Nueva música mexicana
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Las producciones discográficas recientes de artistas de nuestro país son una muestra de la proyección internacional de la creación sonora de México
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Quizá debí decir “nueva música mexicana disponible en disco”. Vivimos un momento tan rico de la creación sonora, tan diversa en lenguajes y estilos, con cada vez más intérpretes dedicados a la música de sus compositores vivos (ya como los toquen y qué tan buena resulta esa creación, es otro debate que debe ser independiente en cada caso) que, sin embargo, no se ve reflejado en dos necesidades que deberían estar a la par a la de ser sonada en concierto: debe ser preservada y difundida, a través de su publicación en papel –y no existe más que una editorial mexicana de música- y a través de su registro para la divulgación en disco.
En conversaciones con compositores expuse la queja de un par de compositores que no fueron incluidas en un festival: para que los intérpretes se interesen, escriban mejor música; recibí la mejor respuesta de la compositora Lucía Álvarez: si no se conoce la música, cómo sabremos cuál es buena. Por eso me dio mucho gusto recibir entre las novedades discográficas del mes, suficientes ejemplos de música mexicana grabada al más alto nivel tanto en producciones independientes mexicanas como provenientes y distribuidas internacionalmente.
Túumben Pax es un sexteto vocal femenino que tiene ya diez años de estarse dedicando a la promoción y la divulgación de la música de compositores vivos, sobre todo jóvenes que en su mayoría la han escrito para ellas. La celebración viene con el disco llamado simplemente Décimo aniversario y lo distribuye aquí la marca Clave.
El álbum es una muestra bien representativa de, y ligada a esa trayectoria: son piezas que ellas estrenaron, que ellas comisionaron, que han formado parte de su repertorio habitual y un par de creaciones nuevas nacidas especialmente para el proyecto. El programa, de diez obras, sin haber sido necesariamente pensado así y sin ser exhaustivo, representa también parte de esa paleta diversa por la que navegan nuestros compositores actuales.
Hay ejercicios que no por simples dejan de ser dulcesitos sonoros, como Plenitud y ofrenda, de Arturo Valenzuela, quien fue su director; obras más ricas en su escritura y además con contenidos sociales, como Soy, de Jean Angelus Pichardo, otras celebratorias, como el espléndido Noh K’in K’abba, de Novelli Jurado, donde literalmente se canta “diez aniversario” y que destaca por lo juguetón de su impulso rítmico frente a las otras obras, quizá de sonoridad más solemne.
Lo destacado, y en esta ocasión debo admitir que se trata de una cuestión de gusto y sensibilidad personal, son las piezas Prisma, de Lilia Vázquez, con su profunda búsqueda de luz sonora, basada sólo en la vocalidad de los sonidos; y las Veleidad, de Francisco Cortés, y La muerte sonriente, de Diana Syrse, más ricas en posibilidades sonoras, contenido y búsqueda, que me parece es la triada integral de valores con que el ensamble nos ha maravillado estos diez años en conciertos y ahora en disco.
La pianista veracruzana Claudia Corona, que radica hace tiempo en Alemania, presentó también por estas fechas la que es su tercera aportación discográfica, esta vez dedicada al compositor José Rolón (1876-1945): Homage to Jose Rolon, piano works and piano quartet (TYXart, 2019).
En general parece un disco dedicado a la obra temprana del compositor, y, aunque ya anuncia su esencia, la mayoría tiene todavía un impulso que emula el romanticismo pianístico europeo, vacilando un poco entre Schumann –la obra para piano solo– y Fauré –el cuarteto–.
Pianísticamente, lo más interesante quizá resulte le ejecución limpia y brillante del Vals Capricho, op. 14, basado en Sobre las olas de Juventino Rosas; y más todavía, la grabación del propio Cuarteto, op. 16 para piano y trío de cuerdas, obra de factura magnífica que recibe aquí, al igual que el anterior repertorio, una ejecución quizá demasiado prudente, que puede ser ahora referencial y que servirá para la difusión de la obra en otros lares, pero que está demasiado cuidada en un sentido del arrebatamiento al que podría haberse prestado para una total emoción.
El otro disco que me sorprendió fue Serenata mexicana (Toccata classics, 2019), con música para orquesta de cámara de Alejandro Basulto (1984) y Arturo Márquez (1950), tocada por la Shakespeare Sinfonia dirigida por David Curtis.
La primera parte del programa está dedicada a Basulto y se trata de su Pequeña Serenata Ranchera, obra suficientemente simpática para cubrir su falta de contenido. Más interesante son sus Jig Variations, con guitarra solista tocada aquí por Morgan Szymanski: una mezcla bien construida y elaborada de formas antiguas con ritmos y colores lo mismo provenientes del son que de la banda y el reggaetón en una atmósfera que navega muy bien entre la tradición cuerdística inglesa y la de naturaleza cinematográfica; todo muy bien ensamblado en un mismo lenguaje. Al igual que en el disco de Corona, la ejecución de Szymanski pudo ser más arriesgada en cuanto a las sonoridades extrovertidas propuestas por el papel.
Disco apoyado por The Anglo Mexican Foundation para celebrar su 75 aniversario, lo mejor del disco se encuentra en la sección dedicada a Márquez; con lo que ha significado una revelación para mí, su escritura para la voz: Dibujos sobre un puerto, para tenor, arpa y orquesta es un ciclo alejado de la rítmica y la armonía que le conocemos, se trata de una obra de mayores búsquedas y riesgos que un danzón y de una vocalidad muy refinada e intuitiva para con la poesía a la que recurre como fuente. Y con Máscaras, su concierto para arpa y orquesta que ejecuta Gabriela Dall’Olio: ésta no es una obra revelatoria, ni alejada de sus sonidos característicos, pero la fineza con que borda y colorea desde el arpa es de un nivel suficientemente encantador.
FOTO: (PENDIENTE) /Especial
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