Dibujando a Helio
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“A mí nunca me ha llamado la atención hacer ‘dibujos artísticos’ para una exposición”, dice Helioflores, el cartonista que, desde hace casi cuatro décadas publica en las páginas editoriales de EL UNIVERSAL. “Los caricaturistas tenemos la audiencia más grande en un periódico”. Visitamos al dibujante en su recóndita guarida xalapeña, donde revela algunos de sus secretos
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POR GERARDO LAMMERS
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¿Cómo le hace Helio Flores (Xalapa, 1938), uno de nuestros más extraordinarios cartonistas políticos, para hacer sus dibujos? Tal vez me equivoque, pero a diferencia de otros artistas de la caricatura en los que puede apreciarse inmediatamente la técnica con la que fueron realizados, con Helioflores, como firma sus trabajos, o simplemente HF, esto no puede saberse a simple vista./
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Como miembro de la secta de los moneros (divulgada por Jis y Trino), me pregunté muchas veces cómo rayos lograba esas texturas tan peculiares en las caras de sus personajes. Estuve seguro que, influenciado por Max Ernst, trabajaba sobre una tabla rugosa (a la manera del frottage), como cuando se pasa el lápiz, hoja de papel de por medio, sobre una moneda y, asombrosamente (como ocurre en la niñez y hace uno el experimento) va apareciendo el escudo nacional o la cara de algún prócer.
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Me hacía estas y otras preguntas a bordo del autobús que me llevaba a Xalapa, donde vive Helio, el autor de El hombre de negro, la surrealista y absurda metahistorieta de culto de un personaje de historieta que se sabe personaje de historieta. Supe que Helio era un tipo introvertido que no le gusta aparecer en público (“a veces no sé si hablo poco porque soy caricaturista o soy caricaturista porque hablo poco”, me diría más tarde); que había estudiado Arquitectura en Xalapa y Arte en Nueva York; que le gustaban los autos deportivos y que terminó enemistado con Naranjo, quien fuera el otro pilar de las páginas editoriales de EL UNIVERSAL.
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Cuando le escribí un correo electrónico para solicitarle la entrevista, me contestó amablemente diciendo que sí, pero añadiendo: “Aclaro que no he recibido ningún premio últimamente, no he publicado ningún libro, ni puesto una exposición, no he sido mencionado como precandidato para ningún puesto, ni me he muerto, así que no sé realmente de qué vamos a platicar”.
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La casa de Helio Flores se localiza en el suroeste de Xalapa y tiene forma de cono gigante, de tienda india —tipi— de ciencia ficción y ventanas ovaladas. Por algún motivo cuando crucé el umbral de su puerta y escuché una música clásica, me imaginé en alguna película de Kubrick: miré hacia arriba y descubrí en lo alto un tragaluz circular. Algunos metros más abajo, un tapanco con un escritorio y una cama, y más abajo, una sala semicircular con una roca como mesa de centro. Ahí está Helio Flores, de pierna cruzada, con ese antifaz de melena y barba que ha mantenido a lo largo de los años, y que lo asemeja a un león de la floresta xalapeña, luciendo una camisa lisa de manga larga, jeans y botas. A un lado suyo, Blanca, su compañera.
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Al poco bajamos por un pasadizo muy parecido a un túnel hasta su estudio, que tiene las dimensiones de un gimnasio o, mejor, de un laboratorio. Hay dibujos sueltos por todas partes, fólders, hojas arrancadas de cuaderno, fotocopias, libros, revistas. En un muro, enmarcado, el dibujo sobre Laguna Verde con el que ganó su segundo gran premio en Montreal en 1988. Una bandera mexicana y una brasileña. Un VW sedán a escala, negro, sobre el librero y un móvil de Pinocho que cuelga del techo (con una inscripción que dice “1949” al reverso, realizado por él a los 11 años). Y una mesa de luz.
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Le propuse a Helio acompañarlo a lo largo del proceso creativo de una jornada suya de trabajo, cosa que no le hizo demasiada gracia. Cuando llegamos, ya tenía en una hoja de papel el recorte de una fotocopia del perfil del secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, dibujado a lápiz previamente por él (cuenta con un archivo de caras dibujadas y sombreadas a lápiz), y el cuerpo dibujado con tinta roja. El tema del cartón es la pretendida imposición de Raúl Cervantes como fiscal general por parte del PRI.
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“Mira, primero hago un croquis”, dice, mostrando un dibujo garabateado, cuando le pido que me explique el paso a paso de su trabajo diario. “Ya luego hago bocetos: éste es el primero”.
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—Yo dibujé durante mucho tiempo con tinta china.
—¿Y por qué la dejaste?
—Primero porque la tinta china que venden ahora es muy aguada. Y por otro lado la cartulina (vellum nacional) tampoco ya la consigo.
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Asombrosamente, el proceso creativo para elaborar cada uno de los cartones que publica —que le toma un día completo de trabajo—, involucra no sólo la operación de bocetar y dibujar, sino la de fotocopiar, ampliar, reducir, cortar y pegar, ensamblar, pasar en limpio (con una elegante pluma fuente) y, al fin, escanear y dar los últimos toques en la computadora. La mesa de luz es fundamental, pues le permite sobreponer dibujos realizados en hojas distintas, calcar y componer de manera precisa sin temor a equivocarse en el trazo. Eso sí, mientras Helio le da forma a cada uno de sus cartones, puede darle sorbos tranquilamente a su café y, si le da la gana, concentrarse y afinar sus ideas mirando la tupida floresta que se asoma por su ventana. Allá abajo, me dice, hay un río.
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“Hace muchos años que trabajo con mesa de luz”, dice, mientras procede a entintar con soltura su dibujo y sombrear con un lapicito viejo. Borrar sobre el lápiz también aporta texturas.
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—Aquí ya le puse un dedo de más —dice.
—Eso puede tener una lectura muy retorcida en Gobernación.
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Helio se carcajea y corrige el dibujo.
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—Siempre había tenido la inquietud de saber cómo lograbas esto —le digo.
—Eso me lo preguntan todos los moneros. Es cosa de probarle y de hacerle a veces de una manera o de otra. A veces también le echo corrector en la cara para darle brillo.
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Se ríe cuando le digo mi teoría de la tabla rugosa para dar textura.
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—Pero es una buena idea. Porque eso es lo bonito: a mí me gustan mucho las texturas. Por ejemplo, me gustan mucho los ropajes como el de la Estatua de la Libertad o como la Justicia, que tiene muchos pliegues y muchas arrugas. Ahí me doy vuelo con las texturas.
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Después de terminar su cartón y de enviarlo al diario (colaboré dándole el título: “PRIcisamente”), pone un disco de jazz, su género favorito. Jazz finlandés que un pariente le recomendó.
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—¿Cómo se ve el mundo desde Xalapa? —le pregunto.
—Creo que se ve igual de todas partes porque ahora tenemos muchos medios para estar informados y atentos a lo que está pasando, tanto en México como en otras partes. Lo que cambia de Xalapa es que lleva uno una vida más tranquila, con un clima agradable, y, bueno, yo soy de aquí.
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Le cuento a Helio de lo que nos sugirió un taxista al llegar a la ciudad: no salir en la noche porque Xalapa se ha convertido en un lugar peligroso.
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“Sí, es cierto”, reconoce Helio, al otro lado de la mesa. “Se ha agravado la inseguridad. Han cambiado las costumbres de la gente. Ir al cine en la noche prácticamente es imposible. Recuerdo que en mi época de estudiante salía uno a pasear y a platicar a las 2 ó 3 de la mañana y ahora eso ya no se puede”.
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—¿Qué le pasó a México?
—Pues yo creo que las políticas económicas que implantaron eso del neoliberalismo han traído más desempleo y han propiciado que la delincuencia aumente. Uno dice: cómo es posible que los sicarios o los narcos jalen a tanta gente, a tantos jóvenes, pero si estos jóvenes no tienen escuela, no tienen oportunidad de estudiar, ni posibilidades de trabajo, entonces son presas fáciles para dedicarse al narcotráfico y a otro tipo de delincuencias.
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—En un momento como el que estamos viviendo en el cual hay tantas razones para sentir miedo, ¿qué es lo que te hace reír?
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Helio se ríe bajito por unos instantes como si se acordara de un chiste.
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“Muchas cosas afortunadamente. Procuro encontrar motivos de risa en todas partes. O si no de risa, por lo menos de placer o de gusto. Encuentro motivos para reír en muchas cosas. No necesariamente en los cómicos o en las cosas graciosas. Busco el lado amable. También, por mi trabajo, el lado humorístico o ridículo o absurdo. Es una manera de sobrevivir o de hacerme la vida más llevadera.
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Helio Flores es el mayor. Luego le siguieron dos hermanas. Sus padres, Ángel y Herminia, fueron maestros de escuela. Durante su niñez la familia Flores Viveros residió en Minatitlán y Orizaba hasta instalarse definitivamente en Xalapa.
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Había leído que Helio hacía caricaturas desde muy chico.
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“Recuerdo que mi papá me enseñó a dibujar cochecitos. Fue así que comencé a descubrir lo que era jugar a dibujar. Porque era un juego, igual que jugar a la pelota o a las canicas”.
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Confiesa que siempre ha sido una persona introvertida.
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“Al principio creía que era algo malo. Oía la palabra y decía: ¿qué será eso? Me sonaba como a pecaminoso (risas). Me acuerdo que una vez me ofendí cuando me dijeron: ‘Es que tú eres introvertido’. Ya después me di cuenta que no tiene nada de malo. Al contrario: me siento feliz siendo así”./
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Muy pronto aprendió a leer y escribir. Se hizo aficionado a la revista Paquín, donde descubrió la historieta El espíritu de Will Eisner. Ahí se encontró un día con una invitación a un concurso de caricatura. Dibujó una cara de Flash Gordon y la envió.
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“Daban premios de diez pesos y de a cinco. El mío fue de a cinco, pero qué maravilla”.
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A los trece se encontró con otro anuncio, pero esta vez en el Diario de Xalapa, solicitando dibujos para las calaveras que se publicaban el día de muertos.
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“Hice un tambachito y las llevé. Me compraron tres, me acuerdo muy bien. Me pagaron diez pesos y salí feliz”.
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Cuando tenía 17 años, y mientras estudiaba Arquitectura, comenzó a publicar sus primeros cartones.
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—¿Qué te aportó la carrera de Arquitectura? —le pregunto.
—Pues muchas cosas. Si te fijas hay muchos caricaturistas que fueron arquitectos, empezando por Steinberg. Sergio Aragonés. Muchos, muchos.
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Quizá el único momento de su vida adulta en que Helio ha dejado de dibujar fue cuando, como recién egresado, viajó durante dos años por Chiapas, Tlaxcala, Guerrero, construyendo centros de salud rurales, prefabricados, para la Secretaría de Salud, a principios de los años sesenta.
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“Me acuerdo que viviendo en Huixtla (Chiapas), un sábado o un domingo que hacía mucho calor, me compré unas cartulinas y dije: voy a dibujar algo, después de meses en que no había dibujado nada. Entonces ya me puse y no me salió nada. Me preocupé: era como si se me hubiera olvidado todo”.
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De regreso en Xalapa consiguió una beca para irse a estudiar a Nueva York a la School of Visual Arts, entre 1966 y 1967. Para entonces ya había entrado en contacto con Rius, a quien considera uno de sus maestros.
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“Cuando empecé a ver las caricaturas de Rius me di cuenta que el contenido era bien importante y que además había otro camino, que era el de la oposición y el de criticar lo que no criticaban los caricaturistas que solía ver, que eran los que publicaban en los periódicos grandes de esa época. Esa fue la primera influencia que recibí de Rius y la más importante”.
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En Nueva York además de estudiar, de recorrer —fascinado algunas veces y azorado otras— la Gran Manzana (a solicitud de Rius le enviaba dibujos sobre sus impresiones de viaje para ser publicados en un suplemento de caricaturas que editaba en la revista Sucesos), y de asistir a una gran marcha contra la guerra de Vietnam en la Quinta Avenida, se dio vuelo asomándose a las secciones de caricatura de los periódicos y las revistas.
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“Creo que lo que más aprendí fue viendo lo que hacían los caricaturistas allá. Realmente esa fue mi escuela”.
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Intentó vender sus dibujos a varias publicaciones.
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“Sí, le compramos sus ideas, pero nosotros aquí las dibujamos”, le dijeron en un lado. “Deje sus dibujos ahí y a ver”, le dijeron en otro. “Y tontamente yo no los dejaba”, recuerda Helio.
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Al cabo de algunos meses, regresó a México, sobre todo por las ganas de retomar con fuerza su carrera como caricaturista. Desde entonces ha publicado siempre en diarios y revistas, siendo en EL UNIVERSAL donde más ha durado: casi cuarenta años, siempre siendo fiel a sus principios y criticando sin contemplaciones a presidentes y funcionarios públicos de primera línea. ¿Que si ha tenido problemas con la censura? “Sí, cómo no. Ahora ya casi no. Pero sí, todo el tiempo”, contesta con franqueza.
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—¿Siempre quisiste hacer cartón político? ¿O alguna vez quisiste pintar y vender tus trabajos en alguna galería? Me llama la atención que como artista hayas elegido las páginas de los diarios y las revistas como el medio de difusión de tu trabajo.
—A mí nunca me ha llamado la atención hacer “dibujos artísticos” o para una exposición, para una galería o algo así. Los caricaturistas tenemos la audiencia más grande en un periódico.
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Helio hace números.
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“Si montara una exposición durante tres o cuatro meses, ¿cuántas gentes la verían? ¿20 mil? Si la vieran 50 mil a lo mejor ya sería un exitazo. En cambio, el periódico lo ven 200 mil o 300 mil personas todos los días. Yo no cambio el espacio que tengo en un periódico por otra cosa. Y menos ahora con las redes sociales. Acabo de entrar hace poquito a eso de los tweets y me asombra la cantidad de reproducciones que puede tener un trabajo, con un público diferente al de un periódico”.
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Hubo un tiempo en que, además de sus cartones, Helio Flores incursionó en la historieta con El hombre de negro, publicada originalmente en La garrapata, revista que hacía con Rius, AB y Naranjo, con quienes se reunió muchas noches, en épocas tequileras de carcajadas, que la esposa de Rius intentaba cortar infructuosamente.
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“El hombre de negro siempre fue un experimento. Ahora lo veo y me divierte porque me acuerdo de cuando lo estaba haciendo, cuando decía: ahora voy a experimentar poniendo monos con brazos que les salían de la cabeza y unos textos medio absurdos y cosas así. El hombre de negro es un personaje de historieta que sabe y se comporta como un personaje de historieta. O sea que le dan un balazo y no le pasa nada. Pero hay un episodio donde llega alguien con una goma y, órale, lo empieza a borrar y eso sí le afecta”.
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—Pero ya no haces historieta, ¿te quisiste concentrar en el cartón político?
—Sí, más que nada eso, pero eso se debe también a varias razones. Una de ellas es que con el cartón político tengo el ritmo que a mí me gusta para trabajar. Por ejemplo, ahorita tenemos chance de platicar, de tomar café, y mañana igual. Hago mi cartón y me da tiempo para otras cosas. Antes, cuando tenía 20 ó 30 años tenía yo que hacer un cartón diario y luego otro para un semanario y luego otro para una revista mensual y luego El hombre de negro para La garrapata. Era un ritmo abrumador. Y siempre iba atrasado, haciendo lo que debía haber entregado hace tres días. Claro, físicamente tenía capacidad para desvelarme y pasarme toda la noche terminando un trabajo.
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Enseguida hablamos de unos de los rasgos que me parecen más importantes de su trabajo: el pacto que establece con el lector en cada uno de sus dibujos.
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“Sí. No tendría chiste hacer algo que no comunique o donde no establezca esta relación con el lector. Pienso también que hay distintas maneras de comunicarse. Por ejemplo, Rius tenía una comunicación directa y fácil con el lector. Humorística, además. Mi camino no es por ahí. No porque no quiera sino porque pienso que desarrollamos nuestro trabajo de manera diferente. En mi caso siempre he dicho que me gusta que el lector complete la caricatura: insinuarla. Al revés de lo que hacía Abel Quezada, que explicaba: esto es así y asado. A mí no me gusta dar las cosas tan digeridas. Sí quiero que el lector lo entienda, pero también que lo complete, establecer una complicidad. No que yo hago una cosa y él la reciba, sino armar la caricatura entre los dos. Por eso cuando hago un cartón no me gusta llenarlo de letreritos. A los mismos personajes no les pongo nombre. Y si no se parecen, pues ni modo, ya fue mi falla. A veces pienso que algunas caricaturas son difíciles porque no a todo el mundo le gusta esforzarse tantito o simplemente tener la información. Porque también eso es importante: cuando hago una caricatura de algún tema, supongo que el lector sabe de qué estoy hablando. De manera que yo nada más doy una opinión, insinuada, para que el lector, que ya sabe de qué tema y de qué personajes hablo diga: ‘ah, es por esto’ o ‘es por aquello’, ‘me parece bien esta idea’ o ‘esa idea está mal’. Pero que complete la caricatura.
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—Me gustaría que hables de tus conexiones con las artes visuales y la literatura.
—Más que nada con las artes visuales, con la pintura. Y en cierta forma con la escultura. Mis dibujos a veces me los imagino como esculturas, con volumen, con texturas, con sombras. Las esculturas de Rodin me gustan mucho. No solamente por la textura que les da a sus esculturas, sino por la inclinación. Parece como si les estuviera pegando el viento.
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Poco antes del año 2000 regresó a su natal Xalapa, procedente de la Ciudad de México, donde radicó por más de tres décadas. Aquí, en su guarida, trabaja metódica y meticulosamente todos los días. Es un hombre feliz haciendo lo que hace: demoliendo simbólicamente a la clase política con su arte, que es también el nuestro.
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Ya casi para terminar, hablamos de su inminente cumpleaños, el 8 de octubre, es decir, el día de publicación de esta entrevista.
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“Sí, voy a cumplir 79 años, pero si tengo que llenar un cuestionario y dice: ‘¿edad?’, yo digo: ‘¡¡¡78!!!’ Se me hacen muchísimos, viéndolo así escrito. Si no lo veo escrito, no pasa nada, ni siquiera lo tomo en cuenta”.
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Cuando salimos de su casa, a la inquietante noche veracruzana, tengo resuelto no sólo el misterio de cómo es que hace sus dibujos Helioflores, sino que ahora sé, por estas últimas palabras, algo que muchos sospechábamos: El hombre de negro no es un invento suyo. El hombre de negro es él.
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FOTOS: Berenice Fregoso/EL UNIVERSAL.
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