Dos discos mexicanos
POR IVÁN MARTÍNEZ
Hace una semanas me sorprendió doblemente la noticia de la reaparición de la Sinfonietta Ventus en la cartelera de la Ciudad de México. Primero, porque se trata del único octeto de alientos “estable” que ha tenido nuestro país en las últimas décadas, un grupo que además había sido muy activo tanto en las salas de concierto como en el estudio de grabación (entre 2000 y 2005 introdujo al mercado tres discos de suficiente éxito comercial y crítico); y segundo, porque se reunía para presentar un nuevo material, Sinfonietta Ventus and Friends, que incluye tres obras monumentales del repertorio universal: la Serenata no. 11, K. 375 de Mozart, el Idilio de Sigfrido de Wagner y la Sinfonía de cámara no. 1, op. 9 de Schoenberg, estas dos con flauta y quinteto de cuerdas invitados.
Se trata de un proyecto grabado en 2007 que la disquera mexicana Urtext, al igual que el disco Brahms – Szymanowski: Sonatas, de la violinista Shari Mason y el pianista Manuel González, producido hace seis años y al igual que el de Ventus ya en circulación física y digital, mantuvo enlatado hasta esta primavera. Un par de milagros que, aún con los descuidos acústicos que suelen colarse al master y que ya son lugar común al tratarse de una producción de esta disquera, representan lo mejor de lo que discográficamente se ha producido en México este año.
Como en las anteriores producciones del ensamble, en ésta aparece como director invitado Guido Maria Guida, el maestro italiano bien conocido –y reconocido– en México por la estrecha relación que mantuvo durante más de una década con la Ópera de Bellas Artes; años que incluyeron destacadamente la tetralogía del Anillo del Nibelungo de Wagner.
La lectura ofrecida de la Serenata de Mozart tiene ímpetu y es imprescindible mencionar las cualidades del color en el ensamble: la consistencia armónica de timbres, esa redondez de los cornos, la pureza de los clarinetes, la presencia uniforme de los oboes o el cuerpo de la sonoridad de sus fagotes. Pero no llega a ser referencial, sobre todo porque hay pasajes a los que falta transparencia, los más evidentes en motivos de los oboes en el primer y el quinto movimientos (un descuido de la cabina de producción), y en fraseos de ese Allegro final.
El mayor atractivo del disco reside en la pequeña sinfonía de Schoenberg, con toda su seducción intelectual, melódica y tímbrica; la de Guida es además una interpretación impulsiva, frenética, que brinda mucho carácter a cada una de las secciones que conforman la estructura total y que dan coherencia al único movimiento. Y si el proyecto tenía como idea principal confrontar las ideas de Mozart (más maduras en éste que en sus anteriores octetos, de naturaleza más rústica) con las de la Sinfonía de Cámara de Schoenberg (la última de sus primeras piezas tonales), el descanso intelectual funciona con el Idilio wagneriano en el intermedio; única pieza de cámara que sobrevive a su compositor, la más humana e íntima de sus músicas, que pudo ser leída por Guida con mayor flexibilidad y ternura. Su naturaleza daba para más bondad y canto; para menos rigidez.
El de Mason y González también es uno de los pocos acercamientos discográficos que artistas mexicanos han hecho al repertorio universal de gran calado: en su caso, puede incluso dudarse de la idea de enfrentar a estos dos monstruos emocionales, exhaustivos, que pueden ser la Segunda Sonata en La Mayor, op. 100 de Brahms y la Sonata en re menor, op. 9 de Szymanowski. Ojalá la producción musical hubiera dejado un poco más de espacio entre ambos tracks, el descanso en el alma es necesario.
La de Brahms es una ejecución correcta con sensibilidad; quizá un tanto sobria, quizá con algún dejo de ternura, más que emocional. Es sobresaliente la claridad y no quisiera que se pensara que ello se limita a la articulación de las notas o las frases, sino de cada idea, cada diálogo, ¡cada diálogo! Cada motivo al que se vuelve y cada intención con la que se hace; la construcción toda. Y se trata de una lectura madura, aunque seguramente muy diferente a la que le escucharíamos ahora a estos dos artistas, ahora sí más sobrecogedora.
Es la Sonata de Karol Szymanowski la que me tiene totalmente enamorado de este disco. Se trata de una obra de fuerza arrebatadora, poco conocida y menos veces grabada (sin una referencial entre la de David Oistrakh y la que me ocupa hoy), que requiere temperamentos como los de la concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional y el pianista con quien hace mancuerna. Es una pieza convencional en tres movimientos, de fuerte influencia en la propia sonata de Cesar Franck en los movimientos externos, tanto en sonoridad como en estructura, y de Chopin en el Andantino. La interpretación de Mason y González es estremecedora, de un fraseo más extendido, cuidando no desbocarse en el desgarro emocional, pero sí mucho más sensitiva que la primera obra. De una ejecución que conjuga equilibrio sonoro y rigor técnico con la emoción.
*FOTO: En compañía del pianista Manuel González, la violinista mexicana Shari Mason ejecutó las dos piezas del disco Brahms-Szymanowski: Sonatas/Archivo EL UNIVERSAL.
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