“E.T. fue mi mejor amigo”: entrevista con Steven Spielberg

Ene 22 • Conexiones, destacamos, principales • 3104 Views • No hay comentarios en “E.T. fue mi mejor amigo”: entrevista con Steven Spielberg

 

El cineasta habla de su nueva película West Side Story y de los momentos más icónicos que determinaron su carrera, que tantos clásicos ha legado. Este texto se publicó originalmente en la revista colombiana Bocas, en diciembre de 2021

 

POR MAURICIO AMAYA
No es ninguna exageración decir que Steven Spielberg es el director de cine más famoso de la historia.

 

Su nombre es una leyenda y su obra es una constante referencia. Ha sabido combinar con gran éxito su íntima y particular visión de hacer películas con un exitoso resultado en las taquillas. Las ganancias de sus películas alrededor del mundo alcanzan los 10 mil millones de dólares. Por eso le dicen “el rey Midas”.

 

Más allá de que al inicio de su carrera no fue considerado por la crítica especializada como un director ‘serio’ —debido a la desatada comercialización de sus películas—, su trabajo como realizador no sólo influyó de manera decisiva en la forma de hacer cine en el siglo XX —y lo que va del XXI—, sino que varias de sus películas ya tienen colgado el cartel de ‘clásico’.

 

Su potente imaginación, transformada en imágenes conectadas directamente con la emocionalidad, sumada al magistral uso de efectos especiales han hecho que su obra trascienda el tiempo y logre un efecto imborrable en la audiencia.

 

En sus inicios, acudió a la aventura y a la ciencia ficción y, entre esas dos aguas, logró verdaderos íconos del cine del entretenimiento: Tiburón (1975); Encuentros cercanos del tercer tipo (1977); la saga de Indiana Jones (la primera fue en 1981) y E.T., el extraterrestre (1982). Con esos títulos lo cambió todo. El cine nunca volvió a ser el de antes.

 

Luego, a mediados de los años 80, toda la década de los 90 y el inicio de este siglo, decidió aproximarse a temas humanistas como la esclavitud, en El color púrpura (1985); nuevas visiones sobre la guerra en El imperio del sol (1987); el horror del Holocausto en La lista de Schindler (1993), para luego abordar los derechos civiles, la política e insistir en la guerra en cintas como Amistad (1997), Saving Private Ryan (1998), Múnich (2005), War Horse (2011), Lincoln (2012) y El puente de los espías (2015).

 

Por supuesto, paralelamente, nunca abandonó el género de la aventura con el que, filme tras filme, rompía récords en taquilla: produjo Jurassic Park (1993) y luego dirigió las exitosas The Lost World: Jurassic Park (1997); A.I. Inteligencia artificial (2001); Minority Report (2002); La guerra de los mundos (2005) y Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio (2007).

 

Capítulo aparte merece su épica saga en torno al arqueólogo más famoso del séptimo arte, Indiana Jones: Los cazadores del arca perdida (1981); Indiana Jones en el templo de la perdición (1984); Indiana Jones y la última cruzada (1989) y, 19 años después, la cuarta parte de este famoso personaje interpretado por Harrison Ford, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008).

 

Un genio que nació para y por el cine. De Cincinnati, Ohio —nacido el 18 de diciembre de 1946—, Steven Allan Spielberg ha sido, desde niño, un gran visualizador de historias. Esa pasión, dice él, comenzó en su infancia al escuchar a su madre, Leah Adler, cuando les narraba cuentos a sus tres hermanas menores, Annie, Sue y Nancy. “Mi madre tuvo siempre ese espíritu de niña y creo que tanto mis hermanas como yo hemos sido bendecidos con esa magia que nos regaló con sus historias”.

 

A los 12 años, realizó su primer cortometraje de vaqueros de ocho minutos, que tituló El último revólver. A los 14 años filmó dos películas de guerra, la primera de 40 minutos, titulada Escape a ninguna parte y Escuadrón de batalla, en la que mezcló pietaje real de la Segunda Guerra Mundial con secuencias que filmó en un aeropuerto de Phoenix, Arizona. Aún a tan corta edad, Spielberg sorprendió por la manera de hacer ver unos aviones estacionados en hangares como si viajaran a velocidad supersónica. Sin embargo, su primer largometraje fue Firelight (1962), una historia de ciencia ficción de 140 minutos, basada en un relato que su hermana Nancy había narrado sobre el ataque de un platillo volador a la Tierra, que rodó a sus 16 años y que no tuvo comercialización.

 

A los 22 años, Spielberg empezó a dirigir episodios de series televisivas como Marcus Welby, M.D. (1969-1976) y, más adelante, la famosa Columbo (1971-1976). Fue el inesperado éxito de su primer largometraje, The Sugarland Express (1974), el que lo lanzó a la fama.

 

El resto es una voluminosa historia de triunfos que abarcan poco más de medio siglo y que continúan con el lanzamiento de la nueva versión del clásico de Broadway de 1957 —del que se hiciera una famosa versión fílmica en 1961—, West Side Story. “Tenía diez años cuando escuché por primera vez el álbum de West Side Story, y quedó marcado en mí”, dice el legendario director. “Y finalmente he podido cumplir ese sueño y mantener la promesa que me hice a mí mismo cuando era muy joven en el que pensaba: ‘tienes que hacer West Side Story algún día’”.

 

La historia se centra en el conflicto entre los Jets (adolescentes blancos de clase trabajadora) y los Sharks (inmigrantes de origen puertorriqueño), dos bandas callejeras rivales en la Nueva York de los años 50. En el corazón de todo está la historia de amor entre Tony (Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler), quienes se enamoran a pesar de sus vidas y orígenes muy diferentes.

 

Como anécdota, Rita Moreno, quien interpretó a Anita, la protagonista de la versión de 1961, interpreta en esta ocasión a Valentina, dueña del local donde trabaja Tony. “Esta historia muestra que el amor une todas las divisiones. Es intemporal en el sentido de que nos hace recordar esa realidad con una gran frecuencia”, explica el maestro. Otro dato no menor es que el genial director optó por no subtitular en inglés los diálogos en español.

 

Spielberg ha sido siempre un hombre calmado, que sabe manejar el estrés a pesar de tener tantas responsabilidades sobre sus hombros. Un hombre sencillo, sin pretensiones, que hace olvidar a su interlocutor que se trata del director más famoso del mundo, de uno de los más exitosos de Hollywood y del candidato siete veces a los Premios Óscar a Mejor director, ganador en dos ocasiones: La lista de Schindler (1993) y Saving Private Ryan (1998).

 

Un genio que no oculta su apego al trabajo. “Con la imaginación no hay lugar a donde una persona no pueda llegar. Y esa es la oportunidad que siempre me brindan historias, ya sean históricas o de ciencia ficción. Por eso siempre regreso a ellas”.

 

Vuelve a sorprendernos con West Side Story, su más reciente trabajo. Un reto que no muchos quisieran asumir. ¿Cuáles fueron los obstáculos para hacer una nueva versión del clásico de Broadway?

 

Primero, tener una historia nueva basada en los elementos de la historia original sin que se pareciera a ninguna otra. Nunca intentamos rehacer la película de 1961, porque de hecho es ya una obra maestra. Pero tomamos toda nuestra inspiración basados en el material original del musical de Broadway de 1957.

 

¿Cómo logró recrear esa Nueva York que se ve en la historia?

 

Para esta película, junto con el escritor Tony Kushner, nos centramos en crear una representación auténtica del barrio de San Juan Hill de Nueva York, en la década de 1950. Trajimos consultores históricos que vivían en el vecindario en ese momento para guiar al elenco, porque sentimos que no podría ser un musical de teatro. Tenía que ser un musical callejero. Tenía que sentir que estas eran las calles reales en las que estaban ocurriendo estas historias, estos eventos, esta comedia, este júbilo y esta tragedia.

 

¿Piensa que esta historia va a llegar a los jóvenes de hoy de igual forma que en ese entonces?

 

Por supuesto. De hecho, creo que es más relevante hoy que en 1957, cuando estrenaron la obra de teatro original en Broadway. Y es relevante porque aún existen divisiones en este país, y la película es una declaración sobre diferentes razas y culturas. Y al mismo tiempo, es relevante porque la gente quiere expresarse a través de canciones y bailes brillantes. Así que hay mucho de esta historia que va con el lenguaje del amor actual, por la forma como se comunican sentimientos más profundos a otra persona con la música.

 

Hace un tiempo, en un discurso de graduación universitaria, usted les dijo a los estudiantes que los sueños siempre están detrás de uno, como un susurro, nunca en forma de gritos. ¿Cuándo oyó ese primer susurro que lo llevó al cine?

 

La primera vez que escuché ese susurro del cine, lo recuerdo claramente, estaba en casa. Creo que tenía alrededor de 15 y, por supuesto, en ese momento yo era un gran fanático del cine. Yo iba a todas las películas que podía pagar en Phoenix, Arizona. Recuerdo haber tenido una idea para una historia, para un guion y lo recuerdo como el murmullo más suave del mundo: una idea. Eso, hasta el momento, no me había sucedido antes. No tenía nada resuelto, pero acababa de tener una idea para una película. Todo empezó con una idea y recuerdo que en aquellos días teníamos máquinas de escribir con papel carbón. Comencé a escribir en esa máquina una historia toda la noche. Fue la primera vez en mi corta vida que estuve despierto la noche entera. Probablemente no escribí todo el guion, por supuesto, pero escribí la idea completa, donde probablemente generé 30 o 40 páginas durante la noche.

 

¿Qué hizo con ese texto?

 

Yo trabajaba limpiando árboles en el barrio y me daban 25 centavos por cada árbol de cítricos que limpiaba, esto porque el sol de Arizona no seca la fruta de los cítricos, por lo que hay que blanquear la parte inferior de los troncos del árbol. Ahorré ese dinero para comprar rollos de película y el material de procesamiento. Así que pasé el siguiente año los fines de semana haciendo esta película basada en ese guion que estaba escribiendo. Esa fue la primera vez que escuché ese susurro de mi sueño.

 

Pero antes había realizado algunos cortometrajes…

 

Hice un montón de cortometrajes desde que tenía 12 años. Cosas pequeñas, muy pequeñas. Pero a los 15 años, fue la primera vez que hice un largometraje y resultó ser una película de dos horas y media de duración. Y ni me di cuenta. Eso no sucede a menudo. Era una pequeña banda sonora de 8 milímetros, de 2 horas y media de duración, en la que utilicé a los niños del departamento de actuación dramática de la Universidad Estatal de Arizona y a otros amigos míos del vecindario. En cierto modo, ese fue mi primer largometraje novato. Se llamó Firelight.

 

¿Cuáles fueron los sets de Firelight, su ópera prima?

 

Fue mi propia casa, con algunas escenas en la cocina, lo cual fue un desastre. Mi mamá nunca lo olvidó, pero le encantó. Había una escena en la que se suponía explotaba una olla a presión y, también se suponía, la comida de la olla debería quedar por todo el techo, el piso, las paredes. Mi mamá y mi papá estaban fuera de la casa, así que obtuve latas de mermelada de cerezas, como un galón, creo, y unté las cerezas por todo el techo, el piso y las paredes, convencido de que lo limpiaría antes de que mis padres llegaran a casa. Entonces filmé la escena, me tomó aproximadamente una hora, y luego mis hermanas y yo fuimos a limpiar todo. Pero olvidé que la mermelada de cerezas tiñe las cosas. Las paredes se quedaron rojas y me metí en un tremendo lío por eso. Tuve un infierno que pagar por eso. Así que tuve esa responsabilidad. Fue un gran valor de producción, pero vaya que pagué el precio (risas).

 

Parece que desde adolescente tenía claro el camino. ¿Hubo algún momento en que dudara de sí mismo con respecto a su carrera?

 

¡Claro!, cuando estaba haciendo Tiburón. Yo tenía muchas dudas porque estaba rodeado de escépticos que me decían: “Sabes que nunca vas a terminar la película… Ya se superó el cronograma y el presupuesto”. Entonces para mí fue fácil culpar al océano, porque el océano realmente fue el culpable de tantas vicisitudes en ese rodaje. Dudé de mí, porque tuve la culpa al elegir rodar en el océano y no en un tanque seguro en algún lugar de Hollywood. El asunto es que, una vez que llegamos al océano, el océano básicamente se rió de nosotros y nos cambió las mareas o trajo grandes olas donde no podíamos rodar o el tiburón mecánico se dañaba todos los días un par de veces.

 

Debió ser frustrante…

 

Efectivamente. Llegué al punto en que dudaba, y dudaba de mí mismo porque muchos de mis amigos estaban escuchando los rumores en Hollywood de que Tiburón sería mi última película. Pensaba que no iban a contratarme después de esto, porque yo estaba demostrando ser un cineasta fiscalmente irresponsable al no poder terminar la película a tiempo y es difícil poder decir: “Bueno, no puedo terminarla”. Nadie podría haber hecho esa película más rápido debido a las circunstancias, especialmente al rodar en el océano. Y creo que, probablemente, yo tenía más dudas que nadie. La única persona que me salvó de sentirme completamente destrozado, por el miedo a no terminar Tiburón, fue Sid Sheinberg, quien resultó ser el director del estudio.

 

¿Qué le dijo?

 

Él voló un día al lugar a donde filmábamos y me dijo: “Mira, no te voy a despedir, pero si me dices ahora mismo que esta locura de tiburones con un tiburón falso en el océano real es imposible, si me dices que esta película va a ser imposible de terminar, terminamos esto y encontraremos alguna manera de poner el tiburón en un parque de diversiones. Pero no te culparé por esto, no te haré responsable de esto”. Y le dije: “No, creo que podemos terminar esta película. Por favor, déjame terminar la película”, y lo hizo. Me defendió de toda la gente que le estaba pidiendo en el estudio Universal que me despidiera y así se convirtió en una forma de escudo invisible, supongo.

 

Usted cumplió 75 años en 2021. ¿Siente que todavía hay ese espíritu de niño tras hacer sus películas?

 

Sí, he escuchado a la gente decir que he alcanzado parte de mis logros por tener vivo el espíritu de niño en mí. Y creo que eso es probablemente cierto. Pero solo pude ser quien yo era cuando rodé The Sugarland Express (1974), mi primer largometraje, o cuando hice E.T. (1982). Creo que ahora soy una versión un poco más sabia de la misma persona, por la experiencia de los años. Es cierto, me veo ahora un poco más empañado también, pero eso trae sus ventajas.

 

¿Qué lo mantiene con energía para hacer lo que quiere?

 

Hasta el momento, el cuerpo no me ha dicho que baje el ritmo, y eso en sí ya me mantiene con energía para seguir. Pero creo que es esa emoción de encontrar algo nuevo para contar lo que me mantiene en camino de seguir buscando historias y llevarlas a la pantalla. Cada vez que leo una historia que potencialmente sé que es muy buena para convertirla en una película, me transformo en un niño emocionado. Y esa es, posiblemente, mi fuente de la juventud. Sí, eso es, encontrar una nueva idea o una historia que merezca ser narrada visualmente. Es mi pasión y es lo que me mantiene vivo.

 

¿Qué ha sentido y qué siente al ver el éxito, sobre todo comercial, que usted ha tenido en una industria tan competida y tan difícil como es el cine?

 

Yo no dejo de sentirme abrumado de tantas cosas que suceden a mi alrededor. Si hace años atrás, cuando comencé a rodar Sugarland Express y Tiburón, alguien me hubiera dicho que hoy iba a ser un padre de siete hijos y que iba a tener una carrera como la que he logrado, muy seguramente no hubiera comenzado (risas). Las expectativas hubieran hecho que todo se sintiera bajo presión constante. Tal vez ese sentimiento se debe a que he sido capaz de vivir mi vida haciendo una cosa a la vez, aunque la gente pueda pensar que estoy haciendo tres cosas al mismo tiempo. Hubiera sido muy aterrador —y desconcertante— haber sabido lo que estaba por venir.

 

¿De dónde salió esa sencilla y a la vez genial idea de E.T.?

 

Siempre quise hacer la película de E.T., el extraterrestre. Desde que era niño quería hacer una película sobre un extraterrestre en una relación familiar, y E.T. fue mi amigo imaginario cuando era un niño que crecía en Phoenix, Arizona. Sólo recuerdo que siempre pensé que estaba muy solo y que sería genial si tuviera un amigo imaginario que viniera del espacio y que pudiera mostrarme cómo hacer magia y cómo vivir su vida. Era una idea que me acompañaba. Y yo le mostraba mis juguetes y él me mostraba sus juguetes. Y estos son los pensamientos que tuve desde que tenía nueve o diez años. Y ese pensamiento realmente evolucionó y se convirtió primero en Encuentros cercanos del tercer tipo. Son ideas que llevan años en materializarse, pero valen la pena.

 

Ideas que disfruta mucho, ¿no es así?

 

¡Por supuesto! Porque sólo hago el tipo de películas que me gustaría ver como un espectador que va con sus amigos y que quiere salir por la noche, a diferencia de alguien que hace películas para estar encerrado en casa. Quiero decir, yo realmente no hago películas para una audiencia. Hago películas para mí, pero para mí como audiencia, donde salga satisfecho de pagar por un boleto de cine y transportarme a un mundo maravilloso y genial.

 

Usted ha hecho películas sobre robots y dispositivos con tecnología como Siri mucho antes de que se convirtieran en parte de la sociedad y entraran en la conciencia colectiva. ¿Alguna vez imaginó que esto realmente ocurriría cuando lo hizo?

 

Sí, lo hice. Creo que toda la ciencia ficción es como un mundo de cuentos de advertencia en el que, eventualmente, sucederán. Puede que no sucedan tan rápido como los cineastas y los escritores de ciencia ficción predicen que sucederán, pero eventualmente suceden. Por ejemplo, lo que dice 1984, el profundo libro de George Orwell que todos conocemos, sucedió, de hecho, antes del año 84.

 

¿Cuál ha sido la película más difícil de rodar tanto en un sentido técnico como en un sentido emocional?

 

Sin duda alguna, la película que me resultó más difícil de dirigir, emocionalmente hablando, fue La lista de Schindler (1993). Nada se le ha acercado en ese rubro. Y, físicamente hablando, la película más difícil que he tenido que dirigir ha sido Ready Player One (2018).

 

¿Por qué motivo?

 

Porque fueron tantos los niveles de tecnología que había que supervisar, niveles que tenían que ser perfectos, que al combinarse tenían que cuadrar de una forma tal que la audiencia no tuviera que notarlos. Hacer esa película fue como construir un pastel con capas de cinco metros; fue muy complicado. Definitivamente, tuvo la mayor complejidad de todo lo que he hecho hasta ahora.

 

Con tantas responsabilidades que tiene, ¿cómo logra sacar tiempo para su familia?

 

El hecho de que tenga este trabajo y dedicación al cine no significa que sea mi prioridad. Mis hijos son y serán siempre lo primero y las películas vienen en segundo lugar. He tratado de llevar siempre una rutina con mi familia y mi trabajo y no la pienso romper por nada del mundo.

 

Cuando mira hacia atrás su vida, con esta gran carrera profesional y su bonita vida familiar con siete hijos, ¿existe algo que le hubiese gustado haber hecho diferente?

 

Sí, creo que en retrospectiva me hubiera gustado haberles quitado las computadoras a mis hijos hace unos 20 años (risas). Desearía haberles quitado todos sus aparatos y luego desearía no haberles permitido tener internet en sus teléfonos, aunque desearía que todos tuvieran teléfonos plegables, teléfonos sin acceso a internet y que obtuvieran todas sus noticias de los periódicos, de la televisión y de la conversación durante la cena. Ojalá hubiera sido un padre más estricto en ese sentido, y no lo fui.

 

¿Fueron sus padres estrictos?

 

No, tampoco eran estrictos, pero mira cómo nos criaron a todos en ese tiempo. En este país teníamos tres canales de televisión, eso era todo. Teníamos CBS, ABC y NBC. Y luego tuvimos una estación local en Arizona. Y la información estaba en las noticias y lo leíamos en tinta, la tinta lo era todo. Y luego, cuando ya no era tanto con la tinta, lo comenzamos a conseguir en la televisión.

 

Cada vez más personas que se encuentran en campos creativos también dicen que las redes sociales son la mayor distracción para su creatividad, por encima de todas las demás cosas. ¿Está de acuerdo con esto?

 

En gran parte, pero hoy día no les puedes enseñar a tus hijos, especialmente cuando están fuera de tu casa y viviendo sus propias vidas, a que no tengan ese tipo de contacto social. Pero puedo aconsejar a mis hijos que me escuchen, y por eso tenemos una regla en casa: cuando estamos en la cocina, en familia, guardas tus dispositivos, guardas tus iPads, guardas tus teléfonos. Dejas a un lado todo lo que podría distraerte de una conversación, porque el problema es que hay una pérdida de contacto visual. Creo que todos vamos a desarrollar genéticamente una escoliosis horrible en el cuello porque hoy todo el mundo parece estar de luto o en oración porque tienen la cabeza agachada constantemente. Y es donde quiera que se mire.

 

Consecuencias de la vida moderna que, de alguna manera, parecen haber sido escritas desde la ficción, ¿no cree?

 

Es tremendo. Cuando conduzco hacia el trabajo, sólo con mirar por la ventana a la gente en otros autos se vuelve aterrador: todo ese asunto de ser empujado hacia esa pequeña ventana del teléfono, cuando esa ventana no es lo relevante en la vida. Lo que es relevante son las personas con la que estás en tu vida: tus amigos, tu familia, tus colegas. Así que no soy el mayor fanático de las redes sociales. Dentro de mi pequeño círculo de influencia, trato de que mis hijos se den cuenta de las cosas sin que Siri les diga qué tienen que hacer.

 

Foto: El cineasta Steven Spielberg, quien el a{o pasado llegó a los 75 años de vida/ Crédito de foto: EFE/EPA/IAN LANGSDON

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