Dudamel: a veces piano, a veces forte

Mar 10 • Miradas, Música • 5752 Views • No hay comentarios en Dudamel: a veces piano, a veces forte

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La gira de la Orquesta Filarmónica de Viena fue una prueba de madurez para el director venezolano Gustavo Dudamel, quien demostró que ya no es la joven promesa de la propaganda chavista

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POR IVÁN MARTÍNEZ

El evento musical del año en nuestro país se dio el fin de semana pasado cuando el Palacio de Bellas Artes recibió a una de las tres mejores orquestas del mundo: la Orquesta Filarmónica de Viena. Lo hizo para dos programas, el viernes 2 y el sábado 3 de marzo, con el director venezolano Gustavo Dudamel al frente.

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Para quienes escucharon a esta orquesta en visitas anteriores las cosas no han cambiado: Viena es, por encima de las de Berlín o Chicago, la orquesta de mayor tradición, no únicamente por ser la más antigua, sino por ser la que, en una actualidad caracterizada por la globalización musical, se mantiene más fiel a su sonido, a su manera de tocar, y hasta a la manera de administrarse; por eso, a pesar de las críticas por no ser una orquesta “más abierta”, no es raro –ni criticable– que algunos de sus integrantes sean miembros de linajes familiares que han permanecido en la orquesta por generaciones; sus músicos son en su mayoría vieneses que se formaron en Viena.

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Un ejemplo de cómo es definido su sonido particular: aunque el dicho rece que el distintivo frente a sus contrapartes es la cuerda (mientras que a Berlín la caracterizan sus maderas y a Chicago sus metales), mucha de su singularidad viene de sus oboes y cornos, “modelos” que no se tocan en otra parte. Vaya, ni los timbales se tocan como en otras orquestas que tienen un siglo usando parches no naturales.

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La única diferencia quizá sea el número de mujeres: alguien en twitter contó que a esta gira habían venido nueve. La extraordinaria Karin Bonelli, quien en los dos programas tuvo mucho protagonismo como primera flauta, es una de ellas y la primera mujer en ingresar a la sección de maderas.

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Dudamel, en cambio, ha cambiado mucho para quienes lo conocen desde el inicio de su meteórica carrera. Ya no es aquel joven inexperto de intempestiva energía latina al que todo le sonaba a joropo. Y quiero suponer que a sus 37 años, ni sus fans ni sus críticos podemos seguir hablando de él como el joven maravilla con el que deslumbró la maquinaria propagandística del “socialismo del siglo XXI”. A estas alturas, hasta él rompió ya con el régimen que lo hizo. Así que hay que tratar de revisar su trabajo de este fin de semana como lo que es: ya no una joven promesa sino un maestro joven.

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El venezolano eligió para Bellas Artes (luego hizo la Sinfonía Fantástica de Berlioz en el Auditorio Nacional) dos programas que podían evidenciar mucho sus capacidades, no sólo técnicas sino intelectuales y artísticas. Para el del viernes, dos sinfonías no tan cercanas a la historia de la orquesta, una de ellas bastante rara para ellos: la Segunda de Charles Ives y la Cuarta, en fa menor op. 36, de Tchaikovsky.

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La primera ha sido, por decir lo menos, aventurada. Que los vieneses la programaran y que lo hicieran en esta combinación, es entrar en laberintos difíciles de descifrar. Lo aventurado viene de quien decidió que podía dirigirla: creo que hay una confusión entre la ambivalencia de la historia de su composición con lo intrincada que pudiera ser la partitura. Para alguien con diez años como titular de una orquesta tan americana como la de Los Ángeles, la sensibilidad lírica y humorística de los pasajes de esta sinfonía collage tan profundamente estadounidense, debiera haber sido pan comido.

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Hay una característica muy presente en el sentido dinámico de la música (entre pianos y fortes) en el Dudamel actual, pero no hay alguna sensibilidad para el canto, para el fraseo: si lo que el venezolano ha querido es mostrarse serio y evitar las críticas pasadas al ánimo extrovertido que imprimía a diestra y siniestra, se ha tomado demasiado en serio en una sinfonía que sobre todo, es una broma musical.

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El del armado del discurso, que en Ives se sintió vertical, fue más obvio y problemático con la sinfonía de Tchaikovsky: en general la lectura ha sido desordenada y nerviosa, con poca claridad del sentido global de los cuatro movimientos y en su forma interna, con problemas de ritmo y fraseo obvio en momentos como toda la sección final del primer movimiento y con fraseos ya ininteligibles en el tercero.

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Si hay directores que nos descubren la música, esclareciéndonos su discurso y volviendo su escritura transparente, envolviéndonos en sus texturas, el Dudamel de este primer programa es uno que nos llevó por la obscuridad.

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A diferencia de quienes en otras ciudades de la gira encontraron el segundo programa más problemático, yo lo sentí mejor resuelto. Si bien su obertura del Festival Académico de Brahms pudo ser más festiva, lo mejor que escuché en los dos día se dio tras ella, cuando acompañaron a Walter Auer el Segundo concierto para flauta, en Re Mayor K. 314/285d de Mozart: bien por arropar a su compañero decidieron no hacer mucho caso a la batuta y tocarlo a la manera tradicional, o bien el director decidió hacer a un lado su concepción de la música y ponerse a disposición del solista, aquello fue un portento de claridad en cuanto a sonoridad, musicalidad, técnica. Iluminador.

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Su Primera Sinfonía de Brahms fue más directa, aunque no brillante; con mejor control del discurso, aunque en momentos pareciera que la orquesta lo llevara a él, más que él dirigirlos a ellos. Particularmente, con más consistencia rítmica, que un día antes había sido complicado, para concluir gris y rutinaria: lo que no quiere decir que, con este conjunto, ese gris deje de ser el gris más vivo y resplandeciente.

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FOTO:  La segunda parte de este tríptico que el director finlandés dedica a la migración de la población de Medio Oriente a Europa, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 15 de marzo. / Secretaría de cultura / Arturo López

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