Dilema geográfico de Pareto (o cómo es que dos lugares suceden al mismo tiempo)
POR CRISTINA RASCÓN
@Crisapple76
Se plantea el siguiente modelo:
donde,
* el dilema de Pareto se aplica a la situación de una expareja cuyos miembros viven en dos ciudades que comienzan con la misma letra (V).
* en los puntos (0,0) tanto para N como para K, el agente decisorio no extraña a la otra persona ni piensa en ella.
* la frontera de posibilidades de satisfacción amorosa es la combinación de canastas (elecciones) que brindan mayor rendimiento amoroso.
* la satisfacción amorosa es el grado de disfrute que ocasiona la elección del agente (en base a tiempo, precio y cantidad) con respecto a lo que decide la otra persona.
* el área sombreada indica el nivel de satisfacción amorosa que el agente recibe al permanecer bajo el margen de decisiones y combinaciones posibles en su frontera de posibilidades de satisfacción amorosa.
* el área no sombreada es la satisfacción amorosa flotante en el universo, la cual no puede ser alcanzada por ninguna de las fronteras de posibilidad de ninguno de los dos agentes.
* si una curva avanzara tanto que se adentrara al territorio sombreado bajo la otra curva: un agente ―el que trasgrede― daña emocionalmente al otro. En el caso de que una curva se cruce con el punto (0,0) del otro agente, el daño emocional a la otra persona llega al punto máximo posible, es decir, se elimina al agente cotagonista del recuadro al caer en: 1) la locura o 2) la muerte.
* el cruce mínimo de una frontera hacia el territorio del otro agente provoca que el nivel de satisfacción del agredido decrezca, lo cual conlleva a una ruptura definitiva de la relación entre los agentes decisorios.
* sólo en el punto A, donde se tocan ambas fronteras, la elección ha sido escoger al otro agente como la persona amada, sin incurrir en perjuicios contra ella.
O, dicho de otra forma:
* en el punto A, donde rozan las dos fronteras de posibilidades de satisfacción amorosa, el escenario se parte en dos áreas geográficas y es una sola el área emocional, lo que sucede es lo siguiente:
Precisamente hoy, que tanto te extraño, después de cuatro meses de repetirme que no, que no somos el uno para el otro, que no te necesito, que no te deseo, precisamente hoy, con tu camisa de siempre, con tus vaqueros de siempre, con tus amigos de siempre y tus ojos inconfundibles, creativos y viajeros, te vuelvo a ver. Pero la cosa no es tan sencilla como parece. Resulta que estoy en Viena, Austria, frente al canal del Danubio y a unos minutos de la Donauinsel, la isla que ayuda a respirar a tanta urbanidad, y tú vives en Venecia, Italia, en un edificio que se abre entre laberintos y desde el cual, desde el mero penthouse, ves perfectamente la isla, ese pueblo que has dicho es un viaje en el tiempo, un hervidero de gente que habla en todos los idiomas menos en italiano. Así, Viena y Venecia se hermanan en un Verano sensual, efímero y absorbente, de muchos como nosotros: de paso.
Hoy fui a bailar música trance. Caminé por el segundo distrito, exghetto judío, me comí un kebab que sabe a gringa al pastor con salsa roja, esquivé a una mujer que se me figuró alguna poeta de Tijuana, hice fila donde a nadie le importa cómo vayas vestido y Tony el de la puerta era el mismo Tony de aquel antro raver en el centro de Monterrey a dónde solíamos ir juntos cuando me fuiste a visitar. Todo esto con “Alejandra Viena”, como la tengo registrada en mi celular, una amiga mexicana que se parece a Lourdes, a quien tanto odiabas, y con sus dos sobrinas adolescentes que no se parecen a nadie, mitad inglesas mitad uruguayas.
En el antro la cosa era sencilla: moverse al ritmo de una música muy mala, de dos DJs amateurs, del grupo ese de Cáritas Under25 que suelen festejar sus “fiestas de graduación” con una de sus tocadas gratis. En la pared brillan vídeos de Cua, el pato amarillo de Alejandra, quizá les ayudó a filmarlos. Cua de lado, Cua bailando, Cua hecho cuadritos, Cua de cabeza, Cua difuminado, Cua Cua Cua y el punchis punchis detrás o enfrente o adentro de la rutina de baile de un pato amarillo en todas posiciones proyectado en la pared. Recordé alguna noche en Tijuana, donde los VJs decoraron las sombras con tus poemas visuales.
Por ahí andaba Rossy Balandra, por ahí andaba Chico Carabela, por así decirlo, se parecen tanto…. Llegue a la conclusión de que era un antro tijuanesco al que me había adentrado por algún hoyo negro, pero mucho mejor que el Zaca. La misma oscuridad, el baile a la pared, el humo psicotrópico y los rostros y siluetas que nos rodeaban el día en que nos conocimos. Entonces seguí con mi ensimismada búsqueda de todas las respuestas posibles a mi enajenamiento, a mi extrañarte ya fuera del tiempo y del tablero de juego, a aferrarme a creer que estaba en el lugar correcto. Me enlistaba todo lo que esta “residencia artística” (como he decidido llamar al desempleo) significaba para mí. Soy feliz, me repetía en cada pausa que la quiebramúsica me regalaba (de haber buena música no profundizaría en pensamiento ninguno, mi cuerpo fluiría sin memoria y sin ilación), soy feliz con lo que hago y con cómo lo hago. Lo laboral, claro. No el verdadero yo: el yo-solo, sin el yo-contigo, si es que puedo conseguir ver claramente ese yo que no te incluye en el recuadro.
Pero entonces, desde acá, desde este antro de Tijuana que está en Viena, de pronto te veo pasar. No puedo creerlo (no debo), pero te sigo y te observo y te escucho en cada momento de diez meses a tu lado. Me río sola, acordándome de tus bromas, y tú levantas la mirada, allá contigo, en algún bar de Venecia donde yo no estoy pero me observas (sé que lo haces) y te ríes como siguiendo el ritmo de la música, y contestas las preguntas de algún amigo sin que logre arrancarte de mi recuerdo, y bailas y giras tu mirada y sí, me ves porque me parezco a ella, a mí que te extraño en Viena.
Escucho el concierto que me recuerda a Lamb, que me recuerda París, que me recuerda otros amores que en este momento no me provocan nada porque estoy pensando en ti, droga de la cual no he superado la abstinencia. Escucho una voz que quisiera ser yo, porque yo siempre quiero ser la chava que canta en los conciertos, más si no trae maquillaje y si sobre su cabello natural cae la mirada de un chavo que se parece a ti, que se parece mucho a ti, que fuma despacio y observa a la cantante y después a mí y luego a ella y después a Armando, o a alguien que es idéntico al Armando, tu mejor amigo, tu broder, tu pana, y entonces los dos se me quedan viendo, como si me reconocieran, y avanzan hacia mí y creo que van a saludarme, pero pasan de largo, cuchicheando el uno con el otro y soltando carcajadas, como suelen hacerlo, tú y el Armando, como solían hacerlo en Tijuana.
Entonces Alejandra Viena y sus sobrinas dicen vámonos, ya es tarde, aquí ya todo es la misma cosa, qué sueño, tengo hambre, ay, qué onda con la música, se ve que son estudiantes. Y voy al baño pensando que tal vez tú, allá, en tu bar oscuro de Venecia, estés fumando con alguien que te cae tan bien como el Armando, que tal vez se le parezca, que tal vez ya encontraste tu lugar con música experimental donde no cobren la entrada y donde no te digan nada por fumar mota, o hashis, o meterte un ácido, recargado en la barra, que bailas dando saltitos frente a una muchacha que se parece a mí porque en el fondo a lo mejor tú también me extrañas. Al salir y llegar a la arista iluminada donde he pasado la noche bailando y respirando humo sin fumar, bebiendo sin embriagarme, ahí estás tú y ese chico idéntico a tu broder. Te haces el que no me ves, el que no sabías que llevo ahí toda la noche, mirándote largo, como si nos conociéramos de algún lado. Estás ahí, en tu pedazo de planeta, y me ves como si fuera una chica nueva y te atreves a sostenerme la mirada, a sonreír como diciendo hola nena, porque sé que eres de los hombres que se atreve a abordar a una muchacha cuando está sola, sin que sea necesario presentarlos. Y las sobrinas de Alejandra dicen ya nos vamos y Alejandra dice quédate, mira que te la puedes pasar bien, la música se va a poner buena con el DJ feature que comienza en veinte minutos… Yo sostengo tu mirada que no dudas contestaré, una mano me jala del brazo, ya es hora del último u-bahn ¿te vienes o te quedas?, y si pierdo el último metro tendré que caminar dos horas o esperar hasta mañana, pero me arrinconas contra la pared y contra tu piel que me parece conocida y eléctrica y rozas mi brazo, allá, muy adentro en la oscuridad de un concierto gratis en veredas venecianas, y yo sigo de largo demasiado tímida para voltear a verte de nuevo y es que el último metro está por dejarnos, en Viena, y me late el corazón a prisa, muy a prisa, cuando rozo tu brazo de salida a una calle amplia, llena de luces de neón que me inyectan el Danubio por la nariz y por la boca y me oxigeno al respirar su brisa de estanque frío, mientras allá, lejos, en tu antro me rodeas, y yo me dejo, porque soy la mujer ésa que extrañas, ésa, a la que me parezco, y viéndote a los ojos, segura de no saber si somos, segura de sí saber que fuimos, cierro lento la mirada y el pensamiento y la música y te beso.
*ILUSTRACIÓN: Especial.
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