“Desesperación, la fuerza de los viajes”: entrevista con Erri de Luca
El autor de Tres Caballos alude a la escritura como el instrumento para darle voz a los marginados. Durante la guerra de los Balcanes fue conductor de vehículos de ayuda humanitaria
POR GUILLERMO ROZ
Bajo la música de ambiente, el chocar de copas y las risas de la planta baja del bar en el Hotel de Las Letras, en Madrid, hay un subsuelo en el que habla un monje. Responde a un periodista que actúa de discípulo, junto a un traductor que no deja escapar los matices que bailan entre el italiano y el castellano. Lentamente, con palabras sencillas, vestido íntegramente de gris, el monje se ríe tras cada respuesta, como si cada una fuera una broma y parte de una moraleja.
El monje se llama Erri de Luca, nació en Nápoles en 1950 y se ha convertido en uno de los nombres más reconocidos de la cultura europea. Hijo de las ideas de la izquierda revolucionaria de los años 70, colaborador en ayudas humanitarias en la guerra de los Balcanes o para Médicos Sin Fronteras en medio de la tragedia migratoria del Mediterráneo, camionero, escalador de montañas, escritor a tiempo parcial mientras trabajaba en fábricas o en aeropuertos durante la mitad de su vida, experto en textos bíblicos asunto para el que decidió estudiar hebreo o yidis, De Luca ha transmutado su vida en páginas de extraordinaria calidad literaria, registradas con austeridad en la forma y con contundencia en el contenido.
Traducido a más de 30 idiomas, ha sido galardonado con distinciones tales como Premio Leteo, el Premio Petrarca, el Premio France Culture, el Femina Étranger y el Premio Europeo de Literatura. Ha sonado también para el Nobel. Pero nada de esto parece afectarle al monje que, calzado con zapatillas de montañismo y unos vaqueros desgastados, le pide a su editora de Seix Barral que entre charla y charla le permita, si no fuera mucha molestia, tomar un vaso de cerveza.
El revolucionario, el joven y el anciano a la vez, nos estrecha la mano y nos agradece inclinándose con una sonrisa, el gesto de interesarnos en su trabajo.
El subsuelo de aquel hotel se ha convertido en la celda de un monasterio. Silencio, habla Erri de Luca.
¿Qué es lo primero que siente si yo digo la palabra: Latinoamérica?
Desaparecidos, esa es la primera palabra. Yo he sido parte de una generación revolucionaria que estaba en contacto con todos los revolucionarios de América Latina. Sobre todo, pienso en aquella gente de Argentina y Chile.
Lotta continua (Lucha continua), al que yo pertenecía, tenía contactos con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR); cuando (ocurrió) el golpe de Pinochet, organizó un festival de recolecta que se llamó “Armas al MIR”. Fue algo público, en el que participaron miles y miles de italianos poniendo dinero. Nunca me olvido de aquello.
¿Qué echa de menos de sus años de militancia política?
Solamente a todos los otros, a la comunidad. No echo de menos la lealtad, las cosas justas que hicimos y deben ser hechas también ahora. En un libro mío uso la imagen del agujero que deja la sombrilla cuando la retiras. Esto es un agujero vacío que es cubierto inmediatamente por la arena, por el olvido. O sea, sí que hay un vacío, pero me contento sabiendo que hemos hecho lo mejor que podíamos hacer.
¿Cree en el compromiso del escritor? ¿Sigue valiendo esta figura?
Mi compromiso es como ciudadano, no como escritor. En todo caso lo que a mí me representa es lo que decía Neruda en el Canto General: “Yo no vine aquí para resolver nada, yo vine aquí para cantar y para que cantes conmigo”.
Hoy estoy solo, pero como ciudadano uso mi notoriedad, dado que soy una persona pública, para representar la voz de los que nunca son escuchados. Hay un libro de los Proverbios del Antiguo Testamento que dice: “Abre tu boca por el mudo”. Hoy el mudo no es el que no tiene cuerdas vocales, es el que grita y no es escuchado.
Para mí, el escritor debe ser un instrumento de amplificación para la voz de aquellos que no son escuchados. No convertirse en su portavoz. Esto es diferente.
Yo mismo he sido procesado por haber apoyado la lucha contra la implantación de la Alta Velocidad en el Valle de Susa (Turín, Italia). Usé la palabra sabotaje y por eso me procesaron. Mi voz sirvió en ese caso. Fui instrumento de amplificación. ¿Se comprende?
¿Cómo ha vivido la llegada de Giorgia Meloni, a lo más alto de la política italiana?
Por ahora de manera cómica, por ahora me río. Apenas ha llegado, pero se ve rápidamente que este gobierno no sabe cómo actuar y que ya empieza a actuar sin saber. En Nápoles se dice: “Apenas te sale la barba, te afeitas y te cortas”. Así que ahora me río, pero más tarde, no lo sé. Es que esto es un amontonamiento de tres partidos que se odian. Es una especialidad de nuestra política. Es una especialidad por la cual todo es una tragedia sentimental.
Algunos nombran a la presidente de Italia (Meloni) y a los dos políticos que la acompañan en el gobierno (Silvio Berlusconi y Mateo Salvini). Yo no lo hago porque el dentista me ha dicho que debo cuidar mi higiene bucal. (Risas)
¿Qué consecuencias traerá no sólo para la política sino para la Cultura, la Cultura entendida en el término más amplio de la palabra, este cambio en Italia, en Europa y quizás en el mundo?
No lo sé. Lo que sí sé es que no tienen proyecto. Se comportan al albur de la situación. Momento a momento. El personal que constituye el gobierno es de muy baja calidad. No está a la altura de su cometido. Ni en Cultura ni en otros puntos de la administración. Son de tan baja calidad que creo que no serán ni capaces de empeorar lo que ya se ha hecho.
¿Qué le parece el modo en que se trata el asunto migratorio en Europa, asunto del que los latinoamericanos formamos parte importante?
En Europa no hay una línea para la gestión de los flujos migratorios. Europa lo sufre y al mismo tiempo lo explota. Lo que Europa sabe y sabe muy bien es que disfruta de los migrantes, porque son útiles. A la vez, la hostilidad ante la migración convierte al Mar Mediterráneo en una fosa común. No en un cementerio, porque en el cementerio hay nombres sobre lápidas. En la fosa común no hay ni nombres ni números de las vidas destruidas.
Es una gestión que quiere hacer como que rechaza a los migrantes, que los reduce, los controla, pero esto es imposible. El flujo de migrantes continuará.
En 2017 estuve a bordo de un barco de Médicos Sin Fronteras, que venía desde Libia. Había a bordo 800 migrantes. Muchas de esas personas eran madres con sus hijos. Niños pequeños, bebés. Yo me preguntaba todo el rato: ¿Qué cosa quiere una madre más que proteger a su hijo? ¿Qué cosa puede resultar más fuerte que eso en el instinto materno, como para exponer a un hijo a esta aventura? Más fuerte que eso es la desesperación. La desesperación es la fuerza motriz de estos viajes. Contra la desesperación no hay barreras posibles.
Usted también ha trabajado en otros campos de la ayuda humanitaria, como en guerras. Formó parte de esa ayuda en los conflictos como los de la ex-Yugoslavia, en Belgrado… ¿Cómo ha resultado esa experiencia y cuánto de aquello llevó a las páginas de sus libros?
Belgrado ha sido una experiencia muy sentimental. Recordaba a mi madre en Belgrado, porque mi madre había sufrido bombardeos en Nápoles. La sirena de alarma sonaba en sus pesadillas. Esto me lo transmitió a mí. Las bombas y las sirenas de Belgrado para mí eran, entonces, como un carrillón infantil. En Belgrado, todo me recordaba a los cuentos que me contaba mi madre. Cuando volví de allí, mi madre me dijo: “Tú fuiste a buscar la guerra”; en mi caso, ella vino a mí. Esa no es tu guerra, me dijo ella. Yo le contesté: “Es verdad, esa no era mi guerra, porque allí nadie hablaba napolitano”.
Dejamos los asuntos políticos y sociales para hablar de su concepción sobre la lengua y la literatura. Para esto le pregunto: ¿Qué significa para usted el idioma español? ¿Qué vínculos tiene con él?
Mi novela preferida es el Quijote. Sé de memoria páginas y páginas del Quijote, en español. Después, mi escritor preferido del siglo XX es Jorge Luis Borges. Y, además, mi padre me pasó el amor por Federico García Lorca. Por otro lado, a mí siempre me gustó Pablo Neruda. A todos los leí y leo con verdadera pasión. Me fascina el idioma español. Me encanta entenderlo, aunque no me permito hablarlo. Si me quedase una semana, aquí en Madrid, yo creo que ya me pondría a hablarlo.
Ha dicho más de una vez que la escritura fue su tiempo de ahorro de una jornada laboral. Usted que ha trabajado como obrero en una fábrica, como albañil, como camionero… ¿Qué consejo le daría a los escritores jóvenes que no pueden zafarse de largas jornadas laborales y que no encuentran ese tiempo preciado de escritura?
Para mí la escritura forma parte del tiempo salvado, de un día usada para otras cosas. Para mí eso es de un gran valor. Cuando yo escribía una página al final de un día, en aquellos años en que trabajaba en la fábrica, me demostraban que, por completo, yo no había perdido el día. Era la demostración de que había salvado una parte del tiempo. Para mí la escritura es, aún hoy, la celebración de un tiempo festivo. Nada que ver con la palabra trabajo. Al contrario.
¿Y cómo ha vivido el paso de aquel tiempo dedicado a trabajos no literarios, a una vida literaria por completo, con tantas traducciones, premios y demás reconocimientos?
Continúo pensando el tiempo de la escritura como lo mejor del día. Escribo, dejo un tiempo vacío y después… La relación con la escritura no ha cambiado nada. Mi cuerpo ha cambiado. Ya no está sujeto a la usura del trabajo. Le doy un uso más feliz. Por ejemplo, para subir montañas. Lo uso para combatir la vejez. Soy viejo y la vejez es una cosa muy experimental. (Risas).
¿Es posible escribir sin hacer memoria de todo lo vivido?
No para mí. Aunque, yo no soy el dueño de mi memoria. No la puedo consultar a mi gusto. Cuando algo llega desde ella, por supuesto, yo la atiendo.
Y hablando de todo lo vivido y de todos los oficios que ha ocupado… ¿Por cuál le gustaría ser recordado?
Yo quisiera ser olvidado. Quisiera dejar mi lugar a otra persona. Nada más.
FOTO: La obra del multipremiado escritor italiano se ha traducido a más de 30 idiomas. Crédito de imagen: Cortesía Paola Porrini
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