Diluir los límites: los cuentos de Héctor A. Murena
La narrativa del autor de La posición se enfoca en la épica de las pequeñas cosas. El FCE reúne sus relatos, seleccionados por Guillermo Prieto
POR ALEJANDRO BADILLO
El primer encuentro que tuve con la narrativa de Héctor A. Murena fue a partir de la lectura de su cuento “El gato”, incluido en la famosa Antología de la literatura fantástica compilada por Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. En la historia, un hombre —aislado en una pensión barata después de una ruptura amorosa— inicia una lenta metamorfosis en un gato a partir de su interacción con un ejemplar con el que comparte involuntariamente su cuarto. Después compré la antología Visiones de Babel, que editó el Fondo de Cultura Económica en el 2002 y reúne una variada selección de textos que van de lo ensayístico a lo narrativo. Esta última veta, ejemplificada por cuentos y novelas cortas, me pareció digna de atención, en particular por la inclusión de Caína muerte, una nouvelle que pertenece a la tetralogía “El sueño de la razón”, un ciclo que alude a los escenarios pesadillescos imaginados por Francisco de Goya.
En el 2023, el FCE publica otro libro de Murena: La posición, una antología de cuentos seleccionada por Guillermo Piro, escritor y periodista argentino que ha trabajado, durante los años recientes, en reeditar títulos y textos fuera de circulación del autor. La posición es, de muchas maneras, un buen ejemplo de la narrativa de Murena, en especial por dos elementos: la experimentación y el eclecticismo. En el primer aspecto es relevante la intención por romper los límites del cuento tradicional y asumir el género solamente por la brevedad y el talante narrativo de la prosa. De muchas maneras, Murena es afín al espíritu de la segunda mitad del siglo XX. Los dos libros de cuentos que publicó —El centro del infierno (1956) y El coronel de caballería y otros cuentos (1971)— funcionan como una suerte de cajón de sastre en el que conviven textos que cuentan una historia con otros en los que la divagación es el centro de interés. Murena no fue, en Latinoamérica, el primer autor que rompió el molde del cuento, pues —por poner un ejemplo cercano a nosotros— Efrén Hernández había hecho de la digresión narrativa uno de sus intereses desde la segunda década del siglo XX. Parecería que, atendiendo la historia editorial de Murena, escogió el cuento como un taller en el cual ponía a prueba ideas y obsesiones sin considerar, necesariamente, una continuidad en la forma y el fondo más allá de algunas obsesiones puntuales como, por ejemplo, el uso de los animales como reflejos de la condición humana.
La primera sección de La posición abre con el relato “Fragmento de los anales secretos”. El texto es una curiosa combinación de narrativa distópica teniendo —esto se sabe en el último tercio del cuento— como clave un partido de futbol y la violencia que provoca. Sin embargo, avanzando en el volumen, encontramos cuentos que renuncian a contar para describir y, sobre todo, reflexionar. Murena diluye los límites entre cuento y ensayo en la tradición que había fundado, entre otros, Jorge Luis Borges. La diferencia es que Borges usa como recurso la erudición y la creación de referencias imaginarias; Murena, por su parte, se enfoca en la épica de las pequeñas cosas: la manera en la que se sienta la gente o camina; la observación de las personas en la ciudad.
En los cuentos de Murena hay cierto regodeo por lo oscuro, lo velado e, incluso, lo ininteligible. Al igual que en sus experimentos más radicales, en sus textos breves hay una intención por evadir la anécdota transparente y contar a partir de la incertidumbre. En “El coronel de caballería” la historia inicia de una manera tradicional: un antiguo soldado se reúne, después de muchos años, con sus compañeros. La velada transcurre, en apariencia, con normalidad. Sin embargo, gradualmente empiezan a registrarse comportamientos extraños entre los asistentes: un invitado es montado por otro oficial, quien cumple el papel de jinete y, así, les muestra a todos la forma correcta de conducir a un caballo. Mientras se desarrolla el espectáculo, una muchacha entra con ojos enrojecidos pues su padre está siendo velado en una habitación cercana. Las escenas transcurren lentas, sujetas a una observación minuciosa por parte del narrador que siente repulsión por lo que ve pero, al mismo tiempo, se obliga a estar ahí. La idea que transmite Murena es, más bien, una sensación: recorrer el interior de un sueño sin reconocer por completo la situación.
“La posición”, cuento que da nombre al volumen, es uno de los más interesantes por las obsesiones que reúne: en primer lugar recurre, como en otros textos, a la digresión para intentar contar una historia. Hay, como principal diferencia, una fijación por lo corporal. Murena recurre a lo esperpéntico para describir la intención de un hombre por reducir sus dimensiones. En el entendido de que lo superfluo es algo ignominioso además de poco perfecto, se embarca en una serie de operaciones para mutilar su humanidad y aspirar a lo mínimo. Hay, en esto, una interesante conexión acerca de la escritura: corregir y podar lo innecesario. “La posición” es, además de la piedra filosofal que se vuelve el centro de la vida del personaje, el último grado de la duda. No hay más certeza que la intención constante por enmendar (corporal e intelectualmente) hasta llegar a la esencia de las cosas.
Héctor A. Murena quizás careció de lo que el escritor mexicano Hugo Hiriart llama “el arte de perdurar”, es decir, la dispersión en sus intereses (traducción, ensayo literario y político, poesía y teatro, entre otros) ha impedido que se le identifique en el panorama de la literatura latinomericana del siglo XX. Su figura esquiva, particularmente extraña en el cuento y en sus últimas novelas, sigue esperando dialogar con los lectores de nuestros años.
FOTO: Héctor A. Murena: imagen de portada de Los penúltimos días, editorial Pre-Textos, enero de 1950. /Especial
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