Descifrando los pergaminos de Gabo

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Los archivos personales de Gabriel García Márquez, recién liberados por la Universidad de Texas en Austin, permiten conocer el método de trabajo de un escritor meticuloso y disciplinado, así como narraciones inéditas y cartas que revelan nuevos datos de la vida pública y privada del Premio Nobel de Literatura 1982

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POR VICENTE ALFONSO

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Hace diez años participé en un breve taller que Gabriel García Márquez impartió en la Fundación para las Letras Mexicanas. A lo largo de dos sesiones, el Nobel escuchó nuestros proyectos de novela, nos dio consejos para mejorarlos y respondió con paciencia las muchas preguntas que llevábamos. Nunca he olvidado que don Gabriel comenzó la primera sesión con una frase que incluye en el prólogo a sus Doce cuentos peregrinos: “un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”. A la luz de esa sentencia, la reciente apertura al público de su archivo personal es una herramienta insuperable para conocer mejor sus métodos de trabajo a partir de notas, borradores y versiones descartadas de sus novelas, guiones, cuentos y crónicas.

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Como ocurre con los pergaminos de Melquíades en Cien años de soledad, los procedimientos de escritura del Nobel colombiano han estado todo el tiempo a la vista para quien sepa descifrarlos: además de que fue siempre un entusiasta y generoso promotor de talleres literarios, no pocos entre sus libros contienen útiles consejos para los jóvenes que desean acercarse al oficio. No obstante, la publicación de su archivo personal permite apreciar el rigor con que aplicaba en su obra ese conjunto de herramientas al que llamaba carpintería literaria. El acervo, que documenta una trayectoria de más de cincuenta años de intensa producción literaria y periodística, es además testimonio puntual de la vida de uno de los escritores más influyentes del siglo XX, quien al mismo tiempo fue un viajero incansable, un hábil y sigiloso mediador en conflictos internacionales y un dedicado esposo y padre.

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Adquirido por 2.2 millones de dólares por el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas en Austin, el archivo se conserva hoy al lado de documentos de otros autores notables del siglo XX como Jorge Luis Borges, William Faulkner, Ernest Hemingway y James Joyce, todos ellos influyentes en el trabajo de García Márquez. Allí se encuentran también archivos y correspondencia de Samuel Beckett, J. M. Coetzee, T. S. Eliot, Doris Lessing, Isaac Bashevis Singer, John Steinbeck y W. B. Yeats, además de archivos de autores hispanohablantes como Julio Cortázar, Gabriela Mistral, José Revueltas y María Luisa Puga.

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El material de García Márquez llegó al Centro Ransom en forma de 79 cajas de documentos, 15 cajas de gran tamaño, 3 carpetas grandes y 67 disquetes de computadora. Las cajas incluían manuscritos originales de diez libros, borradores de obras publicadas e inéditas, 40 álbumes de fotografías, libros de recortes, más de 2,000 piezas de correspondencia, cuadernos, guiones, archivos electrónicos, pasaportes, ejemplares con correcciones e incluso las máquinas de escribir y las computadoras que el novelista usó para crear algunas de sus obras. Muchos de estos materiales forman parte del acervo de más de 27,500 documentos que tras dieciocho meses de trabajo están disponibles en línea en forma gratuita desde el pasado 12 de diciembre. Así, hoy cualquier persona con acceso a internet puede consultar de manera profunda el archivo en la página de la institución (www.hrc.utexas.edu)

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“El mayor interés de mi madre, mi hermano y el mío, siempre fue que el archivo de mi padre alcanzara la mayor audiencia posible”, comenta Rodrigo García, uno de los hijos del autor, en un comunicado emitido ese día por el centro. Y es que el apoyo de la familia del escritor ha sido decisivo en la preservación y difusión del archivo.

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De acuerdo con otro comunicado del centro “los materiales documentan la gestación y los cambios en la obra de García Márquez, y revelan sus luchas con el lenguaje y la estructura”. Imposible no estar de acuerdo. El vasto archivo incluye, entre muchos otros materiales, fichas sobre la vida y costumbres de Simón Bolívar usadas por García Márquez para escribir El general en su laberinto, dos cuadernos con notas escritas a mano para la redacción de Noticia de un secuestro, decenas de borradores numerados de novelas como Memoria de mis putas tristes, Del amor y otros demonios, El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada, así como galeras de El otoño del patriarca y una copia al carbón y una fotocopia de los originales de Cien años de soledad, ambas con las mismas correcciones ligeras marcadas por el autor. (Debido a que al principio de su carrera García Márquez destruyó la mayoría de sus borradores, las obras más antiguas contienen una menor cantidad de material en comparación con obras posteriores). Hay también borradores y manuscritos de La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (cuyo nombre original era Gracias y desgracias de Miguel Littín clandestino en Chile). Hay diversos textos mecanografiados de la obra inédita En agosto nos vemos, incluyendo la versión final que se envió en 2004 a Carmen Balcells, su agente literaria, y engargolados con notas que servirían de base al novelista para escribir sus memorias, tituladas Vivir para contarla. Debido a las precisiones que hace respecto a su forma de trabajar, pero también a sus reflexiones acerca de los intrincados mecanismos de la memoria, los borradores de ese libro resultan un magnífico punto de entrada para explorar el archivo.

Fotografía sin fecha de García Márquez en su estudio de la Ciudad de México. Cortesía: Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin.

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Recuerdos falsos, ficciones verdaderas

“Tantas versiones encontradas han sido la causa de mis recuerdos falsos”, escribe García Márquez en la página 80 de Vivir para contarla. Si bien se refiere a los distintos recuerdos que en su familia circulaban sobre la matanza de las bananeras, la frase puede ser aplicada a muchos pasajes en la obra del novelista. El contraste entre distintas versiones de una historia es la estructura sobre la que se sostienen varios de sus libros: desde La Hojarasca, su primera novela, pasando por El otoño del patriarca, obra polifónica sobre la soledad del poder, hasta Crónica de una muerte anunciada, reconstrucción ficticia de un crimen verdadero ocurrido en 1951.

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Publicado en 2002, Vivir para contarla supuso un acontecimiento editorial sin precedentes, pues como se anunció entonces, se trataba del primero de una serie de tres libros que conformarían las memorias del Nobel colombiano. En las 579 páginas del primer volumen García Márquez cuenta, en forma no lineal, sus años de formación: desde su nacimiento en 1927 hasta que, el 15 de julio de 1955, salió de Colombia por primera vez con la misión periodística de cubrir en Ginebra la conferencia de los Cuatro Grandes.

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La redacción de esta autobiografía fue un proyecto largamente acariciado por el escritor, quien ya en 1981 estaba recopilando información para la misma. Se sabe, por ejemplo, que el 23 de marzo de ese año se encerró en su departamento de Bogotá para hacer una larga entrevista con el también escritor Juan Gustavo Cobo Borda, en un “comadreo literario” de cuatro horas que habría de servirle para sus memorias. De hecho, la evocación de pasajes autobiográficos y la redacción de las memorias se convirtió en un tema que con frecuencia se menciona en sus artículos periodísticos durante 1982, año en que obtuvo el Premio Nobel, hasta 1986, cuando publicó artículos de prensa explícitamente autobiográficos como “De mis memorias: visita al Papa” y “De mis memorias: Guillermo Cano”. Durante esos años mencionó, en entrevista con Óscar Collazos, que su intención era escribir unas memorias que “no serán las memorias clásicas, sino las memorias de un escritor que devela su biografía a través de sus personajes de ficción”. Así pues, no se trata de una autobiografía en sentido estricto sino de unas falsas memorias, como él mismo las llamaba. En ellas un recuerdo inventado o deformado puede ser tan importante como el más real de los pasajes.

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A pesar de lo anunciado, los dos volúmenes faltantes de Vivir para contarla jamás vieron la luz. Sin embargo, la revisión de los archivos permite reconstruir períodos clave en la vida y la obra del autor de Cien años de soledad. Un rastreo simple arroja que hay en el archivo al menos 30 documentos relacionados con Vivir para contarla. Entre éstos destacan dos: uno identificado como un bosquejo temprano del primer volumen y otro señalado como el material que daría pie al segundo.

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El primer borrador, cuya versión digital comprende 271 páginas, se encontró en la caja fuerte del escritor en un sobre color manila. Por alguna razón, las primeras cuartillas del documento aparecen entremezcladas con pasajes de Memoria de mis putas tristes, la última novela publicada por García Márquez. Si bien el manuscrito no tiene fecha ni número de versión, los contenidos permiten establecer que se trata de un borrador, pues hay decenas o acaso cientos de pasajes breves que fueron suprimidos o cambiados de sitio en tratamientos posteriores. Nos enteramos, por ejemplo, de que Alejo Carpentier le dio a García Márquez una receta para dejar de fumar, o que un jovencísimo Gabo leyó por primera vez a Mark Twain y a Hemingway por Carlos Julio Calderón, uno de sus maestros del Liceo de Zipaquirá.

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Más allá del anecdotario, el manuscrito permite rastrear los procedimientos de un autor que forjó varias entre las obras más sólidas y consistentes de la literatura universal. García Márquez solía decir que dada su formación como periodista no escribía a mano sino en máquina o en computadora, y este manuscrito lo confirma. Acaso para no interrumpir el flujo de las ideas, los pasajes están redactados sin detenerse a precisar algunos nombres, fechas o cantidades que en ese momento no tenía al alcance. Así, por ejemplo, en la página 21 se lee: “Por el trabajo de Crónica, que tenía mucho de imprevisible, ganaba (tanto) al mes, que me pagaban cuando Dios quería sin derecho a reclamos laborales”. En el reverso de las cuartillas hay anotaciones en plumín negro. En otra hace una lista de los colaboradores del semanario Crónica, esfuerzo periodístico dirigido por Alfonso Fuenmayor y con el joven García Márquez como jefe de redacción. Las anotaciones incluyen también preguntas que el autor dirige a sí mismo, por ejemplo “¿cuánto ganaba en Crónica y El Heraldo? ¿en qué año se fundó El Heraldo?” y hasta las sumas y restas que hacía cuando necesitaba precisar el año en que algo había ocurrido.

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En los márgenes del manuscrito abundan las precisiones. No es extraño, pues en la exactitud radicaba otra de las estrategias del escritor. Es probable que, mientras hacía la primera revisión del texto, García Márquez recordara nuevos pasajes o información relacionada con las personas y lugares evocados. Es de imaginarse que en ese momento haría sólo una anotación rápida al borde del texto, y que posteriormente ponía en marcha una maquinaria destinada a lograr lo que él llamaba “el problema de la credibilidad”, que consistía en apuntalar los relatos con cifras y fechas precisos. Por ejemplo, al margen de la página 30 del manuscrito se lee: “Ojo: el papá de Julio Mario inventó el correo aéreo”. En una versión posterior, esa sencilla nota se transforma en el siguiente párrafo: “En 1919, el joven industrial Mario Santodomingo —el padre de Julio Mario— se había ganado la gloria cívica de inaugurar el correo aéreo nacional con cincuenta y siete cartas en un saco de lona que tiró en la playa de Puerto Colombia, a cinco leguas de Barranquilla, desde un avión elemental piloteado por el norteamericano William Knox Martin. Al término de la primera guerra mundial llegó un grupo de aviadores alemanes —entre ellos Helmuth von Krohn— que establecieron las rutas aéreas con Junkers F–13, los primeros anfibios que recorrían el río Magdalena como saltamontes providenciales con seis pasajeros intrépidos y las sacas del correo. Ese fue el embrión de la Sociedad Colombo–Alemana de Transportes Aéreos —SCADTA—, una de las más antiguas del mundo”.

Primera hoja de la carta de Gabriel García Márquez a su amigo y colega, el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza. Junio 27 de 1966. Cortesía: Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin.

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Segunda hoja de la carta de Gabriel García Márquez a su amigo y colega, el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza. Junio 27 de 1966. Cortesía: Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin.

Diplomático encubierto

Otro de los manuscritos incluidos en el archivo personal del escritor es un engargolado de 44 páginas que se titula Visita a la Casa Blanca. Las páginas, que incluyen un texto de la autoría de García Márquez, revelan que durante la redacción de Vivir para contarla el colombiano se vio inmerso en una historia digna de una novela de espionaje. Como se sabe, durante la década de los noventa el autor fungió como intermediario entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, concretamente entre Fidel Castro y Bill Clinton. Aprovechando que el 25 de abril de 1994 visitaría la Universidad de Princeton para impartir un taller literario, García Márquez llevaba una nota confidencial del mandatario cubano donde éste informaba que su gobierno había descubierto una conspiración terrorista que podría afectar no sólo a Estados Unidos y a Cuba, también a otras naciones. Se tramaba un ataque que ponía en riesgo la vida de personas inocentes. Por obvias razones, el mensaje debía ser entregado en mano al inquilino de la Casa Blanca. Sin embargo, el presidente norteamericano estaba de viaje. García Márquez resolvió posponer su regreso a México hasta que pudiera entregar el mensaje, lo que significó pasar varios días de encierro voluntario en un hotel de Washington, donde se ocupó en redactar sus memorias en jornadas de escritura de hasta diez horas al día y con la certeza de que los teléfonos estaban intervenidos. “Sin embargo, aunque no me lo confesara, la verdadera razón del encierro era la custodia del mensaje guardado en la caja de seguridad”, escribió García Márquez años después en un artículo periodístico.

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El desenlace de aquella aventura se describe con detalles en un reporte de seis cuartillas del que falta la carátula, y en donde el dirigente cubano es mencionado sólo con la letra F. Hay también una impresión en computadora de un artículo periodístico de Juan Cruz donde se reseña el encuentro que el 30 de agosto de 1994 tuvo el presidente Bill Clinton con García Márquez y Carlos Fuentes en la casa del escritor norteamericano William Styron.

García Márquez, Hillary Clinton, William Styron, Carlos Fuentes y Patricia Cepeda, en 1995. Cortesía Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin.

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Otra serie de manuscritos que echan luz sobre los métodos de trabajo del escritor es la relacionada con Noticia de un secuestro, magistral crónica que narra una cadena de plagios ocurridos en Colombia a inicios de los noventa. Los secuestros, perpetrados por el grupo de narcotraficantes conocido como “Los extraditables” son narrados con detalle en las 336 páginas del libro. Una búsqueda simple arroja que el archivo digital contiene 16 documentos relacionados con esta obra, en donde destacan versiones primigenias y pruebas de imprenta corregidas a mano por el propio García Márquez. Un borrador fechado en octubre de 1995 contiene dos versiones del segundo capítulo. Así, quienes exploramos el acervo constatamos lo que el autor llama en el prólogo “la carpintería confidencial del libro”, tarea que compartió con sólo dos personas: la periodista Luzángela Arteaga y su prima hermana y secretaria privada, Margarita Márquez Caballero. En la primera página del documento, Gabo hace a mano las siguientes anotaciones:

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“Margo: el signo (*) debes transcribirlo en la copia en limpio que me hagas a mí.

-Las notas al margen, que son para recordar algo, y que no se incorporan al texto, debes transcribirlas también en mi copia.

-Las fechas, nombres o direcciones que puedas llenar, lo haces sin que te tiemble el pulso.

-Datos sencillos en los que Yiyo o Luzángela puedan ayudarte, se los pides a ellos.

-Las palabras dentro de (y traza un círculo con el plumín) no van ahora en negritas, sino señaladas así en mi copia”.

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Sin embargo, para García Márquez el riguroso proceso de corrección no terminaba con el envío del manuscrito a su editor. Como demuestran las pruebas de imprenta incluidas en el archivo, el escritor solía cambiar párrafos completos al revisar galeras e incluso pruebas finas. En El otoño del patriarca, por ejemplo, redacta a mano largos pasajes al margen de la caja de texto (si no escribo párrafos es porque esa novela no los tiene). Más aún, en su archivo conservaba no pocos ejemplares de sus novelas en donde su plumín despiadado indicaba correcciones y cambios que debían ser contemplados en ediciones futuras.

Galeras de El otoño del patriarca con apuntes y correcciones. Cortesía: Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin.

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Cuentos sueltos e ideas para cine

“Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber cuál es la última?”, escribe García Márquez en el ya citado prólogo a los Cuentos peregrinos. Él mismo, en las líneas siguientes, aventura una respuesta: “Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuando está la sopa”.

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Esto viene al caso porque en la colección destaca otro cuaderno que, bajo el rótulo Textos/cuentos contiene trabajos misceláneos entre los que sobresale el manuscrito de “La Noche del Eclipse” relato de García Márquez publicado el 25 de mayo de 2003 en el diario El País. En una nota en la carátula del texto se sostiene que este es el tercero de seis cuentos que conformarían En agosto nos vemos, libro que no llegó a publicarse. El cuaderno incluye además otras ideas que jamás fueron desarrolladas, como la anotación titulada “Idea para cine. Película partido de fútbol perfecto”, que en una cuartilla describe un proyecto de guión para un filme que recrearía en tiempo real un partido “entre dos equipos formados por los veintidós jugadores mejor calificados del mundo”. En la misma línea de ideas para cine se encuentra otro trabajo con un título nerudiano: “Tango del viudo”. Una nota aclara que el guión nunca se filmó.

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Se conservan también cuatro versiones del cuento “La tigra”, cada una con correcciones y sobre todo, supresiones. La primera, sin fechar, tiene el título y el nombre del autor escritos a mano y es de 37 páginas; la cuarta, fechada el 14 de febrero de 2007, tiene 26 páginas.

En el renglón de las versiones descartadas sobresale también un epílogo de veinte páginas escrito para Crónica de una muerte anunciada. Fechado en Ixtapa en 1980, el texto aparece al inicio del manuscrito y no al final, como correspondería. En él se evoca a Carmen Balcells, a Álvaro Mutis y a otros conocidos cercanos del autor. El contraste con versiones posteriores de la obra permite apreciar que, si bien algunos párrafos fueron incorporados a la novela, la mayor parte del texto fue suprimida.

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Un buen escritor se conoce mejor por lo que rompe que por lo que publica. Si se le da vueltas, la frase deja ver que para García Márquez la literatura era disciplina y riesgo constante. A fin de cuentas por cada una de las páginas que publicó su archivo contiene muchas más que jamás vieron la luz. Notas. Borradores. Cuartillas llenas de tachaduras, galeras con observaciones e incluso ejemplares de sus libros con remiendos. Si se le da vueltas, la frase deja ver que, aún para alguien con su talento, el oficio de escritor estribaba más en la búsqueda que en los hallazgos. Quizá por eso el elemento clave en la más leída de sus novelas son unos enigmáticos pergaminos que acompañan a una familia a lo largo de varias generaciones hasta que, cuando alguien logra descifrarlos, se da cuenta de que allí, reflejada hasta en los más pequeños detalles, aparece su propia vida.

Pasaporte de Gabriel García Márquez a los 27 años de edad. Crédito: Cortesía Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin.

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Agradecemos al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin, por las facilidades otorgadas para este reportaje. www.hrc.utexas.edu

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