DE JESÚS SANTIAGO
Es la tarde del 9 de febrero de 2023, Ignacio López Tarso me recibe en su casa en la alcaldía Tlalpan de la Ciudad de México. Me pasan al estudio para instalarme; es un espacio colmado de libros de literatura clásica, las obras completas de Shakespeare, enciclopedias, teatro mexicano, griego y del siglo de oro español. En sus repisas alcanzo a ver el Ariel de Oro a la trayectoria, dos Golden Gate Award, varios TVyNovelas, la Medalla Bellas Artes, diversos premios de las Asociaciones de Críticos Teatrales, insignias, condecoraciones y reconocimientos de instituciones.
Momentos después entra el primer actor mexicano, con paso firme, como si sus 98 años no le pesaran; está abrigado con una chamarra de cuadros, tiene cabello en abundancia, los labios ligeramente morados, dientes parejos y una piel blanca con apenas unas cuantas arrugas. Me extiende la mano mientras me mira fijamente con sus ojos miel oscuro, luego se sienta en su escritorio, la única lámpara que hay en la habitación lo ilumina. Me cuenta que hace unos días Elena Poniatowska estuvo en su casa, “sentada donde estás tú ahora, ya es la segunda vez que viene y es muy linda”.
Oír hablar a López Tarso es como verlo actuar: hace ademanes, frunce el ceño, guiña el ojo y levanta la voz para dar énfasis a sus palabras. Sin embargo, como me ha advertido su asistente, esta tarde está un poco resfriado y a cada rato tose, pero eso no le impide interpretar el monólogo de su vida, que a fin de cuentas es el papel que más conoce; se basta sólo de unos pañuelos desechables que saca del cajón de su escritorio, para continuar entregándose como lo ha hecho con tantos personajes, la diferencia es que en esta función se deja guiar por un extraño director que no conoce.
Ha hecho cine, teatro, televisión y hasta política, ¿a qué hora le da tiempo de hacer tanto?
El tiempo me da. Tuve una época en que era no sólo actor de teatro, cine y televisión, sino que era secretario general de la ANDA y diputado federal por el XIII Distrito Electoral. Fueron tres años de 1988 a 1991 y durante esos años no tuve un solo día de descanso. Arreglé en la temporada de teatro que hiciéramos una pausa de, por lo menos, seis meses para poder cumplir con lo demás, porque me exigía mucho la Asociación Nacional de Actores y me exigía mucho la diputación.
¿La función pública le exigió más que su carrera actoral?
Siempre pensé que sería una actividad importante en mi vida y fue una época difícil para mí, pero cumplí. En cuanto a mi carrera actoral, se inicia cuando era todavía alumno en la Escuela Nacional de Teatro y ya en esa época tuve grandes oportunidades que, al mismo tiempo de ser un compromiso fuerte, eran un gran premio. De modo que me sentía alagado, me sentí aplaudido antes de tiempo por mi actitud como estudiante. Yo nada más me dejé llevar ¡y cómo me fue de bien! las oportunidades me llegaron sin buscarlas.
Aún estudiaba en Bellas Artes cuando se une a la compañía de Teatro Estudiantil Autónomo ¿Cómo fueron esas primeras giras?
El TEA era un grupo totalmente improvisado, nadie sabía que iba a suceder ese día, todo se improvisaba y era muy interesante porque Javier Rojas, el director, nos obligaba a hacer todo lo necesario que se hace en el teatro. No sólo actuábamos, éramos un grupo de gente creativa por nacimiento y por necesidad, que hacíamos de directores de nosotros mismos, de técnicos y actores, porque no había quien lo hiciera.
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Como los jóvenes de este país, al cumplir los 18 años López Tarso se enlistó para al Servicio Militar; estuvo acuartelado en Veracruz, Querétaro y Monterrey, pronto descubrió su facilidad para la vida militar y fue ascendiendo; en ese año que estuvo en el Ejército fue cabo, sargento de segunda y de primera.
“Cuando terminé el servicio obligatorio, el general del onceavo regimiento de infantería me llamó y me dijo: ‘Ignacio, tengo para ti una carta para que te presentes en el Colegio Militar y sigas la carrera dentro del Ejército’. Le dije: ‘Mi general, yo le agradezco mucho su interés, esto es un gran elogio para mí, pero no lo puedo aceptar porque quiero ser actor’”.
“‘¿Es en serio?’, me dijo y golpeó el escritorio gritándome: ‘¡Allá tú que estás tirando una carrera en el Ejército por una bestialidad!’, y empezó a aventar cosas. Años después supe que fue al teatro y que estaba entre el público, salí a saludarlo y estaba muy contento; me dijo: ‘Tuviste toda la razón’”.
Llega a Bellas Artes buscando un autógrafo de Villaurrutia, pero nunca se lo da. ¿Por qué?
Nunca me dio el autógrafo y ya no me dio oportunidad de reclamarle porque lo conocí en 1948, tenía 23 años, y él murió el 24 de diciembre de 1950, a las 12:00 pm, de un paro cardiaco masivo, un corto circuito interior e impensado… se quedó plácidamente dormido; de no haberse muerto Villaurrutia tendríamos en este momento al mejor poeta de habla hispana ¡por lo menos!; y me lo dijo muchas veces: “Yo no soy buen dramaturgo, soy poeta”.
Y Salvador Novo, ¿qué tal era de maestro?
Bueno, pero nunca me vio mi maestro, quizá alguna vez en alguna de las obritas que hacíamos con Javier Rojas, pero no en una obra ya en serio.
Celestino Gorostiza le dio el guion de uno de sus protagónicos más importantes, ¿no?
Sí, una vez Gorostiza me dio un libro que escribió el poeta español León Felipe inspirado en Shakespeare; me dijo: “Léetelo hoy en la noche, me urge saber tu opinión y mañana en la mañana me hablas”. A la mañana siguiente estaba esperando a que amaneciera para platicar con Gorostiza. Cuando le llamé, le dije: “¿Qué personaje haré?”, y me dijo: “No seas pendejo, ¿qué personaje crees? ¡El protagónico!”
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“Cuando falleció mi mamá fue un trago terrible, yo estaba en el sanatorio cerca de mi casa en la colonia Lindavista, allá por el norte de la ciudad y tenía que venir hasta el Teatro Xola a la función de Edipo Rey, tenía a mi mamá aquí recargada y de pronto cuando me despedía sentí que se soltó toda, sentí el peso de su cuerpo; la enfermera dijo: ‘La señora acaba de morir’. ¡Se me quedó muerta en los brazos, caray! Yo tenía que ir al teatro, tuve que dejarla, subirme al coche a manejar como pude porque iba llorando”.
¿Cómo se da una función así?, ¿cómo se controla el sentimiento?
A veces el actor no puede controlarlo, por más control que tenga el intérprete sobre sus personajes, su caracterización, su manera de actuar y su estilo de trabajo; hay momentos en que todo eso ¡no sirve de nada!, como en el caso de Edipo y el caso personal de mi mamá. Tuve que comerme mis propias lágrimas y hacer la función lo mejor que pude.
Ha trabajado con las actrices más importantes de México. ¿Cómo recuerda a sus compañeras?
Como las mejores y las más guapas actrices. Hice dos obras de teatro con quien nunca me lo creyeron, pero yo dije: “Voy a hacer teatro con Dolores del Río”, y no me lo creían. Pero ya le había dicho que íbamos a hacer algo juntos desde la primera vez que estuve con ella en la película La cucaracha (1959), con María Félix, Pedro Armendáriz, Antonio Aguilar y Emilio Fernández; esa película fue el descubrimiento de un gran director y amigo, Ismael Rodríguez, con él hice El hombre de papel (1963).
¿Esperaba el éxito que hasta ahora le trae Macario?
No. Me sentí halagadísimo cuando me dijeron que el personaje era para mí, me llevé el libreto y lo metí bajo mi almohada para que nadie me lo quitara. En 1960 la película fue invitada a varios festivales internacionales, escogida por primera vez en Hollywood como mejor película en idioma no inglés. A mí me dieron 20 mil pesos por el filme, todo el mundo me dijo: “¡Te robaron!”, pero yo ni siquiera pensé cuánto me iban a pagar.
Un personaje que vivía en la pobreza lo llevó a la cima, qué chistoso, ¿no?
Gabriel Figueroa me decía: “Fíjate cómo este indio tan pobre con su morral y su hambre de toda la vida te ha ido dando y dando”, porque el interpretarlo me llevó como invitado a Rusia, a la India, donde estuve un mes invitado, pero a cuerpo de rey, porque me trataban verdaderamente estupendo. Ahí Macario tuvo un éxito sensacional porque hay mucho de semejanza entre el hambre del indio mexicano y el hambre del populacho hindú.
¿Su familia iba con usted a las giras?
No, sólo yo y mi esposa.
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Su carrera actoral es una de las más prolíficas, con un centenar de obras de teatro, decenas de películas y telenovelas. Estuvo hasta el último momento activo, sólo la pandemia lo frenó un rato y aún así encontró la manera de hacer teatro virtual a lado de su hijo. Y aunque se planeaba un próximo homenaje en Bellas Artes, él ya había sido reconocido en vida por el máximo recinto de las artes mexicanas.
¿Cómo fue su homenaje en Bellas Artes de 2006?
Doña Josefina Vásquez Mota, cuando era secretaria de Educación, me dio la Medalla de Oro de Bellas Artes y precisamente el homenaje fue el día en que López Obrador tomó Reforma, hicieron un tendedero y la madre… yo dije: “¡En la torre, ya me echó a perder mi homenaje!”, pero a pesar de eso se llenó, fueron mis compañeros de teatro, muchos actores y actrices. Participé diciendo parte de una obra de Shakespeare que he deseado hacer desde hace muchos años y nunca he podido. Cada que estoy a punto… por X o Z razón pasa algo y se queda la obra. Van cinco veces que trato de hacer el Timón de Atenas, y nada.
¿Qué siente un actor cuando se le ceban proyectos así?
Es terrible.
La charla se extendió hasta que cayó la noche. López Tarso me contó con fruición su cúmulo de anécdotas, la amistad con Silvia Pinal, Carmen Montejo, María Teresa Rivas, Columba Domínguez y Álvaro Custodio. Hablamos de libros, sus viajes y hasta de sus coches. Al final, cuando ya me despedía, me dijo: “Nos faltó platicar mucho. Tienen que regresar otro día”; sin embargo, falleció el pasado sábado 11 de marzo a los 98 años, vital y en personaje.
FOTO: Ignacio López Tarso, en su estudio ubicado en su casa de Tlalpan, el 9 de febrero de 2023. Crédito de foto: Cortesía Uriel de Jesús Santiago
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