Díazmuñoz: Los inesperados caminos del espíritu
POR IVÁN MARTÍNEZ
Para el octavo programa de su segunda temporada 2015, llevado a cabo el pasado sábado 13 de junio en su sede, la Sala Nezahualcóyotl, la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) recibió como su director huésped a Eduardo Díazmuñoz, mexicano a quien de no ser por las regulares pero esporádicas visitas que realiza a la OFUNAM, sería prácticamente imposible escuchar en nuestro país. Fuera de esta sala, no recuerdo en los últimos años más que su visita al Palacio de Bellas Artes para el homenaje póstumo al compositor Daniel Catán, en 2011, de quien fue cómplice artístico por décadas, y lejos ha quedado ya la mítica etapa de florecimiento que le brindó a la Sinfónica Carlos Chávez, que no concluyó en buenos términos, por no hablar de su paso por esta filarmónica y la de la Ciudad de México en los años ochenta.
Se dice que santo que no es visto no es adorado, pero el respeto y el recuerdo de un grupo grande de melómanos se mantiene intacto y a cada visita suya, ha sabido dotarla de suficiente atractivo. Esta semana fue el programa elegido, dividido en tres partes igual de exigentes y contrastantes entre sí: el Concierto para trompeta de Alexander Arutunian, encargado al trompetista principal del ensamble, Rafael Ancheta, una segunda parte francesa centrada en El mar, de Debussy, y el evento principal de la noche, el estreno mundial de la suite Los inesperados caminos del espíritu, del propio Díazmuñoz, que abrió el concierto.
Pieza en seis movimientos de casi cincuenta minutos, Los inesperados caminos del espíritu es una obra épica, con muchos momentos festivos y líricos y cuya génesis como música cinematográfica está muy presente, es instintiva, al igual que la mexicanidad de no solo el autor sino –me imagino– las ideas del filme de Miguel Rico-Tavera, quien comisionó esta música. Es como si imagináramos lo mejor de Hans Zimmer con mucho sabor a Silvestre Revueltas, pero ideas más originales que no se le hubieran ocurrido a ninguno de los dos. Es una obra demasiado rica: en motivos musicales, en ritmos, en esencias, en orquestación… y ése es su problema, es demasiado, tanto para los estándares del cine actual, de la que fue desechada, como para la sala de concierto. En franco atrevimiento, diré que como suite requiere revisión, cinco de los seis movimientos agotan su tensión prácticamente a la mitad de su desarrollo.
Tras lo anterior, hay que decir que su quinto movimiento, Nocturno luminoso, es una verdadera joya y ya en su forma actual debería volver a ser programada y seguramente se convertirá en pieza regular del repertorio sinfónico mexicano, así como pieza independiente. Es de un lirismo que recuerda al Ponce más romántico que no es cursi y tiene varias líneas solistas de esas que los instrumentistas agradecen por el lucimiento que pueden proveer tanto en sonido como en musicalidad.
En un solo movimiento, el Concierto de Arutunian que continuó no es una pieza con mayores exigencias o contenidos musicales, sino un pequeño tour de force para el trompetista, de un virtuosismo muy completo –de velocidad, largo fraseo y pasajes lentos que requieren especial concentración y control en el ejecutante– bien enmarcado orquestalmente. Ancheta, destacado salvadoreño que es uno de los instrumentistas de metal que con mayor solvencia desarrollan su carrera en México, fue suficientemente claro en su afinación y articulación, sorprendiendo además con la musicalidad y ternura que le ofreció a los pasajes meno mosso y una cadenza tocada con pureza. Queda para el registro la mención a su sonido: se le conoce mejor calidad que la escuchada el sábado, con algo de suciedad durante el Concierto pero no durante su bis, la breve y apabullante Variación sobre una canción tirolesa de Jean-Baptiste Arban.
Díazmuñoz continuó tras el intermedio con la Bacanal del Sansón y Dalila de Saint-Saëns, que aunque fue ejecutada con suficiente personalidad y ánimo, pareció estar ahí únicamente para rellenar cinco minutos de música; innecesarios. Lo interesante vino después, cuando para concluir, se ofrecieron los “tres bocetos sinfónicos” conocidos simplemente como El mar, de Debussy.
Aunque un tanto cuadrado y una sensación muy recalcada de la medición del tiempo, se caracterizó por un sonido mucho más cuidado en los alientos, tanto en los metales como en las maderas, secciones que además brindaron en general buenos solos; especialmente los del oboísta Rafael Monge, el clarinetista Sócrates Villegas y el trompetista James Ready; no así en los violonchelos, cuyos pasajes característicos del primer boceto, “De l’aube à midi sur la mer”, sufrieron bastante en afinación. Díazmuñoz unificó articulación y procuró mucho la unidad de los arcos en todas las cuerdas, sobre todo las graves. Ofreció igual un buen manejo de los matices y las texturas, y fue muy sutil en sus fortes, ejecutados con mucho volumen pero sin estridencia.
El resultado: una buena lectura que de haber sido dirigida con una técnica de batuta más flexible y no tan firme, hubiera pinceleado con mayor claridad sus ideas, lo que de cualquier manera es aceptable y encomiable desde la premisa de buscar mejorar –y unificar– el sonido sacrificando mínimamente ciertas sensaciones musicales que distinguen a esta pieza.
*FOTO: Eduardo Díazmuñoz se presentó el pasado fin de semana como director huésped de la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM)/ Archivo EL UNIVERSAL
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