En los laberintos de la memoria
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POR VICENTE ALFONSO
Recreación literaria de la violencia que azota a nuestro país y reflexión en torno a los procesos en que se construye la memoria colectiva, Laberinto, la más reciente novela de Eduardo Antonio Parra, destaca en primer término por la forma en que está construida, pues aunque le sostiene un complejo andamiaje narrativo, se trata de una lectura ágil, fluida y con altas dosis de suspenso.
Bajo la forma de una conversación de cantina, la novela aborda distintos planos temporales que se entrecruzan. En el centro está un oscuro episodio ocurrido en las calles de El Edén, nombre hipotético (e irónico) de un pueblo ubicado en el noreste mexicano: una noche dos bandas de narcotraficantes se enfrentan con armas de grueso calibre, y a su paso arrasan coches, casas, iglesias e incluso reducen a cenizas la presidencia municipal. Mueren decenas de sicarios pero también hay muchas bajas entre los habitantes de un pueblo donde la autoridad brilla por su ausencia. Aunque apocalíptico, el pasaje no es imposible: algunos detalles recuerdan lo ocurrido en marzo de 2011 en Allende, Coahuila, cuando miembros de un cartel saquearon e incendiaron decenas de casas y ejecutaron decenas de hombres, mujeres, niños y ancianos. Aún se desconoce el número de víctimas, aunque las investigaciones posteriores indican que podrían ser hasta trescientas. Recuerda también lo sucedido en 2015 en Chilapa, Guerrero, cuando un grupo de sicarios tomó por cinco días el control de aquella ciudad. La policía dejó entonces a la población en manos de los narcotraficantes, quienes saquearon viviendas, instalaron retenes y secuestraron una cantidad también desconocida de personas.
En la novela de Eduardo Antonio Parra, la violencia irrumpe en El Edén de la misma forma en que suele hacerlo en la vida real: anunciándose primero en forma de prácticas como el cobro por el derecho de piso, la extorsión y el narcomenudeo. Esa violencia soterrada estalla cuando los habitantes del pueblo reciben en sus celulares una advertencia: está por ocurrir un enfrentamiento entre cárteles, así que más vale esconderse. La batalla deviene carnicería, pues los sicarios ejecutan a todo aquel que se cruce en su camino. Evocado como “la noche de la muerte”, el episodio es reconstruido por dos sobrevivientes de la violencia: un exprofesor de secundaria y Darío, uno de sus alumnos que ha sido testigo de primera mano, pues deambula por la ciudad buscando a Santiago, su hermano menor, a quien el ataque ha sorprendido lejos de su casa. Le acompaña Norma, su novia. Sin saber qué les espera, Norma y Darío se internan por una ciudad que no hace mucho era el escenario de sus amoríos adolescentes, pero que sin alumbrado público se convierte en un laberinto letal. A nivel simbólico, la novela puede leerse como una reelaboración contemporánea del mito adánico, donde una joven pareja pierde la inocencia para luego ser expulsada del edén.
Son muchos los sucesos violentos que marcan esa noche. Diecisiete años después de la publicación de Nostalgia de la sombra (Joaquín Mortiz, 2002), su primera novela, Parra exhibe en esta nueva ficción un profundo dominio de aquello que García Márquez llamaba carpintería narrativa, es decir, el conjunto de decisiones que un autor toma en el proceso de contar una historia (¿quién cuenta el relato, en qué momento lo cuenta, a quién se lo cuenta?). Narrador experto, Parra opta por situar a los personajes en una sucia cantina de Monterrey, ocho años después de la masacre, tratando de reconstruir la batalla. Eso le permite que las voces involucradas se muevan a su antojo, adelantándose o retrocediendo en el tiempo, pero además permite a los lectores advertir que, aunque ambos son sobrevivientes de la ola de violencia, ninguno de los dos es el que era antes. Conforme avanza la conversación reconocemos en uno y otro las secuelas de la guerra: quien fuera estudiante destacado y capitán del equipo de futbol es ahora un bebedor apático con la mirada perdida. Quien fuera un entusiasta maestro, hoy sobrevive redactando boletines en un sótano de la Cámara de Comercio local. Aquí debe señalarse otro de los puntos que, desde su primer libro, destaca en la literatura de Parra: si bien en el nivel de los hechos ocurren muchas cosas, los puntos más altos de tensión derivan de la zozobra emocional y sicológica de sus personajes. Por eso no es exagerado decir que el segundo laberinto al que se enfrentan Darío y su profesor es el de la memoria.
Porque en la obra parriana los laberintos más intrincados nunca son físicos. No lo son por ejemplo en “El laberinto”, cuento incluido en Parábolas del silencio (Era, 2006): el relato es protagonizado por un hombre que pasa la noche deambulando en un monte, huyendo más de sus fantasmas que de sus captores. Tampoco el laberinto es real en la novela histórica El rostro de piedra (Era, 2017) donde un atribulado Benito Juárez se define a sí mismo como “un ciego tratando de encontrar la salida de un laberinto”. Manuela, la mayor de sus hijas, le responde en ese pasaje algo que ambos saben: que su laberinto es la política.
En este sentido Laberinto es también una inteligente reflexión sobre la manera en que se construye la memoria colectiva en torno a los pasajes decisivos de nuestra historia, y sobre cómo ahondar en estos puede ser catártico pero también puede llevarnos a un callejón. No sólo porque tales pasajes suelen ser oscuros y violentos, también porque cotejar las versiones de los diferentes testigos nos enfrenta a un rompecabezas en el que las piezas nunca terminan de encajar, tal como le ocurre al profesor-narrador de esta novela: “A mí me llegó el cuento en jirones durante los meses que siguieron a los hechos, por boca de la gente que recién emigraba a Monterrey huyendo de la soledad fantasmal en que se sumergió El Edén tras las batallas. Relatos confusos, sin orden, contradictorios, exagerados o disminuidos según quienes se los habían contado a mis informantes”.
Heredero de una estirpe de grandes narradores que incluye a José Revueltas, a Juan Rulfo y a José Emilio Pacheco, Eduardo Antonio Parra nos entrega en Laberinto una ficción destilada a partir de sus obsesiones temáticas y estilísticas, y al hacerlo demuestra por qué es considerado, tanto por el público como por la crítica, como uno de nuestros mejores narradores.
FOTO: Parra, Eduardo Antonio, Laberinto, Penguin-Random House, México, 2019, 263 pp.
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