Dos vientos: poemas inscritos en clave idiomática

Feb 25 • destacamos, Ficciones • 1044 Views • No hay comentarios en Dos vientos: poemas inscritos en clave idiomática

 

Presentamos dos poemas del Cuaderno del Sur, bajo el sello Mano Santa Editores, de Mauricio Montiel Figueiras, además, escritos en clave idiomática a manera de porsa

 

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
Haboob

(del árabe habūb: destructor / errante)

Se ha avistado una paloma ante la arena que ya viene para cercar
nuevamente el mundo tras un muro inexpugnable.
Lo notifican por la radio, entre el crujido de la estática que preludia una ventisca de ferocidad sin par.
Atención, por favor, jadean mientras la lejanía crepita como hoguera.
Los radares han captado una veloz incandescencia en el primer sector del alba, cuando el sol era apenas una brasa entre los restos humeantes de la noche.
Un blancor inusitado, puntualizan, un relámpago de plumas y huesos minuciosos detonó una esquizofrenia de alarmas discordantes. Ladraron hasta perros muertos, habló en sueños la anciana que perdió la lengua en una riña marital, alistó su arma el soldado de guardia junto al pozo donde abrevan las sombras, se interrumpió unos segundos la transmisión televisiva que mostraba un bombardeo en cámara punzantemente lenta.
Una ráfaga de luz absoluta, añaden, el brillo de un alfanje que cae del cielo para desafiar ejércitos terrestres y se desvanece poco antes de llegar.
Testigos del suceso afirman que no hubo presagio alguno: estaban en su sitio las constelaciones, soplaba el aire cadavérico con que se empieza a gestar otra jornada de batalla. En el árbol del pavor las granadas se mecían de modo imperceptible. Todo discurría con la anormalidad de siempre.
Y de golpe esa blancura, rasguño fulminante en la piel inaugural del día: el reverso exacto de un vampiro que aletea con toda libertad para luego evaporarse como si un cortocircuito se instalara en la atmósfera.
Nadie ha vuelto a tener señal de tal pureza.
Nadie dice a dónde fue la visión inmaculada.
Atención, gimen en la radio, su atención, por favor.
Se busca la paloma que podría ser un principio de orden en medio del caos fincado por el viento.
Se busca el alma que ante la inminente llegada del haboob ha dejado sin autorización el cuerpo que la albergó para errar por cuenta propia en pos de territorios donde el polvo no establezca sus imperios sofocantes.

 

Hamsin

(del árabe khamsīn: cincuenta)

Teman el viento, dice el anciano, y con su báculo señala un horizonte hecho de gasas amarillas, purulentas, que se avecina a la velocidad de un meteoro lanzado desde el iris trepidante de la luz, desde el vago inicio del mundo. Relinchan los corceles tras sus bridas ansiosas, fulgura el moscardón que hiende el aire como bala azul en busca de su blanco, se rompe un ánfora que cae al fondo del clima convertido en pozo de aguas estancas. Trémulo, más un pellejo que una coraza contra los embates del vacío, el cielo disuelve sus lindes en una ceremonia de licuefacción: oro, las nubes son semillas de oro arrastradas por la corriente fluvial que mana en lo alto de la calígine, en el imperio del buitre que reza una plegaria circular. Atónitas, incandescentes, las tropas observan la distancia reclamada por el carmesí: sangre en polvo, rubíes desmenuzados por un puño primigenio, ibis escarlata traídos de otro continente por el vendaval y su  inexorable canto de sirenas.

Teman los cincuenta días, susurra el hombre, el lapso en que la arena finca sus reales en Egipto con furor de soberana oscura. Vean cómo la rosa de los vientos se deshoja entre los dedos, imantada por la sombra eléctrica que oscila alrededor sin dar cuartel. Vean las pirámides: pechos erguidos en la tenebra del desierto a la espera de una caricia o un rasguño, nadie sabe, que les regrese su turgencia original. Vean cómo la madre a punto de parir ahoga sus quejidos en la mordaza de la atmósfera, cómo el mendigo halla un diamante entre el carbón que le dibuja un velo en la mirada, cómo la joven se maquilla ante un espejo donde arde un cirio íntimo. Vean las bayonetas, el metal de las bayonetas, el lustre lóbrego de las bayonetas que se afilan en el pedernal de la tormenta.

Tállense los ojos, frótense los párpados: lo que vean será producto de un delirio interno porque afuera, al otro lado de esta ceguera indómita, todo es barro seco, partículas de hueso, vestigios de reinos devastados por el hálito de un dios colérico. Hamsin, ruega el niño de hinojos en su estera, déjame temerte y adorarte como el emisario de la furia. Haz de mí un súbdito capaz de reptar hacia las fuentes del pavor, un soldado que se integre y desintegre en tus ejércitos de lodo calcinado. Entra en mis venas e inféctame de lejanía, bebe mi linfa hasta saciarte y quémame, marchítame, desáhuciame. Que no quede rastro de mí al concluir tu celo de tigre rojo, que mi llanto sea el vagido del ángel que azota puertas y ventanas con su espada. Sopla feroz, Hamsin, sopla voraz: vuela y llévame contigo, redúceme a cenizas, transfórmame en la duna que en medio de la nada evoca una erección nacida en la entraña más salvaje de la tierra.

 

ILUSTRACIÓN: DANIEL RAZO / EL UNIVERSAL

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