Dos de la UNAM
/
/
POR IVÁN MARTÍNEZ
Siguiendo con la idea de ofrecer una programación constante y regular desde sus plataformas, a pesar o, mejor dicho, a partir de la virtualidad, la Dirección de Música de la UNAM ha retomado este enero los proyectos que le mantuvieron viva durante el 2020. Esto es: el ciclo sinfónico que retoma grabaciones de archivo específicas y curadas de su Orquesta Filarmónica (OFUNAM), los Laboratorios Sonoros (que el multifacético Wilfrido Terrazas reinició la semana pasada) o los recitales que ofrecen los integrantes de la OFUNAM; y tras meses de preparación (sobre todo de trabajo de gestión), ideado también en ellos una cartelera internacional.
Los recitales fueron retomados el 23 como sucedieron los meses anteriores: en sábado a las 8 de la noche en punto; aunque según se ha publicitado ahora, serán quincenales. Comenzó el violinista Carlos Gándara con un programa de violín solo y continuarán diversos ensambles el 6 (con la Serenata de Beethoven para flauta, violín y viola) y 20 de febrero (Gran fuga op. 133, también de Beethoven), y el 6 (Divertimento para trío de alientos de Malcolm Arnold, en su centenario) y 20 de marzo (con el Tercero de los cuartetos op. 18 de Beethoven).
El de Gándara es uno de los que más me he disfrutado; y de los que mayor reconocimiento merecen como programa, es decir, como manifiesto artístico del artista que lo diseña y lo toca. Sí, es una lástima que sigan siendo muy cortos (este apenas rosó los 20 minutos), pero fue muy completo en su concepción: un Capricho de Paganini (el primero), la Primera Sonata de Julián Carrillo, y un estreno mundial, la Miniatura de Julio Gándara (1982): un clásico que establece el tono, una obra poco conocida de gran calado y una obra nueva.
Las tres obras, aunque breves, son páginas potentes y estuvieron muy bien tocadas. Gándara ofreció carácter musical y solidez técnica, aunque quizá lo sentí en la mayor parte del tiempo atendiendo su repertorio con demasiada seriedad; no en sentido de compromiso, sino en el de temple y emoción, sin llegar a ser adusto. Vale la pena regresar a él para fijarse en la solvencia con que tocó el Paganini; para conocer la obra de Carrillo, a la que en mi opinión pudo acudir con una lectura de mayor romanticismo, caprichosamente; y descubrir a su hermano compositor, Julio Gándara, cuyo oficio queda palpable en la capacidad de condensar recursos tímbrico-discursivos en tan breve y directa pieza.
Prejuicios aparte (y ya antes confesados), mi mayor descubrimiento fue la obra de Carrillo. De 1939, fue escrita para ser tocada en un concurso al que convocaban “a todos los violinistas de La República” las radiodifusoras XEFO y XEUX, órganos del Partido de la Revolución Mexicana. Está dedicada “a la memoria de Paganini”, y por ello podría esperarse que sus tres movimientos sean una especie de homenaje a sus Caprichos; pero su contenido es mucho más rico, hay en ellos tres (Largo-Fuga-Finale) mucha más música que solo técnica; ya perceptible desde la serenidad del Largo, constante en la concepción estructural de la Fuga, pero sobre todo en la complejidad contundente del Finale, que más que a Paganini, recuerda a Reger.
Días más tarde, el jueves 28, tuvo el lugar el debut de la nueva serie que ofrece la Universidad, el ciclo Transfrontera, que cubre las expectativas que siempre existen sobre la programación de artistas internacionales en sus espacios.
En este caso, dice la información oficial, se trata de una iniciativa para “difundir proyectos musicales generados en distintas partes del mundo”, aclarando, un tanto modestamente creo yo, que “el factor común es transitar con fluidez entre distintos géneros”. Transfrontera, por sus alcances, amplitud y dimensiones, gracias o a pesar de salirse de la tradición de la música clásica en la que suele concentrarse la oferta universitaria (hay jazz, klezmer, rock, música experimental), es probablemente el proyecto de programación internacional más ambicioso que haya tenido la UNAM en muchos años. Y, sigo viendo el vaso medio lleno a pesar de lo que otros colegas y amigos piensen, posible sólo gracias al encierro.
En realidad, son varios ciclos muy específicos, cada uno ofrecido desde un espacio y diseñado por un curador relacionado a ese espacio: el primero se graba en el estudio EastSide Sound de Nueva York y lo presenta el ingeniero Marc Urselli (enero-marzo); luego desde el Woodstock, también de Nueva York, se presentará lo diseñado por John Medeski (marzo-abril), y el tercero, reunido nuevamente por Urselli, será desde los Abbey Road de Londres (abril-mayo). Se ha adelantado también que los ciclos cuarto y quinto serán desde Buenos Aires y Bogotá, respectivamente.
A veces es un lujo salir de la burbuja clásica: el ciclo lo abrió el clarinetista David Krakauer con su colaboradora habitual de la última década, la pianista Kathleen Tagg, al ofrecer repertorio propio en una breve pero inabarcable sesión de un klezmer moderno y expansivo, de infinitas capas emotivas y técnicamente inauditas.
FOTO: