Donald Trump no va a ganar
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POR JUAN PABLO VILLALOBOS
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La niña tenía doce años y se había puesto un vestido amarillo muy bonito porque pensaba que la entrevista era para la televisión. Parecía acostumbrada a contar su historia, la iba relatando con prisa, la voz correteando de manera agitada, con la respiración entrecortada y un tono demasiado aniñado para su edad, quizá una manera de protegerse ante su realidad, ante la prematura pérdida de su inocencia. Intercalaba algunas palabras en inglés por aquí y por allá, la huella de la transformación que había estado viviendo en los dos últimos años, desde que llegó a vivir a Estados Unidos. Había nacido en Guatemala y había emigrado a los diez años, junto con su hermano de dieciséis que estaba amenazado por las pandillas. Hicieron el viaje los dos solos, se habían escapado de la casa de su tía con la idea de reencontrarse con su mamá, que vivía en Los Ángeles desde el 2007. Sí: la niña no veía a su madre desde que tenía tres años. Puede decirse que no la conocía. De hecho, no la recordaba.
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Ella era una de las niñas que yo había entrevistado para escribir un libro sobre menores migrantes. Su historia era muy parecida a la de los diez niños con los que pude hablar ese verano del 2016. Pobreza. Familias desestructuradas. Violencia machista. Violencia de las pandillas. Una combinación que hace imposible la vida y que ha empujado a miles de niños a intentar escapar del fatal destino que el futuro les tenía reservado. Ella no parecía totalmente consciente de todo esto. Su madre sí y se rompía sólo de imaginar lo que sus dos hijos tuvieron que pasar en ese viaje terrible.
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Atravesaron México sin coyote, pidiendo la ayuda de la gente, preguntando por dónde se llegaba a Tijuana. Se entregaron en la garita de San Ysidro. Dos años después han conseguido papeles al demostrar que su vida correría peligro si volvieran a Guatemala. Van a la escuela. Viven con su madre. Son felices.
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—Un niño me dijo que ahora que gane Donald Trump nos van a deportar a todos y también a nuestros papás —me dijo la niña aquella tarde de junio del año pasado—. Y que qué bueno porque a él no le gustan los latinos. Pero lo chistoso es que él también es latino, sólo que él sí tiene papeles. Entonces yo le dije, ¿entonces no te gusta tu mamá? Porque su mamá es mexicana. Y ya el niño se quedó callado y no sabía qué decir.
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La madre se rió orgullosa del carácter de su hija, que se arreglaba el pelo largo como si estuviera frente a las cámaras de televisión. Las dos abogadas de la ONG que me había ayudado a concertar la entrevista la felicitaron contentas. Todos reímos. La niña siguió:
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—Y también hay una profesora que nos dice que ojalá que gane Donald Trump para que nos deporten a todos nosotros. Que no tenemos derecho a estar aquí.
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Las risas se acabaron.
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—¿Eso te dijo tu profesora? —le preguntó una de las abogadas.
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—Sí —intervino la madre—, pero ya no es su profesora, ahorita no está trabajando porque está embarazada.
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—Eso es ilegal —dijo la otra abogada.
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—Yo creo que su hijo va a ser Chucky —sentenció la niña, apenas aguantándose la risa.
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Todos volvimos a reír.
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—No te preocupes —le dije yo —, Donald Trump no va a ganar.
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—Claro que no —dijeron las dos abogadas.
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La niña volvió a reír:
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—Ya lo sé.
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ILUSTRACIÓN : Rosario Lucas
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