¿Dónde están los semilleros de la danza?

Feb 20 • destacamos, principales, Reflexiones • 7120 Views • No hay comentarios en ¿Dónde están los semilleros de la danza?

POR VERÓNICA SÁNCHEZ

 

De niño, Juan Miguel Fernández Vera quería ser de grande como la persona que más admiraba, su padre. Andar en moto por las calles de Córdoba, cobrando de casa en casa los muebles que familias habían comprado a plazos en una mueblería. Pero a sus dieciséis años tiene el deseo ferviente de ganarse la vida de una manera que nadie en su entorno hubiera imaginado. No existe otra profesión a la que aspire que la de bailarín de ballet clásico.

 

Su historia podría parecerse a la de Carlos Acosta, la estrella cubana del Royal Ballet, cuya infancia transcurrió en la pobreza y cuyo padre lo metió a la escuela de danza cuando se enteró que ahí les daban comida gratuita. Incluso la bailarina veterana Janie Parker, ex principal del Ballet de Houston, se aventura en llamarlo “el próximo Carlos Acosta”. Y aún cuando es apresurado vislumbrar que llegará a la cumbre de una carrera en la danza, Juan Miguel ha acumulado una serie de triunfos que dejan imaginar aquello.

 

Este año dará un salto decisivo. Cuatro escuelas de compañías de prestigio le ofrecieron una beca para continuar sus estudios, tres en Estados Unidos y una en España. Ese camino siguieron los mexicanos que hoy ejercen profesionalmente en el Primer Mundo. Isaac y Esteban Hernández, Pablo von Sternefels y Braulio Álvarez —por mencionar algunos— terminaron sus estudios en escuelas que tenían proyección en compañías y después se colocaron en ellas. Ante el panorama de la danza en México quedarse aquí sería poner en juego el desarrollo de su talento. Irasema de la Parra, presidenta de la asociación civil llamada Sociedad Mexicana de Maestros de Danza, asegura que aunque a nivel mundial no existen oportunidades suficientes para que se desempeñen todos los bailarines profesionales, en el país éstas son todavía más limitadas. “En los países de Primer Mundo hay más apoyo a las artes y esto ha hecho que haya más compañías. En Alemania, por ejemplo, te encuentras con que hay casi una compañía por estado apoyada por el gobierno”. Y aunque de acuerdo con el Coordinador de Danza del INBA, Cuauhtémoc Nájera, actualmente existen más compañías de ballet que hace veinte años —no obstante, desconoce el número y dice en entrevista que está en planes de hacer un diagnóstico para saberlo— De la Parra está segura de que “compañías grandes, que estén bien establecidas, pues son muy pocas para la cantidad de chicos”.

 

Que Juan Miguel pueda continuar su formación en el extranjero no sería algo tangible si hace diez años dos mujeres no se hubieran propuesto formar una generación de bailarines varones, de condiciones económicas desfavorables. “Si no fuera por ellas probablemente estaría vendiendo en un mercado”. Y no es que Juan Miguel sea un pesimista al pensarlo, pero reside en un estado donde, según datos oficiales, sólo el 54% de la población mayor de 15 años terminó la primaria y en un municipio donde 38% de los jóvenes abandona el bachillerato. Siendo el hijo mayor de una madre que sostiene sola a sus tres hijos con un empleo de limpieza, sería muy factible que hubiera tenido que abandonar sus estudios.

 

Su historia en la danza empezó una tarde de principios de 2006. Estaba aburrido en su banca porque ya había terminado el ejercicio de matemáticas que la maestra les había encargado. De pronto, la directora de la primaria Carlos A. Carillo entró al salón de segundo año. “¿A quiénes de los niños de ocho y nueve años les gustaría participar en una audición?”, preguntó. Con tal de salir del salón y aunque tenía siete años, alzó la mano y caminó hacia un aula desocupada donde habían movido las bancas para dejar libre el espacio. Ahí, dos maestras, una mexicana y otra cubana, vieron que su salto, elasticidad y empeine, eran favorables para algo de lo que nunca había escuchado.

 

Martha Sahagún Morales, la maestra mexicana, tenía una escuela de ballet en la que siempre hacían falta varones que interpretaran a los príncipes o aldeanos cada vez que se disponían a montar un clásico. Adria Velázquez, la maestra cubana que trabajaba con ella, le dijo que en La Habana las primeras generaciones de varones se habían formado con niños de los barrios más desamparados, no había la cultura de que los hombres bailaran danza clásica. Entonces, como en Córdoba era el mismo caso, les pareció buena idea ir a buscar a niños con condiciones físicas para esta disciplina en primarias públicas vespertinas y prepararlos. En las mañanas estaban desocupados los salones de la escuela de Martha: Fomento Artístico Cordobés.

 

Integrar a los niños al programa no representaría ningún gasto para las familias. Martha iría por ellos a sus colonias cada mañana, Adria les daría clases de ballet con técnica cubana, restauranteros locales y madres de Fomento se turnarían para proporcionarles una comida al medio día y, por las tardes, Martha los dejaría en las puertas de las primarias donde estudiaban. Además ellas conseguirían los uniformes y que les proporcionaran atención médica y psicológica. Querían que con el ballet adquirieran la disciplina, el compromiso y la satisfacción del trabajo diario para que enfrentaran la vida. Para cubrir los gastos, conseguirían becas del gobierno estatal y otros apoyos de privados.

 

Al terminar la audición, las maestras invitaron a Juan Miguel a una clase de ballet a la que acudieron más candidatos de los otros seis colegios donde habían hecho pruebas a mil quinientos niños. Tras la sesión que se realizó en las instalaciones de Fomento, Juan Miguel recibió la oferta de entrar al primer grupo de ballet para varones del proyecto En Pro del Talento Veracruzano (ProVer). De los ochenta que eligieron, sólo la mitad aceptaron. Sin embargo, a los pocos días fue uno más de los diez que desertaron: su padre, como el de muchos otros, no estaba de acuerdo con que participara en el programa porque pensaba que se distraería de la primara. Juan Miguel volvió a pasar las mañanas en su pequeña casa de paredes y techos de lámina.

 

Dos semanas después, a su padre le deslumbraron las luces altas de una camioneta cuando manejaba en la carretera y perdió el control de su motocicleta. En el río seco, donde cayó, pudo decir su nombre y domicilio, pero cuando llegó la ambulancia ya había fallecido. El dolor que sintió por la pérdida de la persona que más quería hizo que dejara la escuela por unos días, y que fuera un niño callado y solitario. “Estaba muy mal, me cerré demasiado. Me afectó mucho”. Al poco tiempo su madre le comentó que la mañana del accidente, su padre había cambiado de opinión con respecto a las clases de danza, que no tenía ningún problema con que bailara. Y regresó.

 

El montaje de Baile de Graduados que preparaban ya iba muy avanzado. Las maestras le dijeron que había perdido mucho tiempo y que si no lograba acoplarse a las coreografías únicamente podría ir a las clases para que se actualizara. Pero Juan Miguel aprendió cada uno de los movimientos, y a los dos meses participó en la primera función de los niños de ProVer y las niñas de Fomento. “Recuerdo que en un principio bailaba porque pensaba que mi papá era lo que había querido, pero yo no sabía ni qué hacía”.

 

A la función, Martha invitó a los alumnos, maestros y padres de las primarias donde habían hecho las audiciones, pues quería que vieran hecho realidad el proyecto del que les había hablado. Los niños, enfundados en elegantes vestuarios de cadete, y las niñas, en tutús rojos con detalles dorados, emocionaron al público que por primera vez veía un ballet clásico. Al finalizar varios niños se acercaron a las maestras porque querían formar parte del mismo.

 

Poco a poco, el ballet comenzó a expandir las fronteras de su mundo. A los nueve años Juan Miguel viajó a Nueva York para competir en el reconocido concurso Youth American Grand Prix (YAGP). Ahí ganó con sus compañeros el tercer lugar de su categoría. Al año siguiente participó en el Concurso Nacional de Ballet Infantil y Juvenil, en la Ciudad de México, donde obtuvo la medalla de plata. Y uno después regresó a la Gran Manzana para competir de nuevo en el YAGP como solista, donde los realizadores del documental First Position registraron cuando le dieron su trofeo por el segundo lugar, de lo cual se enteró hasta que cerró el telón porque no había entendido nada, no sabía hablar inglés. Después siguió Parma, La Habana, Manhattan de nuevo y Austin; unas veces por competencias, otras por estancias de entrenamiento en escuelas profesionales.

 

Aunque los viajes y reconocimientos lo motivaron todos estos años a seguir practicando, Juan Miguel descubrió que quería dedicarse por siempre a la danza hasta que llegó a la final del Concurso Nacional de Ballet Infantil y Juvenil, el año pasado. Esa noche de julio, en el Palacio de Bellas Artes, decidió concentrarse sólo en disfrutar su presentación como se lo habían sugerido siempre sus maestras cuando llegaba el momento de salir al escenario, después de meses de haber ensayado. Ubicó entre el público a Claudio Muñoz, maestro del Ballet de Houston y jurado, quien lo conocía desde que tenía siete años y le había dicho a sus maestras que le hacía falta que sonriera. Luego dejó que sus emociones y sentimientos afloraran mientras la música del Quijote corría y él parecía que volaba. “Estaba ahí, feliz, en el personaje”. La variación le dio el oro, y fue tan potente que hizo palpitar el corazón de emoción de muchos. Sus maestras y otros presentes derramaron más de una lágrima.

 

Para el maestro y coreógrafo James Kelly, que no existan muchos más casos de estudiantes con el nivel de Juan Miguel y sus compañeros —seis de los 10 medallistas varones del Concurso Nacional de 2015 fueron de de ProVer y varios se encuentran estudiando o incluso bailando en compañías de Estados Unidos y Europa— se debe a la escasez de maestros preparados y al móvil de negocio con el que operan la mayoría de las escuelas de danza. “Al final de cuentas tienen que pagar una renta, pagar la luz, el teléfono y no exigen porque qué tal si se les van los alumnos, es ahí donde se empieza a suavizar la cosa”, dice el maestro quién ha decido mudarse a Córdoba para ayudar a crecer el proyecto. En ProVer, añade, si un niño comienza a restarle importancia, de inmediato se le da de baja.

 

Pero por más exigente que sea este programa, y se esfuerce por seguir dando una opción de vida sana a los niños, Martha y Adria viven en la constante lucha de mantenerlo operando. Cuando cambió el gobierno estatal en 2010 dejaron de recibir los mil pesos mensuales por niño en becas —su principal sustento— por lo que desde entonces aplican cada año a los recursos federales de Conaculta, siempre con la incertidumbre de que éstos podrían ser recortados y que no son suficientes para seguir creciendo. El año pasado no se pudo abrir un nuevo grupo porque no había dinero para becarlos. En la actualidad hay unos 25 niños que son apoyados. En opinión del coordinador de danza del INBA, la batalla por recursos que libran las maestras no es algo extraordinario. “Si tú fundas un proyecto que es tuyo, es tu responsabilidad y cada año tienes que luchar por los recursos y obtenerlos. Me parece si tienes un taller mecánico, cualquier actividad que es tuya, así es”. Pero, para Adria Velázquez, las autoridades culturales deberían de voltear a mirarlos y ayudarles a encontrar una alternativa para que sea sustentable a largo plazo: “Ya hemos demostrado que somos un proyecto serio y que ha dado resultados”.

 

Aunque mide 1.64, seis centímetros menos que la altura generalmente requerida en las compañías, Juan Miguel no deja de entrenarse seis días a la semana en el salón de espejos. Se inspira en Acosta, su ídolo, y en Baryshnikov, quien llegó a lo más alto aún con su baja estatura. El año pasado inició la preparatoria en línea para concentrarse de lleno en su objetivo y hace un mes se estrenó como profesor en ProVer. En los próximos meses decidirá junto con sus maestras una de las cuatro becas que le otorgaron en el Festival Internacional de Danza de Córdoba 2015. “Yo quisiera ir a la Alvin Ailey American Dance Theatre de Nueva York porque aprendería contemporáneo, algo que no de lo que no sé mucho”.

 

*FOTO: Desde hace diez años el proyecto En Pro del Talento Veracruzano (ProVer) ha apoyado a niños de familias de bajos recursos de la ciudad de Córdoba, Veracruz, con becas para la formación de bailarines de danza clásica. En la imagen, el bailarín Juan Miguel Fernández Vera/Daniel Villa.

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