Dos musicales para describir el presente

Ene 7 • Miradas, Música • 3559 Views • No hay comentarios en Dos musicales para describir el presente

POR IVÁN MARTÍNEZ

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Durante las últimas semanas del 2016, se estrenaron en la Ciudad de México dos clásicos del teatro musical que, bien por su arraigo popular o por su interés musical o de producción, permanecerán en cartelera varios meses. A diferencia de la mayoría de las puestas profesionales que presenta la cartelera, el ansia anticipada de nicho aumentó por tratarse de producciones originales y no franquicias, ambas diseñadas por el escenógrafo Jorge Ballina y una de ellas representando el debut en el género del director Mauricio García Lozano.

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Se trata de dos adaptaciones que representan estética y musicalmente el teatro de su tiempo pero que permanecen por la universalidad de sus temas y lo profundo, o necesario, de sus valores. Eso y su escenógrafo, son lo único que comparten el nuevo Hombre de La Mancha (1965), de Mitch Leigh sobre la novela de Cervantes, producido por Morris Gilbert en el Teatro de los Insurgentes con dirección de Mauricio García Lozano, y el nuevo Rent (1996), de Jonathan Larson sobre La Bohème de Puccini, producida por Carlos Martínez Vidaurri en el Teatro Milán con dirección de Diego del Río.

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Sin sorpresa, la dirección de García Lozano corre acierto tras acierto. Con conocimiento musical y experiencia en ópera, su resultado es orgánico y el tino de acomodar toda la travesía en un solo acto es quizá el elemento de mayor notoriedad dramática, por ser el que pasa desapercibido. Hay dos yerros, sin embargo: sin la asistencia de un director de movimiento específico para la escena de combate, ésta se siente floja, aunque se pueda conceder como consciente al tratarse de metateatro; el que sí resulta incómodo e incoherente, al menos sonoramente, es la presencia de un cantaor tras la obertura, sin que la música de éste se relacione con la original de Leigh, ya de por sí ecléctica.

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Actoralmente, el ensamble funciona en todos los planos. O todos son actores o a todos los hizo actuar, con fiereza y sensualidad exquisitamente mesurada. El trazo es limpio y detallado. Musicalmente, no hay duda tampoco de ninguna de las voces, aunque la orquesta peque de afinación en innumerables ocasiones.

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La disparidad obvia se encuentra en los personajes principales. Carlos Corona, director él mismo que ya había debutado hace un año con la Ópera nacional, revela dotes vocales y humorísticos llevándose todo el espectáculo con su entrañable Sancho. Ana Brenda, actriz conocida por su trabajo en televisión, puede no rebosar de fuerza (o como ya se dice: “no todas pueden ser Pía Aun”, la Aldonza de la puesta anterior), pero vocalmente cumple y escénicamente tiene suficiente presencia; lo demás llegará con la madurez de la edad. El miscast desconcertante recae en Benny Ibarra como Don Quijote, siendo el músico mexicano pop con la educación musical más privilegiada, adolece de voz, afinación, fraseo y dicción.

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La de Ballina es aquí un trabajo a la vez sutil y dramático, funcional y discreto, no por ello menos complejo. Mientras que para Rent diseñó más bien una maquinaria escenográfica medida milimétricamente de puertas y ventanas que se mueven por microsegundos y que ya por momentos se siente atiborrada; es una protagonista que se come –no siempre por culpa propia– a los demás involucrados.

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Del Río e Iker Madrid, cantante con quien firma esta adaptación, han insistido en que se trata de una nueva lectura. No es tal: se trata de un impulso pretencioso por presentar algo “nuevo”, sin preguntarse antes qué y para qué decir eso “nuevo”. Sin darse cuenta, en ese error radica el que la producción no pueda sostenerse: la falta de sensibilidad literaria-musical de esta traducción que no tiene pies ni cabeza fonética, rítmica, silábicamente, sólo por sentir la obligación de decirlo con palabras “nuevas”.

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Siendo una obra con protagonistas, la novedad es que se presente como obra de ensamble, donde todos comparten la misma pasmosa mediocridad: medio actúan, medio cantan, medio se mueven. Colección de limitaciones y vicios, a nadie se le entiende una palabra por las fallas de origen del “nuevo” libreto. El trazo y la expresión corporal, también asombra por la pobreza; todos permanecen inmóviles cuando no torpes. La peor escena quizá sea la que más debe impresionar: la entrada en drag de Angel Dumott Schunard que requiere de un artista completo, de personificación querible, como la que otrora ofrecía César Romero, La Sissa, y que aquí pasa inadvertida en los tacones de Luis Alberto Villarreal, sentado sin mover ni una pestaña.

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El desastre llega a las áreas de vestuario y maquillaje (Mario Marín y Bernardo Vázquez) que por el contrario de apoyar a contar la historia, confunde más; bien le hubiera servido a Del Río repetir su experimento de La Gaviota (de Chejov, que presentó hace un año en el Foro Shakespeare), invitando a sus actores a salir al escenario con sus ropas y maquillajes de calle.

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Donde El Hombre de La Mancha inspira y conmueve, pero sobre todo invita a soñar, el experimento “nuevo” de Rent decepciona e irrita, pero sobre todo respira caos. Dos musicales, pues, dignos de nuestro tiempo.

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