Ecatepec: una tierra que “los otros” llaman hogar. Entrevista con Emiliano Ruiz Parra sobre su libro “Golondrinas”

Sep 24 • Conexiones, destacamos, principales • 3191 Views • No hay comentarios en Ecatepec: una tierra que “los otros” llaman hogar. Entrevista con Emiliano Ruiz Parra sobre su libro “Golondrinas”

 

Golondrinas es una crónica sobre una colonia marginal en Ecatepec, una comunidad nacida a partir de la autoconstrucción y las pequeñas batallas ganadas por obtener derechos tan básicos como el acceso a la educación, alumbrado o el agua. Al mismo tiempo que Ruiz Parra describe las diferentes historias de los habitantes de Golondrinas, él mismo devela el trasfondo de la lucha obrera del cual viene su familia
POR SOFÍA MARAVILLA

En el imaginario mexicano, desde hace muchos años, Ecatepec es el infierno. Ese lugar hacia donde nadie quiere mirar, donde no se quisiera poner jamás un pie. Pero Ecatepec es también el hogar de muchos; de más de un millón y medio de personas, para hacernos una idea. Personas que día a día van a la Ciudad a sacar sus vidas adelante, personas que a veces en busca de sueños mejores escapan… pero al final retornan a ese espacio que también les cobija. Yo formo parte de esa cifra. Por eso me interesa mucho lo que se dice y se escribe sobre nosotros, los que conformamos esa “otredad” que se llama Ecatepec.

 

Me recibió un linchamiento en Golondrinas: un barrio marginal del tamaño del mundo (Debate, 2020), del periodista Emiliano Ruiz Parra (Ciudad de México, 1982), precisamente centrado en una colonia de este municipio mexiquense, donde, como dice Emiliano, “se construye la otredad”, y tuve la primera mala impresión de que quizás éste expediente se sumaría al largo proceso de estigmatización que venimos sufriendo los que vivimos allí “donde matan a las mujeres, se roban a los niños y los pobres sufren su pobreza”. Por fortuna, no fue así.

 

A pesar de algunos altibajos descriptivos que a momentos resultaban amarillistas -aunque yo misma, oriunda ecatepequense, reconozco que a veces es difícil aceptar que es un retrato puro y duro de algunos aspectos de esta realidad tan ajena a las zonas gentrificadas de la ciudad-, Ruiz Parra logra un trabajo objetivo al hablar de Golondrinas, una pequeña colonia que surgió a mediados de los 90 y que ha representado un historial de batallas ganadas por sus colonos, desde los procesos de autoconstrucción de sus casas —ir erigiendo en el día a día, tabique a tabique, lámina a lámina—, hasta la lucha constante por conseguir servicios básicos para una vida digna, como el drenaje, el alumbrado público o la educación primaria. Al mismo tiempo, Golondrinas retrata una historia de resistencia por parte de una comunidad que se ha visto muchas veces asediada por amenazas de despojo y que ha sido empleada por aquellos que buscan puestos en el vicioso mundo político de Ecatepec, desde los años de los todopoderosos priístas, hasta sus actuales refritos morenistas.

 

Emiliano tiene una extensa trayectoria siguiendo disidencias. Le viene de familia, pues, como lo dice en Golondrinas, estar en contacto con este barrio también le ha hecho volver sobre su propia historia; es así como nos cuenta su genealogía familiar, marcada por las luchas obreras de sus padres en los barrios que comenzaban a formarse en Naucalpan, Neza y, desde luego, Ecatepec, sobre el cual hubo tres móviles que lo llevaron a iniciar su investigación, reflejada primero en Obra negra (FETA, 2017) y ahora en Golondrinas: “Uno, porque también he crecido alimentado por el prejuicio (sobre Ecatepec); dos, porque en aquel entonces estaba reporteando a Onésimo Cepeda, y me intrigaba muchísimo saber cómo era el territorio de ese ‘príncipe’ de la Iglesia, quien vivía rodeado de lujos y haciendo alarde de su poder; tres, que en realidad nosotros (Emiliano y el fotógrafo León Muñoz) queríamos reportear la colonia Colosio, porque su nombre significaba lo que era: ‘Aquí manda el PRI’, al menos cuando se fundó, tanto que le pusieron ese nombre. Pero la suerte, muy buena, nos llevó a preguntar del otro lado de la calle, y resultó que era Golondrinas, un nombre muy poético”.

 

Así que saludo a Emiliano, que está al otro lado del monitor, mientras que yo le hablo justamente desde Ecatepec, y le comparto un dato que le causa gracia y asombro igual que a muchos: que ese príncipe eclesiástico llamado Onésimo y que le motivó a investigar su “reino”, me confirmó cuando tenía nueve años. “En la catedral esa enorme de San Cristóbal?”, me pregunta asombrado, y yo asiento. Ahora, en nombre de Ecatepec, yo cuestionaré a este foráneo de mi tierra sobre Golondrinas.

 

Siguiendo su trayectoria con Ovejas negras, Los hijos de la ira y Obra negra, que es la antesala de Golondrinas, esclarece mucho el panorama del cuál viene usted: el seguimiento a las disidencias. Reconoce que hubo una herencia política por parte de su familia, un linaje de izquierda. Muchas personas deciden seguir caminos completamente diferentes del familiar. ¿Por qué usted continuó el interés familiar en las disidencias?

 

Yo también de alguna manera me he revelado a mi familia en el sentido de que yo ya no fui militante, no digo que eso era lo que se esperaba de mí, pero quizá sí. Mi hermano, por ejemplo, sí fue militante algún tiempo, yo no, entonces esa fue mi manera de marcar distancia. En ese sentido tengo mis tres granitos de rebeldía familiar. Yo no conocía en ese entonces el don que me había sido dado, que era el de tener hambre de historias, y me gustaría en algún momento de mi vida decir que también sé contarlas.

 

Creo que está muy contada cierta élite, los actores que pertenecen al Estado tienen todos los foros, tienen todos los accesos para tener una voz. Por eso es que cuento se dio la moda de contar el crimen organizado y el narco, yo, intuitivamente, dije “esto no es lo mío”; yo quería contar del lado de los defensores, quería contar a las víctimas. Me interesa saber qué es lo que no está de acuerdo con esta gran construcción cultural del Estado.

 

¿Qué ha cambiado entre la perspectiva de Golondrinas y su antecesora Obra negra?

 

Hay una decisión mía de arrojarme, de tomar el material reportado durante años, apropiármelo y hacer el intento de convertirlo en literatura. Primero escribí una crónica en Gato Pardo, luego escribí Obra negra y luego Golondrinas, entonces también ese camino va retratando el ir ganando confianza en mí mismo como autor y en decir que esta historia no basta con ser contada con las herramientas del periodismo duro, del periodismo seco, (sino que) necesita cada vez más la mediación del escritor que te diga: “Mira, esto es lo que yo quiero que tú veas”. También hay una voluntad de convertir la historia en un libro de una complejidad formal en donde yo digo: Golondrinas es todo lo que no es. No es una novela, pero busqué que tuviera un arco novelístico; es una crónica, pero también es un ensayo personal, un intento de hacer algo de teoría sobre el barrio marginal.

 

También es una necesidad de incorporar a la marginalidad de Ecatepec, al menos a la marginalidad simbólica, la de mis padres, porque me tocó a mí crecer en una generación a la que le dijeron que estaba derrotada, en términos políticos, o sea que ya no tenía caso pretender ningún cambio importante, que lo que teníamos que hacer era luchar por nuestra sobrevivencia, y, en el mejor de los casos, por nuestra comodidad, entonces también era la necesidad de decir que tenemos una referencia inmediata en donde, como decía Pessoa, “No soy nada, nunca he podido hacer nada, pero tengo todos los sueños del mundo”. Esa es la generación de mi papá y mi mamá, que no tenían nada, no podían hacer nada, pero tenían todos los sueños del mundo, ¡y nosotros no tenemos ni los sueños! Entonces ahí era muy claro comunicarme con mi generación y quizá con la que venga, en el sentido de que podemos tener sueños, más allá de sobrevivir.

 

También era muy importante decir que entre Obra negra  y Golondrinas pasaron cosas fundamentales en el barrio, y es que hubo un despojo, que es lo que se cuenta casi al final, (pues) una empresa privada tolerada o auspiciada por el gobierno municipal, no sólo originó una división territorial, triste, sino que también rompió el tejido y la organización de la gente de Golondrinas que había dedicado toda su vida a defenderla y que la habían hecho unidos. Entonces también era una historia de amistad rota, que eso se dio hasta después; eso le dio la posibilidad de contar también esta parte humana de que (cuando) estamos luchando por nuestra dignidad, también nos podemos pelear sin vuelta atrás.

 

Este trabajo lo realizó durante años. Me parecería que a momentos es difícil no caer en lo subjetivo, independientemente de que el profesionalismo de cronista vaya por delante. ¿Cómo evitó caer, por un lado, en la romantización de la marginalidad y la pobreza, y por el otro, en el amarillismo? Porque es una dicotomía que puede poner en peligro un trabajo.

 

La verdad no sé si lo logré. Lo digo más bien por cómo evitar el amarillismo: tratando de conocer la dignidad de cada persona que se convierte en personaje al aparecer en el libro, una cosa que sí me propuse conscientemente, y que uno lo ve desde El Quijote, donde aún la persona que aparece una o dos líneas tiene su historia, reclama su historia, que es una cosa muy bonita de El Quijote, porque por primera vez en la literatura entran los que nunca habían entrado, porque la literatura sólo hablaba de caballeros, pastores, hadas, y en El Quijote Cervantes mete al ventero, a la trabajadora sexual, a los pobres, y lo hace desde la dignidad de cada persona que aparece. Entonces era para mí muy importante que todo personaje debía tener su dignidad y su complejidad humana.

 

Y para evitar la romantización, uno debe verlos como se ve a una esposa, a una mamá o a los hijos: uno los ama, pero también saber que todos tenemos un pie del que cojeamos y que podemos ser mezquinos, neuróticos. Eso no te hace que los ames menos. Todos somos así.

 

¿Cómo fue tejiendo la red de comunicación con los vecinos de Golondrinas? ¿No hubo resistencia?

 

No hay mucho que revelar en términos del gran secreto del reporteo, lo único que sí me proponía era ir con tiempo, ir con calma, y quien tuviera tiempo para mí, yo también se lo iba a dar, porque mucha gente lo que necesita es la escucha, entonces si llega un señor de afuera y les dice: “Cuéntame tu vida, cuéntame tu historia”, hay gente que conecta, y si tiene el chance en ese momento, habla; nada más (es) ir con la disposición a escuchar y sí preguntar: “Oiga, esta historia que me está contando sobre la vecina fulanita, ¿dónde vive? ¿Le puedo decir que usted me contó” “Sí, sí, adelante”, O: “¡No! Mejor ni le digas!”, claro, como es la vida. Entonces una persona te lleva a otra.

 

También durante todo ese tiempo traté de irme documentando teóricamente, sin pretender hacer academia o antropología, pero sí (conocer) algunos autores que han tratado el tema en otro lado. Por ejemplo, hay un argentino muy interesante que se llama Javier Auyero, un antropólogo social y político, que tiene un libro que se llama La política de los pobres, y él se pregunta: ¿realmente la pobreza hace que la gente vote por determinado partido cuando le dan algo? Su conclusión es que no. Otro es Mike Davis, un teórico de izquierda, que se dedicaba más bien a trabajar ciudades en sus distintas complejidades.

 

En el libro también comenta que, tristemente, la identidad de Ecatepec está dada por la gente de fuera, y es una identidad estigmatizante, entonces el que la construye, la clase media, la clase alta, hace toda una narrativa que recae en estas personas. Cómo es que la noción de identidad se construye en un espacio donde, al parecer, lo que prima es la divergencia y, de cierta manera, el enfrentamiento con esa misma noción de identidad?

 

Es muy complejo. Por un lado, efectivamente, vas contra el estigma, porque creo que lo que juega ahí es que a través de Ecatepec podemos construir la otredad, y siempre que construimos la otredad es que el otro está mal y yo estoy bien, entonces construir una identidad, partiendo de ahí, es complicado.

 

Sin embargo, sí creo que hay muchas experiencias compartidas, que sí van generando identidad, y seguramente una de ellas es la autoconstrucción, o sea un grupo de personas, especialmente de mujeres, consigue que ahí en su barrio se haga una escuela, eso le va a dar un sentido de pertenencia para toda la vida: “Yo luché por la escuela a la que fueron mis hijos, ya no tuvimos que caminar cinco kilómetros entre polvo, lodo, calles oscuras”… esas conquistas sí dan identidad, y dan un montón de orgullo. Creo que la identidad así se ha construido en algunas partes o sectores. También creo que es muy cierto que también se quieren ir, y me parece que no está para nada mal, claro que tú vas a decir que es muy pesado estar viniendo dos horas de ida y dos de vuelta, entonces construir una identidad con ese deseo de dejar la casa, también es difícil.

 

El otro día platicaba con una persona y me preguntaba que cuál era mi interés como programático, como para qué había hecho Golondrinas, y la verdad es que me sirvió muchísimo esa pregunta. Yo soy una persona del centro, mi visión no deja de ser una visión de fuera, programáticamente creo que lo único que puedo dejar es la provocación a ustedes. Yo no sé cuál hubiera sido la historia de tus papás, pero yo en lo que he visto con otros colegas periodistas y escritores que son de Ecatepec, es que ellos pudieron dar un salto de calidad gracias al esfuerzo de sus papás, que sus papás con un chingo de esfuerzos consiguieron que ellos tuvieran una ventana, y mi provocación es nada más hacia ustedes, hacia la nueva generación, yo pongo nada más lo que yo vi, como un marcianito que llegó de fuera, pero en realidad son ustedes, los chavos de la periferia, los que visibilizarán su historia.

 

Otra noción que aparece en el libro es la del privilegio, que al menos a mí siempre me conflictúa. Desde su experiencia en lo que vio en Golondrinas y lo que ve en la ciudad: ¿dónde se acaba el privilegio, y dónde comenzamos a llamar “privilegio” a aquello que debería ser un derecho universal? ¿Y en qué momento esos derechos universales se convierten en una ausencia total que hace que los denominemos privilegio?

 

Estoy completamente de acuerdo. Privilegio siempre es una palabra relacional. Yo ahorita estoy mirando plantitas, tomándome un café en una librería para la cual el estado mexicano gastó 50 millones de pesos. ¿Por qué no hay una de estas en Ecatepec? Entonces sí: el privilegio es que yo tenga el acceso a esto, y además llegué en metro, que me costó cinco pesos… estoy de acuerdo que hay que estar en contra de los privilegios, pero no necesariamente de los lujos siquiera.

 

Decía un amigo: “yo soy un proletario de gustos burgueses”. Todos tenemos derecho a comer rico, a vivir bien, este es el ideal del socialismo. ¿Por qué no todos podemos tener los satisfactores ya no digas mínimos, sino la posibilidad de expandir nuestra creatividad, de expandir la potencia de nuestra vida? Lo llamo privilegio porque yo no sé lo que es crecer sin agua, lo que es crecer sin luz, entonces, claro, junto a mucha gente de Golondrinas. Claro, junto a la gente de Polanco, los privilegiados son ellos.

 

Otras nociones que también asoman en Golondrinas y que también son conflictivas: la blanquitud y, en contraste, el blanco marginal. Me explico: el ser blanco en Golondrinas, gozar ahí de ciertas “preferencias”, pero que ese mismo “blanco” era estigmatizado en la Ciudad de México, porque, precisamente, era un blanco que venía, y vivía, en las periferias…

 

Sí creo que los que estamos un poquito más claros en el pantone social mexicano, ni cuenta nos damos de todo lo que eso nos abre las puertas.

 

Se puede ser blanco en la marginalidad. A mi abuelo le decían el güero y era un campesino pobre que fue a primero de primaria y pasaba hambre, y él para sobrevivir se metió de soldado, entonces cuando vino a la Ciudad de México, no pasó de ser chofer, y en la división del trabajo social le tocó ser pesero, chofer privado, pero no más de ahí. Mi papá decía de mi abuelo que era un “indio blanco”, y la Ciudad de México lo trató como indio….

 

Sí creo que en Golondrinas, al menos, hay mucha gente indígena, que ha sido obligada por las circunstancias a perder su lengua, a perder su identidad indígena. Me acuerdo que había un panadero que habla mixteco, y entró a trabajar al Walmart que estaba relativamente cerca de ahí, a él lo encerraban en el taller de pan y hasta que no terminaba de limpiar no lo dejaban abrir, es decir, lo tenían en condiciones de semiesclavitud que, al menos en su relato, no se las imponían a nadie más.

 

Responderte: ser blanco y de Golondrinas, no lo sé bien. Sí sé que una de mis personajes, la hija de Leti, era más blanca, y ella naturalmente, se convirtió en dirigente de Golondrinas. También supongo que esa blanquitud te abre las puertas con tu propia comunidad, es muy fuerte… pero creo que estoy hablando desde la ignorancia.
Comenta en su libro que usaba las peceras que van de Indios Verdes a la 30-30, y que es la misma que pasa por la México-Pachuca, una de las carreteras más peligrosas.

 

¿Nunca tuvo enfrentamientos con el crimen? ¿O a pie de calle? Se lo pregunto también porque por aquellas épocas fue cuando se desató la violencia en el transporte público…

 

Fui absolutamente afortunado. Muchas veces me dijeron “ya vete”, “no te subas a ese pesero”, “qué haces aquí”; algunas veces tomé taxi de la gasolinera de Jaltenco hacia Golondrinas y los taxistas me contaban que en ese barrio había varias veces que los asaltaban o no me querían llevar. El relato de la inseguridad pública lo tenía alrededor todo el tiempo. Un amigo me dijo: “Llevabas ángel”. Nunca me pasó nada, y lo agradezco muchísimo, se lo agradezco a Ecatepec. Yo no creo en Dios, pero también se lo agradezco quizás a alguna fuerza sobrenatural, y también a mi propia confianza de estar ahí, porque nunca caminé con miedo, y asumo también que soy hombre, soy relativamente joven, entonces quizá tampoco se me vio tan vulnerable.

 

La mayoría de las veces llegué en transporte y llegué a pie. Tuve mucha suerte. Es otra cosa que le agradezco a la comunidad, y eso que muchas veces, para llegar, pasaba por la colonia de al lado, la Independencia, que es una colonia aún más brava, es de recicladores, entonces ahí hay un tejido social muy sólido, pero los de Golondrinas decían “son marihuanitos”. Siempre hay una otredad… y yo pasaba por ahí, porque no tenía de otra, y afortunadamente nunca me pasó nada. Entonces también estoy agradecido con la comunidad de Independencia.

 

Me tocaron riñas en la Urban, que alguien no quería pagar o se subía borracho y se paraba el chofer y lo bajaba, le daba unos trancazos, eso sí me tocó verlo e igual es un shock. Y he visto un montón de videos donde se suben con la pistola, pero tuve mucha suerte en que nunca me tocara.

 

Respecto a la lucha obrera que narra en Golondrinas, hay otros conceptos que ahí aparecen, como la conciencia de clase, o el hoy en día tan vituperado concepto de mesianismo. Usted que creció en ello y que ha visto la evolución de las luchas obreras en México: ¿qué puede decir que queda ahora de esas revoluciones en las nuevas generaciones?

 

Sí creo que la generación de mis padres es una generación políticamente aplastada en su búsqueda revolucionaria, lo han descrito personas como Naomi Klein en Las doctrinas del shock como los estados capitalistas adoptaron un montón de estrategias, muchas de ellas de exterminio de las izquierdas, mataron gente o la violentaron de tal manera que le infringieron una derrota. Entonces sí creo que venimos de eso, que fue brutal, entonces no fueron sólo los errores estratégicos o ideológicos, sino que también la respuesta fue brutal.

 

Lo que sí veo, porque también trabajo con jóvenes en la UNAM, son generaciones con mucho anhelo autogestivo, de liberación en el sentido de una relación mucho más horizontal entre ellos, con las autoridades, mucho más abiertas a experimentaciones culturales, amorosas, sexuales, que en otras generaciones no se dieron chance.
Otra cosa que veo es un levantamiento de las mujeres contra el patriarcado, que es tan importante como el levantamiento contra el capitalismo, y que es lo que ha dado las manifestaciones más grandes en México en los últimos años, movilizaciones que han parado partes importantes en la UNAM. Creo que es un movimiento muy fuerte que a veces toma las calles, pero aunque no las tome siempre está cuestionando. Ahí hay una revolución muy distinta y mucho más resiliente, mucho más flexible, mucho más capaz de estar abierta a cosas nuevas y ojalá gane, ahora sí que por el bien también de nosotros, que somos varones y que somos opresores, pero que también somos oprimidos por la masculinidad, y también nosotros nos tenemos que subir a eso desde lo que nos toca, que es cambiarnos a nosotros mismos y ayudar a nuestros compañeros hombres a cambiar.

 

En el caso de Ecatepec, Ahí en Santa Clara Coatitla me encontré con un grupo, Casa Morada, que era una casa feminista. Creo que en estas otras organizaciones en donde se pone por delante una agenda, una sororidad, es más fácil o probable reconstruir heridas sociales.

 

Yo he ido dos o tres veces al barrio últimamente, y yo veo muy difícil de remontar esa herida que se dio en ese núcleo y dirección. Yo creo que ellos ya no lo van a lograr, van a ser otras generaciones más jóvenes que ya lo vean con distancia o perspectiva.

 

¿Cómo ha visto ahora que está MORENA?

 

Creo que MORENA viene de culturas y prácticas más o menos similares a las del PRI, sin embargo creo que esa relación de explotación-clientelar cada vez tiene menos margen, una, porque ya no hay mucha tierra que repartir, y la otra porque también creo que hay un cansancio de esa relación en la gente. Yo lo veo en generaciones más jóvenes que están menos dispuestas a aceptar ese intercambio. La gente toma la salida electoral porque es la que tiene a la mano, pero tengo la impresión de que estas alternancias que se han dado en Ecatepec y que probablemente se han dado en la mayoría del Estado de México, también tienen que ver con que la gente ya se cansó de esa relación, ya está harta de esos mismo señores del PRI, y lo que necesitan de fondo es una relación política nueva.

 

FOTO: Emiliano Ruiz Parra es autor de Ovejas negras (2012) y Los hijos de la ira (2015)/ Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL

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