Derivaciones, transbordos y fugas*
POR ADOLFO CASTAÑÓN
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Ya es hora de que empecemos a pensar con las manos. ¿Qué manos? Nuestro siglo “de manos”; ¿no sería bastante maniaco ya? Sí, completamente. Pero la vanidad esencial del activismo, del agio, es demasiado rápido juzgada por la de los distinguidos que tienen las manos prudentes y que nunca habrán terminado de sopesar sus dudas oportunas. Nos hacen falta manos dóciles pero que sepan pesar.
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No esas manos que manejan y manipulan, las manos de los jugadores y de los maniacos, las manos maquinales a las que ningún encantamiento somete: son las manos lentas y secas que pasan por la superficie de los objetos, manos soñadoras y manos obsesionadas, manos inciertas, que se mueven a tientas, manos minuciosas de pensativos y no de pensadores.
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Que los pensadores tengan las manos grandes y duras. Manos para agarrar y para pesar. Manos que saben, manos que saben, que realizan y que esculpen: manos que crean. Las manos del que modela marcan con su huella la forma misma de los objetos que toman, pero las manos del agitado apenas marcan las superficies, y así se reconoce el ladrón que todo lo toca, al que toca al bien de otro. Pues el que toca un objeto sin marcarlo profundamente con su huella y lo hace suyo, solamente puede tocar al bien de otro. Lo que ha tomado no puede ser suyo; está fuera de poder apropiárselo. El erudito, el que cita a ciegas, el que parece aprovecharse de las grandezas no sabe marcar, sino apenas empañar con su huella.
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Denis de Rougemont, Penser avec les mains, (1972)
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“Tengo una teoría: José Clemente Orozco era zurdo”, escribe el autor al inicio de la séptima entrada de esta estación ensayística que tiene 48 vías o capítulos. El por más de un motivo genial pintor y dibujante manco (1883-1949) era más hábil con la mano que perdió, con aquella “mano fantasma (que) enseñó todas las habilidades y conocimientos en un curso exhaustivo y a contrarreloj”, según sostiene esta eficaz construcción ensayística en la que se encierran y espejean varios libros: una biografía artística del pintor y dibujante, una historia de la época mexicana y mundial que le tocó vivir al pintor tan admirado por Alma Reed, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Luis Cardoza y Aragón, Octavio Paz y Salvador Elizondo entre otros, una breve historia del arte entrevista o entretocada a través del tema de las manos (de Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel hasta Auguste Rodin y el cineasta Milos Forman autor de Los fantasmas de Goya) y de la dialéctica de la creación de los artistas mancos, como Orozco o Paul el hermano pianista del filósofo Ludwig Wittgenstein, un acto amoroso y un ejercicio de admiración y de comprensión, un autorretrato oblicuo y convincente del propio ensayista y poeta Lumbreras que ha sido capaz de medirse con Orozco y el arte universal (de Leonardo y Miguel Ángel a los creadores surrealistas como Benjamín Pèret y Leonora Carrington, Luis Buñuel pasando por Rubens, Holbein, Goya) gracias a una voluntad de pensamiento deseosa a la vez de libertad y de rigor y orientada por la necesidad de tocar con la mente las manos de la representación. Un libro en más de un sentido admirable y una brillante exposición realizada de lo que podría llamarse la “Pedagogía de la alteridad”.
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Armado en cuarenta y ocho vías, si añadimos a los 46 capítulos, la “Piedra de toque inicial” y el “Post-scriptum con piano y juego de cartas”, la red urdida por La mano siniestra de José Clemente Orozco articula dos cables, bandas o armónicos que se van entreverando y trenzando en una espiral vivaz, atenta a no dejar desmayar en ningún momento la mente del lector.
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II
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Espiral o caracol: a mano derecha se recorren las páginas dedicadas a recrear, asediar, acariciar, glosar y comentar la figura y la obra pintada y dibujada por José Clemente Orozco, el misterio perdurable de esa esfinge doble que es la mano: “La primera, en la numeración impar estará dedicada a la pasión artística de José Clemente Orozco para dibujar y pintar manos a lo largo de su trayectoria” (p. 12); a mano izquierda, en la segunda estribación: “abordaré, dice Lumbreras, a manera de correlato del imaginario orozquiano personajes, obras, y estudios han experimentado o analizado, a veces en carne propia, las desgracias de perder una mano, o la perplejidad al descubrir desde sus áreas de trabajo, los portentos de ese milagro de la anatomía humana” (p. 12).
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III
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Debo confesar que la simpatía que me despierta este libro se debe en cierta medida al hecho de que yo, Jesús Adolfo Castañón Morán, soy un zurdo converso a diestro y que esta conversión le ha dado una visión ambidiestra, capaz de comprender los vaivenes de los cuerpos y de las ideas, por así decir un bilingüismo mental congénito que lo despertó desde muy temprana edad a la condición tornasolada y tornasolar de la verdad. También debo confesar que dejé de comerme las uñas hasta bien entrados los veinte años… Me costó trabajo superar esa forma elemental del angst o ansia… También debo confesar que siempre me ha asombrado la espontánea conexión que tienen los dibujos de Orozco en el paisaje de los grandes dibujantes de su época como los germánicos Goerg Grosz, Egon Schiele, Gustav Klimt y otros congregados, por ejemplo, alrededor de la revista satírica Simplicissimus (1896-1926)2. Pero Orozco fue un contemporáneo interiormente hablando de los grandes artistas europeos anteriores a la Primera Guerra Mundial, esto se debe a un inexplicable sexto sentido artístico, a un instinto casi se diría animal que lo llevó a crearse un estilo propio desde muy temprana edad y a dialogar desde adentro con los monstruos que se volverían sagrados de su propia familia artística.
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Esta divagación se relaciona con el comentario a la “serie de acuarelas conocidas como Casa del llanto o Casa de las lágrimas: episodio de la vida prostibularia en la ciudad de México”. También se relaciona con la evocación de la figura de Toulouse Lautrec quien era tan enano como manco Orozco y tan genial pintor como éste.
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IV
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Milagro de la anatomía humana, llama Lumbreras a la mano. Cierto y más pues que la anatomía misma es un milagro y sus extensiones rayan en lo providencial… Una de esas extensiones es la mente, el cerebro humano capaz de pensar, de pensar con las manos. Cierto, a lo largo de la lectura apasionada que hice de este libro de lumbre encendida por Lumbreras en torno al hogar de Orozco, venía a mi mente el título y el contenido de la obra del pensador y ensayista franco-suizo Denis de Rougemont Pensar con las manos. El que hace —lo saben los poetas— piensa, solamente que lo hace con todo el cuerpo y la mente… por ese hacer íntegro e integrado estaría conformada la obra visionaria del artista José Clemente Orozco, alimentada por fuentes espiritualistas desde antes de su viaje a los Estados Unidos donde trabaría conocimiento con los libros sobre la áurea proporción de Matyla Ghyka pintaría a Eva Sikelianos y se haría amigo de la viuda del artista y matemático canadiense Jay Hambridge, cercano al Círculo délfico que frecuentó Orozco en Nueva York junto con su amiga y divulgadora Alma Reed, según recuerda Salvador Elizondo citado por Octavio Paz en Ocultación y descubrimiento de Orozco3.
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La curiosidad es como una mano que explora y tienta, agarra y suelta, toma y deja caer. Ernesto Lumbreras sabe curiosear, dejarse ir y ser mecido por el oleaje de sus derivaciones y trasbordos —una palabra que hay que tomar muy en serio al leer su ensayo—. Pongo, por ejemplo, su evocación de las listas de precios que tenían en la Colonia los miembros mutilados de los marineros, lista que saca del libro de José Luis Martínez Pasajeros de Indias, que le sirve a Ernesto para ambientar y dar tensión al arco asociativo con que va envolviendo la vida y biografía del genio manco que fue José Clemente Orozco.
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Divertidas anécdotas sobre los amputados Álvaro Obregón (pp. 112-113), Valle Inclán (pp. 122-125) y hasta Miguel de Cervantes y el Greco (p. 57) quienes fueron pintados oportunamente por Orozco, le sirven a Lumbreras para redondear y afinar su delicado clavecín ensayístico.
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Suelta y deja caer. Lumbreras roza pero no siempre mienta las ideas y nombres de otros escritores y poetas que se han ocupado de Orozco como Villaurrutia, Cuesta, Paz, Elizondo. Sin embargo, ese roce tácito le sirve para fecundar su propio discurso… Tiene asociaciones fecundas como la que lo lleva a explorar el cuento de Alfonso Reyes, sobre la Mano traviesa del Comandante Aranda y dar cuenta de la relación entre el poeta y el dibujante y pintor. Se agradece que su coleccionismo de mutilados en la historia no se detenga demasiado en figuras como la del dictador resplandeciente Antonio López de Santa Anna bautizado como el quince uñas. Este excurso le sirve a Lumbreras para desplegar su baraja y recordar el relato de Maupassant “La mano cortada” y el ensayo filosófico de José Gaos sobre la mano y la caricia incluido en el libro Dos exclusivas del hombre: la mano y el tiempo.
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La mano siniestra de José Clemente Orozco presenta en la portada la imagen inquietante, entre titánica y telúrica, de una mano monstruosa dibujada y pintada por el admirado artista. Una mano que, por cierto, recuerda la que José Ángel Valente evocó en El fin de la edad de plata (1973) (pp. 132-133) y que Lumbreras tiene el acierto de reproducir en este “Manual de manos” que es el libro comentado… Así describe Lumbreras esa mano: “[…] Orozco ejecuta una pieza de extrema y de insólita belleza: una mano portentosa con el puño alzado, monstruosa en cierto sentido por los tres pulgares, los dos dedos índices apuntando al cenit y los cuatro dedos restantes apretados a la palma. (Ilustración 24)
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La composición de la figura, en su ascendencia futurista, proyecta movimiento y vértigo. Tal efecto nos atrapa con un magnetismo de seducción y de intriga. La vigorosa y ancha muñeca revela tensión generadora de una fuerza colosal que se pone de manifiesto en las uñas de los dedos: hay una sustancia que escurre por la palma de la mano y que seguramente brotó por obra de las afiladas garras. ¿Y esos dos dedos índices acanalados por el centro? ¿O son los mangos de un par de pinceles o de un par de cuchillos? Como se puede deducir por la posición de los pulgares, se trata de la mano derecha, la misma extremidad sobreviviente del artista, la creadora de un universo visual donde el hombre moderno naufraga y sobrevive a las tempestades del progreso, de las ideologías y de la injusticia.
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La paleta cromática de la pieza contribuye sobremanera a crear una atmósfera de irrealidad. Los tonos grises, verdosos, azulados y ocres hacen de la mano algo más que un miembro del cuerpo humano. ¿O se trata de la mano de un gigante, de un titán o de un ogro? Dicha piroxilina acepta también la interpretación de lo que vemos ahí, en vigorosa ostentación de fuerza: dos manos contrapuestas, muñeca con muñeca, y las palmas y sus respectivas falanges entrelazadas. Sin embargo, quedan innumerables cabos sueltos, afortunadamente sin resolver sobre la naturaleza o la realidad del cuadro, por ejemplo, la herida que recorre prácticamente toda la muñeca y que sangra con discreción. ¿Remembranzas de la amputación de su mano izquierda en 1905? También en la parte inferior de su meñique hay una pequeña herida. ¿La muerte de su padre? Las especulaciones pueden ser tantas como el número de espectadores que se acerque a la obra y la observe con cuidado. Como en toda pieza de are realizada por un talento mayor como el de José Clemente Orozco, la diversidad de lecturas sobre su significación apenas si ventila uno de sus elementos secundarios: el tema o la anécdota del cuadro. Evidentemente, su relevancia profunda y verdadera está más allá del asunto entrevisto por la historia que posiblemente dio origen al cuadro en cuestión. Esta obra de madurez, obviamente retoma la obsesión cardinal de Orozco por pintar y dibujar manos; sin embargo, la maestría de la ejecución y de la resolución plástica rompió sus propios límites y modelos artísticos. Solamente con una pieza de esta calidad —de inédita aventura y de inacabada y perturbadora fuerza expresiva— el artista pudo cerrar su largo ciclo de pintor de manos, tal vez, como un ritual de despedida y de reconciliación entre su mano diestra y su mano izquierda.” (pp. 133-134 “45. Asunción de la mano”).
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Es una mano que carece de pulgares y que casi parecería ser la que reclama un mandoble —esas espadas medievales que pedían ser alzadas a dos manos—, una mano hermafrodita, el exorcismo plástico diría Lumbreras con que culmina la obra de José Clemente Orozco, ese pintor que no le tenía miedo a destruir su propia obra, a borrarla y a pintar el incendio… Orozco no necesitaba protección, era capaz de valorar y hacer valer su pena por escrito… Así podía decir… “una montaña que brota no es nada de eso, y así debe brotar la expresión plástica o musical, o literaria (…) Todo aquello que no es pura y exclusivamente el lenguaje plástico, geométrico, sometido a leyes ineludibles de la mecánica, expresable por una ecuación, es un subterfugio para ocultar la impotencia”… Estos enunciados contundentes llevan a recordar que el pintor se graduó como perito agrícola en la Escuela de Chapingo, siempre Chapingo y que una de las pocas imágenes que se tiene de él corresponde precisamente a una fotografía previa al accidente que lo mutilaría… “Las matemáticas y las disciplinas académicas fueron el punto de partida en la carrera de Orozco”, dice el crítico e historiador del arte Justino Fernández.
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En 1921, ya mutilado, pinta un retrato de su madre.
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Cabría comparar esta descripción con la que hacen otros críticos, por ejemplo Teresa del Conde en su ensayo sobre Orozco: José Clemente Orozco avatares de 1924 en Textos dispares. Ensayos arte mexicano siglo XX. Siglo XXI, México, 2014.
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Escrito a dos bandas, el ensayo de Ernesto Lumbreras no solamente abraza en el sentido de comprehender la obra y figura del abrasivo Orozco, no solamente la celebra y exalta sino que la sabe inscribir en el paisaje de la historia del arte en México y logra fraguar en su variante prisma una geografía y un manual de manos o de la mano a través de la historia.
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Pensar a José Clemente Orozco lleva a Lumbreras a reconstruir la historia de la pintura, lo apremia como sin querer a hacer otra reflexión sobre el lugar de la figura y la función de la mano, que hombre, la otra sería ni más ni menos el tiempo.
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La historia del hombre va de la mano de la historia de la mano, apuntó Lumbreras. Mano y cerebro son complementarios y la mano tiene razones que no conoce la mente, tiene una inteligencia otra, diría un lector de Pascal y de Lumbreras…
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El libro de Ernesto Lumbreras está llamado a formar parte del arsenal del ensayo mexicano contemporáneo. Y si se tuviese que hacer una historia del ensayo mexicano en los albores del siglo XXI, pensaría no solamente en incluir el ensayo de Lumbreras en la historia o geografía de esos lugares de la pintura como diría María Zambrano, esos lugares donde lo pintado cobra cuerpo y volumen sino que lo situaría en el horizonte como una brújula o un calibrador para medir la presión del aire…
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Libro sabio, preñado de lecciones y de derivaciones, fugas y trasbordos, el de Lumbreras es una invitación a revalorar lo que puede hacer una palabra decidida a aproximarse a un hecho artístico y a su autor y paisaje. Me quedo fantaseando cuáles serían las vitrinas o verandas omitidas. Me quedo esperando el próximo libro de Ernesto Lumbreras, pero mientras tanto me prometo volverlo a leer cuando ya no sea necesario pasar por la exposición forense de mis pareceres…
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Epílogo
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El ensayo de Ernesto es eso: un lento paseo en prosa, una danza alrededor de los cuadros y esbozos dibujados y pintados por Orozco, un parsimonioso ir y venir que sabe calar e intercalar, andar y detenerse. Es una invitación ya no sólo a ver la obra pintada y dibujada por Orozco, a leer sus escritos autobiográficos y sus cartas, sino a adoptarlo, para quienes no lo hayan hecho aún, como a una figura tutelar y sobre todo como a una presencia real del cosmos creado e increado desde México.
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Tlayacapan, 17 de julio de 2015
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1 (*)Ernesto Lumbreras, La mano siniestra de José Clemente Orozco. Derivaciones, trasbordos y fugas, 12 Premio Internacional de Ensayo, Siglo XXI Editores, 159 pp. 18 ilustraciones. Cronología de J.C.O. Bibliografía esencial.
2 Simplicissimus (1896-1926), la revista satírica alemana en la que colaboraron entre otros los dibujantes Karl Arnold Georg Grosz, Alfred Kubin, Pascin, Olaf Gulbransson, Jules Chèret, Franz Christophe, (+) Simplicissimus. 180 satirical drawing sfrom the famous German weekley, including 16 in full color. Selection, translation and text by Stanley Appelbaum. Dover Publications, Nueva York, 1975.
3 Octavio Paz, “Ocultación y descubrimiento de Orozco” en IV. La pintura mural, en Los privilegios de la vista II. Arte de México en Obras completas t-VII, Círculo de Lectores (Primera edición, Barcelona, 1993), Fondo de Cultura Económica (Segunda edición, México, 2003), pp. 228-252.
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