Dmitri Shostakovich: ¿Caos en lugar de música?
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
El ciclo integral de los cuartetos de cuerdas de Dmitri Shostakovich (1906-1975), interpretado por el Cuarteto Jerusalem como parte de la celebración de los 80 años de nuestro emblemático Palacio de Bellas Artes y por los que ya Conaculta y el INBA han comenzado a “echar la casa por sus terrazas”, será recordado siempre como uno de los acontecimientos más importantes de nuestra vida musical.
Las virtudes excepcionales de estos músicos están más allá de toda descripción: no hay elogios suficientes para la perfección, para la excelencia absoluta. Aun para quienes pueden encontrar difícil esta música y no asistieron, como amantes de la música habrían debido ser testigos de la experiencia insuperable de su belleza sonora, de su sentido y pericia ante la exigente y compleja madeja instrumental; pero, sobre todo, habrían sido conmovidos por la sensibilidad musical para crear una atmósfera mágica en cada obra; algo en lo que el Cuarteto Jerusalem supera aun a los más famosos cuartetos que recuerde haber escuchado.
Las 15 obras maestras que Shostakovich compuso en el género fueron tocadas en cuatro conciertos, no en orden cronológico, sino con la lógica de un concierto. El único reparo sigue siendo la ausencia de un público numeroso, como ese que llena los conciertos de solistas mediáticos o programas con los “caballitos de batalla” del repertorio o, en este caso, la sorprendente ausencia de una comunidad que esta vez no apoyó a sus paisanos de Jerusalén, pero que ya se prepara para escuchar, por enésima vez, a un violinista hoy algo desgastado y siempre sobrevalorado, que nos dará la valiosa oportunidad de escuchar el repertorio de siempre.
Es usual que sepamos en qué circunstancias fue escrita cada sinfonía de cada compositor, pues es el género por excelencia de la música. Con Shostakovich, si bien destacan sus 15 grandes sinfonías, número casi inalcanzable después del clasicismo (exceptuando al sueco Allan Pettersson), sorprende que sus 15 cuartetos de cuerdas sean aun más representativos de su vida. Con motivo de los históricos conciertos del Cuarteto Jerusalem en Bellas Artes, hagamos una sencilla revisión de la grandeza y relevancia de esta música.
Los años del terror: La ópera maldita
A diferencia de otros autores, el género llegó tarde a Shostakovich pues no lo consideraba afín a sus intenciones. Cuando escribe su primer cuarteto, ha quedado atrás uno de los momentos más negros de su vida: en pleno terror estalinista, él vivía su propio terror individual.
Desde sus obras iniciales, Shostakovich conoció el éxito: la Primera Sinfonía lo colocó a los 18 años en el panorama musical ruso, junto con el delicioso Primer Concierto para piano y la Sonata para violonchelo; sus dos siguientes sinfonías, vehículos propagandísticos de encargo oficial, gustaron mucho, aunque fueron acusadas de incomprensibles para el pueblo. Después de la experiencia, en 1928, de crear la satírica y disonante ópera La Nariz (con un alucinante interludio para percusiones),Shostakovich decidió hacer una ópera más trascendente: Lady Macbeth de Mtsenk, obra compleja y disonante, con un contenido no sólo sórdido, sino con sutiles referencias al presente político de la URSS (¡Lady Macbeth condenada a Siberia!). Pero había algo más importante: tuvo críticas entusiastas y gran aceptación del público y se cantaba en las principales ciudades rusas y de Estados Unidos e Inglaterra.
Como era inevitable, Stalin acudió a verla en enero de 1935. Hombre de escaso nivel intelectual y cultural, consideró a la obra detestable y a la música incomprensible. Cuentan que salió gritando “¡Esto no es música, es un caos!”. Dos días después, la frase lapidaria en los diarios cavó el destino de Shostakovich. Se cancelaron sus obras programadas y sus siempre representados ballets fueron retirados; el acoso fue general y sería imposible tocar una obra suya por casi tres años. Un hombre inseguro como él sufría la angustia de saber en riesgo su carrera pero, según el orden del día, también su propia vida.
Era la época de las primeras “purgas” para “limpiar” al gobierno de opositores a Stalin. El sistema de eliminación parecía una rutina si no fuera por el terror que representaba: restricciones laborales, sospechas, interrogatorios, acusaciones familiares, encarcelamientos, exilio sin retorno (la tenebrosa y siempre mencionada Siberia) y, en muchos casos, ejecuciones, suicidios provocados y muerte por hambre y frío en las infrahumanas condiciones de los campos de trabajo. Era la época en que el “altísimo intelectual” Jean-Paul Sartre negaba haber visto los campos de concentración soviéticos y, ante las pruebas de su existencia, pedía no difundirlas “para no perturbar la ideología de los intelectuales socialistas”.
La metódica represión y censura en el mundo intelectual y artístico habían comenzado hacia 1929. A los compositores también se les exigía alinearse a la ideología oficial y crear una música comprensible para el pueblo —que incluía al inepto Stalin—, alejarse del “formalismo” (adopción de lenguajes modernos) y abrazar el “realismo socialista”.Es entonces cuando se da el mencionado estreno de Lady Macbeth y la condena al ostracismo para el compositor. La cancelación, antes del estreno, de la Cuarta Sinfonía (previa visita a los ensayos del jerarca sindical de los compositores para “convencer” al autor de que retirara la obra) fue el golpe final para Shostakovich, con, además, el envío al exilio o a la cárcel y la desaparición o fusilamiento de familiares cercanos y amigos suyos; hechos, todos ellos, documentados y confirmados.
La “resurrección” política: El Primer Cuarteto
Cuando finalmente logró estrenar su Quinta Sinfonía en 1937, Shostakovich pareció brillar de nuevo, y pudo entonces relajar su frágil espíritu. Es cuando se le ocurre abordar un género inédito para él y compone su Cuarteto número 1: obra sencilla, más optimista que alegre, de humor refinado e ingenuidad musical que parece evocar la infancia, sin impedir un espíritu novedoso. Superado su primer intento en el cuarteto, aún no lo asumía como un vehículo para expresar sus sentimientos.
Si su contundente obra orquestal fue la expresión existencial del pueblo soviético en su contexto histórico y político, el cuarteto de cuerdas fue una especie de diario de vida, íntimo y personal, donde expresar temores, rabia impotente, agobiante angustia y, al final, el pesimismo y la resignación.
En su última década, Shostakovich vive una existencia agridulce. Es uno de los compositores vivos más importantes y admirados de su tiempo, incluso internacionalmente. Pero los notorios cambios políticos de la URSS no acabaron con la represión al arte y a la libre expresión. La cárcel, con o sin trabajos inhumanos y un nuevo elemento, los centros psiquiátricos, seguían a la orden del día.
Shostakovich diría la más espantosa frase que recuerde hacer escuchado en un artista: “Vivía siempre con la maleta hecha cerca de la puerta”.
Shostakovich se encerró en su música y creó una obra maestra tras otra. Ya no haría más obras por compromiso o por encargos redituables. Su mayor problema fue, precisamente, su deteriorada salud, con afecciones cardiacas y otras consecuencias de una temprana tuberculosis y desnutrición crónica. Sus frecuentes hospitalizaciones hacían temer por su vida. La obsesión por la muerte fue fundamental en su pensamiento y su obra musical, cada vez más sombría, con adagios cada vez más extensos y un perenne paso de la pesadumbre a la melancolía.
La culminación: Los últimos cuartetos
Si se dividieran, los Cuartetos de Shostakovich podrían reunirse en tres o cuatro posibles grupos:
Su Primer Cuarteto en solitario, como una etapa en sí misma: una joya inolvidable.
Después, entre 1944 y 1960, los siguientes seis cuartetos son ya obras muy originales en su juego con las estructuras y el contenido.
El resto podría conformar un tercer grupo, una verdadera autobiografía que comienza con el Octavo Cuarteto, “escrito como una elegía propia”, que incluye su firma musical con las notas musicales que en alemán se corresponden con las iniciales de su nombre:DSCH / D= re, S= mi bemol, C= do, H= si. (¿“Una Vida de Heroe” rusa, lejos de la arrogante, pero genial obra straussiana?)
Sin embargo, a partir del Cuarteto número 11, en los que podemos sentir vida y pensamiento en cada nota, me gusta distinguir una cuarta serie de prolongada despedida.
El Cuarteto Beethoven había estrenado todos los cuartetos, con excepción del primero (C. Glazunov) y del último, pospuesto por el fallecimiento del violonchelista, y Shostakovich decidió que lo tocara otro grupo (C. Tanéiev) temeroso de no poder escucharlo por su precaria salud. Pero, antes, había dedicado a cada uno de sus músicos los numerados del 11 al 14.
El Onceavo Cuarteto (1966) inaugura la depuración total. La desolación y la debilidad, no sólo física, se sienten en la sobriedad sonora y el carácter elegíaco, casi depresivo. La experimentación es única: varios movimientos unidos sin pausa, ya su “marca de la casa”; con títulos como pretextos y efectos de glissando muy logrados. Dedicado al recién fallecido segundo violín del Cuarteto Beethoven, la escritura para este pide cada vez menor presencia hasta convertirlo en un etéreo fantasma, como su amigo fallecido. ¡Una dedicatoria puesta en música!
El Cuarteto número 12 (1968), dedicado al primer violín, es uno de sus más innovadores, con notorias disonancias y pasajes seriales. “Una sinfonía para cuarteto”, según el autor, ahora con dos movimientos, uno muy corto y otro de grandes proporciones y un cambio constante de carácter, de la estridencia a la ternura, de la melodía a la disonancia y con exigencias que complican la vida al músico más dotado.
Veinte años antes, Shostakovich jamás habría podido retar al sistema con una música tan avanzada. Si por Lady Macbeth le perdonaron la vida, un cuarteto como este le habría ganado el pasaje gratis al más recóndito poblado siberiano. Ahora la cultura oficial le rendía pleitesía.
Shostakovich sorprende con su siguiente cuarteto, ahora limitado a un solo movimiento lento, con armonías casi dodecafónicas, pero una rítmica aun más original. Esta vez la dedicatoria fue al violista del cuarteto amigo, quien se había retirado del grupo por su grave estado de salud. No es superficial afirmar que estas obras son un peregrinaje de vida y de muerte, de vida hacia la muerte. Un recurso percutivo debuta en la serie, con golpes en el instrumento con la mano y con la madera del arco. ¿Una broma macabra? El Cuarteto número 13 es casi paralelo a la Sinfonía número 14, otra dramática obra sobre la muerte.
El penúltimo cuarteto, en tres movimientos más definidos, recupera algo el espíritu de ligereza y melancolía, cercanamente tonal, sin dejar de ser “moderno”. Qué maestría la de Shostakovich para alternar estados de ánimo, profundidad con optimismo.
El Cuarteto número 15 es su culminación del género y de la música pues sólo le faltaría la Sonata para Viola en este doble y fúnebre canto del cisne. Es su invención más singular e impresionante: una monolítica estructura, única en la historia, de seis movimientos adagio en una secuencia encadenada y en la misma tonalidad. Ineludiblemente sombría, su espíritu cambia según los simbólicos títulos. Y si hay un asomo de luz, es la luz que precede a la oscuridad total. La obra refleja como ninguna otra la dolorosa tarea, física y mental, de componerla.
Después de la lúgubre Elegía (que Shostakovich pedía en broma que se tocara “como si se deseara que el público saliera para huir del aburrimiento”), el obsesivo crescendo de la extraña Serenata es casi un alivio y el Intermezzo es un suave puente hacia el Nocturno, con su fantasmal viola que parece venir desde más allá de la vida. En la Marcha fúnebre cada instrumento habla a la memoria de quien llevan a enterrar con la insinuada Marcha de “la Heroica”. El Epílogo lo es doblemente; ya no están la angustia ni el miedo de otras obras; ahora hay en la música una sensación de vacío, de sutil incoherencia, de resignación ante una vida que se va disolviendo ante nosotros… con música.
El Cuarteto no tuvo dedicatoria, tal vez porque Shostakovich no se atrevió a hacerlo por el carácter agobiante de su música, pero también es factible pensar que lo concibiera como una elegía para sí mismo, un tardío consuelo para su doloroso peregrinar por esta tierra.
*Fotografía: Dmitri Shostakovich (1906-1975), compositor ruso./ ESPECIAL
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